LA DECISIÓN MORAL DE EMIGRAR
Alfonso Maldonado, sacerdote
1.
EL
DILEMA
Es común en Venezuela (tristemente
común) que haya personas, sobre todo jóvenes, que se estén planteando el tema
de emigrar. Normalmente se aborda desde lo propiamente coyuntural y
conveniente, que tiene validez, pero que para muchos no es suficiente. Existen
personas y organizaciones de asesoramiento, e incluso libros que abordan el
tema. El tópico es recurrente y en oportunidades la radio hace enlaces para
entrevistas con aquellos que ya no están por el país, con lo que significó, lo
que hacen, lo que añoran… cosa que no se digiere tan rápido desde el punto de
vista emocional.
Pero no
siempre se puede tomar una decisión sobre una hoja de papel, organizando en una
columna los pros y en otra los contra. Para muchos hay un dilema de tipo moral:
el qué debo hacer. Tal pregunta está referida a las obligaciones hacia la
familia, la sociedad o la patria, en contraste con aspiraciones legítimas y
obligaciones en cuanto a la pareja, la prole o los futuros hijos. Y en el caso
un cristiano queda la referencia a Dios: sabe que su vida está direccionada
hacia Dios, por lo que cabe tanto en el amor como en el heroísmo tiene espacio
la abnegación. O la pregunta, que no se contesta con facilidad, sobre lo que
discierno como Voluntad de Dios para mi vida.
El primer
detalle que debe aclararse es que Dios no se revela con voz estruendosa, audible,
que se impone desde fuera. Por lo menos no para la mayoría de los mortales,
incluida una porción generosa de los santos canonizados. Que si bien puede
haber procesos delicados de discernimiento, donde interviene los consejeros
espirituales, la Iglesia encuentra que la voz de Dios resuena en la conciencia
moral.
En lo más profundo de su conciencia
descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta a sí mismo, pero
a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos
de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe
evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita
por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la
cual será juzgado personalmente. La conciencia es el núcleo más secreto y el
sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz
resuena en el recinto más íntimo de aquélla. Es la conciencia la que de modo
admirable da a conocer esa ley cuyo cumplimiento consiste en el amor de Dios y
del prójimo. La fidelidad a esta conciencia une a los cristianos con los demás
hombres para buscar la verdad y resolver con acierto los numerosos problemas
morales que se presentan al individuo y a la sociedad (Gaudium et Spes 16, del
Concilio Vaticano II - 1965).
Tal convencimiento le otorga una
autonomía envidiable a la persona humana, pues ningún poder puede moralmente
decidir sobre ella, ni suplantarla ni imponerse. Que si bien la valoración
moral de las acciones no se construye a conveniencia, pues tiene un realismo
extrínseco a la persona y no depende de la opinión de ella para cambiar su
calificación moral, las decisiones sobre lo que se debe hacer se elaboran ante
Dios en la intimidad de la conciencia. Por ejemplo, un matrimonio roto es una
tragedia. No es trágico en ciertas circunstancias y en otras no. Siempre es
trágico, aunque en casos sea la única alternativa. Pero una esposa vejada,
humillada y maltratada puede no es culpable de la separación, hasta sentirse
subjetivamente obligada a dar ese paso, si con ello protege su integridad
física, moral y psicológica. Otro ejemplo: la muerte siempre es el final de una
vida, pero la muerte provocada es una tragedia del sin sentido: sin embargo, la
valoración de la culpa subjetiva en caso de un aborto o atentado terrorista es muy
diferente que la muerte ocurrida en la confrontación bélica (si soy un soldado
en medio de una ráfaga de balas) o cuando la policía abate a un grupo de
secuestradores como último recurso para recuperar ilesos a sus víctimas. Este
puesto elevadísimo de la conciencia humana hace que, de antemano, la Iglesia no
pueda abalar cualquier sistema político, sino que pide que se tenga como centro
a la persona y a su capacidad de tomar libremente decisiones de conciencia.
Pero tomar
una decisión de conciencia es distinto a hacer las cosas porque me da la gana.
Por supuesto que el legítimo espacio para el ejercicio responsable de la
libertad, en la sociedad, permite todo tipo de opciones. Los Derechos Humanos
tienen que ver mucho con esto, así como la tolerancia. «Todo es lícito», mas no
todo es conveniente. «Todo es lícito», mas no todo edifica” (1 Co 10,23).
