“SPOTLIGHT”: MIS IMPRESIONES SOBRE EL OSCAR



Alfonso Maldonado, sacerdote

     Debo confesar que no me lo esperaba, como no me esperaba, de manera muy distinta, que “Mad Max” arrasara con tantos reconocimientos. Me excuso sólo con decir que, independientemente que a esta última la vea o no, no es el género que me atraiga. Lo cual no le resta méritos. Sé que Alfonso Molina, sobradamente más autorizado que yo en la materia, considera que el director George Miller pudo hacer algo mejor que un remix. Esta sí es una crítica importante, vía twitter, que no cuestiona para nada el tipo de película.

     En otros reconocimientos, como el galardón al corto animado para la chilena “Bear Story” (“Cuento de Oso” sería la traducción más fiel, en vez de “Historia de un Oso”), o “Amy” para el renglón documental o “The son of Saul” (El hijo de Saul), en caso de las películas de habla no inglesa, correspondían a lo que sentimentalmente esperaba, con expectativas razonables sobre el desempeño que tendría “El abrazo de la serpiente”, sin más elementos que rápidas reseñas y sin saber claramente contra quien competían.

     Y en el caso de los galardones de largometraje animado ( “Inside out”, “Intensamente”), dirección fotográfica (Emmanuel Lubezki, por “The Revenant”, “El Renacido) , efectos especiales (“Ex Machina”), actor de reparto (Mark Rylance en "Bridge of Spies", “El puente de los espías”) y actriz de reparto (Alicia Vikander en “The Danish Girl”, "La chica danesa"), a actor principal (Leonardo Di Caprio, en “The Revenant”, “El Renacido”)  y actriz principal (Brie Larson, "Room", “La habitación”) y director (Alejandro González Iñárritu en "The Revenant", “El Renacido”), sin yo tener las credenciales para evaluar sus méritos, puedo decir sentirme profundamente satisfecho. Así como guión original (“Spotlight”, “En primera plana”) y guión adaptado (“The Big Short”, “La gran apuesta”).

     La sorpresa la tuve cuando “Spotlight” (“En primera plana”) es reconocida como la mejor película por la industria. Esperaba que fuese premiada “The Revenant” (“El Renacido”). Considero que hay motivos afectivos pero también la manera soberbia como se desenvuelve trama, que se narra más de manera visual y por el acompañamiento sonoro que por las palabras. Creí que la gran contrincante de “El Renacido” iba a ser “The Danish Girl” (“La Chica Danesa”), por la calidad visual, fotográfica y de escenografía, así como el desenvolvimiento de los protagonistas; una historia algo difícil de contar puesto que se puede caer en la tentación de recostarla excesivamente en el aspecto reivindicativo de los colectivos LGBT más que, como consiguió a mi parecer, en el drama humano.

     Así que me ha tocado hacer algunas reconsideraciones y repasar la propuesta de hacer una película que recoja el proceso de investigación de Spotlight, el nombre de la unidad de investigación del Boston Globe. No por condescender ante unos gigantes que no necesitan de mi opinión, o por falta de criterio de mi parte, o por condescendencia o adulación.

    Iniciemos con un detalle de traducción que desilusiona: el genérico nombre “En primera plana” no hace justicia a la labor de estos periodistas y su compromiso profesional, independientemente que en los Estados Unidos se sabe que cualquier iniciativa, más en la línea editorial, no está reñida con el incentivo económico que se proporciona como recompensa. Quizás se nos olvide que sigue en pie, en algunos casos y estados, ofrecer recompensas ante la búsqueda de criminales. O sea, que  es socialmente aceptado, que una cosa no esté reñida con la otra y que de esa manera funcione la sociedad y defienda sus valores.

    Como decíamos, Spotlight es el nombre de la unidad de investigación de este prestigioso periódico. “Spotlight” significa reflector, lo que hace que se considere, de antemano, una mirada concentrada sobre un objeto iluminado en medio de las sombras. Pero puede hacerse una consideración más: los antiguos interrogatorios de la policía se hacían, inclementemente, sobre sospechosos que, sin que signifique que se les torturase. Se buscaba quebrarles anímicamente hasta que se contradijesen o confesaran la verdad.

     Como se sabe, la película narra el entramado de las investigaciones desarrolladas en el arco del 2001 al 2002, en relación con la manera como la Iglesia Católica, particularmente la de Boston, estaba manejando los casos de sacerdotes pederastas. Un tema espinoso que ha encontrado eco en los papas Benedicto XVI y Francisco con su política de “Tolerancia cero”.

