LA ESTRATEGIA CUBANA: ANACRONISMO Y OBSTINACIÓN PARA VENEZUELA


No se puede negar que los cubanos en Venezuela están en los entretelones. Tampoco que el proyecto epopéyico del socialismo del siglo XXI a la venezolana consiste en imitar la gesta de la isla. Y que si es cuestión de imitar a dicho socialismo tanto en la forma como en el fondo, ya la forma arruinada comienza aparecer, atacando como un virus a las máquinas y posteriormente a cosas, las casas y los hombres. Claro que tal pretensión, supongo,  tenga sus detractores hasta dentro de las filas del gobierno, por motivos más o menos loables… o prácticos.

Lo que pretendería analizar en las siguientes líneas es la estrategia que proviene por lo menos de algunos cubanos, intuiría que radicados fuera de la isla. Con mucha alarma y poca originalidad se refieren a la cubanización de Venezuela. Y para tal enfermedad, el antídoto sería, como mínimo, alguna especie de levantamiento, según sus expresiones y contextos. O sea, enfrentar violentamente al gobierno. Un tweet de alguno decía que, en aquellos años sesenta, ya su padre en Cuba decía que aquello no podía durar para siempre. Obvio que ese recuerdo lo recostaba a expresiones afines de quienes están en este lado de la costa, en esta Tierra de Gracia, en la actualidad. Y esto sin añadir a quienes sueñan con acciones protagonizadas por el gigante de las barras estrelladas, que dan para la fabulación de un recetario variadísimo, desde sanciones hasta la intervención directa, apta como para varios guiones cinematográficos. Tal propuesta está desfasada por varias razones.

Marx vivió en el tiempo del colonialismo europeo, como auge de la sociedad industrial. Y el recuerdo de Napoleón debía estar fresco todavía en la calle. La misma expansión hacia África de las metrópolis, además de los gobiernos coloniales por Asia, lo que daban un gran peso a Inglaterra, formaban parte del panorama mundial (¡Marx se mudó al imperio hasta su muerte!). Esa mentalidad belicista, con el canciller Bismark por detrás, por el que chocaban las potencias para anexarse nuevos territorios. Consideraba nuestro filósofo, dentro de su mentalidad prusiana forjada sobre el yunque de la dialéctica hegeliana, la importancia de la violencia como motor de la historia: era la partera.

Claro que Marx da un giro al sistema hegeliano, por lo que no reflexiona desde el Olimpo del idealismo sobre la tragedia de los hombres. Su materialismo histórico pone de protagonista a la novel clase proletaria, por lo que la lucha que se daba debía direccionarse hacia los gobiernos burgueses y no sobre los países vecinos. La tropa rasa provenía del pueblo de a pie.

Pero Marx no vio en vida la realización de sus sueños. En 1917 se instalaba en Rusia lo que se llamaría la Unión Soviética, primera sociedad comunista. Si buscamos una aplicación purista del marxismo, los hechos no coinciden del todo con la teoría, pues no fue el proletariado en exclusiva quien tomó el poder hasta que el ejército decidió participar. Mas su expansión tiene que ver con reparto del mundo efectuado durante la conferencia de Yalta luego de la segunda Guerra mundial. Los hechos (o la praxis) camina por rieles distintos a los de la teoría. En efecto, el caso chino supuso una variación en la teoría, para que el campesinado tuviese el rol estelar. Y así sucesivamente.

Pero las revoluciones posteriores, la de los años 50 y 60, son luchas liberacionistas. En el mundo hay una conciencia más afinada sobre el colonialismo, cosa proscrita por la incipiente Naciones Unidas. Por supuesto que el marxismo se cuela en todos estos escenarios, como se va a colar también en la interpretación de la segregación racial o la discriminación femenina. Y la lucha armada va a seguir planteándose como alternativa ante los poderes opresores nacionales (dictaduras) o internacionales (colonialismos). Pero en muchos casos había toda una trayectoria de lucha, estaban quienes financiaban y apoyaban las guerras y, si no una paridad, al menos una distancia menor entre el armamento de los rebeldes y el de los gobiernos, amén de la estrategia conocida como guerra de guerrillas.