2.
RETAZOS
AUTOBIOGRÁFICOS
Pero antes
de entrar en la cuestión, quisiera compartir mi convencimiento, madurado a lo
largo de los años, sobre la validez de la decisión de emigrar, así como el
sentido de quedarse. En él se relatan diversas circunstancias en cuanto al tema
migratorio. Mi padre se formó como físico en España. Si bien regresó al país,
luego de casarse, para trabajar en el Instituto Pedagógico de Barquisimeto,
pronto el IVIC (Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas) lo
contrató. De allí partió para formarse en el Max-Planck-Institut de Alemania
durante 2 años y posteriormente fue contratado por la Universidad de Florida,
como investigador. Al año de estar allí tomó la decisión de regresar a
Venezuela (decisión que para el momento ya me involucraba a mí), se incorporó
al IVIC, luego a la UCV (Universidad Central de Venezuela) y, finalmente, fue
de los profesores fundadores de la USB
(Universidad Simón Bolívar). Junto a él, una generación de profesionales abrió
la carrera de física en Venezuela y ayudó asimismo a consolidar carreras
afines, como las ingenierías vinculadas a la física (otro tanto ocurrió con
quienes estudiaron química en el exterior).
Ese fue el
ambiente de mis primeros años de vida, así que desde muy pequeño sentí que el
mundo universitario y de la investigación me pertenecía. Y desde pequeño quise
formarme fuera del país e, inclusive, establecerme en el exterior por
aspiraciones académicas y de investigación. Aunque me decían que tenía
facilidades para otras carreras, era la biología la que me llamaba la atención.
Sin embargo, en gran parte mi interés no se acompañó por la debida preparación
durante mi adolescencia. En parte tiene que ver con falta de orientación sobre cómo
orientarme en función de realizar tales propósitos, en parte porque no creo haber
contado con la madurez necesaria. Y debo reconocer que también influyó cierto
talante filosófico que propiciaban las brumas melancólicas de la y que me
hicieron entrar en crisis preguntándome sobre el sentido de la vida. Y, como el
apoyo institucional a la investigación en el país también ha sido deficiente
(no tanto como ahora), la advertencia de un compañero sobre el naufragio de la
investigación en los arrecifes de una docencia mal reconocida y apreciada
terminaron por desanimarme. Así que el interés legítimo por emigrar encalló en
“punto fijo y playa seca”.
Esa llamada
“crisis de sentido” de talante existencial me permitió recobrar mis raíces
cristianas. Mi familia era católica, aunque mi papá racionalmente no conseguía
digerir muchas cosas, por su formación científica. Si bien Heisenberg, el
premio nobel de Física por su teoría de la incertidumbre del átomo, era un
católico convencido, con una racionalidad no reñida con la fe, sino estimulada,
fue diferente al caso de mi papá. En esos años acudía dominicalmente a misa
pero no me parece que era capaz de dar “razón de su esperanza”. Mas bien daba
razones bien desesperanzadas que legitimaban el que hubiese huido de los
recintos clericales. Pero, además de su misa dominical, mucho tiempo participé
con mis padres del rezo del Rosario y el Trisagio los días viernes. Y, por
otros motivos, yo crecí con un firme convencimiento de la existencia y cercanía
del Dios cristiano, aunque su vigencia y consecuencias prácticas para la vida
se me escapasen… o yo me escapase de ellas, en los años de adolescencia. Así
que, sin proponérmelo, pero sí como salvavidas, el sentido de Dios fue tomando la
totalidad de mi vida, hasta que entré primero en el Seminario Arquidiocesano de
Caracas y luego en la Orden del Carmelo Descalzo en Venezuela.
De forma
curiosa y sin pretenderlo, yo fui incluido como único miembro de la tripulación
que debía acompañar a otro seminarista carmelita a estudiar en Roma. Realmente
era él el seleccionado pero, como yo era su compañero de curso, también me tocó
abordar el mismo avión. De esa manera tuve el privilegio de permanecer 3 años
en la Ciudad Eterna.
