EL REINO DE DIOS Y LOS PARAÍSOS PARALELOS


El tema del Reino de Dios es una constante en la predicación de Jesús. Aparece unas 122 veces en el Nuevo Testamento, de las cuales 99 son en los evangelios y 90 en labios de Jesús. De hecho, no se explica la obra de Jesús, sus palabras y acciones, sin esta referencia. Son las primeras palabras que nos transmite el evangelista san Marcos de parte del Señor: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva» (Mc. 1,15). 

Para Jesús el convertirse, esa palabra que usamos en tiempos como la Cuaresma, es convertirse al Evangelio, el decreto de buena nueva, del Reino de Dios. Efectivamente, tan es así que el papa PABLO VI dice en la exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi, sobre la Evangelización, en 1975: 

Cristo, en cuanto a evangelizador, anuncia ante todo un reino, el reino de Dios; tan importante que, en relación a él todo se convierte en ´lo demás´, que es dado por aña didura. Solamente el reino es pues absoluto y todo el resto es relativo
(EN 8). 

Y, recientemente, el Concilio Plenario de Venezuela, que es el documento que reflexiona sobre la manera de encarar la misión de la Iglesia en nuestro país, dice:

Jesús nos trajo la buena noticia de la llegada del Reino de Dios. En efecto, el centro de la predicación y de la actividad de Jesús es la llegada del Reino de Dios: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca: conviértanse y crean en la Buena Nueva” (Mc 1,15).  El Reino es una nueva manera de vivir y de convivir, un nuevo estado de cosas, una ciudad de hermanos donde Dios es Padre, un mundo gobernado por los criterios y promesas de Dios (amor, misericordia, justicia, paz) (PPEV 73).

Sin embargo, quedaría una duda en el aire ¿qué es realmente el Reino de Dios? ¿A qué se refiere? ¿Cuáles es su realidad y qué consecuencias tiene?

Y surge aquí la primera tentación: creer que se puede definir mediante palabras. Profundicemos un poco: Jesús anuncia el Reino de Dios, pero no lo explica conceptualmente: ante el “Maestro ¿dónde vives?” Jesús responde “Vengan y lo verán” (Jn. 1,38) . Busca introducirnos vitalmente, enseñar a vivirlo, pero no enseña una teoría, un conjunto de palabras bonitas. El nos toma de la mano para hacernos entrar en el misterio del Reino, que termina siendo experiencia de Dios, con indicaciones y referencias, como lo son sus enseñanzas, las parábolas y los milagros, así como con su ejemplo, pero que, por otro lado, aparece inabarcable, incomprensible, real, presente pero misterioso… como Dios mismo, Dios siempre mayor, que diría san Agustín.

Si es cierto que el Reino de Dios es el Reino de los Cielos, su comienzo no ocurre en el más allá de la muerte, sino en el más acá de la vida: “el Reino de Dios está presente en medio de ustedes” (Lc 17,20). Y si bien es una realidad espiritual (“mi Reino no es de este mundo”- Jn 18,36), eso no significa que se viva en la oración privada y en la litúrgica únicamente, en una relación entre Dios y yo que excluya a los demás. Es la desviación del intimismo.

Jesús anuncia el Reino de Dios por los caminos de Galilea, no desde el templo de Jerusalén. Se encuentra con la gente en sus labores cotidianas, con sus problemas y carencias (enfermedades, una viuda que pierde un hijo, una mujer que padece de flujo de sangre), a una gente empobrecida por los impuestos de Herodes y oprimida por la ocupación romana y, desde allí, anuncia y hace presente el Reino de Dios, no como eslogan, sino como presencia salvífica.

