DESNUDEZ CRISTIANA Y DESNUDEZ DIVINA: PRESENCIA DE CRISTO EN SEMINARISTAS MERIDEÑOS




Ellos marcharon de la presencia del Sanedrín
 contentos por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre.
Y no cesaban de enseñar y de anunciar la Buena Nueva de Cristo Jesús
cada día en el Templo y por las casas
Hch. 5,41-42


            Un grupo de 4 seminaristas fueron agredidos, amenazados, golpeados y vejados por un grupo de violentos identificado con el chavismo. Como es notorio para la opinión pública, sus ropas fueron quemadas.

            ¿El contexto? El mitin que estaba planeado realizar en la zona, donde participaría Lilian Tintori, la conocidísima esposa de Leopoldo López, el preso de conciencia, junto con el diputado Freddy Guevara. Se hizo lo posible por impedir la llegada a la ciudad de la notable dama. Mientras tanto, estos extremistas acosaban a la población inquiriéndoles que se pronunciaran si eran del chavismo (gobierno) o de oposición. La fuerza pública, con su mutis, ofrecía apoyo tácito (o silencio cómplice), según se denunció posteriormente.

            Los muchachos, pues eran seminaristas menores (cursaban bachillerato), se dirigían a sus clases de inglés (ya habían culminado sus estudios regulares). Al pasar por la avenida Don Tulio Febres Cordero, los irregulares (supongo que puede ser un buen apelativo digno de toda objetividad) les conminaron a definir sus apoyos políticos. La respuesta, digna de toda teología, fue “somos seminaristas”. Lo que desbocó la violencia con las consecuencias ya conocidas.

            El padre Cándido Contreras hizo un acercamiento magistral a los acontecimientos, revisándolos desde la fe, durante la homilía en la misa abierta convocada ante tales hechos, oficiada el lunes 4 de julio. Procuró, según sus palabras, examinar los dos libros por los que nos habla Dios: el libro de la vida y la Escritura. Para lo cual pidió a todos que lo encomendasen para ser instrumento del Señor. No es mi caso querer suplir sus palabras, aunque sí añadir alguna que otra perspectiva.

            “Somos seminaristas”. Esa fue la respuesta que dieron. Una respuesta corta en palabras pero llena de contenido, de identidad eclesial. Ante la polarización del país los muchachos se sienten Iglesia: ser seminaristas es, independientemente del camino que todavía les toque recorrer y las decisiones que vayan a tomar, ser servidor de todos y, por lo tanto, no identificarse con ninguno, ideológicamente. Es hacer presente esa identidad de la Iglesia que pisa y se mete en política sin partidizar su presencia. Servicio que, por supuesto, no es neutral, pues tiene su referencia en la verdad y la justicia y en la opción por los últimos de la sociedad, sino que cuestiona, como lo muestra la reacción de los violentos. Dicha identidad se vive, por supuesto, de manera diferencia por cada miembro de la Iglesia: el laico (como el caso del  casado) es Iglesia y puede participar militando en un partido político, pero no a nombre de la Iglesia aunque sí con los valores de la Iglesia. Pero en el caso de los pastores y consagrados, no se da dicha militancia. Y ser seminarista es, independientemente de qué tan alejado temporalmente se esté de la ordenación, ir conformando la identidad y perfil sacerdotal: se es sacerdote para servir, para dar la vida, para reconciliar en la verdad y fraternidad en el nombre de Jesucristo y en virtud del Espíritu Santo.

            No obstante llama la atención que de la totalidad del estamento eclesiástico, visto como institución, los seminaristas menores son el eslabón más fino: no son sacerdotes, son adolescentes sin la proyección o el reconocimiento que gozan los seminaristas mayores (los que cursan estudios superiores) y, en este caso, hasta provienen de los pueblos más humildes del estado Mérida ¿puede la fe entrever algo de lo que Dios quiere comunicar?

            Lo recuerda san Pablo en la primera carta a los Corintios: “Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es.  (1 Cor 1,27-28). Su fuerza actúa mejor en la debilidad, según le fue revelado: Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza” (2 Cor 12,9).  Y Jesús está presente en los cristianos que el fariseo Saulo (Pablo) estaba persiguiendo con credenciales de las autoridades judías (Sanedrín): “Sucedió que, yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le rodeó una luz venida del cielo, cayó en tierra y oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?».El respondió: «¿Quién eres, Señor?» Y él: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues»" (Hch 9,3-5).

En esa debilidad se percibe la fuerza de Dios, la asociación a la desnudez de la cruz, esa participación para completar los sufrimientos de Cristo: “ Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (cf. Col 1,24). Esa vejación asociada a la cruz de Cristo presencializa la fuerza pascual de Señor. Sacude y recuerda que Cristo está presente en la historia. Que la historia no es ausencia de Dios sino presencia de Dios que se sacramentaliza en la vida y acciones del bautizado que busca al Señor. Les plantea en cara a los poderosos que Jesús se ha identificado con los débiles con los últimos, con los sin-voz.

Venezuela no está sola. Esta historia con todo su dolor está asumida por el Señor. Y estos seminaristas rinden visible la cercanía divina en relación con todo el sufrimiento que se vive (unos más que otros). Hacen visible la asociación de Dios por medio de Cristo que también se da con quienes mendigan el alimento; los que son vilipendiados; con los que no pueden hacer alarde de armas; los que carecen de contactos para preservar su dignidad; a los que se les niega la justicia, los están recluidos injustamente, por falta su conciencia o por retardos procesuales; los que peregrinan buscando medicamentos, los sufren la suma de la angustia y la enfermedad; aquellos víctimas de la violencia; para los culpables recluidos en centros penitenciarios donde no hay remisión ni redención. En cada uno está presente el Señor asumiendo su dolor y su drama, pero también infundiendo esperanza, comunicando gracia, impulsando de manera impensable el amor, la espera impaciente de quienes saben amar, la paciencia inconforme de quienes apuestan por algo mejor, más parecido al proyecto de Dios.

            Lo ocurrido a los seminaristas es también grito profético que nos invita a despertarnos, como recordaba el P. Cándido en su homilía. Hemos sido narcotizados por la ideología y, cuando ocurren estas cosas, que nos espabilan, podemos volvernos en sí. Estamos invitados a enseñorearnos de la historia y preguntarnos hacia dónde queremos ir. Resuena una vez más el grito de Jesús en la cruz entregando su espíritu al Padre.

            Dios habla a través de los más débiles. El creyente debe tener un oído atento. En el encuentro con la debilidad, Dios se hace fuerte: nos incita a que confiemos en él. Los mismos discípulos que huyeron ante el escándalo de la cruz, una vez que Jesús hubo resucitado y recibieron el Espíritu, se alegraron cuando les tocaba padecer por el Señor. “Que sabe quién no sabe padecer por Cristo” (san Juan de la Cruz, Avisos 1,12). Que el gozo supere el estigma haciéndolo estigma del Señor. Gozo que sea gozo pascual.

Ellos marcharon de la presencia del Sanedrín
contentos por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre.
Y no cesaban de enseñar y de anunciar la Buena Nueva de Cristo Jesús
cada día en el Templo y por las casas
Hch. 5,41-42

Comentarios

Entradas populares