LOS BRUJOS DE CHÁVEZ Y OTROS DEMONIOS

Pbro. Alfonso Maldonado
Los
brujos de Chávez es el nombre de un libro de investigación periodística de
David Placer, de Economía Digital. Toca un tema, que es en parte oculto y en
parte no (“secreto a voces”). Se está publicando en España este miércoles 15 de
Abril. Lo reseña un artículo, por lo demás de vertiginoso interés, de Rocío
Galván en el periódico El Mundo de España. Hace variar el nombre por Las
brujas de Chávez.
La popular atracción del tema queda
fuera de discusión. El ser humano, de cualquier latitud y hemisferio, siente
fascinación por el Misterio… y por
lo oculto. Pero, en contraste con las élites intelectuales de las sociedades
avanzadas (no me refiero al vulgo) que lo ven como crasa superstición y de
primitivismo pasmoso, en los alrededores del Caribe y algo más allá se les
concede veracidad o, por lo menos, credibilidad (“no creo en brujas pero de que
vuelan, vuelan”, dice un refrán venezolano).
No en vano, medio en serio y medio en
broma, se dice que a Venezuela se debe practicarle un exorcismo (Chávez llegó a
decir que los obispos tenían el diablo metido
debajo de la sotana y había que exorcizarlos). Pero tal afirmación, la de
exorcizar a Venezuela ¿tiene que ver con la Fe cristiana? ¿corresponde a la
cosmovisión de los creyentes en el Señor? Dando un paso más allá y no solo
refiriéndonos al sistema de creencias que profesa el cristianismo, si para el
cristiano la Fe y la Revelación no son solo verdades abstractas sino concretas,
es decir, criterios de una verdad real y no “ideológica” ¿eso es así? O sea, la
Fe supone una realidad suprasensible, de otro rango o nivel, y, por lo tanto,
una Verdad del mismo tipo, con problemas evidentes en cuanto a su formulación
(si suponemos que las fórmulas de expresar la realidad, que conjugan palabras, pueden
ser verdaderas o falsas). Por supuesto que la realidad es una sola, sino sería
esquizofrénica. Una visión no puede ser, al mismo tiempo, psicótica y mística,
pues o lo místico es patológico o lo patológico es místico. Algunas serán
patológicas y otras místicas.
De ahí que el cristianismo,
independientemente del bache de la Ilustración, haya avalado la compatibilidad
entre Fe y Razón. Lo recordaba no solo Benedicto XVI sino también Juan Pablo II
en su documento Fides
et Ratio. La razón humana, entendiendo por esta lo que humanamente es
comprobable por la ciencia o la reflexión sistemática, no es incompatible con
la Fe y la Fe reflexionada, si bien corresponde a dos campos o niveles
distintos de realidad, tampoco puede contradecir la verdad propia de la
ciencia, descubierto con métodos propios en su campo de estudio.
Así que conviene preguntar a los
fundamentos de la fe sobre estos asuntos de superstición, demonios y
exorcismos.
La primera evidencia bíblica del
problema es que superstición y rituales de otras religiones, como las cananeas,
son incompatibles con la Fe en el Dios de Israel. Esto está ya en el primer
mandamiento (cf. Ex 20,1-3). Se
tiene la conciencia que son “dioses” distintos. Y es clásica la cita del libro
del Deuteronomio 18,9-12 en que dice: “Cuando hayas entrado en la tierra que Yahveh tu Dios
te da, no aprenderás a cometer abominaciones como las de esas naciones. No ha
de haber en ti nadie que haga pasar a su hijo o a su hija por el fuego, que
practique adivinación, astrología, hechicería o magia, ningún encantador ni
consultor de espectros o adivinos, ni evocador de muertos. Porque todo el que
hace estas cosas es una abominación para Yahveh tu Dios y por causa de estas
abominaciones desaloja Yahveh tu Dios a esas naciones delante de ti. La Fe en
el Dios de Israel conlleva a una manera concreta de relacionarse con Él (culto)
y una manera concreta de conducirse por la vida y de organización social (para
el Antiguo Testamento implica una sociedad teocrática, y a partir del nuevo una
serie de valores que deben hacerse presentes en cualquier sociedad).
Tal prohibición pudiese ser
considerada como cuestiones de exclusión ideológica o de fe: o crees en el Dios
de Israel o en los otros dioses. Pero también se afirma que Dios es un Dios
celoso, con lo que se afirma, válidamente para cualquier época, que no son
concepciones relativas o intercambiables: “No te postrarás ante ellas ni les
darás culto, porque yo Yahveh, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la
iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de
los que me odian, y tengo misericordia por millares con los que me aman y
guardan mis mandamientos” (Ex 20,5s).