Por razones no tan sencillas de
explicar, ya en mi último año de teología, tuve lo que años después he podido
calificar como mi primera y no sé si única “entrevista de trabajo”: el Rector me
convocó a una reunión para plantearme la posibilidad de continuar mi formación
y eventualmente permanecer allí engrosando la nómina de profesores (supongo que
previa condición de un buen desempeño en el postgrado). Debo reconocer cuán
pésimo fue mi desempeño en dicha entrevista, lo que me sonroja. Me refiero al
tacto para intercambiar pareceres con el nivel de cortesía necesario. Por
supuesto que era y lo seguirá siendo una oferta tentadora (“tentación” en el
doble sentido: como aspiración humana legítima o como oportunidad para desviar
mi atención del Señor). Pero mi pasividad (el silencio con que enfrenté ese momento)
se explica, además en razón de una inmadurez imperdonable, por el torbellino
interno que vivía: 1) acababa de ocurrir el caracazo (1989) y no sabía a qué
país iba a regresar; 2) regresar a Venezuela era importante, para consolidar la
presencia de la Orden en la Iglesia y servicio al Pueblo de Dios; 3) estaba
convencido que en la vida consagrada las cosas ocurren a través del voto de
obediencia: no era lo mismo que yo tramara quedarme en Roma que la Orden –y la
Delegación de Venezuela- me lo pidieran (por supuesto que hoy en día entiendo
que las cosas se hacen dentro de un diálogo que no niega la obediencia, que era
lo que estaba haciendo el Rector conmigo); 3) como hijo único había permanecido
3 años alejado de mis padres y, de concretarse, debía asumir las consecuencias
de prolongar esta distancia, estando ellos en un país que arrastraba una
economía a punto de quiebre. Por lo tanto, estos dilemas, el de irse o
quedarse, ya estaban presentes en mí. Pero suponía que era algo que se me
podría, si acaso, pedir. De nuevo, la torpeza fue todavía mayor cuando una
conversación que me hubiera paralizado en español, la tenía que enfrentar en mi
bien fluido italiano, que no hizo gala de presencia. Así que para finales de
Septiembre de 1989 estaba de vuelta en Venezuela.
Con el
ascenso al poder de Hugo Chávez Frías (1999) volvió a aparecer en mí las
inquietudes emigratorias. No se asomaba aún hacia donde podía terminar todo
esto y ese asunto de la llamada “tercera vía” entre socialismo y capitalismo
estaba en el aire. Pero si bien la añoranza por los partidos tradicionales no
estaba en mí (el comportamiento de est os en los 80 y 90fue muy torpe, por no
decir suicida), no entendía el ambiente de adulación nacional hacia el
presidente. Podía esperar para ver cómo estaba maniobrando (hasta parecía
interesantísimo en su primer año, para abrirle paso a la Constituyente), pero
había un punto de honor que no toleraba: que el presidente fuera un militar
ante quien los demás debían doblegarse. Para mí las luchas cívicas en Venezuela
y en el mundo habían significado la prevalencia del sector civil
(intelectuales, obreros y empresarios, sin pretender nombrarlos a todos) sobre
la imposición de las armas y la fuerza bruta. Hasta el proletariado de Karl Marx.
Era cuestión de racionalidad, sin negar las presidencias de militares bien
preparados en Venezuela y en el mundo. Racionalidad, diálogo y debate han sido
y son para mí fundamentos de la sociedad donde quiero vivir (la racionalidad
incluye una lúcida solidaridad y sentido del bien común, la libertad
individual, libre empresa, justicia, instituciones fuertes y demás etcétera).
En el negado que yo estaba viendo, cuando el presidente tenía una aprobación
hasta del 80%, hacía que yo no me reconociese en mi propio país. Así de simple.
Sentía que estaba en un sitio desconocido y absurdo para mí. Si tan contentos
estaban todos, parecía natural que era yo quien estaba sobrando. La lectura de
Teodoro Petkoff, Pompeyo Márquez y Manuel Caballero fue muy importante. Me
reconciliaba en algo, puesto que no eran alucinaciones mías, sino que otros lo
veían también, con una capacidad crítica superior a la mía. Su crisis con el
MAS durante el proceso eleccionario del 98 tenía que ver con que el ideario
original del partido era no “besar el trasero a los militares” (“Kiss his ass”,
que se diría despiadadamente en inglés). En ese momento, antes de dejarme
acompañar con sus análisis por estas personalidades, si la decisión enteramente
hubiese dependido de mí sin involucrar a nadie más, capaz hubiese explorado
otros parajes ajenos a los confines nacionales. Pero, por supuesto que no pasó
nada, fuera de ese malestar. Y yo seguí en esta “tierra de gracia”.