La realidad de la salvación es una categoría fundamental para comprender la acción y plan de Dios. Si lo relacionamos con el pecado, habría que tomar el pecado en el sentido más serio de los términos. No se trata de una ofensa contra un código de honor o una tabla de obligaciones a la que debemos estar sometidos, como si el pecado no afectara para nada la realidad constitutiva del ser humano. No es que Dios se puso bravo y hay que contentarlo, por una travesura que hayamos hecho. La conciencia del pecado asume todos sus tintes cuando lo iluminamos con la narración del pecado original, el que la Biblia achaca a Adán y Eva, en Génesis 3, y en el fratricidio de Caín contra Abel, en Génesis 4. El pecado, en cuanto la opción de buscar la propia realización en contra del diseño de Dios, dado a conocer en la Creación y Revelación, hace que el ser del hombre quede fracturado en sus relaciones fundamentales: con Dios como Creador, con la mujer como pareja, con la naturaleza como creación. El hombre ya no consigue el paraíso porque las relaciones paradisíacas se han perdido por el pecado. Y de este caos constitucional (como segunda naturaleza, dirían los teólogos escolásticos), se alteran las relaciones entre los seres humanos, como hermanos, en relaciones fratricidas.

La consecuencia de este desorden cósmico hace que se considere a la creación sujeta al  pecado y, por lo tanto, hasta cierto punto al dominio de Satanás (“Te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, porque porque a mí ha sido entregada, y se la doy a quien quiero“ –Lc. 4,7). En diversos pasajes del Evangelio aparece esta conciencia. Para el tiempo de Jesús, tanto la enfermedad como la influencia de Satanás son 2 frentes, que aparecen mezclados, que ataca Jesús, para recuperar el dominio para Dios sobre el ser humano y la creación.

En pasajes con hondo sentido simbólico y espiritual, Jesús aparece recuperando la armonía perdida en la Creación, inclusive en aquellos parajes que los judíos de aquel tiempo consideraban que era el lugar donde habitaba el demonio: las estepas y desiertos. Aparece en Marcos al final de la narración de las tentaciones (“Estaba entre los animales del campo y los ángeles le servían” – Mc 1,13).

Pero todos los portentos que hace Jesús y que acompañan su predicación, tienen el sentido de hacer presente el Reino de Dios: Dios vuelve a hacerse presente, a través de Jesús, para restituir la armonía de la Creación y elevar al ser humano a la intimidad de Dios. No es un ejercicio narcisista o intimidatorio del poder, para imponer el dominio de Dios en base al terror, sino la presencia amorosa de Dios en Jesús, por la “dinamos” del Espíritu Santo (fuerza y potencia de amor), que respeta al ser humano y sale a su encuentro.

En efecto, para nosotros la palabra Reino tiene que ver con algo estático, sin movimiento, como una piedra, una mesa, una casa o una montaña. Pero la expresión judía, malkut, como la griega, Basilea, denota algo dinámico, que acontece y avanza, como ejercicio de la autoridad y soberanía de Dios sobre todo lo que estaba sometido al pecado. Es algo dinámico, no como una mesa sino como un banquete, no como una casa sino como un hogar, no como una piedra sino una construcción en ejecución, no como una montaña, sino como el pulular de vida de un ecosistema. Dios avanza arrebatando al demonio lo que estaba bajo su dominio por el pecado.

De aquí que, aquellos que se sienten tocados por el dedo de Dios, proclaman su grandeza, se reincorporan a la comunidad y se comprometen en el servicio.

Esta acción de Jesús tiene unos destinatarios preferenciales, donde se prueba la cercanía del Reino: los pobres, los enfermos, los marginados… A lo largo de la Biblia Dios muestra atención particular sobre el destino de los pobres: lo recuerda la Ley de Moisés y lo reclaman los mismos profetas, y Jesús lo continúa y se lo recuerda a sus discípulos. En Mateo 25 Jesús no solo se identifica con los hambrientos, sedientos, desnudos, enfermos y encarcelados, sino que dice estar en ellos. Toda acción u omisión tiene la trascendencia que le da el Juicio para la vida eterna o la condenación eterna. Y el sentido de las Bienaventuranzas hace se viva la fidelidad a Dios desde la disposición de una pobreza espiritual (ese sentido de dependencia de Dios) que involucra también la manera de usar y poseer los bienes.

Los destinatarios preferenciales no excluye la participación de cualquier persona de cualquier condición en la Iglesia, pero sí pone la referencia a  los pobres y su servicio dentro del proceso de hacerse discípulo de Jesús, de seguirle y de formar parte de la Iglesia como miembro, por el bautismo, pero tan bien en relación con la misión de ser presencia comunitaria de Cristo en el mundo, Cuerpo de Cristo.
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Pasemos a lo que hemos llamado los “paraísos paralelos”.

