¿POR QUÉ ES TAN IMPORTANTE EL ENCUENTRO ENTRE EL PATRIARCA KIRILL DE LA IGLESIA ORTODOXA RUSA Y EL PAPA FRANCISCO?
Pbro. Alfonso
Maldonado
Con contenida emoción
el P. Federico Lombardi anunció la próxima reunión de 12 de Febrero en La
Habana entre Su Santidad Kirill, Patriarca Ortodoxo de todas las Rusias, y Su
Santidad el Papa Francisco ¿Por qué es tan importante? Las razones son
históricas: se estaría buscando superar una situación que data del 1054, cuando
se excomulgan mutuamente católicos y ortodoxos: un camino de 962 años.
La formación de la
Iglesia, en los rasgos generales con que la conocemos hoy en día, no fue
inmediata. Fue un proceso paulatino donde el creyente ve la acción del Espíritu
Santo, pero donde no se puede negar desaciertos y pecados.
En los primeros 3
siglos la situación fue de marginalidad dentro del Imperio Romano, con persecuciones
frecuentes aunque localizadas, que buscaban desintegrar la naciente Iglesia encarcelando,
torturando y matando a quienes fungían de líderes. Se le consideraba una
religión “atea”, pues negaba la existencia de dioses y se abstenía de
participar en las celebraciones de la religión estatal, que confería al césar
el rango de “divinidad”. En esos primeros años no existía una articulación
entre las Iglesias regionales como estamos acostumbrado a verlo hoy en día,
sino que destacaban 3 sedes: la de Antioquía, la de Alejandría de Egipto y, la
más importante, la de Roma, por reconocer en sus obispos a los sucesores de
Pedro. Ante corrientes de pensamiento no compatibles y confusas con la fe de
grupos de cristianos, surgió una oposición que apoya su fidelidad a Jesucristo
en cartas de comunión, donde las distintas sedes expresaban la fe mutua. Las
sedes o patriarcados más importantes eran estos 3, pues se consideraban
fundados por san Pedro y san Marcos.
Una vez pacificada las
relaciones entre la Iglesia y el Imperio, y más cuando este asume el
cristianismo como religión oficial, va a entrar en escena Constantinopla, la
actual Estambul, como sede patriarcal. Un patriarcado es un conjunto de
Iglesias particulares, como las diócesis y arquidiócesis, bajo la comunión con
un obispo, que tiene el título de Patriarca. Esta sede va a ir adquiriendo
importancia, pues en ella fija su residencia el primer emperador cristiano de
la historia, Constantino. Posteriormente, con la división del Imperio romano en
Imperio Romano de Oriente e Imperio Romano de Occidente, Roma y Constantinopla
adquieren sobrada importancia. Pero esta separación, que también va a ser
idiomática (el griego en el este y el latín en el oeste), va a crear tensiones.
Datos como la fecha para celebrar la Pascua son alguno de ellos. Otro va a ser
la fórmula católica de plantea la proveniencia del Espíritu Santo del Padre y
del Hijo, cuando para ellos el único principio es el Padre, de donde proviene
el Espíritu Santo a través del Hijo. Problemas que para el hombre contemporáneo
poco instruido en lo religioso pueden parecerles intranscendentes, pero que no
es así. Lo curioso es el estudio “La Trinidad en la historia”, de Bruno Forte,
actual obispo italiano, que señala un problema idiomático y de traducción, pues
la fórmula latina no pretende hacer del Hijo principio o fuente del Espíritu
Santo, sino Mediador, tal como lo exige la formula griega. Que provenga del
Padre y el Hijo es porque pasa por el Hijo y Él lo da, sin ser su origen
increado.
Lo que aparentemente va
a ir creando mayor distancia con la Iglesia Bizantina (Ortodoxa de
Constantinopla) va a ser el decaimiento de la Iglesia Romana, luego de la
desaparición del Imperio Romano de Occidente. Tal decaimiento va a ser en
esplendor político (la sede imperial estaba en Oriente), aunque entre también
el decaimiento teológico y, quizás espiritual. Las fricciones van a ir
aumentando hacia el final del primer milenio, hasta que se producen mutuas
excomuniones en 1054, estando la Iglesia romana en pleno Siglo de Hierro, la etapa
más oscura de toda su historia.
