EL QUE SE CANSA PIERDE

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“Sólo hay dos fuerzas en el mundo, la espada y el espíritu.
A la larga, la espada siempre será conquistada por el espíritu”
(Napoleón Bonaparte)

“El que se cansa pierde”. Nunca antes tan apropiada esta frase. A la que se puede unir aquella de “la esperanza es lo último que se pierde”. Lo sabe el régimen ¿lo sabe quiénes se le oponen?

Mi intención no es apuntalar un personaje o una estrategia política, sino un derecho constitucional. El Referéndum Revocatorio está allí, para ser activado. Tiene su lógica y su contexto. No se trata de ninguna estratagema conspiratoria. Se trata del poder originario, el del pueblo, ese que han llamado el Soberano ¿Por qué los retrasos?

Para contestar debidamente este interrogante hace falta cambiar las lentes con las que se percibe la realidad. Si algunos pudieran explicar su oposición en claves de progreso y otros venderían la teoría conspirativa que se basa en la dialéctica entre derecha e izquierda o socialismo vs capitalismo, yo prefiero distanciarme para ver las cosas de manera mucho más obvia y menos rebuscada. Todo se cifra en la simple y evidente diferencia que otorga el PODER a quienes lo detentan en contraposición a quienes de él carecen. No se trata de tramas épicas o epopéyicas, por mucho que esto halague a quienes desean reescribir la historia o la perciben como guion de cine. Se trata simplemente conservar el poder por el poder. A toda costa. En este momento, la ideología y el proyecto son pretextos. Hay intereses que se comparten por supervivencia con otros actores, sea el mundillo castrense o, más allá de las fronteras, el precio de mantener en pie sistemas caribeños desfasados. Es “voluntad de poder”, parafraseando a Adler.

Los personajes que hoy hacen política en Venezuela desde el gobierno, soñaron y trabajaron arduamente para conseguir alcanzar el poder. A lo que habría que añadir, muy a su pesar, que por propios méritos no llegaron a donde ahora están. Así que los turbios negocios y manejos penden de un hilo, que no es el constitucional. Su despedida de los puestos de mando pudiese ser definitiva, sin referirme necesariamente al llamado chavismo de base. Este puede renovarse enterrando desgastadas figuras y haciendo una revisión de reinvención. Pero el panorama actual es de supervivencia de una plutocracia. Quienes están en los puestos más vistosos, desde donde actúan dando la impresión de total arbitrariedad, han mostrado carecer de pasta para el liderazgo, sin mencionar las acrobacias y coqueteos que hacen con distintos tribunales internacionales.

El problema del planteamiento de ganar tiempo, como se propone el gobierno, y darle algo de estabilidad a lo que se asienta en un talud, es que poco a poco socaban más sus propias bases. El descrédito internacional se extiende como una mancha de aceite y se van privando del necesario oxígeno político, que también es crediticio. Todo un “auto-suicidio”.

Tampoco la estrategia de negar reconocimiento a la Asamblea Nacional ha dado el resultado de “muerte súbita” que hubiesen necesitado. La mordaza sobre la opinión pública, el bozal de arepa y la represión selectiva y ejemplar no han funcionado como esperaban. La referencia al mesías militar, tergiversación de la historia patria, alimenta al mismo tiempo la actitud guerrera de la gente, que se sabe haber enfrentado antes de esto al Imperio Español.  De tal manera que hay un serio problema de maniobrabilidad y de gobernabilidad. Además, que el descrédito interno en las bases del partido de quienes pretenden liderar el proceso. Desde dentro se deben ver muchos más entuertos, remiendos, mentiras, entretelones y tramoya. Así que la presión popular, en el sentido amplio, sigue direccionando hacia la consulta referendaria.

¿Cuál es la estrategia que quizás le haya funcionado mejor al gobierno en estos 15 años? Cansar a la población. Distraerla. Darle dádivas, cuando la chequera petrolera lo permitía. La violencia institucional, como fue la bestial represión bestial del 11 de Abril y luego en el 2014, no salieron tan bien parados (especialmente esta última, que fue más complicada de editar y manipular). Para reprimir se necesita un mínimo de condiciones que lo justifiquen, por lo menos, a ojos de otros países, a lo que se añade las labores de edición del material audiovisual. Por eso es que ha sido tan importante no pisar el peine de la violencia, que tantos dividendos proporcionaría al Estado. Dado este escenario, lo que parece más sensato para los ardiles del régimen es cansar a la población que protesta y, si pudiesen, inocular lo que se llama en psicología la “desesperanza aprendida”: nada hay que intentar porque ya nada se puede hacer y así va a seguir siendo.

Esta visión que gira alrededor del poder como clave interpretativa no pretende apuntalar a ningún personaje de la oposición. De nuevo, hay un derecho constitucional, para el cual están dadas todas las condiciones objetivas, que sería muy sano para la sociedad y cuyo resultado es previsible. Quien sea el personaje pueda suplantar al actual mandatario, eso es harina de otro costal. Allí entraría las estrategias de los distintos partidos que están tanto en el gobierno como en la oposición. Aunque para los que están en el gobierno, mientras más dure esta espera, más difícil será remontar la cuesta de la impopularidad. Lo que llaman en la calle “la raya” de su historial. Y el que venga deberá ser monitoreado en cuanto a la manera como ejerza el poder, tan perverso él. Eso sí constituirá una tarea titánica.

La estrategia disuasiva del gobierno, seguramente por iniciativa del psiquiatra-alcalde y la experiencia cubana, busca cansar, agotar y sembrar la desesperanza (aprendida). No consiste solo en desalentar, sino también confundir, borrar constantemente los puntos de referencia, hacer perder el sentido del tiempo, la orientación. Incapacitar la previsión del futuro cercano para complicar las necesarias y cotidianas tomas de decisiones. Frustrar y resquebrajar las de por sí frágiles relaciones de familia para que el individuo se desmorone o se sume de manera anodina a la masa inerte. