EL ANTÍDOTO DEL AMOR CONTRA EL ODIO COMO ARMA POLÍTICA



“Porque allí hay mucho odio estimulado por los mismos comunistas.
El régimen estimula el odio porque ¿cómo va a mandar a matar en Angola, o matar en Nicaragua o en El Salvador o matar aquí en Venezuela actualmente?
¿o cómo van a mandar a matar allá en Etiopía o en Vietnam como fueron a todos esos países mandados por el régimen de Castro?
O sea, para poder desarrollar toda esa actividad, había que crear odio y ese odio es el que sustenta el régimen de Castro
DR. OSCAR ELÍAS BISCET,
Conferencia en la sede de Hazte Oir, Madrid
43’29”

Ayer pude ver en YouTube la conferencia del Dr. Oscar Elías Biscet, médico cubano objetor de conciencia y luchador por los Derechos Humanos, encarcelado y torturado por el régimen cubano. La conferencia tuvo lugar en la sede de Hazte Oir, una ONG asentada en Madrid, el 23 de Mayo pasado.

Si bien se pudiera hacer una interesante reseña de su presentación, hay detalles entre líneas que tienen un valor estratégico. Y quisiera destacar la alusión que hizo, en sus minutos finales, a Venezuela y a la estrategia del odio como forma de dominación: “o sea, para poder desarrollar toda esa actividad, había que crear odio y ese odio es el que sustenta el régimen de Castro”. También mencionaba el control del Estado sobre el empleo y la alimentación (la libreta de racionamiento), como formas de asegurar el dominio sobre la sociedad.

En este escrito quisiera referirme solo al odio. Porque no es casual ni peregrino su mención. En efecto, forma parte de una estrategia sistemática ligada a la llamada “lucha de clases”, entendida esta no como conflicto entre clases, sino como lucha a muerte. La misma Rerum Novarum, primera encíclica social de la Iglesia, lo menciona en 1891, cuando todavía estaba vivo Engels, el amigo entrañable de Marx: “Para solucionar este mal, los socialistas, atizando el odio de los indigentes contra los ricos, tratan de acabar con la propiedad privada de los bienes, estimando mejor que, en su lugar, todos los bienes sean comunes y administrados por las personas que rigen el municipio o gobiernan la nación” (n. 2).

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No en balde se consiguen páginas de comunismo en internet con el nombre “Odio de clase” flanqueada de consignas varias. De tal forma que la “lucha de clases” no tiene que ver con discrepancias sino, como señalan Iribarren y Gutiérrez en la introducción a la Quadragesimo Anno, encíclica del papa Pío XI,  “El mal padecido para 1891 era la lucha de clases, entendida como ‘pugnatio classium’ y no como mera ‘discrepatio classium’, esto es, entendida como lucha vital, agonal, no como una mera contienda de intereses” (9 Grandes Mensajes, BAC, p. 59).

El Manifiesto del Partido Comunista (1848) es claro:

Si el proletariado, en su lucha contra la burguesía, se constituye fuertemente en clase; si se erige por una revolución en clase directora y como clase directora destruye violentamente las antiguas relaciones de producción, destruye al mismo tiempo que estas relaciones de producción las condiciones de existencia del antagonismo de las clases, destruye las clases en general y, por lo tanto, su propia dominación como clase (p. 66).

            En 1931 el papa Pío XI lo describía así en la Quadragesimo Anno:

Para lograr estas dos cosas no hay nada que no intente, nada que lo detenga; y con el poder en sus manos, es increíble y hasta monstruoso lo atroz e inhumano que se muestra. Ahí están pregonándolo las horrendas matanzas y destrucciones con que han devastado inmensas regiones de la Europa oriental y de Asia; y cuán grande y declarado enemigo de la santa Iglesia y de Dios sea, demasiado, ¡oh dolor!, demasiado lo aprueban los hechos y es de todos conocido (112).

            Mao Zedong, vulgarizado como Mao Tse Tung, ensaya durante la Revolución china una vía distinta a la protagonizada por el proletariado en los textos marxistas y en la Unión Soviética (Rusia). Es el levantamiento liderado por los campesinos.

