EL DESAFÍO ORANTE DE HUMANIZARSE EN LAS CRISIS
El problema de las crisis es el riesgo que nos deshumanicen. En el peor de los casos, sentimos en vilo la propia existencia. Pero, más allá de eso, está si la condición humana logra sobrevivir a las circunstancias, y no solo la autonomía biológica.
No es fácil
escribir estas líneas. Pues no se trata de sugerencias edulcoradas, cuando hay
toda una variedad de padecimientos. No pocos han perdido la vida o la han visto
perder a los seres que aman. La sensación, por lo demás absurda, de indefensión
no es cuestión literaria ¿hay algo que se pueda hacer? Apuesto que sí.
El mejor
recurso con que cuenta el ser humano es su inteligencia. Esa que no existe una,
sino muchas. Sin ánimo de ser exhaustivo, quisiera referirme al simple hecho de
procesar racionalmente lo que se vive. Por supuesto que ese “caer en cuenta”
puede tomar diversos matices: el músico lo vierte en piezas musicales, mientras
que el escultor lo hace en esculturas, el pintor en pinturas, el escritor en la
escritura, por supuesto. Y el deportista haciendo deporte y los amigos hablando
y dejando hablar, escuchando y apreciando, incluso, el silencio. Y un sinfín de
etcétera. Pero hay cierta racionalidad en todo ello.
Es cierto
que nadie puede estar “pegado” todo el día en el tema político, social, de la
inseguridad, la falta de trabajo y oportunidades o de la escasez. En ocasión es
cuestión también de salud, que varía de persona a persona. Pero el tratarlo con
racionalidad es necesario. No se puede ni evadir ni ocultar. Si no se trata no
se asume. Si no se asume, queda allí como pendiente. Procesarlo racionalmente y
hablarlo es más que desahogarse. No es solo drenar. Es hacerse responsable de
lo que se siente. De la importancia que se le da. De las causas pero también de
la solución.
Como dije,
no es cuestión de “manosearlo” con la lengua. Dar rienda suelta a hablar no siempre ayuda. Los insultos por
redes sociales solo indican que ya he sido invadido y contaminado por el odio o
la intolerancia. Se ha sido inoculado. No es que el otro no se merezca mi
indignación. Es que no le voy a dar el lujo de deshumanizar mi propia persona.
No le voy a conferir ese poder sobre mi vida. Hasta el saber morir es una
decisión, que no tiene que ver con la eutanasia. Yo proceso lo que ocurre para
darle sentido y direccionalidad a la muerte misma.
La llamada “crisis”
es una oportunidad para saltar de nivel, en la escala de humanización. De ahí
que no podemos olvidarnos ni del prójimo (próximo) ni de los últimos. Quienes
renuncian a hacer de la frase “sálvese quién pueda” como eslogan y leitmotiv de
la vida, aportan y arrastran la esperanza. De ahí la fuerza de testimonio
cuando nos conseguimos con quienes debieran estar sufriendo un desespero de
pronóstico.
La actitud,
dentro de la racionalidad que necesita holgura hasta cierto punto (ese “bájale
2”), implica ser proactivos: no reactivos sino adelantarnos a los
acontecimientos para direccionarlos de la manera que consideremos apropiada. Y
esto en clave comunitaria y con sentido del “bien común”, que desborda los intereses
personales y del grupo inmediato. Por lo cual una tarea pendiente es el diálogo,
no entendido en este caso como la iniciativa entre adversarios: ponerle
palabras a la experiencia para comunicarlas y entretejer opciones compartidas.
Una vez más, no es la verborrea soez la que construye comunidad, más allá de
que existan ocasiones en las que una palabra altisonante sea necesario de incluir
en el propio léxico.
Para las
personas que viven desde un horizonte de la trascendencia, esto es, con
referencia a valores religiosos y espirituales, la oración es una piedra
angular. A vista de la ciencia, la oración de meditación reporta una serie de
beneficios físicos indiscutibles. Se habla de capacidad de concentración,
manejo del estrés, presión arterial controlada, etc. Pero el creyente añade aspectos
de cualidad distinta y de mayor fundamento. Y esto no puede ser tratado como si
se refiera al mundo de la ficción. Es decir, no es un asunto ideológico o
subjetivista. Es algo real, aunque implique la fe, que solo consigue
compartirse con cierto rango de objetividad ante los descreídos en clave de
testimonio. Testimonio no en el sentido palabrero, sino que argumenta desde la
acción-decisión como consecuencia del encuentro con el Misterio contemplado en
la oración.
En sentido
cristiano la oración siempre hace referencia a Cristo, pero no a Cristo
Pantócratos ausente de la historia, sino el Verbo encarnado en el tiempo. La
gloria de la Eternidad está presente en la kénosis, el abajamiento del Hijo
hasta los rincones espectrales de la condición humana. La confianza en Él brota
de su involucramiento con la historia de cada hombre, especialmente la más
ignominiosa, como evidencia la cruz. La Trinidad se ha hecho presente en el
tiempo a través de la vida del Hijo, Jesús de Nazaret. Está en el hoy a causa
del Espíritu Santo, presente en la Iglesia asumida como sacramento de Cristo
(que se identifica con el Jesús histórico y no una realidad a-historicizada) y presente dicho Espíritu en el mundo, de
manera misionera, para cristificarlo y consumarlo para gloria del Padre. El
sentido histórico de la fe hace que la exigencia de la esperanza, para que sea
mantenida como gracia teologal, deba vivirse (encarnarse) en cada situación.
Por esto la
oración tiene un aspecto militante. Aun teniendo en cuenta la reserva del
Reino, es decir, que ninguna realidad se identifica plenamente con el Reino, y
teniendo en cuenta que la realidad presente está en franca oposición con el
Reino, el cristiano busca iniciaro de modo germinal en el mundo. Repito, no se
identifica “hipostáticamente” con ninguna realidad o sistema político, pero se
aspira a que en la realidad presente se viva la lógica de los valores del
Reino. Y el cristiano en la oración se dispone a esto, se decide colaborar con
el Crucificado-Resucitado y a discernir su Voluntad.
Es usual que
de Jesús se valora el poder de su oración para obrar portentos. Pero si nos
fijamos la aproximación que hace Lucas, Jesús también ora en momentos claves,
como quien va discerniendo, escrutando la Voluntad del Padre. Igual, podemos
orar para que Dios obre portentos en nuestra historia y sociedad, pero sin
descuidar la lógica de Dios de obrar en la historia a través de mediaciones, es decir, de manera
sacramental: el cristiano es, por el bautismo, hijo de Dios y miembro de la
Iglesia, por lo que debe disponerse para ofrecer la luz y el sabor que brotan
del Crucificado-Resucitado. Para hacerlo presente (re-presentarlo: que vuelva a
presentarse) Ello significa que el cristiano no puede “balconear” la historia,
contemplarla y verla pasar como quien espera el desenlace de una película,
según la expresión porteña que es del gusto del papa Francisco.
Vivimos en
Venezuela. El cristiano, siempre desde el abismo de la humildad, debe recordar
que es luz del mundo y sal de la tierra. Y tales referencias no son ni
ideológicas ni poéticas. Es el encuentro con Jesús que desarrolla toda la
dinámica de gracia que lo transforma y lo hace apto para servir al mundo en el
Amor y la Verdad.
Considero
que en tales elementos hay claves para erguirse sobre la crisis y conferirle un
sentido humanizante, que corresponde a las expectativas de la fe, aunque dicha
humanización se de en personas de diversas creencias.
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