DIÓGENES DE LA CORDURA
No es ningún secreto que el mundo vive momentos de gran
incertidumbre: la crisis política en los países desarrollados, el repunte de
sistemas fatídicamente seductores, una economía que enfrenta crisis e
inestabilidad cada dos por tres, el fanatismo, el terrorismo, el relativismo
moral y la debacle ecológica, en clima y extinción. Quizás exista el miedo a un
reacomodo de las fuerzas, obteniendo privilegios los grupos de siempre,
fortaleciéndose las minorías que tienen la sartén del poder agarrada por el mango.
No la tenemos fácil.
El recurso de una huída hacia atrás no luce descabellado: es
una tentación con sex-appeal. Intentar cazar una etapa de la historia donde
puedan encontrarse mayor cantidad de seguridades, a precio de sacrificar
búsquedas fascinantes y libertades de vértigo. Nada mal. Quien quita si gran
parte del cristianismo, fuera de los grupúsculos de cariz pitagórico, no
consigue dar piso a las incertidumbres. Y, por supuesto, los reflectores
centran la escena en la carta de los fanatismos… terroristas.
La cosa debe funcionar, para ciertos cerebros, como algo así:
esta gente debe saber muy bien donde está parada que, en el nombre de Dios,
vayan decapitando infieles. Nada más seguro que la muerte… de otros.
Pero esta tentación por lo epopéyico esconde la seguridad de
la sangre, que se escurre por todas partes hasta que se coagula. En el fondo no
es más que un orgasmo malsano. Perdonen por lo de orgasmo, pero carezco de
otras referencias tan evocadoras como el mismo. Se confunde la convicción por
el placer que provoca la excitación de las partes más primitivas del sistema
nervioso humano. Y confundir lo neurológico, de este nivel, con lo filosófico y
religioso, es fatal. Dura lo que dura la sangre por coagularse. Luego hay que
volver a empezar el ritual. No en vano decía, aunque el contexto sea otro, el
Che a Pablo Neruda que, quien ha estado en la guerra, necesita volver a ella.
Por supuesto que el poeta no podía entenderlo.
Quien confunde el amor con la excitación de ciertas zonas del
cerebro, la explosión hormonal, vascularización de algunas regiones del
organismo y similares… se sentirá obviamente confundido, sino desilusionado,
cuando la carga energética se haya liberado.
El mundo actual dio un paso arriesgado cuando, por recuperar
el sentido holístico de la existencia, terminó renunciando a usar la corteza
cerebral, que nos sacó de las cavernas, para navegar a la deriva en los mares
de la emoción.
Sin un volver atrás, en una burda imitación de tiempos
pasados, el ser humano debe recuperar su capacidad de reflexión y sospecha,
hacia lo propio y ajeno. Las convicciones se fraguan en la cavilación a la
intemperie. Allí se purifican, corrigen y enriquecen. No se petrifican como las
obstinaciones.
Quien tiene la dicha de poder traducir en palabras su
vivencia, la dota de una serenidad demoledora. Sabe contagiar sin confundir los
gritos con la razón. Sabe que un error no es más cierto porque se repita o se
desespere por pasar como verdad.
Aquel que no toma prestado los pensamientos de otros para
vivir desde ellos, sino que los procesa desde los jugos gástricos de su propia
experiencia, imaginación y razón, aporta a la humanidad destellos de mañana.
En la oscuridad de esta hora, hace falta que se paseen por el
mundo Diógenes de la cordura.
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