En un momento inicial que en que habían fallado las acciones proletarias y militares, por distintos avatares va a terminar constreñido a resistir en una región campesina de gran pobreza y retraso, con un 70% de campesinos indigentes y endeudados, iletrados e incultos, sometidos al extravío de las arbitrariedades de los terratenientes y castas tradicionales. Lo que propiciaba la aparición de vandalismo cuando el indigente se convertía en asaltador de fincas. La labor del incipiente Ejército Rojo fue tanto militar como darle forma política a estos grupos:

El campo necesita de un poderoso auge revolucionario, pues sólo éste puede agitar a los millones y millones de campesinos y convertirlos en una gran fuerza. Los "excesos" arriba mencionados son precisamente producto de la fuerza de los campesinos despertada por el poderoso auge revolucionario en las zonas rurales. Estos "excesos" son sumamente necesarios en el segundo período del movimiento campesino, el de acción revolucionaria. En este período, es imprescindible imponer la autoridad absoluta de los campesinos, prohibir toda crítica malévola a las asociaciones campesinas, derrocar todo el poder de los shenshi, derribarlos por tierra e, incluso, ponerles el pie encima. Los llamados "excesos" en este segundo período tienen todos un significado revolucionario. Para decirlo con toda franqueza, en todas las aldeas se necesita un breve período de terror (Informe sobre una investigación del movimiento campesino en Hunan, p. 26).

            Si no basta la cita, conseguimos otra en  La situación y nuestra política después de la victoria en la Guerra de Resistencia contra el Japón (13 de agosto de 1945), Obras Escogidas, t. IV.:

    A nosotros nos incumbe organizar al pueblo. En cuanto a los reaccionarios chinos, nos incumbe a nosotros organizar al pueblo para derribarlos. Con todo lo reaccionario ocurre igual: si no lo golpeas, no cae. Esto es como barrer el suelo: por regla general, donde no llega la escoba, el polvo no desaparece solo.

            Y en la La revolución china y el Partido Comunista de China (diciembre de 1939), Obras Escogidas, t. II.

La despiadada explotación económica y la cruel opresión política de los campesinos por la clase terrateniente, los forzaron a alzarse en numerosas rebeliones contra la dominación de ésta. (...) Las luchas de clase del campesinado, los levantamientos campesinos y las guerras campesinas fueron la fuerza motriz real del desarrollo histórico de la sociedad feudal china.

            Aún podemos rematar con esta otra:

Pues el actual ascenso del movimiento campesino es un acontecimiento grandioso. Dentro de poco, centenares de millones de campesinos en las provincias del centro, el Sur y el Norte de China se levantarán como una tempestad, un huracán, con  una fuerza tan impetuosa y violenta que nada, por poderoso que sea, los podrá contener. Romperán todas las trabas y se lanzarán por el camino de la liberación. Sepultarán a todos los imperialistas, caudillos militares, funcionarios corruptos, déspotas locales y shenshi malvados  (Informe sobre una investigación del movimiento campesino en Hunan, pp 20-21).

Esta vía maoísta, que de alguna manera se ha asociado al proceso de concientización basado en remachar el odio hacia las clases explotadoras y la revolución armada. Cosa que cualquier escuela psicológica calificaría de manipulación. De hecho, Guzmán Blanco consideraba que a las masas había que darles razones sencillas exacerbaran sus pasiones, para movilizar las montoneras llaneras del siglo XIX.

En Perú, el Sendero Luminoso de Abimael Guzmán pretendía el uso del terror como arma revolucionaria para inocular a los campesinos el odio clasista. Es estrategia maoísta. Y esa estrategia se estrelló contra la acción de la Iglesia en el altiplano peruano.

Estos misioneros construían comunidad, ayudaban a los pobres, sostenían su esperanza, revivían la tradición cristiana como hecho vivo y presente. Por eso eran más peligrosos que el ejército y la policía, porque hacían evidente la mentira de la violencia revolucionaria (conversación en la cárcel con el entonces obispo de Chimbote, Luis Bambarén, en http://www.religionenlibertad.com/peligro-una-fe-que-toca-la-historia--40383.htm ).

            La pastoral que llevaba adelante el obispo comenzó a recibir amenazas, por lo que convocó a los sacerdotes de la zona para tenerles al tanto de estas. Pero los misioneros Michal Tomaszek y Zbigniew Strzalkowski, de 31 y 33 años, de la Orden de los Hermanos Menores Conventuales, y el padre Alessandro Dorti decidieron quedarse. Y la amenaza se cumplió en ellos (hoy en día la Iglesia los ha considerado beatos, muertos por dar testimonio de Cristo, ajusticiados por Sendero Luminoso).

            ¿Cuáles fueron los cargos que la guerrilla “presentó” contra los sacerdotes?

Los terroristas no podían dejar de adoctrinar a sus víctimas antes de matarlas. En el camino desde la iglesia al lugar del fusilamiento los encapuchados expusieron su batería de eslóganes: sus Biblias y rosarios, dijeron, engañaban al pueblo; eran culpables, les dijeron, de “infectar a las personas mediante la distribución de alimentos de la imperialista Caritas" y de adormecer “el ímpetu revolucionario con la predicación de la paz”. Tanto hablar de "paz" disuadía a los jóvenes de unirse al grupo terrorista (Tres misioneros asesinados en Perú en 1991 por los comunistas de Sendero Luminoso, nuevos beatos).

