LA LÓGICA EVANGÉLICA PARA EL EJERCICIO DE LA POLÍTICA
“También
entre los pucheros anda el Señor”
(Santa
Teresa de Jesús, F 5,8)
Una de las
cosas que parece escasear más en el mundo es la honestidad. Por lo menos esa es
la impresión que tiene la gente y que dan los medios de comunicación social. En
efecto, las élites políticas sufren de profundo descrédito y sus afirmaciones
se toman con cautela. Lo “políticamente correcto” hace que se considere
cualquier información como acomodaticia con el fin de amoldarse a la opinión de
las mayorías. Lo “políticamente correcto” significa “lo electoralmente
conveniente”.
Ya en días
pasados decía De
Prada que el encuentro entre Oriente y Occidente, entre las sociedades
occidentales y el mundo musulmán, era asimétrico. Que en esta especie de guerra
no convencional, de radicalismos tipo yihadistas o infiltración cultural por
medio de la inmigración de cualquier tipo, las sociedades como la europea
anteponían intereses y conveniencias a convicciones y valores. Lo cual nos
lleva al tema de la conciencia.
Cuando uno
se asoma al evangelio de Lucas (12,32-48), hay una introducción que remite a la
confianza en Dios en medio de las dificultades (“No temas, pequeño rebaño,
porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino.”). Sigue
con el encorajamiento al riesgo (vender lo que se tiene y dar limosna) para
subrayar que la vida hay que asumirla desde la vigilia-vigilancia (como quien
se cuida de un ladrón nocturno). Para, finalmente, explicarle a Pedro cómo se
aplica esto a los apóstoles a través de la parábola del administrador fiel:
Dijo Pedro: «Señor, ¿dices esta parábola para nosotros
o para todos?» Respondió el Señor: «¿Quién es, pues, el administrador fiel y
prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para darles a su
tiempo su ración conveniente? Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar,
encuentre haciéndolo así. De verdad os digo que le pondrá al frente de toda su
hacienda. Pero si aquel siervo se dice en su corazón: "Mi señor tarda en
venir", y se pone a golpear a los criados y a las criadas, a comer y a
beber y a emborracharse, vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera y
en el momento que no sabe, le separará y le señalará su suerte entre los
infieles. «Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha
preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; el
que no la conoce y hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos; a quien se le
dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más
(Lc 12,41-48).
Era
costumbre en tiempos de Jesús que los dueños de hacienda viviesen en la ciudad.
Por lo que uno de sus empleados tenía el
cargo de administrador, extraído de la servidumbre, de todos sus bienes y
posesiones durante su ausencia. Era un enorme poder de mando. Casi que podía
disponer a su arbitrio de todo, sin oposición alguna. Por lo que la prolongada
ausencia del dueño hace que siente que puede obrar a sus anchas. Hay que
recordar que la legislación de entonces era mínima, por lo que la situación no
se puede interpretar como si estuviese afectando los derechos laborales de
nadie. En teoría, la última instancia era el Rey, y la referencia eran las
leyes religiosas. Los siervos del relato tenían la fortuna de contar con un
dueño bondadoso que los respetaba. Si nos adentramos en la lógica de la
parábola, el siervo incumple cuando considera que la tardanza del dueño
equivale a una total autonomía para abusar de lo que no le pertenece. Está
disponiendo de lo que se le ha confiado, que no es suyo, por lo que falta a la
fidelidad debida.
Las
consecuencias para los Apóstoles y sucesores es evidente: son administradores
de lo que no les pertenece. Están llamados a la fidelidad, a no abusar de las
personas que tienen a su cargo. A servirles (dándoles el alimento a la hora). A
no abusar del poder. Todos trabajan para el Señor. La imagen remite a una
hacienda (sentido de laboriosidad), no simplemente a un rebaño (pasivo, sentido
de mantenimiento e irresponsabilidad, que nos llega a través de ciertos
sentidos bucólicos de la vida).
Pero esta
lógica contrasta con la visión mundana del poder. Y esto es chocante tanto
dentro de sociedades gobernadas desde sistemas democráticos y, en muchos casos,
por políticos y gobernantes que se identifican con el cristianismo. Ese
contraste queda remarcado por la manera cómo el papa Francisco se desempeña,
cosechando admiración y liderazgo inclusive entre los no creyentes. Que la
soberanía reside en el pueblo, en el mundo político, no es una novedad
comercial de los llamados socialismos del siglo XXI. La alucinación del poder,
de considerarse autónomos, pudiendo eludir la justicia humana, sin darle
cuentas a nadie es un espejismo, un caldo de cultivo para abusos de todo tipo.
Sirve para la degradación social. El caos.
Para los cristianos (los católicos) la
referencia siempre debe ser el Señor: él es la principal razón para la
fidelidad. Nada inmuniza tanto contra la idolatría del poder, como el amor que
busca asemejarse, en el lenguaje de los místicos, con el Amado. Así como la
fascinación por ser pequeños ante el Señor, como una manera de cultivar la
intimidad con el Señor y estar en la lógica del Reino presentado por los
Evangelios. La humildad es una virtud con vigencia para el ejercicio de los
cargos públicos en la actualidad. El llamado “temor de Dios” es esa conciencia
de tener que rendirle cuentas al Señor de nuestra vida. Un don que debe
implorarse. De ahí que se pueda hacer una lectura “política” de la parábola y
el ejercicio de los cargos públicos hoy en día.
Pero puede ser que en nuestras
sociedades haya políticos que se confiesen como ateos, agnósticos o hasta de
otra religión. Tal argumento no es válido que sirva de coartada para cualquier
ocurrencia, pues el ser humano está obligado a buscar la verdad y a seguir los dictámenes de su conciencia. En
muchas oportunidades estos que se confiesan como no creyentes, lo hacen para
amparar sus fechorías. Cuando uno de los argumentos clásicos de los ateos, para
confrontar a los creyentes, es que ellos no necesitan de un dios ni a un cielo
o un infierno para hacer el bien y obrar en la justicia. Lo que prueba que la
falta de fe no es excusa para malograr.
Claro que yo corregiría que el
quedarnos sin Dios hace que los puntos de referencia de lo que es absoluto se
desdibujen, por lo que es una apuesta arriesgada. Con e tiempo el propósito
inicial puede terminar en otras absolutizaciones nada humanas. Pero con todo
coincido en que toda persona, sea o no creyente, debe ser fiel a lo que su
conciencia le indica como bueno, justo o moral. Como digo, tal planteamiento,
que debe ser crítico, reflexivo y desde la búsqueda de una verdad que no tiene
que coincidir de ante mano con el propio criterio.
Pero habría que añadir otro aspecto.
Si bien el creyente hace experiencia de Dios desde la fe, lo que implica que
Dios es algo razonable pero no evidente, habría igualmente que apuntar que su
supuesta inexistencia tampoco es algo evidente, por muchas objeciones que haya.
Si bien todo ser humano está llamado a seguir su conciencia en términos de bien
y mal, para el que busca con sinceridad la verdad no teme a errar y enfrentar
el juicio de Dios. Es más, una sencilla medida de prudencia sería seguir la
propia conciencia, que conlleva al respeto a los demás, a no usar de las
prebendas de la política para propio beneficio, por si sencillamente se
equivoca.
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