LA IDENTIDAD RELACIONAL DEL PRESBÍTERO

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            En oportunidades la terminología usual nos puede jugar malas pasadas. Porque puede ser muy exacta desde el punto de vista dogmático, con clara ventaja para la enseñanza según los catecismos de antaño. O porque jurídicamente expresa con precisión la norma desde la que se establecen deberes, derechos y sanciones. Pero la palabra “estado” (“estado matrimonial”, “estado clerical”) puede crear confusiones. “Estado” implica algo “estático”, sin cambio ni mutación, que es lo que se quiere afirmar. Es estable y perdurable. Los estados físicos de la materia implican ciertas propiedades, como el sólido, líquido y gaseoso (ahora se añade el plasma) que caracterizan y distinguen de otros estados, que no son transferibles. Y no se puede “estar” en dos estados simultáneos. Y el Estado como entidad política muestra su pretensión de tener estabilidad perdurable en el tiempo. La inestabilidad política atenta contra la “estabilidad” del Estado. Y si no se sustituye por otro, cuando falla a la pretensión mencionada, se usa el esnobismo de estado fallido, que implica una realidad de nombre, solo nominal.

            El lenguaje tiene mucho de ontológico, por supuesto. La alusión al sentido común, a la física y a la política sirve analógicamente para comprender lo que se pretende decir desde un lenguaje más metafísico. Y nadie niega lo que intenta decir, pero sí lo que deja de decir. Porque la estabilidad del estado, al que queremos referirnos en este artículo, no está en su estaticidad sino en su dinamicidad.

            De manera tradicional y popular, para el vulgo sin mucha formación, ser “cura” ha sido una alternativa más en la vida a la par que ser médico o militar y, por lo tanto, de adquirir notoriedad y ascenso social. Una sociedad de cristiandad (es decir, donde se amalgama hasta cierto punto la Iglesia y el Estado como entidad política y que se comparte, por tanto, el poder y sus privilegios), el ser sacerdote era una forma de surgir socialmente, si bien la nobleza aspirase a la dignidad del obispo o el abad y los que surgían de las otras clases a posiciones más humildes (del caso del Tercer Estado en tiempos de la Revolución Francesa).

            Con la quiebra del modelo por diversidad de factores (desde cierto secularismo hasta la introducción de una mentalidad hedonista) pudo verse la vocación sacerdotal como la aspiración individual de tipo profesional, a la par que se es médico, ingeniero o cualquier otra profesión que implique estudios universitarios. Pero queda la pregunta si esto explica la “estabilidad” de la vocación sacerdotal.

            Un médico es un médico con o sin pacientes. Su referencia es a sí mismo con el reconocimiento que le dan las leyes luego de la formación universitaria. Si se le prohíbe ejercer por cualquier causa, no deja de ser médico (se retira su licencia con consecuencias para el ejercicio profesional). Y aunque tenga un ACV, sigue siendo el médico fulano de tal. Sus estudios y ejercicio profesional hace que se le vea configurado, como persona, por esto. Es una clave explicativa de proporciones existenciales, independientemente si ver las cosas así sea o no adecuado. Su mente y a manera de ver la realidad están marcados (¿filtrados?) por estos años de preparación profesional.

Si un médico se comportase con sus pacientes como un mercader en un bazar, su código deontológico quedaría muy mal parado, puesto que no se espera que un médico actúe así. Pero difícilmente se negaría el que es médico. Y si un militar actuase como un médico, velando por la salud de su tropa, quizás no tomaría decisiones audaces que ponen en riesgo la vida de sus subordinados pero que garanticen operaciones militares exitosas. De ahí que es tan diciente la anécdota del desembarco del Che Guevara en Cuba, al inicio de la Revolución, puesto que les habían preparado una emboscada. En un momento infernal con balas y detonaciones en todas direcciones, cuando se ameritaba buscar amparo en las montañas, cae por tierra el futuro comandante. Desde el suelo se fija que ha caído por tierra el botiquín médico y otro con parte de arsenal militar. Ante la decisión de qué rescatar, puesto que era imposible salvar ambas cosas, el médico argentino decide salvar las arsenal y con esa decisión define su futuro. Era ser médico o comandante. Optó por ser comandante.

            Pero la vocación sacerdotal no es tampoco una profesión que se lleva marcando las neuronas o formando parte de las moléculas de los huesos. No es conocimiento adquirido ni es de referencia gnóstica (el conocimiento ilustrado). Por supuesto que tampoco es poder ni ascenso social y menos  una forma de procurarse los tres golpes diarios con que la gente subsiste (las comidas).