La prédica senderista acusaba a los sacerdotes de "adormecer la conciencia revolucionaria del pueblo por sus buenas acciones y sus gestos de solidaridad" http://www.larepublica.pe/23-11-2014/los-sacerdotes-que-se-negaron-a-la-predica-de-la-muerte

            El choque entre la labor de la Iglesia y la estrategia senderista constituyó un choque de trenes. Una ponía en práctica de manera diversa y creativa la solidaridad y la opción por la paz encerradas en el mandamiento del amor. El grupo armado necesitaba apoderarse de la conciencia campesina encegueciéndola con el odio y el resentimiento.

Esta situación no podía mantenerse demasiado tiempo. La predicación de algunos sacerdotes en las parroquias, y la eficaz red de obras de caridad, muy pegada al terreno, aparecieron enseguida como un serio peligro para el proceso revolucionario. A Sendero Luminoso no le convenía que el pueblo mejorase sus condiciones de vida, necesitaba “exacerbar las contradicciones” según la clásica teoría marxista, de modo que pudiesen alimentarse el resentimiento y la respuesta violenta. Tampoco podían aceptar que la fe tocase las circunstancias históricas concretas, que sólo podían interpretarse a la luz de la ideología. Fue así como los dos franciscanos de origen polaco y el sacerdote italiano se vieron colocados en el punto de mira de la guerrilla.
“Puedes imaginar la situación de ansiedad en que vivimos, hay amenazas de próximos asesinatos. Sendero Luminoso, que con el terror quiere llegar al poder, ha puesto su mira en la Iglesia…La situación del Perú es angustiosa. Cada día nos preguntamos: ¿a quién le tocará hoy?”.       
Dordi parecía prever que él sería el siguiente. “Adiós, ahora regreso ahí y me matarán”, escribió. (Padre Sandro Dorti ).

          Resulta esclarecedor el análisis que ya hacía hace 2 años el Dr. Rafael Luciani en el Universal, en su artículo Jesús y el Che ante el odio:  "En 1967 el Che Guevara explicaba en su mensaje a los pueblos del mundo (Tricontinental) que un revolucionario debía optar por «el odio como factor de lucha, el odio intransigente contra el enemigo que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar». Y matizó: «nuestros soldados tienen que ser así».

        En Venezuela se ha vivido una ardua polarización de 17 años. Es obvio que uno de los carburantes en este proceso ha sido el resentimiento, el odio y la desconexión entre venezolanos. Por el lado del gobierno cualquier intento de diálogo ha sido habitualmente boicoteado o postergado (“con la burguesía no se dialoga”). Por supuesto que la consigna de no hablar con el enemigo se ha ido al traste cuando la situación incubada ha desembocado en una escasez que agrupa al pueblo chavista y opositor en las mismas colas. Y la gente se ha encontrado y desencontrado (empujones y peleas). Pero no ha podido ignorarse. Otro tanto a la hora de elaborar sencillas (y en oportunidades primitivas) estrategias para defenderse de la inseguridad. Y pudiésemos seguir con otra retahíla de aspectos.

            Lo que ha resultado curioso, por no decir escandaloso, ha sido la grosera manera cómo se ha evadido llegar a acuerdos nacionales ante la crisis venezolana, calificable de “crisis humanitaria”.

            Pero llama poderosamente la atención, también, el silencio que ha seguido ante la propuesta del Episcopado venezolano y Cáritas para traer conteiners con medicamentos y alimentos, siendo como son instituciones apolíticas.

            Uno no puede, por tanto, considerar que, ante la estrategia del odio, la labor de la Iglesia puede resultar entre incómoda y peligrosa. Por lo que el planteamiento de sectores del gobierno de calumniar a los curas de barrio, con acusaciones de pederastia y amancebamiento, luce abominablemente coherente. Más si la “moral” revolucionaria fantasea con sacar a los curas de los barrios (de joven la respuesta que se daría es “sigue soñando”).

            Así que la apuesta debe ser, según creo, el ejercicio del amor que supone primero la conversión de corazón que nos haga hermanos de nuevo. Fraternidad que conlleva responsabilidad moral por el que se encuentra en situaciones de desventaja y muy diverso del cálculo mezquino por estrtegias de poder o cálculos metálicos.

            Esto no exonera, por supuesto, la búsqueda de un sistema social y económico más justo colectivamente, basado en racionalidad y consensos,  pero que respete los derechos humanos, la libertad de expresión e iniciativa y la libertad de empresa, por ejemplo. Y que conjure el demonio del populismo que tantos delirios ha causado en la historia patria.

            El amor es más que un desiderátum. Es el antídoto y camino, en su acepción más recia.





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