Por supuesto que el amplio consenso
que hay en el mundo, fuera de concepciones animistas como la santería en su
versión simplista, es que Dios es solo uno, independientemente de cómo lo
invoque la religión. Eso es cierto. Pero no es cualquier dios, sino el único
Dios. Para usar un antropomorfismo, Dios, como las personas, tiene un rostro,
no cualquier rostro. “Dice de ti mi corazón: «Busca su rostro.» Sí, Yahveh, tu
rostro busco: No me ocultes tu rostro” (Sl
27,8s).
Y un detalle no menos importante: a
la idea de Dios corresponde una idea del ser humano: Dios creó al hombre a su
imagen y semejanza. “Y dijo Dios: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como
semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos, y
en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que
serpean por la tierra. Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen
de Dios le creó, macho y hembra los creó” (Gn
1,26s). Si bien es cierto que podemos proyectar sobre Dios nuestras ideas
(Feuerbach), también es cierto que lo que pensemos de Dios marcará nuestras ideas
de lo que es el hombre.
En la antigüedad existía la convicción de que los sacrificios
a otros dioses se le ofrecían a los demonios. Esa concepción se encuentra
presente, por ejemplo, en el libro del Deuteronomio (“Sacrifican a demonios, no
a Dios, a dioses que ignoraban, a nuevos, recién llegados, que no veneraron
vuestros padres” Dt 32,17). En 1
Corintos dice san Pablo: “Pero si lo que inmolan los gentiles, ¡lo inmolan a
los demonios y no a Dios! Y yo no quiero que entréis en comunión con los
demonios. No podéis beber de la copa del Señor y de la copa de los demonios. No
podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios” (1 Co 10,20-21). Y esa misma concepción
se refleja, por ejemplo, en La Ciudad de
Dios de San Agustín. Puede que fuera su manera de explicar ciertos
fenómenos pseudo-religiosos.
Esto justificó, sin embargo, acciones
para nosotros ignominiosas, como la destrucción de los templos de otras religiones
que nos gustaría seguir contemplando, sea de la antigua Grecia o Roma o los
templos mayas y aztecas. Puede, repito, que para nosotros haya sido aberrante,
pero para Cortés y compañeros el templo azteca del dios sol era un lugar
infernal, donde se ofrecían miles de sacrificios humanos. Y si los aztecas no
estuvieron de acuerdo, muchas otras etnias, que fungían de víctimas, seguro que
lo recibieron con beneplácito. Nosotros somos de la mentalidad de que hay que
respetar la libertad de conciencia y de culto… que ingenuamente se topa con la
realidad (¿se puede tolerar el yihadismo en Europa o se le debe perseguir como
a apologetas de la violencia a quienes la defiendan?).
Pero en nuestro mundo lo espiritual
parece inconsistente. La tolerancia se confunde con el relativismo o el
nihilismo. Al final hay cierta propensión materialista o de un espiritualismo
gaseoso. Lo que de forma cierta deja a un lado la convicción de que el mundo
espiritual es tan real como el sensible… o más. Por lo menos, de un nivel
distinto, superior, y que no equivale a subjetivismo, emotividad o constructos
ideológicos. De ahí que cualquier persona que quiera llevar una vida espiritual
(y de oración) seria, no puede despreciar contar con alguien que lo guíe
(director o acompañante espiritual, maestro, pastor), independientemente si nos
referimos al cristianismo, judaísmo, budismo, hinduismo o islamismo, por
nombrar varias. Lamentablemente no incluyo la santería y afines esotéricos, sin
negar de antemano la intencionalidad de sus adeptos.
En el mundo espiritual hay, por
supuesto, caminos espirituales. Pero no todos llevan a Dios (para decirlo en
términos cristianos, aunque no pretenda negar su aplicación al budismo, que
aspira al Nirvana). Las trampas y caminos errados también existen: existe la
locura, el subjetivismo, las escaramuzas del ego y… el mal.
En cristiano el mal existe. Tal como
lo recuerda el Papa
Pablo VI, que corresponde a la concepción bíblica del mal, es un ser
personal, espiritual, creado y no divino.