Luego de un largo recorrido por los siglos, llegó un momento en que se fue prescindiendo de Dios en el proyecto de realización del ser humano. En ocasiones se consideró inclusive que era una creencia falsa que de paso obstruía el camino del progreso humano. Pero no por ello dejó de anhelar el ser humano arribar hasta un paraíso en este mundo, sin referencia a Dios y a su Reino.

Se partió del presupuesto de que el ser humano era bueno por naturaleza. Es decir, el ser humano primitivo era alguien bondadoso ¿Cómo explicar que el hombre se transformara en lobo del hombre, en expresión de Hobbes (homo homini lupus)? Rousseau, uno de los pensadores de la Ilustración cuyas ideas sirvieron de base para las distintas revoluciones democráticas del mundo, llegó a afirmar que la culpa era de la sociedad. Es decir, la explicación no religiosa abandona la idea de pecado original (y de pecado) para centrar la culpa en la sociedad, que fabrica hombres malos.

Si la sociedad es la culpable, entonces el problema se resuelve cambiando la sociedad: del feudalismo medieval y el absolutismo de los reyes se pasó a la democracia liberal. Pero la democracia liberal consiguió acelerar la transformación industrial y comercial con nuevos males, sin conseguir hacer más bondadoso al ser humano.

Entonces Marx pensó que si se pasaba de una sociedad dividida en clases, donde fuese importante la propiedad, el capital y se considerase el trabajo como una mercancía, donde un grupo minoritario dominase y explotase otro grupo, a una sociedad sin clases sociales, sin capital ni propiedad, por lo tanto todos iguales, el ser humano recuperaba la bondad original.


Tal creencia él la apoyaba creyendo, como la gente de campo cree en apariciones, en que la historia avanzaba de pero a mejor, por un movimiento de luchas cruentas (guerras, rebeliones y demás), en lo que se llama el materialismo histórico. Porque Marx era materialista y, para él, el ser humano estaba determinado por la forma de organización social. Todo pensamiento no es verdadero o falso, sino que justifica formas de explotación que se deben superar alcanzando otras formas de producción más igualitarias.

Pero  ¿de dónde saca Marx esas ideas? ¿cómo se le ocurre afirmar que la materia evoluciona ella sola por tres movimientos internos (tesis, antítesis y síntesis)? Marx no lo descubre: lo toma de su maestro Hegel. Pero Hegel no es materialista: él cree que todo es espiritual y que hay algo Espiritual que hace que las cosas tengan un movimiento de mejoría. Las cosas y la historia mejoran a fuerza de esta Realidad Espiritual, que es semejante aunque no idéntica a lo que nosotros llamaríamos Dios.
Pero Marx no cree en Dios: es por esto que se le ocurre inventar, abusando de la teoría evolucionista de Darwin, que la materia contiene esa fuerza interna que le hace progresar, en una sucesión de choques y reencuentros. A esto le llamó el materialismo dialéctico.

Claro que la ciencia moderna no ha encontrado vestigios de la manera como Marx dijo que la materia evoluciona. Al igual que la ciencia histórica no encuentra bases para la forma como él creía que evolucionaba la historia. De hecho, hay sociedades y civilizaciones cuyo salto después de una guerra o confrontación no ha sido a un nivel superior de la historia, sino a uno inferior o, inclusive, ya superado. La venganza de salinizar las tierras de Galilea por parte de los romanos solo se pudo superar en el siglo XX; la desertificación de zona noreste de Brasil por el cultivo abusivo de caña de azúcar no es superable en el tiempo inmediato; hay formas de vida de la etapa egea de la antigua Grecia que se perdieron tras sucesivas invasiones aqueas; la ciudad de Tebas fue totalmente arrasada, junto con sus pobladores, por Filipo de Macedonia, padre de Alejandro Magno; las invasiones bárbaras provocaron la caída del Imperio Romano en Occidente, y ciertas técnicas (además de la cultura) fueron recuperados en buena parte mil años después, como las técnicas que se usaron en la cúpula del Panteón (el templo romano dedicado a todos los dioses), que inspiraron la cúpula de la basílica de san Pedro. Por otro lado el progreso en la técnica no es garantía del progreso ético: la misma técnica puede servir para hacer mucho bien… o mucho mal. La segunda Guerra Mundial es prueba de ello.