Los contactos
posteriores serán esporádicos, motivados por comerciantes genoveses y
venecianos, dentro del tiempo de las Cruzadas. Por supuesto, está la Cuarta
Cruzada, de triste memoria, cuando en el 1204 las tropas fueron dirigidas por
navegantes venecianos contra las murallas de Constantinopla.
Un momento vergonzosamente
tórrido ocurrió a inicios del siglo XV, al comienzo del Renacimiento. Los
turcos estaban avanzando indeteniblemente hacia Constantinopla, por lo que estaba
en mortal juego tanto lo que quedaba del Imperio Bizantino como la Iglesia
Ortodoxa. Emisarios acudieron a Roma para buscar apoyo, el cual se les ofreció si
unían (sometían) al Papado, con la aceptación de la fórmula Trinitaria
explicada con anterioridad. Los delegados aceptaron, regresaron con las
promesas de ayuda, se enfrentaron al rechazo de la Iglesia Ortodoxa (el
Emperador, el clero y el pueblo) y finalmente la ayuda no llegó: los reyes
europeos mostraron escaso interés, produciéndose la debacle.
Si bien el cristianismo
llegó Kiev y Ucrania bien temprano en el tiempo, se considera que Rusia se
convirtió junto con su Emperador cuando éste aceptó la fe y fue bautizado en el
988. Hasta el siglo XV la Iglesia rusa dependía de Constantinopla. Mas después
del desastre se declaró “autocéfala” (auto=en sí mismo; cefos= cabeza, su propia
cabeza) y ha conservado la Fe hasta nuestros días, con las dificultades propias
de la era soviética.
Las relaciones con los
ortodoxos habían permanecido
herméticamente cerradas para la Iglesia Católica, nivel de jerarquía y misioneros, por
acusaciones relacionadas también con el proselitismo. Luego de la caída del
comunismo se legalizó la presencia católica y en el 2009 se establecieron
relaciones entre El Vaticano y la Federación Rusa. Este temor (de proselitismo),
la historia de la separación y principalmente diferencias en cuanto al rol del
Obispo de Roma (Papa) constituyen los retos a superar. No hay diferencias
doctrinales notables y los sacramentos de la Iglesia ortodoxa son reconocidos como
válidos por la Iglesia católica, que no es un asunto solo legal: Dios actúa a
través de dichos sacramentos de igual modo, sin diferencia, que en la Iglesia
Católica, conservando la fidelidad al Evangelio y sus obispos fueron ordenados
por sucesores de los Apóstoles, lo que le da validez a los sacramentos (ocurre
misteriosamente lo que se anuncia, por una asociación especial con Jesucristo).
Los ortodoxos pueden abrirse
a una convicción propia del primer milenio: que el Obispo de Roma es “primus
inter pares” (el primero entre iguales). En palabras de Ignacio de Antioquía
(115 dC), “Roma preside a las demás iglesias en la caridad”. Por supuesto que
queda definir las consecuencias de esta afirmación. Ya Joseph Ratzinger, años
antes de ser Benedicto XVI, había escrito que la Iglesia católica debía
estudiar formas de Primado (el lugar del Papa) que eran admitidas por ambas
iglesias en el primer milenio, y renunciar a añadidos posteriores que no tienen
que ver con la naturaleza del Papado como dogma (por ejemplo, la manera
renacimental que los papas vivieron en el siglo XV y XVI o como rey terrenal
del centro de Italia).
Queda por ver cómo se
desarrolla este encuentro, independientemente de los temas que traten. En el
2009 un Delegado del Patriarca Kirill visitó a Benedicto XVI en Castelgandolfo.
Hoy ocurre el milagro de la reunión de hermanos.
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