EL DIÁLOGO ¿OBJETIVO O SEÑUELO?
Consideraciones sobre el actual panorama
político venezolano
“Lo difícil
no es pasar de las alpargatas al calzado de suela;
lo difícil
es pasar del calzado de suela a las alpargatas”
De esta
manera en el 2014 un activista y luchador social, proveniente de la izquierda
de los años 70, que había estado presente en la protesta ante el CNE por los
resultados de las elecciones Capriles-Maduro, se refería a las circunstancias vividas
ese año y el anterior y a su percepción sobre la posición de los que se hacen
llamar gobierno.
Si uno se
fija, independientemente de la música de fondo que se le quiera poner, hay una
continuidad entre el 2013 y 2014 hasta nuestros días. Si enmudeciéramos
nuestros televisores para ver sólo las imágenes, veríamos escenas similares. La
variante que acude son las manifestaciones por hambre de gente humilde. Pero
las de orden político… La percepción cambia solo cuando las acompaña un
discurso narrativo. Diferente, por supuesto, si se trata de la narrativa del gobierno o de la
narrativa de la oposición.
Ahora bien, colocando
en un aparte a los derechos humanos, civiles, políticos, etc., que le dan el
tinte inmoral a la percepción que tenemos de los acontecimientos (al menos para
quienes optamos por la defensa de la persona humana y sus derechos), un dato obvio
es que quienes están en el poder buscan mantenerse en él; y quienes están en la
oposición, como políticos, buscan hacerse de él. Tal obviedad debería ser
compartida por todo el espectro social en Venezuela. Y que, por supuesto, una
cosa implica el desplazamiento de la otra. En esto no pretendo incluir la
intencionalidad de cada actor, que más bien prefiero dejar a un lado, o su
conveniencia, y mucho menos pretender caracterizarlo como lo más funesto que
pueda ocurrir o bondadoso que pueda haber. Esto contaminaría la reflexión. Lo
que quiero destacar, como evidente, es que solo por lo obvio ya se reconocen
intereses contrarios.
Considero,
sin embargo, que es importante entender que este gobierno tiene una marca de
fábrica “cívico-militar”. Forma parte de su discurso. No sé qué tanto de
cívico, fuera de la participación de civiles. Pero la estructura mental es
marcadamente militar, aplicando lo militar a la política sin negar amagues
armados: “esta Revolución es pacífica pero está armada” (Hugo Chávez). Y una de las estrategias de librito (Sun Tzu, El arte de la guerra) son las escaramuzas: esas maniobras
distractoras que se hacen para confundir al enemigo, para que descuide los
flancos estratégicos.
El
arte de la guerra se basa en el engaño. Por lo tanto, cuando es capaz de
atacar, ha de aparentar incapacidad; cuando las tropas se mueven, aparentar
inactividad. Si está cerca del enemigo, ha de hacerle creer que está lejos; si
está lejos, aparentar que se está cerca. Poner cebos para atraer al enemigo.
Golpear al enemigo cuando está desordenado. Prepararse contra él cuando está
seguro en todas partes. Evitarle durante un tiempo cuando es más fuerte. Si tu
oponente tiene un temperamento colérico, intenta irritarle. Si es arrogante,
trata de fomentar su egoísmo. Si las tropas enemigas se hallan bien preparadas
tras una reorganización, intenta desordenarlas. Si están unidas, siembra la
disensión entre sus filas. Ataca al enemigo cuando no está preparado, y aparece
cuando no te espera. Estas son las claves de la victoria para el estratega (p.
4, en http://www.dominiopublico.es/libros/T/Sun_Tzu/Sun%20Tzu%20-%20El%20Arte%20de%20la%20Guerra.pdf
).
Los grandes
referentes de quienes han detentado el poder en estos algo más de tres lustros
son políticos-militares: Mao y Fidel, entre los ejemplos primeros. Bolívar, el militar constructor de
civilidad, puede funcionar como mampara: se izquierdiza su pensamiento con
intenciones ideológicas (justificar una praxis que no tiene que ver con el
Libertador, pues no es posible que conociera El Manifiesto del Partido Comunista 18 años antes que fuese escrito).
En algún tiempo se consideró la influencia de Alfredo
Maneiro, Cesoresole y Heinz Dieterich ¡ah! y Podemos (cuya referencia a las armas y
la guerrilla es clara, por no citar el apoyo al nacionalismo terrorista),
personajes civiles que no por ello se deslindan de la vía armada, propios de la
izquierda más radical. Pues el carácter epopéyico de la Revolución necesita de
los fusiles, uniformes y el redoble del tambor. De Marx, el viejo Marx, dudo que lo hayan entendido. Engels se encargó de hacerlo digerible,
en Occidente, y Rius, el dibujante, para
México y América Latina. No espero que conozcan ni siquiera a Rius.
