MILITARES, CIVILES Y RÉMORAS EN LA ACTUAL COYUNTURA VENEZOLANA




           No se sabe cuándo terminará, pero ya ha comenzado. Lo dice más de uno, de esos que son biempensantes. Es la transición. La transición democrática. Pero no hay que aguardar a que los planetas se alineen en el espacio o sobrevenga un cataclismo. Es algo que pende de nuestras decisiones. De la decisión de cada uno de los habitamos este país. Pues los obstáculos no son cósmicos, sino humanos. Eso es lo que hay que entender.

            O sea, este proceso depende de nosotros. Se prolongará lo que se prolongue el coincidir en un mínimo de acuerdos. No es cuestión de arrebatar el poder. Conseguirlo constitucionalmente por fuerzas que representen el cambio es importante. Más no es lo fundamental. No puede una nueva mayoría imponerse sobre otra nueva minoría. Más cuando escasea el número de líderes con reconocimiento y arrastre.

            La transición ha comenzado no solo por la nueva correlación de fuerzas en la Asamblea. Esta es explicable por la ausencia del “Galáctico” (cuyo partido en verdad luce como polvo cósmico por su inviabilidad histórica desde la gestación) y en el desgaste del modelo. En verdad nunca funcionó, pues un sistema que necesita la intromisión constante de un elemento ajeno a él para que funcione, no es un sistema. No producía lo que necesitaba. El petróleo lo financiaba. Como si alguien tuviera un tío rico que sigue inyectando dinero para que un negocio en bancarrota no baje la santamaría. Ese no puede catalogarse como un “negocio próspero”.

Para regresar de la metáfora al terreno político, el petróleo conseguía que pareciese vigoroso y pujante el Socialismo del Siglo XXI. Lo hubiera conseguido igual con cualquier otro modelo que hubiese apadrinado: una dictadura, una monarquía o un califato. Toda una proeza de prótesis robóticas para que el lisiado consiga dar unos pasitos antes de darse de narices contra el piso. Lo que para la neuro-robótica sería una proeza, para las ciencias sociales es una comiquita. Quienes se hacen preguntas serias, tal comportamiento social es todo un desmentido acerca de cantidad de postulados sociales, antropológicos y filosóficos. La experiencia niega la hipótesis.

            Pero ¿cómo se acorta esta agonía? Considero que debe haber 3 frentes: uno que permita a los militares regresar voluntariamente a los cuarteles; otro que permita a los civiles posicionarse racionalmente tanto con el diagnóstico como con la propuesta y la hoja de ruta; y, finalmente, dejar en evidencia la incapacidad de dirección, pensamiento y ejecución de los grupos actualmente en el poder.

LOS MILITARES

            Por supuesto que en el mundo militar puede existir variedad de tipos de persona. Quiero decir que, al igual que en el resto del tejido social, hay conchupancias, favoritismos y corrupción, sin que lo sean todos. Con el ligero problema que el uso legítimo de las armas concede una sensación muy amplia del poder. O sea, no es la racionalidad sino la percepción de poder la que le puede dar la impresión a un militar que él está más allá de la ley (“Más allá del bien y del mal”, que diría Nietzsche). O sea, el gozar de un poder que traspase atribuciones y límites resulta muy tentador. No es lo mismo ordenar y que se cuadre todo un pelotón, que hacerlo y que se cuadre todo un país. Al poder concreto se le suma el poder abstracto, confundir el poder de la retórica y la sumisión con la razón y la verdad. Por verdad entiendo, sin mayores disquisiciones filosóficas, una construcción mental que tenga como referente lo que realmente ocurre por fuera del sujeto. No la auto-referencia, egolatría y egocentrismo, que se deja seducir por la adulación. Esa auto-divinización. Esa referencia hacia afuera que guía a la razón instrumental, que indaga y propone cosas a priori que pueden comprobarse a posteriori.


            Lo que el resto de los mortales consigue a través de la discusión verbal en la empresa, la academia o el sindicato, los militares se lo ahorran. El prestigio del creador o innovador, en el mundo civil, se consigue tras el reconocimiento de sus obras y no solo sus estudios. El militar lo pretende conseguir antes de su realización, basándose en su rango (que puede darse por méritos de otro tipo), aun cuando usurpe las atribuciones de los civiles. El castrense, en el mundo civil de la política, pretende tener un reconocimiento que se le brindarían con ojos cerrados a un prestigiador.