Juzgar el tiempo pasado en base al actual parece una necedad. Una cosa es el análisis, la comprensión y juicio histórico y otra, ciertas valoraciones de fenómenos tan extraños para nosotros, como las cruzadas, inquisición o el geocentrismo de Tolomeo, como si fueran simultáneas a la telefonía satelital. Así que no sé, independientemente de la pretensión política, qué éxito podía haber tenido una sublevación dentro de la isla, para no referirme a desastres tales como Bahía de Cochinos. Lo que debe quedar claro es de la inviabilidad actual en el caso venezolano.

Un levantamiento de sectores de la población, fuera de las aventuras cruentas de facciones de la Fuerza Armada, no puede llevar a ningún otro sitio que al fracaso. Las poblaciones en el mundo donde hay lucha armada son las de aquellas sociedades de conflictos tribales y étnicos que tienen una larga y triste tradición en el uso de las armas. Y eso no se improvisa. No parece viable que los llamados “malandros”, los únicos veteranos en el uso de las armas que no pertenecen a las fuerzas armadas o policiales (y con expectativa de vida en torno a los 24 años), se vayan a sumar a una causa libertaria. Así que los sueños de guerras asimétricas intestinas son… sueños asimétricos y sin asidero. Tal posibilidad no solo no es viable, sino anacrónica, pues estamos en la segunda década del siglo XXI y no en la mitad del siglo XX. La capacidad de rearme del gobierno es infinito, pues sus escrúpulos no limitan el uso que harían al erario público derivado del petróleo, lo que la respuesta con piedras, palos y molotov tendría aires quijotescos, si somos benignos en la apreciación.


Pero hay un dato que no se tiene en cuenta y que ha funcionado con una precisión de relojería para el régimen cubano: las sanciones norteamericanas y los intentos de levantamiento protagonizados por el exilio cubano terminan alimentando más la convicción en la explicación marxista. No digo en la disidencia cubana, sino en quienes se refugian entre las barbas de Fidel. Para decirlo con una expresión de una propaganda oficial: “el imperialismo existe”. Es decir, el modelo había que defenderlo no porque fuera bueno, sino porque estaba amenazado por los enemigos… y así transcurrieron 50 años desde entonces. La prueba de que Marx y Fidel tenían razón era el interés norteamericano en la isla y el afán del exilio para recuperar, según plantean, sus antiguos privilegios. El ser humano necesita que alguien le interprete lo que está pasando, así la paranoia es más llevadera.

Por lo que en mi opinión no hay otro camino sino el diálogo. La parte curiosa es que cada vez que se habla del diálogo, la gente se imagina a la cúpula del gobierno sentada con la cúpula de la oposición. No entiendo por qué no pueden encontrarse las bases. No es que las bases van a jugar a la macropolítica: es que la micropolítica tiene su lugar e importancia ¿por qué ese empeño en desafiar desde la calle la hegemonía del gobierno o el presidente? ¿es que el modelo es apoyado no solo por las instituciones sino también por los adeptos? Es cierto que la macropolítica tiene su importancia, pero esa importancia no puede apoyarse en un pueblo poco convencido.

Y ante esa pregunta no puedo responderme sino adosándome a la sospecha freudiana: en el fondo palpita el conflicto con el padre. Fue la interpretación del psicoanalista con respecto a la cultura. Fue su manera de ver la misma mitología griega, cuna de la cultura y la civilización. Pero lo nuestro no es sin más una invocación numinosa: la figura del hombre y del padre es patética en América Latina. Padres violentos, machistas y ausentes parece ser la generalidad. Una relación patética y dolorosa. Así que se añora al padre, se le busca… o se le odia.

El poder es una figura que sustituye inconscientemente la figura del padre. Unos acuden ante su presencia, se refugian en su poder, encuentran seguridad en sus extravagancias y ademanes. Otros se sienten excluidos o traicionados, por lo que desafían al padre, lo retan. Es su respuesta ante los conflictos internos, exacerbados por la realidad social. Son los que deciden trasgredir el tabú. Zeus enfrentado a Cronos.