Otra vez
volví a sentir la disyuntiva en el 2007. No tenía que ver conmigo, como sacerdote, sino con las personas
que estaban en mi entorno y que dependían directamente conmigo, tanto por salud
como por su porvenir. Se llegó a conversar con algunos amigos, con aspiraciones
semejantes. Ya veía venir la escasez de medicamentos, entre otros. Un amigo tenía
a su esposa enferma de cáncer. Le decía que emigrar equivalía a asegurar la
provisión de medicamentos necesarios. Pero mucho antes de que la crisis se agudizara a
los niveles actuales, su esposa (mi amiga) empeoró y murió. En esa ocasión había
pensado con toda seriedad en la posibilidad de emigrar.
En estos
momentos mi situación es otra. Sigo teniendo un entorno particular y vulnerable.
Pero descarto la alternativa. Creo que debo intentar acompañar lo que vive el
país y, en la medida de mis posibilidades, sostener la esperanza, confortar, promover
la reconciliación y el diálogo y, mucho me gustaría, orientar y ayudar a la
reflexión. Doy clases en el seminario de la ciudad que me ha acogido e intento
hacerlo lo mejor posible (creo que otros lo harían mejor y estarían mejor preparados);
conduzco un programa dominical por radio que se llama “Razones para la
Esperanza”. Y es desde aquí que quiero aportar en algo con aquellos que manejan
entre sus manos la penosa decisión de dejar el país. El aporte, si lo hay, es
de tipo moral y no estratégico. Y ojalá sirva para los que decidan quedarse o
no tengan otra alternativa. Y para la comprensión entre ambos grupos.
3.
LA
DECISIÓN
Conviene
considerar que la emigración es un proceso complicado internamente para las
personas que deciden irse. Lo natural es que las personas se queden en su país
y entre su familia, con costumbres conocidas y valores compartidos. Pero cuando
se emigra, y más por razones de fuerza mayor, el insertarse en el nuevo lugar
de residencia no es fácil. De ahí las estructuras de acogida que la Iglesia
busca crear para atender a los inmigrantes y, por supuesto, las peticiones de
apertura y aceptación a las sociedades de destino.
Pero este
proceso novedoso para los venezolanos no lo es para otras sociedades. Ni
constituyen una cuestión de “traición a la patria”. Inclusive podemos
identificar en la Biblia movimientos migratorios que tienen que ver con la
peregrinación misma que supone la Fe. El caso de Abraham es emblemático, cuando
Dios le pide, bajo promesa, que salga de su casa, su tierra y los suyos para ir
a una tierra que Yahvé Dios le mostrará (cf. Gn 12,1ss). El camino no es lineal
sino supone una serie de obstáculos y procesos que van transformando al hombre
de Fe que era Abraham. La misma salida de Egipto, que en este caso era tierra
de esclavitud, supone cruzar el mar Rojo (así los pioneros norteamericanos
sintieron que era su camino de Inglaterra a América) y trashumar por el
desierto hacia la Tierra Prometida(cf. Ex 14,15ss). Y luego del desastre de la
destrucción de Jerusalén y el Primer Templo (597-587 aC), Babilonia (Irak) fue
el lugar del destierro, para volver luego de 49 años (538 aC). En este último
proceso el judaísmo quedó diseminado por Babilonia y por Egipto. Algunos siglos
después se extendería también por todo el Imperio Romano.
Si nos
referimos al Nuevo Testamento, la primera persecución luego de la muerte de Esteban
supuso la expansión del cristianismo por otras tierras. Y el encuentro en
Corinto entre Pablo y sus grandes amigos y colaboradores, los esposos Aquila y
Priscila (cf. Hch 18,2ss), se debió a la
expulsión de Roma de cristianos y judíos por edicto del emperador Claudio (41
dC).