            El mundo de la guerra y las tácticas militares tienen una lógica distinta de la que requiere el mundo civil. Eso aparece en el mismísimo Sun Tzu. Que, por cierto, exonera en ciertas situaciones de emergencia, en batalla, de estar consultando a los superiores lo que debe hacerse de manera inmediata. O sea, exonera de la burocracia y cadena de mando. Eso mismo necesita la economía en cantidad de oportunidades: la capacidad de tomar rápidamente decisiones acertadas sin depender de trabas burocráticas. Por eso es que la economía exitosa en el mundo está mayormente en manos de los privados (¡no de los privados de libertad!). Hasta en grandes conglomerados la asamblea de accionistas delega la responsabilidad de la conducción en el CEO o director ejecutivo. Si lo hace bien, sigue en el puesto con toda libertad. Sino se despide y se designa a un sucesor.

El militar ha formado su estructura mental para analizar, interpretar y reaccionar de manera distinta a los civiles, como dentro de los civiles un médico, un sacerdote o un maestro tienen estructuras mentales distintas, producto de su formación y su actividad. Así que no pretendo hacer ver al militar como un incapaz o un inútil. La realidad de la defensa necesita de las estrategias de guerra y la subordinación. Los resultados se valoran por los resultados de la guerra y el combate. La disciplina es clave pues las consecuencias de la derrota siempre tienen que ver con la muerte. Saber atacar, defender y retirarse tiene como apoyos el orden y la disciplina.

            Para que el militar regrese a las funciones que le son propias, que popularmente se dice que “vuelvan a los cuarteles”, se requiere de lucidez, humildad y sentido común. Lucidez, porque tal paso solo podrá darse en la medida en que se entienda que es lo mejor para todos. Que el mundo de la política y la economía tienen otras reglas que deben seguirse. Que el civil (no cualquier civil) tiene un adiestramiento más adecuado para enfrentar el reto de analizar, diagnosticar y proponer soluciones, que necesitan de la comunicación adecuada para permitir el consenso. Que se necesita entrar en el intercambio de ideas, pero también en la conciliación de intereses legítimos. No los intereses rastreros de fregar a otros, cosa repudiable, aunque ocurra. Pues la moral no solo puede ser la militar.

            Humildad para reconocer que ese es su sitio, donde nadie puede sustituirlo. Donde debe ser reconocido. Humildad para emprender el camino de regreso, donde no puede valorarse como una derrota, pese a que no debió apoyarse el cambio en Venezuela saltando al mundo civil para tomarlo.

            Sentido común, pues lo que se les pide tiene su propia racionalidad. No se está invocando a la Constitución para que reciban una orden de algún superior que contradiga sus convicciones. Es que se está convencido que el repliegue es un servicio a la patria.

POSICIONAMIENTO RACIONAL DE LOS CIVILES EN ANÁLISIS, DIAGNÓSTICO Y PROYECTO

            Un elemento complicado es el del posicionamiento racional de los civiles en cuanto al debido diagnóstico y propuesta de solución. Porque si bien el país se dividió en bandos de amor-odio, tal situación generó una percepción e interpretación dispar de la realidad. Así que convencer a quien piensa distinto con insuficiencia de argumentos o con argumentos equivocados que conducen, por lógica, a conclusiones equivocadas, no es tarea fácil. Tampoco es tarea fácil encarrilar en la lógica de la reflexión a quienes visceralmente se han opuesto a la llamada “revolución” con toda clase de improperios y violencia activa y pasiva. Así que para este asunto es necesario neutralizar y poner en hibernación a las emociones.


            La evidencia es que estamos mal. Pero el diagnóstico es precario. Cuando se dice que “con Chávez estábamos mejor”, se alude a una comprobación empírica: antes teníamos y ahora no tenemos. Y detrás de esta comprobación empírica, hay otra: antes no teníamos (en los noventa) y en la década anterior (2000 al 2010) sí tuvimos. Este reforzamiento argumentativo se basa en sensaciones y emociones, no en análisis. La estructura verbal racionaliza una situación emocional. En teoría de la ideología, la justifica y encubre. Porque no se alude a las causas, a la explicación de por qué fue así. La bonanza sirvió para desacreditar a los contrarios y, por supuesto, mal poner en su totalidad a los llamados “40 años de puntofijismo”. Se vendió una interpretación de la realidad hecha a la medida, con una gran capacidad de penetración en la gente, usando “argumentos” emocionales. Más que desacreditar, se ridiculizó en los términos retrecheros. Cosa que podía engranar muy bien con la forma como la gente de nuestro pueblo ha tendido a enfrentar y resolver las disputas.