Y la lógica de la guerra es distinta
de la lógica de la política, por más que el corto de Mao no lo entendiese (“La
guerra es la continuación de la política”, en Sobre la guerra prolongada , mayo de 1938, Obras Escogidas, t. II, que se
encuentra también en http://www.formacion.psuv.org.ve/wp-content/uploads/2013/07/Estrategias-y-Tacticas-de-Mao-Tse-tung.pdf
)[i].
La lógica de la política, más si nos referimos a la democracia, es la palabra,
la discusión a través de la palabra. La palabra “parlamento” tiene que ver con
ese hecho usado y abusado por los atenienses del siglo IV antes de Cristo
(hombres libres con esclavos que discutían todo el día sobre el gobierno de la
ciudad, con acuerdos en ocasiones suicidas… pues la decisión de las mayorías no
está casado con Metis, la diosa de los consejos, ni tiene como protectora a la
virgen Atenea, diosa de la prudencia y sabiduría). Lo supo Sócrates por letal
experiencia; lo supo Pericles, que esquivó hacerle la guerra a los suyos; hasta
Demóstenes, que fue ignorado por sus conciudadanos cuando la desgracia amolaba contra
los griegos las armas de Filipo, el rey de Macedonia. Pero la palabra es la
alternativa que exorciza la imposición de voluntades por la fuerza bruta.
Por supuesto que “parlamentar” es hacer uso inteligente
de la palabra a través de la elocuencia, la oratoria, la argumentación y la
polémica. Es en ocasiones acorralar pero también convencer. Es negociar puntos
de vista, que no valores ni principios. Los griegos eran finos en estas cosas,
pero también las retóricas de la Revolución Francesa y demás revoluciones
legítimamente democráticas. Cierta altura es necesaria en cualquier Parlamento,
por lo que los golpes televisados en cualquier parte del mundo, en dichos
hemiciclos, lucen repudiables. Tampoco se puede siempre hablar para las cámaras,
complacer al populacho (uso el peyorativo para diferenciarlo de la palabra Pueblo,
que conlleva respeto y no la decadencia de divertir inconsciencias a cualquier
precio) ni cuidar la imagen diciendo solo lo políticamente correcto. Algo así
ocurrió en el año 1999, durante la Constituyente: las distintas posturas fueron
argumentadas… hasta que regresó del periplo por el mundo el comandante… y dio
la orden de acelerar las discusiones). En ese contexto, sin que nadie lo
hubiera mencionado, se cambiaron símbolos patrios. Y de esta forma se fue
esfumando la discusión inteligente en el ostracismo más burdo.
Por supuesto
que una mesa de diálogo implica el uso de la palabra, no del soborno o la
bayoneta. Se ha puesto de moda, luego del amague del 2014, con apoyo de nuevos actores
internacionales. Y, como cuenta el Papa cuando era arzobispo de Buenos Aires, “un
viejo sindicalista muy honesto me dijo: Cada
vez que me sentaba en una mesa de negociación yo sabía que tenía que perder
algo, pero ganábamos todos".”. Cuestión nada deleznable si al final el
bien alcanzado por los acuerdos compartidos supera la cuota de sacrificio de
cada una de las partes. Y del todo digno, si lo que se negocia no son los
principios, es decir, lo que dice claramente la Constitución.
Lamentablemente el historial del gobierno tiene poco que mostrar en términos de diálogo mantenido en el tiempo. Con Hugo Chávez puede que algo se hiciera en la coyuntura del 2002, pese a la mala memoria de sus adláteres (“yo sería capaz de sentarme a hablar hasta con el mismo diablo”, recuerdo que dijo en los días siguientes al 2002, para estabilizar al país[ii]). Pero éll mismo indicó que con la burguesía no había diálogo: “No podemos dejarnos penetrar por el discurso del adversario”. Y lo cumplió: evadir encontrarse en un careo con Vargas Llosa (por algo lo haría). Quizás también porque dialogar es abrirme a la verdad del otro, en el sentido ontológico, no argumentativo (perdonen el tecnicismo): es un ser humano como yo, tiene dignidad de persona, se parece a mí con pensamientos distintos. Y poder oírlo es arriesgar a dejarme contaminar por sus “verdades”.
