IDENTIDAD, MEMORIA Y SUBVERSIÓN: LA APUESTA POR LA RECONCILIACIÓN DESPUÉS DEL 12F
“¿Puede una nación sobreponerse a las
injusticias
que marcaron sus orígenes y,
merced a su decisión y empreño moral,
reparalas?”
Paul Johnson, Estados
Unidos, la historia
No hace falta acudir a elaborados estudios como para saber
cuánto pesa el pasado personal en el presente. Hay personas que lamentan la
totalidad de su vida o parte de ella o tienen una fijación con los episodios de
mayor infelicidad o que resultaron traumáticos. Lo cierto es que lo vivido no
puede deshacerse, por lo que muchos quisieran al menos olvidarlo. Y la misma
psiquis, en caso de extremo dolor, borra, por lo menos a nivel del consciente,
el registro de aquellos momentos de tanto dolor que atentan contra la identidad
psíquica. Sin merodear mucho, está el caso de accidentes con víctimas fatales
en los que la persona, por uno de esos resquicios que brinda la vida, después
de larga lucha consiguió sobrevivir.
Sin embargo, cuando la persona por un evento post-traumático,
sufre de pérdida de la memoria o amnesia,
de manera lo suficientemente grave como para no recordar su historia personal
ni a sus seres queridos, la ciencia ha descubierto que la persona también deja
de saber quién es, lo que es su
identidad. De tal forma que historia personal, resguardada en el presente por
la memoria, está relacionado y es necesario para afirmar y conservar la
identidad. El saber quién se es da pauta para tomar decisiones en la vida,
orientarse hacia lo que se quiere, aceptar un tipo de relación y rechazar otro…
y así sucesivamente.
Pero no tenemos por qué quedarnos en el extremo de las
experiencias. Estando en Sicilia de seminarista me conseguí con un adolescente,
de buen porte y encantadora personalidad que parecía tener todo su futuro por
delante. Sin embargo, su gran anhelo era conocer a sus padres biológicos, pues
era adoptado, para saber quién era. Sin esto una inquietud interna lo devoraba.
Pero esto que se afirma a nivel individual también es cierto
a nivel colectivo, de sociedades o países. El asunto de conservar la memoria histórica está relacionado
con la comprensión del presente, da razón a costumbres y prácticas y, sabiendo
de dónde se viene, se sabe quién es y a donde va.
Durante la segunda Guerra mundial, recuerda el papa Juan
Pablo II en su libro Memoria e identidad,
una de las formas de resistencia contra la ocupación alemana en Polonia era
conservar sus tradiciones y el legado cultural incluso de los grandes
escritores y dramaturgos polacos. Mantener viva su lengua y las grandes obras
escritas por ellos, en el idioma de ellos. Para resistirse al Nazismo había que
recordar quién se era, pues los nazis sabían que para desarrollar su proyecto
de dominación debían desplazar la cultura nacional polaca.
También el papa Benedicto, siendo cardenal Ratzinger,
recordaba como en su infancia el nazismo pretendía regresar a las religiones
del Rihn, de tipo mitológico, para desplazar también los vestigios del
cristianismo, que constituían una traba para su hegemonía. Igualmente se
buscaba tener control sobre la memoria histórica.
Pero es curioso el papel de la memoria y, por lo tanto, del pasado
recordado en la proyección del futuro. Su papel era ya destacado por Platón y, en la historia del
pueblo de Israel, en la Biblia, el memorial del pasado siempre abre al futuro,
a la promesa. Así, pues, un pasado que se recuerda como calamitoso proyectará
un futuro sombrío; un pasado radiante también incidirá sobre las expectativas del
futuro. Por supuesto que hay casos donde un pasado difícil hizo de escenografía
perfecta para un presente distinto y un futuro promisorio. Al igual que un
pasado feliz puede valorarse como el paraíso perdido que tacha la actualidad
como expulsión o exilio a una situación de exilio y cautiverio. Porque la
persona tiene capacidad de maniobra y crecimiento… o decrecimiento.
Uno de los aspectos tétricamente interesantes, que ya se ha
hecho mención sin darle la necesaria relevancia, es la posibilidad de de
manipular el pasado. La palabra “manipulación” hace referencia a manejar algo
con las manos (la manipulación de alimentos), pero también a la alteración
intencionalmente engañosa de las conciencias de otros, por lo que la connotación
es negativa.