            Quienes pretendan liderar el cambio, deben hablar en un lenguaje comprensible para la gente sin que se caiga en el terreno de las descalificaciones emocionales (si se quiere que la gente comprenda y no solo asienta). Y hay que hacerlo sin sacrificar la racionalidad sino justamente apoyándose en ella. Es cierto que el grupo que está al frente del país es incapaz. Pero antes de entrar en este punto, hay que corregir el análisis y el diagnóstico. Eso significa partir de la evidencia y malestar dada la situación actual, para poder entender que la causa está en el modelo (y no solo en la dirección del modelo). Y ese modelo se fue infiltrando mediante el prestigio que la gente le fue concediendo al presidente Chávez. Que se creyera en él no significa que todo lo que propusiese fuera infalible.

            Una vez que se acuerde que el modelo está errado, por lo que no es capaz de causar “la mayor felicidad posible”, se debe pasar a una tarea difícil, la más ardua de todas: el modelo se fue infiltrando sigilosamente en la sociedad venezolana de manera intencional. Se evadió hacerlo de forma franca. Pues era la forma como podía establecerse el socialismo, pese a la discrepancia de la gente por el colectivismo marxista. Si bien el presidente Chávez intentaba explicar las bondades de ese modelo, la gente “no le compraba la pólvora”.

La ocasión la brinda las últimas elecciones presidenciales de Chávez, cuando se dice que por ley un candidato debe ofrecer un programa de gobierno, por el que vota la gente. Eso tiene su lógica: debe ofrecer algo y no ser siempre una cara distinta. Pero sirvió para colar el modelo. Por eso, en medio de la exaltación emocional, nadie se fijó en ello a no ser por las extravagancias de “salvar al mundo”, quizás puesto ahí para distraer y exacerbar las emociones, a favor y en contra, aún más. La conocida victoria, pese al buen desempeño del candidato Capriles, ha servido de acicate para afirmar que el “Plan de la Patria” fue votado por la gente, que no se puede contrariar al soberano, por lo que debe seguir fijando el norte de la agenda política en Venezuela. Cuando la gente no estuvo pendiente de esos detalles, sino de Chávez cantando, bailando y tocando guitarra, cuando no convaleciente.

            El que se entienda que el modelo no sirve, pese a que corresponde al legado e intención del presidente Chávez, no basta. Hace falta una propuesta de modelo comunicado en una clave que la gente entienda. Que pueda ver, en plata clara, que se propone, a dónde va, sus límites y alcances. En que se parece a la realidad anterior del puntofijismo y en qué se distingue y se corrige. Donde se aclare sus dudas sobre si lo que se quiere es desmontar todo lo construido (o aparentemente construido) y se disipen los temores de que se vuelva a entregar el ejercicio de la política a los viejos cogollos. Por lo que una cosa importante es diferenciar las aspiraciones y valores que inspiraron el apoyo inicial al presidente Chávez, según lo que entendía la gente, de lo que resultó su propuesta. No es lo mismo renunciar a un modelo de hacer política y a un modelo económico, a las expropiaciones y estatizaciones que renunciar a principios y valores como la honestidad, la transparencia, la solidaridad, el valor del pueblo y de los pobres, el empoderamiento de las comunidades, etc. Todas estas cuestiones no ligadas ni al chavismo ni al socialismo, pero que fueron el gran descuido de la política de la última década del siglo XX.