Si pasamos a
la historia de la Iglesia, sin alargarnos más, las misiones no se explican sin
el desarraigo de hombres y mujeres a sus orígenes, para anunciar con vida,
palabras y obras, el Evangelio en otras regiones. Y en el siglo XX comienza a
ser cada vez más común y ejemplar los matrimonios y familias misioneras.
Si bien es cierto que las actuales
circunstancias son otras y no todos se lo planteen en términos de Fe, si hay
una fidelidad a ciertos valores universales que hacen que esta tierra pueda ser
habitable. Pero el cristiano se sabe peregrino en este mundo y ciudadano del
cielo (cf. Flp 3,20), lo que permite reubicar cualquier nacionalismo
beligerante y anacrónico.
Sociedades
como la italiana, sin excluir otras menos notables en el arte de dejar la
patria, han sido pueblos de emigrantes. En el siglo XX fue notable también la
presencia de españoles y portugueses en tierras venezolanas. Y tanto la
presencia mexicana como la china es común en el mundo, con identidades culturales y gastronómicas bien definidas.
Otro tanto pasa con los árabes cristianos y, en los últimos años, con los
musulmanes, con el conflicto religioso y cultural que se da.
El problema
que enfrentaba el venezolano cuando yo estuve en Europa era la fragilidad en su
identidad. Mientras otros grupos tenían raíces muy profundas, pareciera que
Venezuela era un país con petróleo y dinero, una mezcla de Tercer Mundo con
pretenciosa grandilocuencia. Por supuesto que esto era dañino.
Por fortuna una de nuestras riquezas
actuales es el patrimonio musical. Pero falla la memoria histórica, que tiene
la parte portentosa de la gesta independentista pero también cuestiones menos
brillantes que de todas formas nos explican. Esto es más que la catajarra de
batallas que se intenta hace memorizar a los niños, o a la historia militar
como capítulo aparte (¿o capítulo único?). Rescatar los valores y personajes
civiles es muy importante, pues es ahí donde la inmensa mayoría de los que se
quedan y de los que se van pueden identificarse. Una memoria militarizada
espera que surjan héroes militares. Pero no es así: la historia es civil,
porque las sociedades son sociedades y no cuarteles. La labor de lo militar es
importante pero delimitada. Rescatar valores y personajes del pasado y del presente
es vital para saber quién se es en el extranjero, se vaya o no a regresar algún
día, o se quede en estas tierras. Que las generaciones que crezcan en otras
latitudes y continentes puedan sentir el orgullo de tener raíces venezolanas es
un tejido que se está entramando.
Algunas
pinceladas a tener en cuenta, tanto por unos como por otros:
·
EL
ROL DE LA CONCIENCIA. Nadie está por encima de las decisiones que tomes desde
tu conciencia. Decía el Cardenal Newman, en proceso de canonización: si mi
conciencia decía algo distinto a lo que dice el Papa, puede que yo esté errado,
pero debo obedecer a mi conciencia. El transitó de la Iglesia anglicana a la
Iglesia católica… por razones de conciencia.
Conviene, por supuesto, que la
conciencia sea formada, cuente con información, tenga recta intención. Que
escuche a todas aquellas personas que puedan aportar razones de peso a favor o en
contra. Pero al final la decisión es de quienes deciden emigrar, sea una
persona o un grupo familiar. Este proceso de toma de decisiones no asegura la
infabilidad de la decisión: da probabilidades de que se está haciendo lo que se
tiene que hacer. Hay que dejar márgenes para rectificar. Inclusive si debo
variar de forma no caprichosa con el destino donde espero echar raíces.
·
TODA
DECISIÓN SE HACE POR SENTIDO DE RESPONSABILIDAD. No se trata de meras razones
de conveniencia o comodidad, no porque un buen puesto de trabajo sea algo
despreciable, sino que debe prevalecer el sentido de responsabilidad: creo
hacer lo correcto y lo que es mejor tanto para mí como para los que dependen o
les afecta directamente mis decisiones (esposo, esposa o hijos). Por supuesto
que la responsabilidad queda lejos de la presunción y la soberbia. Una buena
señal es la humildad y, aunque exista la convicción, que se sienta empatía con
los sentimientos de los seres queridos que quedan. Es buena señal que no debe
debilitar la decisión ni debe servir para engancharse a culpas. Ser
responsables no solo con lo mejor con lo familia sino con lo mejor que puedo
dar de mí, en un ambiente donde sea reconocido y premiado mi esfuerzo, o se
incentive mis esfuerzos por seguir preparándome o investigar.