El mal no es solamente una deficiencia, sino una eficiencia, un ser vivo, espiritual, pervertido y perversor. Terrible realidad. Misteriosa y pavorosa. Se sale del cuadro de la enseñanza bíblica y eclesiástica quien se niega a reconocer su existencia; o bien quien hace de ella un principio que existe por sí y que no tiene, como cualquier otra criatura, su origen en Dios; o bien la explica como una pseudorrealidad, una personificación conceptual y fantástica de las causas desconocidas de nuestras desgracias. El problema del mal, visto en su complejidad y en su absurdidad respecto de nuestra racionalidad unilateral se hace obsesionante: constituye la más fuerte dificultad para nuestra comprensión religiosa del cosmos. No sin razón sufrió por ello durante años san Agustín: "Quaerebam unde malum, et non erat exitus", buscaba de dónde procedía el mal, y no encontraba explicación (Confesiones, VII, 5, 7, 11, etc., PL., 22, 736, 739). (Audiencia del 15 de Noviembre de 1972).
En términos de san Pablo, “el demonio
se viste de ángel de luz” (1 Co 11,14).
O sea, en el mal hay una fascinación engañosa, que no solo ofrece poder sino
una falaz y engañosa bondad y hermosura, muy distinta a la de Dios, pues
pervierte y se pervierte. Es el problema de quienes se acercan al ocultismo de
manera empírica y utilitaria, como si esos fuesen los criterios de valoración. Pretenden
aprender sobre la marcha, según su opinión y conveniencia. Y lo experiencial no
equivale a lo improvisado.
Lo curioso es que en la Biblia, en
medio de concepciones muy antiguas y míticas, con una interpretación del mundo
bien distinta a la nuestra, la respuesta que plantea ante el mal es la
conversión. Es cierto que en Jesús se da la liberación de personas atormentadas
por el demonio. Pero esa concepción, con los exorcismos, proviene de unos 3
siglos antes, curiosamente con la llegada del helenismo a esas tierras. Hay que
recordar que el helenismo pretende introducir e imponer dioses griegos, con sus
representaciones idolátricas, pero no solo la areté, la virtud
filosófica, sino también los excesos tan repulsivos para los judíos como la
exaltación del cuerpo humano, las pasiones de todo tipo, el cultivo deportivo
de cuerpos desnudos y, cuestiones antagónicas, como la exaltación de homosexualidad,
añadiendo la racionalidad distinta de la mentalidad semítica de la Revelación
del Sinaí (que tiene una racionalidad distinta) y la observancia escrupulosa de
preceptos tales como la circuncisión, despreciados por los helenos.
Si se repasa con anterioridad el
sentido del mal como pecado (sin negar lo demoníaco con que podía verse de
manera acertada o exagerada), la respuesta bíblica de buena parte de su
historia es la purificación-conversión, no la oración de exorcismo. Se ofrecen
oraciones, ofrendas y sacrificios, se viste de saco y se pone ceniza en la
cabeza, como señal de duelo y arrepentimiento, invocando la misericordia
divina. La misma expulsión del Paraíso, la situación de Caín, el sentido del
diluvio, Sodoma y Gomorra, los 40 años por el desierto, el pecado de adulterio
del rey David, el sentido del Exilio… Pudiese destacarse la reacción de los
habitantes de Nínive ante la predicación de Jonás:
Por segunda vez fue dirigida la palabra de Yahveh a Jonás en estos términos:«Levántate, vete a Nínive, la gran ciudad y proclama el mensaje que yo te diga». Jonás se levantó y fue a Nínive conforme a la palabra de Yahveh. Nínive era una ciudad grandísima, de un recorrido de tres días. Jonás comenzó a adentrarse en la ciudad, e hizo un día de camino proclamando: «Dentro de cuarenta días Nínive será destruida». Los ninivitas creyeron en Dios: ordenaron un ayuno y se vistieron de sayal desde el mayor al menor. La palabra llegó hasta el rey de Nínive, que se levantó de su trono, se quitó su manto, se cubrió de sayal y se sentó en la ceniza. Luego mandó pregonar y decir en Nínive: «Por mandato del rey y de sus grandes, que hombres y bestias, ganado mayor y menor, no prueben bocado ni pasten ni beban agua. Que se cubran de sayal y clamen a Dios con fuerza; que cada uno se convierta de su mala conducta y de la violencia que hay en sus manos ¡Quién sabe! Quizás vuelva Dios y se arrepienta, se vuelva del ardor de su cólera, y no perezcamos». Vio Dios lo que hacían, cómo se convirtieron de su mala conducta, y se arrepintió Dios del mal que había determinado hacerles, y no lo hizo (Jonás 3).