Si bien los padres en la infancia introyectan en la casa un modelo social (con autoridad y normas) que preparará para la vida en sociedad, no puede entenderse el gobierno civil como el gobierno del padre. Puede que tenga que administrar los recursos “como un buen padre de familia”, según el adagio latino. Pero nunca será “padre”: cualquier pretensión de sustitución deberá ser procesada mentalmente como sospechosa de usurpación y manipulación del poder. Bien extendieron las tropas de Napoleón (¡qué contradicción!), el ideario de la Revolución francesa: “Libertad, igualdad, fraternidad”. La democracia tiene (o debería tener) un componente igualitario que se podría llamar de fraternidad: los que gobiernan no son padres; en tal caso hermanos, iguales a los demás.

Pero ¿dónde queda la búsqueda del padre? Creo que la añoranza del padre de sangre, que proyectamos a todo lo que se reviste de autoridad, en el fondo es una búsqueda espiritual, en el sentido religioso: se busca al Padre, que es Dios. Para mí ese Dios es el revelado por Jesús, o sea que es Padre en el trato, y no solo en el acto creador. Una fraternidad sin padre carece de identidad que los cohesione (en las familias está la madre, pero no para la sociedad). Por supuesto que sociológicamente hay muchos aspectos que contribuyen a la cohesión social y a la solidaridad. Pero enseguida se aspira a profundidades que se necesitan representar simbólicamente, no porque no sean reales. Claro que si lo simbólico fuese un simple juego psicológico, nos maravillaríamos de los espejismos que creamos. Pero si detrás del símbolo subyace una realidad palpitante, el símbolo adquiere vida. Así que esto de la Paternidad de Dios revelada por Cristo Jesús me parece que está lejos de formar parte de las opciones que podemos tomar o desechar a placer: está inscrito en nuestro interior.

De ahí que por lo menos en Venezuela el camino a la reconciliación pasa por el reconocimiento de la fraternidad. Y una fraternidad que sea capaz de encontrarse, no de esconderse de los otros. El modelo político debe proteger estas relaciones, pero debe también permitir la adultez de sus miembros. Igualmente el modelo económico. La conciencia de fraternidad debe guiar, de forma adulta y aterrizada, la responsabilidad de las relaciones (ética), aún en los aspectos que no estén normados o en las fisuras que deje el modelo político y económico.

Esto podrá parecer una ingenuidad. Pero quien ha olfateado alguna de las consignas oficialistas, hay una que el mismo Chávez cumplió con Vargas Llosa: no sentarse a dialogar con quienes identifica como la burguesía apátrica. Pero no por un prurito ético, sino para que no se le vean las costuras ideológicas. Es cierto que Marx consideraba la conciencia del ser humano un producto de la sociedad (hoy diríamos que programado). Así que supongo que teman que la conciencia del hombre nuevo sea reprogramable, inocularse con algún virus capitalista. Pero dudo que el talante polemista del filósofo prusiano renunciase a cualquier debate: más bien se le temía. En la Venezuela del socialismo del siglo XXI la hegemonía comunicacional y el pensamiento único es vital para su supervivencia: por más que se diga que se debe ser crítico, la dialéctica no entra en este campo. Controlar el pensamiento al final siempre es controlar las preguntas que el pensamiento pueda hacerse. Se olvida que la libertad no es una dádiva que ofrece el poder, sino una condición del ser humano. Lo cantó Cervantes, lo comprobó santa Teresa ante el veto de la lectura para mujeres por parte de la Inquisición, lo sabe la psicología. El pensamiento siempre es un desafío apasionante, por lo que no se le debe temer, aún en la equivocación.


¿La disidencia y el exilio cubano habrán centrado mucha de sus fuerzas en romper el talismán del poder, y poco en hermanarse con el prójimo? Desde Venezuela no puedo contestar. Sería injusto hacerlo con quienes han sufrido tanto bajo un régimen brutal. Pero considero que en Venezuela el tiempo del hermano ha llegado. El encuentro con el hermano antecederá una nueva realidad social, por lo la contribución debe ser de todos y no solo de algunos. La salida no es solo la calle o los aeropuertos. Protestar y manifestar siempre será válido. Reconstruir las relaciones es urgente, y no es cuestión de táctica o estrategia. Es cuestión de futuro.

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