            La vocación sacerdotal (y en parte la vocación a la vida consagrada) puede explicarse desde su cercanía y analogía con la vocación matrimonial (también llamado “estado de vida” o “estado” matrimonial). Si bien son dos formas distintas de vida donde, por decir lo menos, se vive la afectividad y sexualidad de modos distintos, sin embargo ambos se implican desde el punto de vista teológico y eclesiológico. Una sana valoración del matrimonio acarrea una valoración importante de la vocación al sacerdocio y vida consagrada. Y, aunque se preste para cierto infantilismo y coartadas psicológicas, el consagrado (y más la consagrada) se desposa con Jesús. Por supuesto que este uso simbólico del lenguaje amerita tener en cuenta que la Esposa de Cristo es la Iglesia y no la persona individual. Pero que el Cuerpo de Cristo supone la salvaguarda de cada persona en particular y no la dilución y evaporación de esta en una totalidad sagrada. Y también se debería recordar que, para los místicos,  “matrimonio espiritual” es el término como llaman a la unión más estrecha que puede haber en este mundo entre Dios y un alma.

            La analogía del matrimonio nos permite entender que nadie está casado hasta que tiene un esposo o una esposa. A partir de ese momento, el otro ya no es uno más sino uno diferenciado. En el Cantar de los Cantares la Amada va en busca del Amado entre la gente sin localizarlo y sin confundirlo con la multitud. Dicen las hijas de Jerusalén a la Amada que les conjura para que le ayuden en su búsqueda: “¿Qué distingue a tu Amado de los otros, oh las más bella de las mujeres? ¿qué distingue a tu Amado de los otros para que así nos conjures?” (Ct 5,9). Porque es inconfundible e inintercambiable lo persona a la que se le ama. La vida de uno viene referido a la otra persona, en ella encuentra sentido y explicación. No se es esposo de manera genérica. Ese sería un esposo… “desechable”. El esposo deja configurar su vida por la esposa, toma decisiones en función de ella, tomándola en cuenta y de manera conjunta. Y ello no incluye un asunto de naturaleza práctico, sino que es la forma de ir tejiendo la propia historia compartida que, a su vez, teje en lo que nos vamos transformando. En un matrimonio de cuarenta o cincuenta años de casados, la personalidad de los esposos se explica en parte por la historia vivida, sea que hayan prevalecido los momentos buenos o los amargos. La vocación matrimonial no es referida del esposo por el esposo mismo, sino en clave relacional: en relación con la esposa y viceversa. Si el esposo considera a la esposa como una conquista u objeto de propiedad, tan estático y estable como una lámpara de mesa, el estado matrimonial se vuelve… inestable.

            Otro tanto pasa con los consagrados y, específicamente para el tema que tratamos, es decir, con el presbiterado (lo que comúnmente se llama “sacerdotes”, distinguiéndolos de los obispos, que en griego significa “ancianos”).

            Pues bien: la identidad sacerdotal es relacional. Su explicación, que amerita también categorías ontológicas, necesita explicarse en estos términos. Pues lo dogmático expresado en clave ontológica puede ser tan preciso como una radiografía que pone en evidencia el estado de los huesos que mantienen erguido el cuerpo. Pero un buen radiólogo y traumatólogo sabe que un hueso no permanece tan quieto como en la imagen, así que su sanidad supone  su capacidad dinámica.

El sacerdote se sabe incorporado  a Cristo Sacerdote de una manera ontológica, que involucra su ser de tal forma que le imprime un carácter indeleble. Pero eso que es cierto hasta cuando el sacerdote duerme es una explicación que corre el riesgo de ser incompleta: un sacerdote corrupto es igualmente sacerdote; un sacerdote involucrado con dictadores o narcotraficantes es igualmente sacerdote… por lo que todos sus actos, en concreto el confesar y celebrar la Eucaristía, son válidos: realmente está ahí Jesús perdonando y haciéndose presente en las especies eucarísticas del pan y del vino. Esa explicación es importante para aclarar este aspecto: que dichas acciones no dependen de la cualidad moral del sacerdote, lo que no debe entenderse como que el sacerdote tiene licencia para ser sinvergüenza.

            Cuando el Directorio para la Vida y Ministerio de los Presbíteros explica la identidad del sacerdocio en clave trinitaria y cristológica, permite que la autocomprensión del ministro sea referida y reflejada en Cristo. No se es sacerdote a mi manera, sino a la manera de Cristo, quien es el único y eterno Sacerdote.
En efecto, «nuestra identidad tiene como última fuente el amor del Padre. Hemos contemplado al Hijo que Él nos ha enviado, Sumo Sacerdote y Buen Pastor, con quien nos unimos sacramentalmente en el sacerdocio ministerial por la acción del Espíritu Santo. La vida y el ministerio del sacerdote son continuación de la vida y la acción del mismo Cristo. Esta es para nosotros la identidad, la verdadera dignidad, la fuente de gozo, la certeza de la vida» (CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio para la ministerio y vida de los presbíteros, 3 – citando Mensaje de los Padres sinodales al Pueblo de Dios (28 de octubre de 1990).