     El film tiene cierta sobriedad que es exigida por la propia temática. No se va por historias colaterales o sentimentales, sabemos poco de los reporteros, el manejo de la cámara evita el exceso de acercamientos o excesiva distancia, por lo que el suspense se plantea procurando que el espectador se sienta en la distancia adecuada para ver los hechos que se narran y evaluarlos con sensación de objetividad. En ese sentido tiene un aire, con perdón de los entendidos, de esas series de investigación de los años 70 u 80, cuyos personajes carecen de interioridad puesto que lo importante es contar la historia.

     Así que el resultado es una obra basada en un guión muy bien elaborado, que impresiona por su argumento y la sobriedad y sencillez de la narrativa, que consigue que el espectador confronte los hechos.

     En la vida real dichos escándalos, pésimamente manejados por la Iglesia norteamericana, destapa una auténtica cloaca de perversión que se repite en distintas partes mundo (en oportunidades ha servido como para calificar un “pescozón” en un colegio católico dentro de las estadísticas de abusos sexuales). Como indica el laico católico George Weigel en su libro “El coraje de ser católico”, la Iglesia en Norteamérica enfrentó las demandas como si fuese una empresa. Digamos nosotros una empresa como la  farmaceútica ante la imputación por posibles cargos debido a efectos colaterales que sufren personas ante ciertos medicamentos. La reacción fue evitar los juicios a través de maniobras de sus representantes legales (abogados), que se movían para llegar a acuerdos extra-judiciales (acuerdos conciliatorios). El trato impersonal fue deplorable y los Obispos actuaron, fuera de un par de excepciones anteriores al escándalo de Boston, más como presidentes de corporaciones que como pastores. Y en oportunidades las víctimas, católicos fervientes, necesitaban el apoyo y compañía de sus pastores, no sus compensaciones económicas. 

     El Vaticano tardó en incorporarse a todo esto, puesto que ameritaba también abrir una investigación, cosa obvia, y durante años ha adolecido de cierta lentitud de respuestas. Por supuesto que  también se daban acusaciones injuriosas, como la que reseña el Cardenal Joseph Louis Bernardin en su libro “El don de la paz”: en el año 1993 un joven enfermo de SIDA acusó al Cardenal de haber sido abusado por este cuando él estuvo en el Seminario. Poco antes de morir, el joven se retractó públicamente, fue recibido por el Cardenal y participó con él en una misa en la residencia del Prelado, en presencia de sus colaboradores. Ya la galardonada Marlyn Streep  protagonizó la película “The Doubt” (“La duda”, 2008) una película que tocaba dicho tema, donde una religiosa enfrenta a un sacerdote. 

     Por lo demás, queda la pregunta, sobre todo para los que vivimos al interno de la Iglesia Católica, de cómo se llegó a esta situación.

     El Papa Benedicto, cuando era Cardenal Ratzinger, contestó de manera clara y firme pero sin dar mayores detalles. Él consideraba el desconcierto que se vivió en la Iglesia luego del Concilio Vaticano II, particularmente a partir del año 68, cuando aconteció el Mayo francés, como su causa. Consideraba que desde allí hubo una rebaja en la exigencia moral de sacerdotes. 

     Pero quedan otros detalles igualmente importantes: a nivel local se trató como pecados personales que debía evitarse hacer de conocimiento público, para no escandalizar la fe de las personas sencillas. Y se trató como tradicionalmente se ha tratado a los sacerdotes que se enamoran: cambiándolos de parroquia. Si bien es cierto que dichas personas no mostraron una mínima conciencia de lo que hacían (¿se confesaron? ¿se cuestionaron? ¿buscaron ayuda? ¿consideraron su responsabilidad? ¿su posibilidad de condenación eterna si no buscaban la forma de arrepentirse y enmendar?), las autoridades hicieron gala de una falta de claridad tal que rayó, con todo lo recriminable que pudiera ser, en auténticas complicidades.

     En primer lugar, no se abordó considerándolo como un crimen que debía ser sancionado dentro de la legislación de la Iglesia (actualmente debe entregarse a los culpables a las autoridades civiles). Aunque algo se podía hacer, ciertas especificaciones en latín generaban dudas en cuanto a la interpretación y aplicación, puede que tenga que ver con la falta de destreza para leer el latín correctamente. El llamado pecado de solicitud, por ejemplo, por el que un sacerdote le pide a una dama favores carnales durante el sacramento de la confesión, tiene más peso como sanción que lo que se hizo en su momento con quienes abusaron sexualmente de niños (en este caso el sacerdote queda suspendido ipso facto por un pecado que solo puede absolver la Santa Sede y se le suspende de todos sus cargos y obligaciones, como la de celebrar la misa). A los sacerdotes pederastas se les la removía de parroquia, cosa que se hacía antaño también como sanción para cuestiones menores (personalidades complicadas o conflictivas, falta de adhesión a la Iglesia de parte de sacerdotes cuyas acciones no eran tan graves como para la expulsión del estado clerical, que es la reducción al estado laical). Cuando se actuaba de esa forma, por supuesto, que parece más encubrimiento que una pena canónica.