·
HABLANDO
DE CULPAS. No conviene hacer valoraciones desde la culpa o desde el cliché de
“traición a la patria”. Ni los que se quedan son héroes ni los que se van son
traidores ipso facto. Para los que se van el retorno no es cien por ciento seguro.
Venezuela no solo sufre una penuria inimaginable que se pueda acomodar con un
reacomodo de las fuerzas políticas, sino que requiere de un cambio cultural
(los valores, la manera de relacionarse y producir). La quiebra entre política
y cultura nos trajo a la situación en la que estamos. Así que ponernos de
acuerdo todos en lo que queremos, con un liderazgo quebrado y sin credibilidad,
no va a ser nada fácil. Además que el país no está preparado para una situación
post-petrolera ¿cómo se piensa mantener toda la infraestructura que se creó si
no hay un modelo eficiente que sustituya el rentista petrolero? Si decides
irte, es del todo razonable. Convendría que, estés donde estés, seas un buen
embajador de Venezuela y te preguntes cómo participar activamente en favor del
país. Al igual, por supuesto, de aportar al mejoramiento de la sociedad que te
reciba.
Por supuesto, si tu ámbito es el
mundo de los negocios, ojalá que tu prosperidad pueda invertirse también en el
país cuando estén dadas las condiciones, aunque no vayas a retornar. Si eres un
profesional destacado, un investigador o
docente universitario, ojalá puedas ayudar a que el conocimiento en esta tierra
de gracia no quede tan rezagado. Y así por el estilo. El amor siempre está de
la mano con la creatividad… hasta el amor por la patria.
·
LA
VISIÓN SIMPLIFICADA DEL QUE SE VA. Conviene tener en cuenta que desde fuera vas
a ver las cosas de una manera simplificada. Eso no significa que, por
simplificado, sea falso. En oportunidades podrás ver las cosas sin la maraña
comunicacional que nos somete el gobierno. O podrás absolutizar lo que digan
las agencias de información que tienen filtros o perspectivas limitadas. Así
que no vas a creer que ciertas actitudes se cataloguen como pasividad. Ojalá
tengas formas de corregir tu opinión o, por lo menos, precisarla mejor. Por
ejemplo, el escuchar lo que te digan los que se han quedado atrás. Si es
posible, escuchar tanto a los de clara militancia como a aquellos que no
siempre sabemos si la oposición sabe dónde está parada.
Hacer de “comando de operaciones” desde el
extranjero es, si se me permite la expresión, insultante para los que
decidieron quedarse o no pudieron emigrar. Un sentido de colaboración
sinergético es una buena y sabia estrategia.
·
SOBRE
LOS QUE SE QUEDARON. Hay dos tipos de personas que pueden quedarse en el país:
los que no quisieron partir y los que no pudieron partir. De antemano no te
confiere por tu decisión de quedarte el grado de general en jefe de antemano,
así que la humildad es una buena consejera. Conservar la cordura es ya un
aporte importante, pues en oportunidades el radicalismo atroz es síntoma de
psicopatología. Escuchar hasta lo que no quieres oir es importante, si cuenta
con los argumentos de apoyo. Desmenuzarlo, compartirlo, digerirlo o pedir
orientación es legítimo. No es contaminarse sino explorar la posibilidad que el
contrario tenga razones para pensar o sentir así, aunque sean equivocadas.
Puede darse la sorpresa que nos consigamos con elementos valiosos o con “mea culpa”
(reconocimiento de culpas por lo que estamos viviendo) en la escucha del que
piensa distinto (equivale a ver “Aló, Presidente”). Recuerden que hasta aquí
llegamos todos: unos por el proceso equivocado de 15 años y otros por la
obstinación y pasividad de los últimos 20 años del siglo pasado.
·
RESPETAR
LA OPCIÓN DEL OTRO. La decisión de emigrar es legítima, aún en los casos que se
haga por razones equivocadas. No tiene sentido enemistarse con los que no están
aquí. Ellos tienen sus luchas y quieren colaborar con la lucha de aquí. Por
supuesto que un hipercriticismo “saca la piedra”, porque por aquí tienen que “calarse”
(para evitar groserías fuera de lugar) las amenazas y represiones. Eso no
significa que todo se esté haciendo bien. Solo que es bien complicado. Que se
sienta la emigración como tragedia no significa que baste detenerla para que
tal tragedia desaparezca. Hay factores objetivos. Seamos realistas.