Lo que hace la realidad sacramental es permitir que Cristo se haga realmente presente en dimensiones también sensibles (simbólicas, siempre que este término no se entienda vacío de una presencia real), por lo que esa referencia no es opcional. No se puede reflejar externamente el sacerdocio aaronítico ni el sacerdocio propio de otras religiones, sean greco-romanas o amerindias, sino el sacerdocio de Cristo, lo que conlleva dejarse transformar en Él. Ser sacramento implica una visibilidad que debe hacerse presente a través de la humanidad del sacerdote, de manera análoga al Misterio de la Encarnación. El ex opere operato (lo que Dios hace con independencia a las intenciones o disposiciones de las personas) no excluye el ex opere operandi (lo que Dios hace con la humana colaboración), no para la validez sino para asumir todas las dimensiones de la sacramentalidad.

            En esa línea de referencia, la incorporación a la Trinidad se hace a través de actuar por elevación ontológica “in persona Christi Capitis” (como Cristo en cuanto Cabeza del Cuerpo Místico que es la Iglesia). Pero se es “alter Christus capitis” (otro Cristo como cabeza de la comunidad) no solo de manera ontológica con el Cristo glorioso, sino que ese Cristo glorioso se hace presente en la historia en la medida en que se hace presente el Cristo revelado en Jesús:

Por eso, al entrar en este mundo, dice: Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que vengo - pues de mí está escrito en el rollo del libro - a hacer, oh Dios, tu voluntad! Dice primero: Sacrificios y oblaciones y holocaustos y sacrificios por el pecado no los quisiste ni te agradaron - cosas todas ofrecidas conforme a la Ley -entonces - añade -: He aquí que vengo a hacer tu voluntad. Abroga lo primero para establecer el segundo. Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo (Hb 10,5-9).

            La carta a los Hebreos, capítulos antes, le da un dinamismo a esa realidad oblativa, concediéndole un dinamismo existencial que abarca la vida de Jesús, no solo su muerte, como un darse, un ser-para-los-demás, que tiene un momento cumbre, totalizante, que engloba la historia trazada en cada acto, en cada opción, a lo largo de su vida. Es sacerdote-víctima (“Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose él mismo maldición por nosotros, pues dice la Escritura: Maldito todo el que está colgado de un madero, a fin de que llegara a los gentiles, en Cristo Jesús, la bendición de Abraham, y por la fe recibiéramos el Espíritu de la Promesa”, dice Ga 3,13s).nVida referida al Padre en todo momento y no como acto último de cierre en el Huerto de Getsemaní:

Porque todo Sumo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados; y puede sentir compasión hacia los ignorantes y extraviados, por estar también él envuelto en flaqueza. Y a causa de esa misma flaqueza debe ofrecer por los pecados propios igual que por los del pueblo. Y nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios, lo mismo que Aarón. De igual modo, tampoco Cristo se apropió la gloria del Sumo Sacerdocio, sino que la tuvo de quien le dijo: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy. Como también dice en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec. El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen, proclamado por Dios Sumo Sacerdote a semejanza de Melquisedec (Hb 5, 5-10).

El sacerdocio de Cristo es existencial, asume la historia con sus víctimas y circunstancias. Y el sacerdote viene conformado con el Jesús terrenal (que es elevado como Señor) y no con un Cristo glorioso que sirva de coartada para el acceso a privilegios y el poder. Bien lo dice san Pablo:

Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia, de la cual he llegado a ser ministro, conforme a la misión que Dios me concedió en orden a vosotros para dar cumplimiento a la Palabra de Dios… (Col 1,24s).

La relación y referencia trinitaria se da manera igual. El sacerdote es incorporado al servicio salvador por la comunidad en una intimidad con el Padre y el Espíritu, no solo de manera ontólogica (estática) sino existencial (con dinamismo histórico): asumiendo la vida de Jesús. La historia y el tiempo forma parte de la estructura óntica del ser humano (ser-en-el-tiempo) y es elevada por la acción de Cristo en el sacramento del Orden.

En efecto, yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios: con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí (Ga 2,19s).
Por tanto, los presbíteros son llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una transparencia suya en medio del rebaño que les ha sido confiado. (PDV 15).

            Este irse conformando con Cristo y en Cristo, tomando en cuenta la historia con sus dimensiones sociales y existenciales, en el servicio concreto aunque no exclusivo de la Palabra y Sacramentos, hace que se contemple la vida de una manera distinta a la repetición rutinaria de actos sagrados. Toda vida es una historia donde de manera providencial el sacerdote puede hacerse presente en la vida, miseria y tragedia de tantas personas. Por supuesto que ello no excluye la colaboración de otros bautizados,  personas e instituciones. Pero también la sociedad va tejiendo diariamente una historia con capacidad de dejarse preñar por el Verbo de Dios, para torcer las fuerzas humano-malignas de la autodestrucción (condenación), contrarias a la filiación divina y a la fraternidad.