En el adolescente la falta de historia personal hace que, tan
sencillo, esté desorientado en la vida: al no saber quién se es, menos se sabe
a dónde ir. Es muy fácil que se consiga caudillos a esa edad, distintos a los
padres. Si a esto se le añade el aderezo de relaciones familiares conflictivas,
o un pasado para salir corriendo, se entiende que un manipulador profesional lo
puede enrolar en una banda de azotes de barrio, para que pueda irse desarrollando
delictivamente, un grupo de contracultura, adicción a drogas, ciertas militancias
políticas, terrorismo o fanatismos religiosos. Evocar y alimentar el ego, mover
las cuerdas del resentimiento y el dolor, la baja autoestima… “los demás no te
valoran, yo si lo hago”, “en tu casa no te quieren, nunca te han querido;
nosotros sí”… El manipulador se encarga de darle una historia… y una misión. De
sublimar complejos. Mao incentivaba el odio de los campesinos hacia los
terratenientes para sumarlos a su revolución. Por supuesto que las relaciones
eran injustas, pero el objetivo no era la conciencia sino el odio, para empuñar
las armas. En Perú, 40 años más tarde el grupo guerrillero maoísta Sendero
Luminoso mataba a 2 misioneros franciscanos polacos, pues con su ejemplo, labor
y predicación no dejaban que el odio echara raíces en las conciencias
campesinas, como exigía la estrategia de revolución.
Pero lo que pasa con las personas también pasa con los
pueblos: el “no te quieren”, “no te valoran”, “yo sí”. “yo estoy contigo”. Mas
la conexión afectiva debe reforzarse con la conexión ideológica (misión
mesiánica que predice un futuro –sin barrancos- y de manera mesiánica) con la confiscación del pasado. Aunque la
evidencia indique que somos una sociedad mestiza, tanto a nivel de fenotipo
como cultural, aunque se usen computadoras, carros, aviones, se viva (y se
quiera vivir) en ciudades y no en campos ni bohíos, vestirse de flux y vestido
y no con taparrabos o guayuco; aunque se promueva el cine nacional y se hable
español, que el IVIC haya comprobado que el 60% del genotipo es teutónico
(blanco) y, añadimos nosotros, esta hazaña pertenece a aquellos 500 europeos
que poblaron esta región del nuevo Mundo; que gran parte del ADN mitocondrial
es de madres indígenas, y tantos datos más, se quiere manipular el pasado. Nos
han inoculado la farsa de que nos invadieron, cuando el 60% de nosotros es de
invasor y, la otra parte, de los invadidos. Por alguna extraña razón que
prefiero no conjeturar, las mujeres indias de aquellas conquistas veían en los
caballeros una oportunidad parecida a la marital, por lo que no siempre fue
violencia sexual.
Si es por invasiones, la historia de la humanidad, y más si
hablamos de la historia militar, se ha ventilado a base de invasiones… y no por
eso los demás pueblos no andan lloriqueando por su pasado. Con las Naciones Unidas,
por lo tanto de 1948 para acá, es que la comunidad internacional determinó que
ningún país puede anexarse otro, o parte de otro. Antes era de lo más común y,
por tristeza, les parecía que entraba
dentro de la lógica de la guerra. La apreciación era tan distinta, que no se
llamaba Ministerio de la Defensa, sino de Guerra y Marina.
Así que si de invasores se trata, los invasores no están en
Europa, pues capaz que los que están allá nunca vinieron, sino los que se
quedaron acá, con costumbres sexuales muy distintas a las de Pretoria. Y los
invadidos, los auténticos, han quedado reducidos a algunos pueblos o protegidos
por selvas y montañas… y a esos tan solo se les brinda un saludo a la bandera. Por otro lado habría
que tener en cuenta que no existía una nación indígena, con sentido de unidad y
pertenencia, sino naciones… y algunas “caribeadas” por otras. Sesenta millones
de habitantes para 1492 en toda América de entonces significan hoy en día la
población de dos Venezuela o menos de 2 veces la ciudad de México o 2 veces la
ciudad de Nueva York en un territorio de 42.900.000 de Km2. Por lo que en
América del Norte, al principio, podían convivir los dos pueblos, como en algún
momento ocurrió, si no se empeñaban en ocupar el mismo territorio o algún
desquiciado intentaba coleccionar cueros cabelludos o plumas para su recibo.
No se trata de negar el pasado, por supuesto. Se trata de
asumir que este es mucho más complejo de lo que aparenta ser, por traumático
que sea, y que permite diversas y variadas lecturas, que corrigen apreciaciones
inexactas quieren ser hegemónicas, de parte y parte.
El pasado reciente de la
democracia es otro ejemplo de adulteración intencional del pasado. No es que se lea desde la óptica
del materialismo histórico de Marx, que ya puede ser un reduccionismo. Es que a
sabiendas se callan algunos aspectos y se exageran otros para darle cierta
teatralidad a la comprensión. Así todo queda reducido a lo que, de pequeño, uno
se preguntaba ante una película de vaqueros: “¿quiénes son los buenos y quiénes
son los malos?” Impartir la enseñanza de la historia fundamentándola en una
premisa tan infantil deja mucho que desear o de su honestidad o de su
profesionalidad.