            La implementación de un nuevo modelo, si no quiere ser populista, implica el que se hable de antemano de los sacrificios compartidos. Cuestión muy delicada pues siempre se ha percibido al pueblo como carne de cañón. Establecer una hoja de ruta donde se recupere la economía es vital para recuperar otro bien que escasea, que es la confianza. Al igual que reivindicar la ganancia y la prosperidad, criminalizados por una mentalidad socialista mucho anterior que el arribo del teniente coronel a las portadas de los periódicos. No es lo mismo identificar la ganancia excesiva conseguida en base a infringir la ley y explotar a los trabajadores (sobretiempo, condiciones laborales infrahumanas, etc.), que hacerlo en base al esfuerzo. Y esto como una mentalidad generalizada a toda la sociedad. Que la riqueza o bienestar que se derivan del trabajo, del estudio y la preparación es del todo legítimo, que resulta distinto del obtenido por los juegos de envite y azar o el crimen organizado. Que tener dinero no es un crimen, si tiene una proveniencia legal. Que debe haber incentivos para que se gaste en Venezuela y mueva la economía, incluyendo la vía impositiva (racional, no excesiva). Que el Estado no es ningún papá y que no debe ni va a resolver las cosas que los ciudadanos pueden resolver; que las comunidades deben organizarse y generar recursos, y no solo pedir y visitar oficinas gubernamentales. Que el amor por Venezuela no puede ser impuesto legalmente, por lo que la solidaridad debe ser un valor cultural, para superar todo lo que estanca al país.

LA FLAGRANTE INCAPACIDAD DE QUIENES HOY EN DÍA DIRIGEN AL PAÍS

            Un último frente y desafío, por cierto, muy desagradable pero necesario, es dejar en evidencia la incapacidad de dirección, pensamiento y ejecución de los grupos actualmente en el poder. Si bien el desafío anterior debería haber permitido dar por sentado este aspecto, tal cosa no es para muchos ni automática ni evidente. Dentro de este grupo de personas, enquistados en el poder, puede haber intereses contrarios al bien nacional pero también presuntamente actuaciones al margen de la ley. Sin embargo, tal cosa no es relevante para estas líneas. Es decir, es grave y muy importante, pero requiere de investigación y ser procesados en el foro penal como para concluir la culpabilidad de personas con nombre y apellido. Mientras tanto, aunque creíble para muchos, para otros es una campaña difamatoria. Tanto más cuando las instituciones nacionales están secuestradas y cuando la matriz de opinión de la confabulación internacional y el intervencionismo es real para muchos.

            La obstinación en un proyecto fallido y la negativa a hacer correcciones que exige la realidad, son aspectos que los inhabilita para la actuación política (no me refiero a ninguna sanción administrativa, sino a la carencia de habilidades mínimas para liderar políticamente el país). Si bien puede haber, como se dijo, intereses subrepticios más allá de la ambición misma del poder, un mensaje irracional (sin argumentos) y un lenguaje confrontativo y polarizador (exacerbar aquellas emociones que promueven la confrontación), debería descalificarlos. Tiene que ver también con la ejecución y dirección, de cómo se ponen al frente de la gente para salir del actual atolladero. En esto se haya su incapacidad, que debe quedar a la vista de todos. Pues una cosa es el chavismo como organización, independientemente de sus errores, y otra la patología de cierto liderazgo. La plana mayor del gobierno es incapaz no solo de mantener el poder, sino de ejercerlo en función de todos los venezolanos. Y eso es importante demostrarlo. Los que son capaces de secuestrar los poderes y trazar argucias siempre van a ser conspiradores contra la democracia. Siempre estarán por asaltar el poder. Siempre considerarán la manera de eliminar cualquier oposición. Estos extremismos, radicalismo o marxismos primitivos, que puede tener defensores, no debería tener cabida en quienes gobiernen, en el amplio espectro y con la alternabilidad de la democracia. Eso es algo que debe defender el pueblo mediante la toma de decisiones que significa el sufragio, más que los políticos o las leyes. Por la dirigencia del chavismo y el gobierno, incluyendo CNE, Tribunal Supremo y otros poderes, entiendo un grupo bien reducido e identificado de personas. No la generalidad. O sea, considero que debe haber personas valiosas que, por razones de conciencia, crean en un proyecto fundado sobre unos principios de izquierda, llámenlo socialismo o que coincida con el ideario inicial de lo que la gente percibió como chavismo. Pero que se distingue del círculo anterior en cuanto al esfuerzo por asentar racionalmente su propuesta, con la apertura a criticar y ser criticado y, por supuesto, en la flexibilidad para hacer correcciones sobre la marcha, para aquellas inquietudes que se consideren pertinentes del bien común. O sea, aprender de la realidad, la vida y los acontecimientos.

            Vivimos momentos muy delicados. No porque vaya a haber un Referéndum Revocatorio, cosa que también espero que ocurra. Sino porque el menú de opciones con posibilidades de éxito es muy reducido. Y el hambre, la enfermedad y la muerte ya están en el zaguán de la casa.




            

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