DIOS TRINO: POSIBILIDAD DE RECONCILIACIÓN PARA VENEZUELA




“Sobrevino entonces en todo Egipto y Canaán hambre y gran tribulación; nuestros padres no encontraban víveres.” (Hch.7,11).

Este texto, que corresponde al discurso de san Esteban antes de su muerte, bien pudiese aplicarse a Venezuela. De hecho, en Venezuela podría aplicarse las sombrías figuras de los jinetes del Apocalipsis: se ha desatado el enfrentamiento entre hermanos, desterrando la paz; la escasez que tiene que ver con el hambre y la inflación; las enfermedades y la peste galopan a sus anchas; la rebelión de la naturaleza representado en las fieras bíblicas, que nosotros, ecocidas del siglo XXI, llamamos cándidamente “El Niño”.

“(A los jinetes) se les dio poder sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con la espada, con el hambre, con la peste y con las fieras de la tierra” (Ap 6,8).

Sin embargo, ninguna de las lecturas de este sesgo, a lo largo y ancho del universo bíblico, por oscura que sea la manera en que se expresa el autor bíblico, quiere presentar un futuro tenebroso del cual no nos pudiésemos librar. El designio de Dios no es la muerte del pecador, sino que se convierta y viva: ¿Acaso me complazco yo en la muerte del malvado - oráculo del Señor Yahveh - y no más bien en que se convierta de su conducta y viva? (cf. Ez. 18, 23). Jesús lo recuerda en el Evangelio, refiriéndose a la Ciudad santa: «¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas, y no habéis querido! Pues bien, se os va a dejar desierta vuestra casa. Porque os digo que ya no me volveréis a ver hasta que digáis: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!»  (Mt 23,37-39). O también: “Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: «¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! »  (Lc 19,41s).

Y a la samaritana, “Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: "Dame de beber", tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva.» (Jn 4,10).

En todos los pasajes de la Biblia, inclusive en aquellos que nos confunde porque pareciera que Dios pretende castigar a su pueblo, su designio siempre es salvador: “Por eso, di a la casa de Israel: Así dice el Señor Yahveh: Convertíos, apartaos de vuestras basuras, de todas vuestras abominaciones apartad vuestro rostro” (Ez 14,6).

Venezuela pasa por momentos muy difíciles. No hace falta argumentarlo. Solo que antes de este tiempo de hambre corporal, padecimos de un hambre que pasó desapercibida, que es hambre espiritual: hambre de la Verdad, hambre de Dios. “Pasmaos, cielos, de ello, erizaos y cobrad gran espanto - oráculo de Yahveh -. Doble mal ha hecho mi pueblo: a mí me dejaron, Manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas, que el agua no retienen” (Jr 2,12s). Se falsificó el hambre de Dios con soluciones quiméricas.

Pensamos que suplantar a Dios por ídolos ideológicos, o por placer, por poder, por bienes materiales, por riqueza… iba a ser inocuo ¡Nada más lejos! Siempre la ruptura de la fraternidad comienza con la ruptura de los lazos que nos hacen reconocer a Dios como Padre, la filiación. Al punto que nos olvidamos de quienes somos y nos tratamos como extraños. Que no es de extrañar. Porque somos imagen de Dios (cf. Gn 1,27) y necesitamos de Él para reconocernos. Así que tal descuido no es inicuo: es letal. Es mirarnos en el espejo y no reconocernos, no saber quiénes somos, no tener identidad.

Dice el Evangelio que “Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir.” (Jn 16,13). En primer lugar, la Verdad no es una ideología, sino una Persona: Jesucristo. En segundo lugar, el Espíritu nos guiará hasta la Verdad Plena, porque en esta vida la Verdad no se puede poseer como propiedad personal, que valida todo lo que digo o hago. La Verdad siempre está más allá de nosotros.

La Verdad es una Persona que, a su vez, es el Camino (cf. Jn 14,6): llegamos hasta Él caminando por Él. El Espíritu nos guía a la Verdad quiere decir que estamos en proceso permanente de aproximación, nunca de posesión. Podemos estar más y más cerca, pero no retenerla como si hubiésemos llegado al final del camino.

Jesús es el camino, lo que quiere decir que nos acercamos a la Verdad en la medida en caminamos por sus caminos. Nos alejamos de la Verdad en la medida en que no caminamos por sus caminos. Decía santo Tomás de Aquino que mejor es caminar lentamente por el camino que es Jesús que rápidamente por fuera de ese camino, que nos aleja de Jesús (cf. Del Comentario sobre el evangelio de san Juan (Cap. 14, lect. 2).

Y el camino de Jesús es el que conduce no solo hasta la Verdad Plena, sino hasta el Padre. No podemos poseer al Padre, pero podemos ser poseídos por el Padre. Como el niño que se deja envolver por los brazos amorosos de su padre.

Solo en el encuentro caminante que nos acerca al Padre podemos recobrar el sentido de la fraternidad. Porque el Padre nos da la capacidad de reconciliarnos y reconocernos como hermanos. De no adorar ideologías ni otras idolatrías que rompen con la filiación y la fraternidad.

Vivimos tiempos difíciles, pero es la oportunidad de volvernos hacia Dios, única garantía de salvación. Por esto resuena con sorprendente vigencia la alerta de san Pablo: “Más aún; nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5, 3-5). En los tiempos difíciles se forjan as virtudes ciudadanas y las virtudes cristianas. Hacemos nuestra la sociedad y el país, que entregamos en custodia a quienes nos ofrecían espejitos a cambio de oro.

La desesperanza en estos tiempos puede llevarnos a falaces soluciones. De ahí la necesidad de prevenirla. Se debe evitar dejar que lo que queda de humano en nosotros se desintegre. Es tiempo de acción y oración. Acción cristiana y, por supuesto, acción ciudadana. Pero también oración. Porque en la oración y en la celebración sacramental se hace presente la fuerza de Dios, que llamamos gracia. El encuentro con la Trinidad en la oración hará que no desmayemos ante las difíciles circunstancias que vivimos. Más bien, seremos acrisolados en calidad de vida espiritual y ciudadana, tanto en lo personal como en lo social. Descubriremos cuán cerca ha estado Dios de nosotros en todos estos años de tribulación.

La clave de la vida se encuentra en Dios: todo está lleno de su Sabiduría. Lo dice el libro de Proverbios (capítulo 8). Toda la creación tiene una marca trinitaria, pues Dios Padre la creó con la lógica del amor manifestada en Cristo Jesús, concediéndole vida por el Espíritu, vida que salta hasta la vida eterna.


La Trinidad no es una hermosa metáfora: es una realidad que se manifiesta en la historia real, por espeluznante que esta sea para nosotros. Dios Trino nos recuerda que hemos sido creados para la comunión en el Amor.

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