Por tanto, si bien es saludable una parroquia que cuente con buena asistencia en las misas dominicales, la catequesis y los sacramentos, es importante no confundirla cual si se tratase de una franquicia exitosa de productos celestiales. Es signo de buena salud, lo repito, como lo es el comer, respirar y dormir para el ser humano: incluso en una sala de Cuidados Intensivos la presencia de tales signos es totalmente necesaria y esperanzadora. Pero fuera de allí no es suficiente: una vida carente de sentido se siente como un pesado fardo que no tiene sentido cargar. Así que una parroquia puede gozar de buena salud, pero igualmente debe plantearse hacia donde la conduce el Señor. Hay una actitud orante, de escucha de la Palabra, que no puede comprenderse como prácticas piadosas absortas de la vida. Que nos dice el Señor en los signos de los tiempos de esa comunidad, Iglesia local o Iglesia Universal, no es un añadido. La referencia al Magisterio ordinario de los obispos tiene que ver con identificar, en la pastoral, no los propios gustos o urgencias, sino la manera como el Espíritu está conduciendo a la Iglesia. Y esto no es ajeno a la referencia al Jesús histórico, entendiendo que ese es quien la Iglesia identifica con el Cristo de la Fe.

            La identidad del sacerdote es referida y relacional, no solo en la clave de la filosofía contemporánea. Lo relacional alude a la Trinidad en cuanto Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y en la Trinidad lo relacional es profundamente dinámico. El principio, que es el Padre, es eterna fuente que engendra (“que bien se yo la Fonte que mana y corre”, diría Juan de la Cruz) de manera no engendrada al Hijo, siendo principio de Amor que envuelve a la Trinidad. El sacerdote, viviendo existencialmente como el Hijo en la tierra, entra misteriosamente en esta dinámica, que debe ser la dinámica también de la Iglesia, ícono de la Trinidad: permanente dinamismo relacional desde el amor y la misericordia entre sus miembros, para que el mundo pueda creer.

            Este sentido relacional hace que, de modo análogo al eterno dinamismo interno de la Trinidad, las relaciones que dan estabilidad e identidad a las vocaciones dentro de la Iglesia, deban ser igualmente dinámicas y referidas unos a otros. El sacerdocio (el presbiterado) no es un privilegio que encumbra a algunos hombres por encima de los demás. Es la manera concreta de vivir el bautismo con un plus sacramental que pone al ordenado en situación de servicio (orden, ordenado al servicio desde la sacralidad de Jesucristo servidor). El sacramento del Orden lo sitúa, por esto, el Catecismo dentro de los sacramentos de servicio. No se es sacerdote ante el Padre, puesto que el Padre no necesita de otro sacerdote fuera del Hijo. Se es sacerdote en el entramado de relaciones de la Iglesia, donde la Trinidad busca hacerse presente como Eterna Fuente. Si nos dirigimos al Padre en Jesús y como Jesús es en nombre y conjuntamente con la comunidad de la Iglesia que camina por el mundo. La caridad pastoral que nos une al Padre en Jesús y el Espíritu Santo tiene como prójimo al hermano necesitado y a la comunidad eclesial. Y en ese encuentro se salvaguarda la identidad relacional del sacerdote, tanto de manera cristológica y trinitaria como eclesiológica.

Por tanto, no se puede definir la naturaleza y la misión del sacerdocio ministerial si no es bajo este multiforme y rico conjunto de relaciones que brotan de la Santísima Trinidad y se prolongan en la comunión de la Iglesia, como signo e instrumento, en Cristo, de la unión con Dios y de la unidad de todo el género humano. Por ello, la eclesiología de comunión resulta decisiva para descubrir la identidad del presbítero, su dignidad original, su vocación y su misión en el Pueblo de Dios y en el mundo. La referencia a la Iglesia es pues necesaria, aunque no prioritaria, en la definición de la identidad del presbítero. En efecto, en cuanto misterio la Iglesia está esencialmente relacionada con Jesucristo: es su plenitud, su cuerpo, su esposa. Es el «signo» y el «memorial» vivo de su presencia permanente y de su acción entre nosotros y para nosotros. El presbítero encuentra la plena verdad de su identidad en ser una derivación, una participación específica y una continuación del mismo Cristo, sumo y eterno sacerdote de la nueva y eterna Alianza: es una imagen viva y transparente de Cristo sacerdote. El sacerdocio de Cristo, expresión de su absoluta «novedad» en la historia de la salvación, constituye la única fuente y el paradigma insustituible del sacerdocio del cristiano y, en particular, del presbítero. La referencia a Cristo es, pues, la clave absolutamente necesaria para la comprensión de las realidades sacerdotales (PDV 12).


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