Y la lógica de la conversión subyace
también en Jesús. Así que los exorcismos, que hacían con otra forma y sentido
curanderos griegos en territorios foráneos a Galilea y Judea) están ligados a
la opción por Dios y la conversión moral. No son fórmulas mágicas que causan de
manera inmediata y sin obstáculos el efecto conjurado.
Pero algunos de ellos dijeron: «Por Beelzebul, Príncipe de los demonios, expulsa los demonios.» Otros, para ponerle a prueba, le pedían una señal del cielo. Pero él, conociendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido contra sí mismo queda asolado, y casa contra casa, cae. Si, pues, también Satanás está dividido contra sí mismo, ¿cómo va a subsistir su reino?.. porque decís que yo expulso los demonios por Beelzebul. Si yo expulso los demonios por Beelzebul, ¿por quién los expulsan vuestros hijos? Por eso, ellos serán vuestros jueces. Pero si por el dedo de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios. Cuando uno fuerte y bien armado custodia su palacio, sus bienes están en seguro; pero si llega uno más fuerte que él y le vence, le quita las armas en las que estaba confiado y reparte sus despojos. El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama. Cuando el espíritu inmundo sale del hombre, anda vagando por lugares áridos, en busca de reposo; y, al no encontrarlo, dice: "Me volveré a mi casa, de donde salí". Y al llegar la encuentra barrida y en orden. Entonces va y toma otros siete espíritus peores que él; entran y se instalan allí, y el final de aquel hombre viene a ser peor que el principio.» (Lc. 11,15-26).
Para especificar un poco más: la demonología
en la antigua Grecia era una explicación (que requería del exorcismo de corte
esotérico) incluso ante enfermedades como la epilepsia. La concepción cristiana
liga cualquier influencia del demonio a la conversión-purificación y busca
diferenciarla de la enfermedad física, incluso la enfermedad mental: el demonio
no actúa de manera omnipotente en el ser humano sino que, además de permitirlo
Dios, le damos entrada en nuestras vidas a través de rituales, pecados
recurrentes e intencionados sin el más mínimo propósito de evitarlos sino
propiciarlos y emociones enfermas que deben ser purificadas-sanadas (pienso en
cosas tan básicas como la psicoterapia). Y la influencia del demonio puede
radicar en tentación, opresión (pecados repetitivos, rituales, emociones enfermas)
o posesión (que implica una pérdida de libertad considerable por efecto de
rituales de ocultismo o pecados repetitivos de extrema gravedad). En los
lugares habituales donde se han realizado dichos rituales o pecados
(prostíbulos, sitios de perversión a menores, tráfico de seres humanos,
esclavismo, pornografía, lugares de almacenamiento de drogas y por el estilo),
puede sentirse una atmósfera pesada (además de otros fenómenos ocasionales) que
se relaciona con las actividades desarrolladas y se interpreta como cierta
influencia del mal. Si bien los cristianos evangélicos pueden orar en esos sitios,
la manera como la Iglesia Católica enfrenta esta situación es a través de un
sacerdote que, normalmente, bendice (con agua bendita) dichos espacios. Hay que
recordar que para el Catolicismo (no como un asunto de poder mundano o
escenificación sino cómo Dios se nos acerca), el sacerdote porta una bendición
especial y eficiente de parte de Dios para su Pueblo. Y el agua bendita
recuerda al bautismo e invoca a Dios haciendo énfasis en los compromisos
bautismales, o sea, de servir a Dios con la totalidad de la vida y de acuerdo
con el Evangelio y no como una contra. Con el agua bendita recordamos el
bautismo que tiene su fuente en el sacrificio de Jesús en la cruz, donde el mal
y el maligno son derrotados. Es una oración gestual, o sea, sacramental, que
implica la Fe y la mediación de la Iglesia, por la que actúa el Espíritu Santo.
No es mágico sino acción ligada a Dios.
Así que para aquellos que se tomen en
serio Las brujas de Chávez, sepan la
respuesta no se encuentra en una fórmula de exorcismo sino en la conversión bíblica: para el creyente
incluye a Dios, para el no creyente incluye al menos la honestidad de
conciencia e integridad de vida, así como la búsqueda de la verdad. De manera
siguiente haremos oración pidiendo la Misericordia divina y, finalmente,
dejemos que los obispos hagan su parte, si consideran de manera colectiva
debemos invocar la intercesión ante Dios de su arcángel San Miguel o volver a
consagrar a Venezuela al Santísimo Sacramento.
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