De ahí que el papa Benedicto XVI ha resaltado que, para el progreso de un país, nada tan necesario como la conciencia ética de las personas: ni las instituciones ni las leyes (y menos los sistemas) pueden asegurar el compromiso personal con el bien (cfr. CiV 17).

Y, por otra parte, el concilio Vaticano II, haciéndose eco de la Palabra de Dios (carta a los Romanos), afirma la responsabilidad de la persona con el bien a partir de su conciencia (cf. GS 16s). No está programado por la sociedad, si bien puede influir confundiendo a los individuos con la profesión de antivalores.

Para el marxismo la familia aparece como el soporte de una sociedad fundada en la propiedad privada: la familia tiene necesidades y, para protegerla, debe hacerse propietaria. Para pasar a una sociedad sin clases, dicen, la familia tradicional debe ser abolida (¿solo la tradicional?).

Pero para los creyentes la familia aparece como una realidad constitutiva del ser humano, creación de Dios. Y la propiedad es un derecho que no legitima el abuso en el uso, según la Doctrina Social de la Iglesia, por lo que es lógico que contenga un marco legal. Dicha conciencia, que supera la visión individualista, hace que en el contexto de extrema pobreza el papa Juan Pablo II pronunciara aquella frase en los días previos a la apertura de la III Conferencia Episcopal Latinoamericana de Puebla, en 1979: “sobre toda propiedad privada grava una hipoteca social” (Discurso inaugural, 28 de Enero de 1979). Como sabemos, una hipoteca limita el uso, pero no el derecho sobre un bien inmueble, y que podría ejecutarse si no subsana la deuda.

En el Evangelio y en el pueblo judío nada hay que niegue el derecho a la propiedad: incluso la vinculación a la Tierra era como la carta de ciudadanía de aquellas tribus, a excepción de la de Leví. Mas bien lo que causa escándalo es el que alguien tenga poder, abuse, niegue o arrebate la propiedad de los más indefensos (cf. 2 Sm 12,4; 1 Re 21).

En los Hechos de los Apóstoles se ponían las cosas en común (Cf. Hch 2,44), pero no se excluía la propiedad particular: es el caso de Ananías, que vende un campo y dice que va a entregar todo el monto a los apóstoles, siendo falso. Pedro le recrimina su mentira, puesto que, le inquiere “¿…mientras lo tenías no era tuyo y una vez vendido no podía disponer del precio? (Hch 5,4).

No se entendería la generosidad como virtud si fuera ilícito poseer bienes personales: “El tiempo es corto. Por tanto, los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran… Los que compran, como si no poseyesen. Los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen” (1 Co 7,33ss).

Si bien es cierto que es admirable que un grupo de personas puedan desarrollar una empresa como propietarios comunes al mismo tiempo que trabajadores, como ocurre en el caso de las Cooperativas, el ideal marxista de anular la propiedad privada corre el riesgo de caer en una ilusión: que el Estado sea dueño de todo y que administre todo en nombre del pueblo suena sospechoso. Porque el Estado no es una realidad abstracta, un ser celestial, algo superior que guía y juzga nuestras vidas, que ocupa el vacío de Dios en ese sistema de pensamiento ateo. El Estado es una realidad que aparece dinámica en la medida en que unos hombres actúan de parte suya, con poderes superiores al ciudadano común. Y esta persona fácilmente puede sucumbir ante los espejismos del poder y la riqueza. Decía el poeta Ernesto Cardenal que lo que no pudieron hacer contra los sandinistas los somocistas y la contra, lo pudo hacer el lujo, los Rolex y los Jaguar. Un poder excesivo en manos de pocos hace que se vuelva una realidad monstruosa.

Sería bueno recordar un detalle, en relación con la propiedad privada: cuando Marx vivía en Londres, de una manera tan paupérrima que hasta un hijo se le murió de hambre, su amigo Engels lo apoyó con una modesta manutención que provenía de una fábrica de su propiedad. Que se sepa, parece que Engels, el comunista, conservó esa propiedad hasta el final de sus días.