      En segundo lugar, no se tomó en cuenta, en su momento, que se trataba de personas enfermas que, por lo menos, debían ser evaluadas si eran aptas o no para el ministerio luego de presentar ciertas conductas, y si podían ser tratadas. Por supuesto que para nosotros deben ser personas también denunciadas, procesadas y castigadas. Pero en ese momento, había un divorcio práctico con la psicología y psiquiatría, como si representaran una visión contraria y enemiga de la fe. Claro que se ha andado mucho desde entonces. No solo se consideran estas ciencias como apoyo para otras muchas situaciones sino que se realizan evaluaciones previas a los candidatos al sacerdocio y vida consagrada. Se busca evitar que ingresen personalidades contraproducentes, incluyendo los que puedan tener perfiles de pedofilia (gusto por los niños) y pederastia (acciones propiamente de abuso). Pero todavía hay camino que recorrer.

     Un tercer aspecto, tiene que ver con cuestiones típicamente teológicas, como el pecado, la gracia, el perdón y la misericordia. La carencia de ideas claras, con capacidad de articulación con la psicología y psiquiatría al igual que con el marco legal, enredó muchísimo el panorama ¿un sacerdote acusado de pederastia debía, por la misericordia, recibir otra oportunidad? ¿hasta qué punto la gracia que predica la Iglesia es capaz de revertir una personalidad enferma? ¿no es el sacerdote un pecador, como todos, que merece el perdón de parte de Dios? Esta lectura, en parte institucionalista (en el sentido, quizás, sociológico) propiciaba un acatamiento acrítico por parte de muchos que, quizás bajo la consideración de la obediencia, les gustaría ver al Espíritu Santo escribiendo recto en líneas re-torcidas. Se estaba pasado por alto el hecho que la obediencia no exime la conciencia, sino que la presupone y exige. Y que toda la organización de la Iglesia está en función y nunca por encima del Evangelio. Ciertos comportamientos fueron de fidelidad a la institución eclesial en su versión humana, pero no a la Institución fundada por Jesucristo, para quien sus preferidos son las víctimas y no los victimarios, aunque estos estén enrolados en las filas de los Apóstoles. Los pastores no se pastorean a sí mismos y deben tener compasión por la oveja extraviada más que por el pastor mercenario que está desolando y desollando el rebaño.

     Vivimos, afortunadamente otros tiempos. El marco legal y las referencias de la Iglesia han cambiado. Existe una comisión vaticana que busca prevenir el abuso de menores. Participan victimas de antaño. Ello no da por supuesto la sanidad de los actuales sacerdotes. Así como tampoco todos los pecados o crímenes de sacerdotes se  reducen a abusos de menores, lo cual es muy grave. La feligresía debe apropiarse de su rol dentro de la Iglesia, que implica colaborar y hasta corregir a los sacerdotes, pues todos seguimos a Cristo e intentamos adelantar destellos de su Reino a la vida presente. Y, cuando existan las certezas de crímenes, es deber denunciarlos ante la Iglesia y la autoridad civil.

     El Boston Globe destapó una realidad infranqueable, por lo cual merece reconocimiento y agradecimiento, aunque cueste levantar la vista del suelo y mirar de frente, como miembros caídos de la Iglesia santa de Dios. Spotlight la película, recuerda, de manera perdurable en el tiempo, tanto el escándalo como el coraje de aquel intrépido equipo de periodistas. Bien merecido, como se ve, el galardón. Queda, por otro lado, en evidencia la importancia de la Iglesia: para unos, como poder que hay que derribar; para otros, como referente que debe recuperar el sentido de su misión, sea trascendente o dentro del tiempo.

     Decía JoaquínNavarro Valls, periodista y psiquiatra, vocero del Vaticano antes de Federico Lombardi, que uno de cada cinco niños en el mundo es abusado. Y esto no ocurre en manos del clero. Pero la Iglesia debe seguir siendo motivo de esperanza y no de escándalo, no de manera actoral y superficial, sino desde las convicciones que legitiman su presencia en el mundo.

     Bien por "Spotight".

     Boston Globe: ¡GRACIAS!

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