EL PAÍS DE LAS MIOPÍAS



No pretendo discursear con toda la propiedad del caso, pues la mirada ni la preparación me dan para tanto. Solo creo constatar un elemento cotidiano, como es el ver a un grupo de policías deteniendo el tráfico y revisando la documentación. No sé cómo lo verán en otros lados, pues no me alcanza la vista. Sólo que aquí, en esta “Tierra de gracia”, cualquier chofer está prevenido a tener que “bajarse de la mula” y “mojar la mano”, que corresponde a la “mordida” mexicana y que, en un lenguaje menos arcano, se trata de vulgar extorsión.

Así pues, lo habitual no es ver a un policía en labores de prevención o frustración del crimen, aunque también se dan casos, pero invisibilizados por estos colegas. Un vehículo puede estar atropellando todas las normas del tránsito, que si no hay un herido o lo peor, están usufructuando con sus potestades. Así que la mirada no alcanza para tanto. Está concentrada en el bolsillo ajeno.

Pero en este asunto de ver, a ninguno de ellos (ni a los demás), se les ha ocurrido que, sencillamente, una sociedad no puede subsistir de esta manera (¿?). Ni sobornando ni extorsionando. Por supuesto que es importante aclarar que para estos uniformados no debe haber mucha diferencia entre un conglomerado y una sociedad, con sus normas, valores e instituciones, pues sino no habría miopía. Las razzias siempre se hace de unos contra los otros, sin grandes remordimientos. La comunidad de un penal, término que suena a jardín de infancia, no se asemeja a una sociedad penitenciaria, como si fuese la legendaria isla de la Tortuga de los piratas del Caribe. Pero, regresando a los otros uniformados (en Venezuela los presos no van uniformados sino desnudos), a estos no se les pasa por la cabeza que ciertas proporciones son insostenibles: ¿qué porcentaje de personas pueden pasarle “raqueta” al resto que trabaja con el sudor de su frente? Desconozco la existencia de estudios, pero supondría nunca llegaría al 50%. Ya el 25% debe tornarse insoportable.

Por aquello de las miopías, consideremos algo al alcance de la vista: una familia de salario mínimo en estos tiempos en los que, siendo todos adultos, en edad productiva y sin discapacidades mayores, la mitad se aproveche alegremente de la otra mitad… por lo menos supondría que esta familia está en la línea de flotación... y de descomposición. Aunque las nieblas del entendimiento puedan velarle a la visión la oportuna proyección, pero algo así de enredado ocurriría si un grupo cercano a la mitad promocionase por su cuenta y libre albedrío sus funciones como para administrar y fiscalizar libérrimamente el bolsillo ajeno. Una sociedad así debería organizarse como los piratas somalíes… que se echaron encima a la comunidad internacional.

Claro que estos abusos se dan de maneras más sofisticadas y estereotipadas, en tantas personas de la sociedad venezolana. En algunos casos, lo que se ha llamado con el nombre de la “viveza criolla” se tropieza con coartadas dignas de mucho crédito, como es la corrupción administrativa, desvío de fondos y, por supuesto, la manera cómo se aceitan los partidos cercanos al poder.

Por cierto que en este asunto de miopías, donde hay toda clase de cómplices, habría que detenerse en la clase política, que se comporta más bien como raza política, distinta del resto de la humanidad.

En ellos la miopía tiene dimensiones especiales y no solo espaciales, por ser también temporales: el cortoplacismo. Por aquello del síndrome de la gallina de los huevos de oro, se hace la pésima inversión (cómo se ve que no saben de negocios), de “invertir” para logros tan inmediatos como efímeros, matando a la gallina: se atornillan al poder apretando el comando de auto-eyección.  Así que ganan de manera suicida ( y a veces sucia) las elecciones, ofreciendo prebendas y panem et circenses para ahora y por ahora, blandiendo slogans revolucionarios propios de un Eudomar Santos (“como vaya viniendo la vamos viendo”), que se parece a la política de la silla y la soga, que con un resbalón todo termina.

Nada se aprendió de la IV República (¿eso existió?) y se creyeron más blindados que motorizado en autopista. La política debe parecerse más a un maratón que a los 110 mts con vallas: pues para el que quiera meterle la mano al erario público sabe que debe andar a contra reloj. Pero el que desee disfrutar el elixir del poder debe, sencillamente, ser por lo menos un buen político (no un excelente o, algo así como se dice en mexicano, “que bruto, que politicazo”, sino alguien con imagen): hacer un mínimo de cosas con la bien sonada publicidad. Esto ya le asegura estar en los primeros puestos durante largo tiempo… si lo que quiere es mandar (tener poder él y no los otros). Obvio que la miopía (y la escasez de comunicación entre las neuronas) hace que no se percate que, sencillamente, hasta para quien atavía de intereses rastreros, si no cuenta con el mínimo de escrúpulos, es mejor negocio mantenerse en el tiempo que la operación comando de la cosa pública.

Porque de lo contrario, el político viviría de la neurosis de estar sacando números y dólares para vivir algún día en cualquier país extranjero… ¡¿cómo? ¿no lo habían pensado?! Es que estas miopías corren el peligro de transformarse en pandemias…


Se dice que las mentiras tienen patas cortas. Algunas apuestas de enriquecimiento rápido también ¿Será tan complicado considerar lo ventajoso que sería administrar un país próspero?

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