Marx fue un enamorado de su esposa, pese a que considere la familia como una institución burguesa: “No es el proletariado ni el hombre Feuerbach quien da aliento a mi vida, sino eres tú”, le diría en una carta. Y el mismo Che, cuando conoció a quien sería su esposa definitiva, se asentó afectivamente. Su cercanía fue proverbial y, en la noche, después de largas jornadas de trabajo junto a ella, el guerrillero implacable de los juicios sumarios en la fortaleza de El Malecón, lededicaba horas de la madrugada para leerle poemas de Neruda. La misma relación de Gorbachov y su esposa Raiza, están distantes de la liberación de patrones culturales de la familia burguesa.

Y ¿qué decir del dinero, expresión del capital, el tercer factor de producción? ¿cuál es la posición del Evangelio en relación con este? ¿Jesús, como el marxismo más soñador, apoyaba su eliminación?

Ciertamente que Jesús señala la ambigüedad propia del dinero: “Con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que los reciban en el cielo” (Lc 16,9). El dinero, que puede ser usado con fines deplorables, puede ser usado para hacer el bien: “No se puede servir a Dios y al dinero”(Lc 16,13). La advertencia es a evitar de hacer del dinero un ídolo, Mammon en el léxico arameo, que es retirar de circulación las monedas más valiosas, las de oro, para acumularlas como signo de prestigio familiar, de opulencia, depositando en él la confianza que debería ponerse en Dios. No se ponen a circular, dañando la economía (trabajo y comercio) pero tampoco se utiliza para hacer el bien al necesitado.
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Habría que señalar, finalmente, que la búsqueda del Reino de Dios implica servir al Señor y amar al prójimo. Esto debe ser central para el creyente y equivale a la propuesta desde la fe. La crítica que se haga a la búsqueda de falsos paraísos terrenales de corte socialista no significa, de ningún modo, que se pretenda legitimar un sistema que hace de la acumulación del capital la cúspide de las aspiraciones humanas.

Habría que tener en cuenta que en el Evangelio toda lucha auténtica en favor de los pobres es del todo legítima, que está expresado por el documento de Puebla como “liberación integral”, que en ocasiones implica la oposición a los privilegiados, pero que no implica la eliminación de las diferencias. Efectivamente, no solo existe la clasificación en la sociedad de acuerdo a clases o castas sociales, sea en base al dinero, la raza o cuestiones socioeconómicas, que puede ser injusto, encerrar perjuicios o abusos en ocasiones. También pueden haber criterios diferenciadores que permiten reconocer la variedad, riqueza y diversidad de necesidades en un conglomerado social: así como hay empresarios y obreros, también hay campesinos, artesanos, burócratas, comerciantes, educadores, investigadores, escritores, profesionales de la salud, religiosos, luchadores sociales, integrantes de ONGs… Cada quien tiene una realidad legítima que le circunda pero que no puede confundirse con la realidad social absoluta; desde ese ángulo mira e interpreta parcialmente la realidad social, da su opinión y también su contribución. El trabajo material es digno, muchas veces pesado, pero la contribución intelectual es igualmente valiosa y necesaria: ¡cuántas mejoras en la calidad de vida de la empresa se deben no solo a la lucha de los obreros sino al aporte de la investigación y creatividad! Y en cuanto al peso, el descubridor del genoma humano, que trabajó en equipo, pasó años asistiendo diariamente a su laboratorio, a observar y dibujar lo que veía a través del microscopio (no existían mayores formas de reproducción inmediata que el lápiz y papel), incluyendo los sábados y domingos, fiestas y días laborables, sin otra motivación que la pasión y compromiso por conocer y aportar a la humanidad. También un emprendedor arriesga su capital invirtiéndolo en una empresa, que va a producir beneficios monetarios porque está sirviendo para satisfacer una necesidad de la sociedad, está contribuyendo con puestos de trabajo y aportando a través de impuestos.

Lo que resulta importante es que todos somos necesario sy todos podemos contribuir. Y el bienestar económico de una sociedad debe ser fundamento para que, de manera efectiva, se atienda a los más necesitados: sean estos pobres, indigentes, enfermos incapacitados, narcodependientes, niños, vida en gestación, ancianos, inmigrantes, desplazados o cualquier otro grupo humano, así como el cuidado primoroso del medio ambiente.

Termino con la cita del evangelio de Mateo:

Busquen primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se les dará por añadidura (Mt. 6,33)


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