EL HORIZONTE DE PAZ EN LA RECONCILIACIÓN: CONVERSACIONES CON EL P. EDUARDO ENRIQUE SOTO PARRA

Surfeando entre las ondas de los micrófonos y teléfonos




            Lo primero que acontece es la dificultad para que caiga la llamada. Estamos en el programa “Razones para la Esperanza”, que se trasmite los domingos por Unión Radio 870 am en Barquisimeto, sin otra limitante que estar atenazado por el racionamiento eléctrico.

            No va a ser la falta de luz sino, según dicen, la morosidad de CANTV con los prestadores de servicio internacional lo que dilata el contacto con el padre Eduardo Enrique Soto Parra, jesuita venezolano residente en Canadá.

            La hoja de vida de este venezolano es envidiable. O, para decirlo mejor, nos llena de orgullo: abogado con post-grado en Derecho Administrativo antes de entrar en la Compañía de Jesús. Luego, master en Filosofía por la Universidad Simón Bolívar de Caracas, teología por la Pontificia Universidad Salesiana y está por completar su PhD en Estudios sobre Paz y Conflictos. Ha pasado por el equipo de redacción de la Revista Sic, en el Servicio para Refugiados en Guasdalito, profesor de Derecho de la Universidad Católica Andrés Bello, involucrado en el barrio de La Vega en Caracas, pero también con los latinos (y venezolanos) en Canadá. Ha participado como Director Social de la Asociación de Estudiantes de los Estudios sobre la Paz y Conflictos, de la Universidad de Manitoba (Winnipeg, Canadá). Ha sido ministro de los trabajadores temporales rurales provenientes de México, capellán de la cárcel y dirige Future Hope Inc, una ONG que acoge y apoya la reinserción de ex-reclusos en la sociedad. Y si este vuelo rasante no fuera suficiente, cuando no se defiende con el verbo hablado o escrito, lo hace con la guitarra, según delatan sus fotografías.

            Mientras el Sr. Celso Carrasco, asistente técnico de la radio, buscaba métodos de conexión y yo procuraba decir cualquier cosa inteligente que estuviese a la altura del momento y pudiese rellenar la espera, una llamada entró por Whatsapp. Ana Maldonado, mi fiel colaboradora que está realizando pasantías en Caracas, había ensayado esta especie de solución con el padre César Braga de Paola, brasileño al servicio del CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano, con sede en Bogotá). En esa oportunidad no tuvimos otra alternativa que usar “mensajes de voz” para desarrollar la entrevista. Pero en esta ocasión no nos quedó otra usar el servicio de llamadas de Whatsapp, acercando el receptor al micrófono (luego caímos en cuenta que podíamos conectarlo a la cónsona de radio a través de la conexión de los audífonos).

            La conversación fue ágil, no solo por las condiciones de vivacidad propias de este sacerdote zuliano. El tiempo conspiraba en contra. Pero lo que se dijo considero que es conveniente rememorarlo.

            Para que haya una mesa de diálogo, debe haber confianza entre las partes. Es decir, que se acepte las diferencias de posiciones pero que se confíe en que no existe un doble discurso o intenciones ocultas. O sea, que se considere al interlocutor dotado de credibilidad. Bien lo señalaba este jesuita en un escrito (Clásicos consejos para una nueva mesa de diálogo en Venezuela, SIC, Junio 2014, pp. 200-203), que se refiere al método de negociación de la Universidad de Harvard: no se trata de atacar posturas sino de negociar intereses.

            Pero hay una aclaratoria que no tiene desperdicio: no se negocia sobre lo establecido en la Constitución. Tal referencia debe ser de vital importancia. Si no, se puede estar vendiendo el alma al diablo: reviso tus “rabo de paja”, giro sobre mí para ver los míos y buscamos ambos salir bien parados. Inmaculado, si se tratase de un acuerdo dentro de la mafia. Pero no se negocia sobre lo establecido en la Constitución, sino sobre lo que no está establecido, o sobre cómo aplicarlo o casos semejantes. De ahí que Eduardo, el jesuita, aprovecha para apuntar cómo, desde fuera del país, se percibe como preocupante la desinstitucionalización del país. Se debe recuperar la institucionalización que implica, por otra parte, el respeto a las competencias de cada quien.

            Ante la pregunta de cómo realizar esto fuera del olimpo de los políticos, el padre considera realizable por cualquier mortal en la espontaneidad propia que caracteriza al venezolano. Se debe partir de la premisa que no se intenta convencer al otro de lo errada de su posición, sino de comprenderlo. Lo que se llama empatía: yo diría que es ver a través de sus ojos y sentir a través de su corazón. Comprender no es concordar. Yo puedo entender que una madre que haya perdido a su hija por represión del aparato de seguridad del Estado no está en condiciones de aupar la Revolución. Igualmente, si a otra persona le pasó en una situación que involucraba a la policía de una alcaldía de oposición, en el supuesto caso, no es que se va a sentir ganado para marchar contra el gobierno.

            El padre señalaba que, por supuesto, no se trata de conciliar intereses particulares sino la visión que tenga cada quien sobre lo que resulta mejor para el país. E, igualmente, se trata de valorar el poder de la palabra y de preservarla de la volatilidad propia del campo vernáculo de los afectos.

            La despedida se hizo con el compromiso de reemprender la conversación en otro momento. Justo nos despedimos cuando la hoja de la guillotina interrumpió el suministro eléctrico en la antena repetidora.

Pero llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros. Atribulados en todo, mas no aplastados; perplejos, mas no desesperados; perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no aniquilados. Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo (2 Co 4,7-10).


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