Ha ocurrido también con la historia
reciente: el gobierno venezolano a
adulterado fechas de profundo dolor, como las del Caracazo (27 de Febrero de 1989), los golpes militares del 4 de Febrero y 27 de Noviembre de 1992, el 11 de Abril del 2002 y el 12 de Febrero del 2014 para ponerlo a
su servicio. Pasado cargado de dolor donde el Estado venezolano se ha mutado en
los últimos 15 años de victimario a justiciero, a través de un proceso
amebiático de apropiación de las realidades y forjando matrices de opinión… que
han logrado con cierto éxito… con el precio de vender sus conciencias al
diablo.
El proceso de
reconciliación de
los venezolanos conlleva salir de este juego perverso, sin sacrificar ningún valor fundamental. O sea, no se trata de
preferir defender la libre empresa en contra de la dotación de hospitales o por
el estilo. La llamada justicia social tiene toda su vigencia dentro de otro
modelo económico, por ejemplo. Así que la decisión de reconciliarse no debe
verse como una renuncia a los valores fundamentales, sino precisamente la manera de realizarlos. Implica, por supuesto, la ciudadanía adulta que renuncia a la
infantilada de pensar que puedo dormirme en los laureles, porque papá Estado me
va a cuidar: el contrapeso del poder está en la ciudadanía activa y no dopada,
pues en cualquier momento, si los ciudadanos no están en vigilia, el Estado se
puede pervertir. Ahora bien, si por modelo socialista se entiende el de las
fracasadas utopías encabezadas por la Unión Soviética, ese modelo hay que
desecharlo, porque lejos de defender el Estado la justicia social lo que hace es envilecerlo
para provecho propio.
Un segundo aspecto para la reconciliación es la defensa de la Verdad. Quienes tienen
el poder o, como se plantea en criminología, puede beneficiarse de unos hechos
o una versión de los mismos, es de antemano sospechoso. Una comisión de la
verdad significa la recuperación más precisa posible del pasado, por doloroso
que sea. Ello implica también la aplicación
de la justicia no de forma vindicativa (venganza) sino según el Estado de
Derecho, que debe tener visos de neutralidad. Si el pasado resulta doloroso,
pero hay que reconocerlo y asumirlo, igualmente lo es cuando una persona
cercana resulta implicada en un hecho delictivo, más si son referentes a
derechos humanos. Claro que las cárceles no pueden ser los mataderos en que se
han convertido con la vista gorda de todo un país. Una sociedad debe contar con
cárceles dignas, no porque los criminales se las merezcan, sino porque la
sociedad tiene en alto la dignidad humana anterior a los hechos imputables, y
que no se pierden luego de la sentencia. Lo contrario sería una depravación y
degradación, donde los perseguidos serán otros pero la perversión institucional
muy parecida.
Un tercer aspecto, con vigencia para el individuo o la
sociedad, es entender que el pasado se
supera en la medida en el que no se le niega, como tampoco se niega el
dolor vivido o traído a cuestas. Esto no significa que se valore como positivo,
sino que se reconoce todo lo negativo que pudo haber habido… pero que se busca
encajar para que no contamine las posibilidades del presente. No se puede vivir
permanentemente sacando las cuentas por cobrar. Hay que desactivar el odio de nuestras vidas. Del pasado se puede aprender…
o me puedo distanciar: “yo ya no soy este” es mucho más que una coartada.
En dichos procesos puede que haga falta la mediación de
alguien, como ocurre con los individuos: un terapeuta, esas figuras que
inspiran sociedades, el concurso de psicólogos y sociólogos sociales, de
escritores y dramaturgos, de personalidades ligadas a la religión. Pero el
presente debe deslastrarse del pasado y debe representar, justamente por lo
vivido, una nueva oportunidad de corregir, mejorar o superar, sin barreras
mentales.
San Juan de la Cruz, ese famoso místico español, cifraba
la purificación de la esperanza de la persona en la purificación de la memoria. Para posibilitar el futuro hay que
purificar no el pasado, sino la memoria del pasado. Eso incide, añadiríamos al
santo, en nuestra identidad personal o colectiva. Si bien es cierto que hacerse
adulto y responsable puede ser manipular (moldear con mis manos, entrando en
contacto) mi pasado y mi dolor para direccionarlo hacia donde quiero, el pasado
presiona unidireccionalmente, en ocasiones. Al final la experiencia de Dios,
que es Amor, es quien, sin el concurso de las palabras puede purificar la
capacidad de esperar y amar. Bien compara el santo la labor de Dios como una “Llama
de Amor viva” o como el proceso de forjado artesanal que hace el herrero. Más
que definiciones es un proceso donde, para quien se dispone en Dios, es Dios
quien purifica y reconcilia. De por sí el amor entre las personas también
purifica todas ofensas, pues es gratuidad inmerecida.
Termino con esta frase de Paul Johnson, refiriéndose a la
historia de los Estados Unidos y a su pasado como despojador de tierras
indígenas y esclavista:
“Para juicio de la historia, lo que
compensa esos pecados es una sociedad fundada en la búsqueda de la justicia y
la imparcialidad ¿es esto lo que ha hecho Estados Unidos?
¿ha expiado sus pecados originales?”
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