Quien ha
seguido la actuación del gobierno desde que se instaló en los albores de siglo,
sabe que el diálogo se desvanece en el tiempo. Pero tal falta de seriedad solo
puede conducirnos a la conclusión de que ello es a propósito. Tiene
intencionalidad. Que su apuesta es dilatarse en el tiempo (ganar tiempo), hasta
distraer y agotar. Distraer mientras el propósito último, el estado comunista,
se establece. Mientras van haciendo correcciones, acomodaciones y ajustes para
la estatalización de la sociedad (¿dictadura del proletariado?). El último
punto, la distracción, que tiene que ver con la estrategia militar, es el más
preocupante. Porque en esta situación-páis está en juego no solo la posibilidad
de disfrutar por algunos las mieles del poder, o por los teóricos de la utopía
sobre cuál es el modelo de país que se quiere estructurar a largo plazo, sino
la SUPERVIVENCIA
inmediata de muchos venezolanos.
Inmediata quiere decir l de hoy, la de las próximas 24 horas. Por cierto, que
aquí no valen los números: una muerte evitable y sin sentido es tan inadmisible
como miles o millones de muertes absurdas. Cada muerte es de un muerto: con
rostro, con historia, con familia, con afecto, con ilusiones. No es un dato
para la estadística. Una muerte absurda pesa como muchas muertes absurdas. Lo
absurdo no tiene gradación: no hay algo que tenga mayor calidad de absurdidad.
Aumenta la perplejidad, sobre todo si se considera al ser humano con capacidad
de corrección, por lo que la repetición del yerro evitable hace que se concluya
la imbecilidad de los responsables o su absoluta complicidad con un hecho que reúne
las características de crimen. Pero una muerte absurda no puede justificarse
colocando en el otro platillo de la balanza a muchas muertes absurdas. Es el
drama de conciencia que refleja el monólogo final de la película de Steven Spielberg,
“La lista de Schindler”.
Tales reflexiones que está fuera de la mentalidad épica de las
revoluciones comunistas (el pueblo es el supuesto sujeto político que opta por
el poder, sin importar el sacrificio que hagan los individuos o que quienes
manden en nombre del pueblo no tengan que ver con este) o los parte de guerra, esos
informes donde los seres humanos son piezas de ajedrez con capacidad de
inmolación, donde el problema no es quién muere, sino el número total de bajas.
Es la diferencia con el planteamiento (no sé si la praxis) de las democracias
en occidente y del mundo civil.
Así que
mientras se juega (ojalá que no sea un juego) a sentarse a la mesa de
negociaciones en República Dominicana, la clave de interpretación es lo que
pueda estar pasando en los entretelones, en las líneas de combate, no en la
retaguardia: que el Ministerios de las Comunas tenga la responsabilidad de las
Clap y que la comida llegue a las comunidades por los consejos comunales. Si estuviésemos
saliendo de una guerra, sería bienvenido. Pero si la situación de guerra se ha
creado artificiosamente, y no se toman en cuenta los correctivos que hay que
hacer, todo lo que se diga puede ser solo una manera de distraernos, mientras
el control total del Estado, que ellos llaman revolución y a mí me parece que
es Absolutismo trasnochado del siglo XVIII, se termina de instalar.
Que haya que
dialogar, no lo dudo. Pero que el ojo debe estar atento a lo que acontece en
entretelones, eso tampoco lo dudo. Algunos intentan imponer el paraíso
comunista sobre el hambre del pueblo y el “bozal de arepa”, controlando
empresas y monopolizando la distribución de medicamentos, a costa de las
libertades individuales que están
ligadas a las económicas. Un proyecto donde el todo del Estado está en la
totalidad de la sociedad, con la neutralización previa de quienes resulten
evaluados como amenazantes.
Y que el diálogo primero debe ser del
pueblo para el pueblo y entre el pueblo, eso también. No se puede delegar a los
políticos profesionales, cuando se trata de rescatar la convivencia horadada
por los tiempos de retórica decimonónica. Los políticos tienen su campo de
acción y responsabilidades. Pero el pueblo debe conjurar las ambiciones, en el
sentido negativo, de unos de permanecer en el poder a cualquier precio y, de
los otros, de alcanzarlo para someterlo a su antojo. Queda, por supuesto, la incógnita
del populismo: cómo el pueblo, por sus propios intereses, puede resistir los
encantos seductores de quienes anuncian un futuro donde la prosperidad se podrá
disfrutar en una hamaca entre palmeras, sobre el fondo playero, con agua de
coco a la carta, sin necesidad de mover un dedo. El despertar de la pesadilla
pasar por reconocer que la prosperidad es fruto del trabajo de todo un pueblo,
donde todos hacen falta y nadie sobra.
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