·
VENEZUELA
SIGUE SIENDO UNA GRAN ESCUELA. El mantenerse fiel a ciertos valores y no
dejarse doblegar en el sentido de nuestra capacidad de ser humanos, sigue
siendo importante. La resistencia ante la adversidad sigue permitiéndonos madurar
como personas y sociedad, sino decaemos en la barbarie. La creatividad de
bienes y servicios, de comunicaciones, de inventiva, son cosas excelentes que
ojalá algún día se pulan con una formación educativa y académica de altura.
Venezuela debe integrarse al concurso de las naciones y, para los que estamos
aquí, hace que lo hagamos de manera casera, procurando oportunidades de
negocios sin salir del país. Pero también negando a tratar a otros países con
la indiferencia con que otros países nos han tratado.
·
SI
DECIDES QUEDARTE no puedes “balconear” la vida (expresión del papa Francisco
para referirse a quienes ven pasar a las personas desde un balcón): debes
participar y zambullirte. Es muy fácil esperar que pasen las cosas u otros las
arreglen por mí. Y debo pulir mi capacidad de pensar y análisis. Así que debo
quitarme los anillos y embarrarme con la realidad política, pero también con la
realidad social. Si no fuese por la inseguridad, meterse en los barrios es
también abrazar a Venezuela. Y si puede enseñar, asesorar u orientar, bien
bueno es. Recuerda que el estilo de vida de los barrios es distinto al de las
clases medias y altas. De ellos hay mucho que aprender, así que métete en ellas
como aprendiz, aunque tengas otro estilo de vida. Y viceversa. Lo sé por
experiencia lo enriquecedor que es.
·
SI
ERES DE LOS QUE NO TIENEN MÁS REMEDIO QUE QUEDARSE, puedes tomar ese revés con
gallardía o con malcriadez. No son pocos los que ven, en acontecimiento tales,
como una llamada a estar a la altura de los acontecimientos. Participar,
organizarte, escuchar, reflexionar. La vieja guardia marxista se ocupaba mucho
de la reflexión, a su estilo, cosa que la nueva guardia pretende imitar
diciendo zoquetadas. La reflexión lúcida siempre es importante. Y el ocupar el
tiempo también. Que no solo se lo lleve las colas por la comida, cosa que
inmoviliza cualquier activismo.
·
FINALMENTE,
LA FE EN DIOS. La Fe en Dios no es un mantra que se debe repetir para atraer
las fuerzas cósmicas. Es una convicción que invita, a los que son creyentes, a
ver la realidad con otros ojos; a dejarse cuestionar por lo que se vive y a
preguntarse por el designio y caminos de Dios en estos acontecimientos, además
de vislumbrar su presencia como un presentimiento. Si bien es válida la oración
(y muy necesaria, pues no todo es activismo y sirve de antídoto ante la
desesperanza y el odio), se debe dejar a un lado el providencialismo (como si
yo debiera sentarme a esperar la acción de Dios, que por ahí viene). No es
conveniente establecer plazos al tiempo de Dios, como si pudiese fijarse en
base a oráculos y vaticinios. Eso es fatal. Su incumplimiento hunde en el
desaliento. No conviene recostarse en
creencias de adivinación, magia o superstición. La fuerza de Dios pasa por
nuestra comunión con su Voluntad y no con la repetidera de ritos sin propósito
o la invocación de fuerzas ocultas. Además que quien se apoya en la Palabra de
Dios sabe que esta prohíbe esas prácticas.
En estos momentos nuestra capacidad de amar
puede crecer y ser purificado, no porque Dios quiere que vivamos lo que
vivimos, sino que, pues lo estamos viviendo, que sirva para purificarnos de lo
que no es Dios, o sea, de lo que es contrario al amor.
Decía algún filósofo
existencialista: el hombre es un ser condenado a ser libre. Es decir, nadie nos
libra de tener que estar tomando, constantemente, decisiones que marcan nuestro
presente, pero que afectan nuestro futuro.
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