LA TRINIDAD EN LA SOCIEDAD: UNA AUSENCIA PRESENTE
«Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti»
Confesiones de San Agustín
Era Sigmund Freud quien en el período interbélico escribió El malestar en la cultura , un ensayo
que probaba a explicar esa insatisfacción producida por la tensión entre las
pulsiones y las normativas sociales. Incluía al instinto de destrucción o tánatos, originado por el impacto de la
Primera Guerra en su mente, de cómo los seres humanos pueden esforzarse en
destruirse. Su propuesta es semejante al fracaso de encontrar una explicación
racional.
Más si retrocedemos en el tiempo conseguimos a un gigante
como Hegel quien, a partir de su periodo como seminarista, se acerca a la
Trinidad para luego, ya como filósofo, despojarla de la realidad divina para
hacer de Ella sencillamente el Absoluto, una especie de “masa” idealista (con
entidad) desplazándose por la historia. Esta masa, de una u otra forma, se hace
presente en la sociedad “en devenir dialéctico”.
Como sea, el asomarse a la sociedad para pretender indagar
más allá de la apariencia, no es nuevo. Y esto se torna profundamente
interesante en las etapas de mayor malestar, en los que las explicaciones
sociológicas, económicas o históricas no resultan suficientes.
Freud apuntaba al conflicto intrínseco del ser humano entre
placer y norma social, que castra y neurotiza, según él. Hegel lo hace
considerando que es el desarrollo normal de la sociedad que, contradiciéndose
(el binomio amo-esclavo), se supera para pasar a la siguiente etapa. No así puede
verse desde una visión cristiana, que no pretende ser exhaustiva en la presente
exposición.
A la base de Hegel, a finales del siglo XVIII y principios
del XIX está la recuperación de la historia. Tiene que ver con la misma
presentación bíblica en la que los sucesos avanzan no de forma aleatoria sino
concatenándose hacia un destino centrado en Cristo Jesús. Claro que para los
filósofos era difícil aceptar y fundamentar que el “punto omega” tenía que ver
con el Mesías judeo-cristiano. Así que hacen otras propuestas.
De antemano aclaro que para mí la historia no necesariamente
avanza evolucionando hacia estadios mejores: también cabe la posibilidad que la
técnica y el conocimiento pueden crear nuevas miserias a la humanidad. Pero me
gustaría hacer una sencilla afirmación.
Tomando en consideración el evidente hastío de buena parte de
la especie humana, de lo enrevesada que están las sociedades de un buen número
de países, de la pérdida no solo de sentido religioso y valores sino de
cualquier sentido en muchas vidas, asocio este momento a la hermosa y conocida
cita agustina: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto,
hasta que descanse en ti».
El santo expresa así la conciencia que adquiere luego del
fracaso existencial que experimenta: su alejamiento de la fe de su madre, santa
Mónica; la incursión dentro del maniqueísmo; para finalmente ir aterrizando en
Milán como un notable filósofo con su propia escuela. Allí, doblegado por
placeres que consumaban su desdicha, comienza su retorno al Señor. Lo narra en
clave de encuentro, por lo que no se reduce al mundo de la especulación. El
encuentro con la Escritura le permite captar que ha sido encontrado primero por
el Verbo (Jesús), y todo lo demás comienza a perder sentido. Los placeres,
aliados de antes, se despiden con amenazas de abandonarlo en medio de la más
cruda soledad.
Una vez superada la lucha interna, claudica para Dios: «¡Oh
belleza siempre antigua y siempre nueva! ¡Tarde te he buscado! ¡Te buscaba
fuera de mí y estabas dentro de mí». Dios era «más íntimo que su propia
intimidad».
Pero Dios no es Dios, sino más que Dios: es Trinidad. No es
soledad sino Común-unidad (comunidad) de Amor. Y hemos sido creados por esa
Común-unidad a su imagen y semejanza, por lo tanto para la comunión.
El error consiste en reducir esta verdad a la esfera
individual, aplicable a cada ser humano. Claro que es cierto. Pero también es
cierto que esto tiene toda su vigencia para la sociedad entera. De hecho, la
Iglesia debe ser ícono de la Trinidad, sacramento de salvación, semilla y
principio del Reino, porque debería interpelar lo que debe ser la conformación
íntima de la sociedad.
No es Iglesia-mundo como 2 compartimientos estancos, donde
cada una corre paralela a la otra. Es una en la otra, revelando la Iglesia, si
es fiel a si misma, el destino que Dios quiere darle a la misma sociedad humana
(mundo).
De tal manera que bien podría aplicarse las palabras de san
Agustín a la sociedad: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está
inquieto, hasta que descanse en ti». Quizás hasta que no nos encontremos
con esta verdad enclavada en nuestro ser, seguiremos dando tumbos. Puede que a
partir de estar verdad vivida y asumida se puedan re-crear y redactar las
estructuras e instituciones humanas, y no al revés.
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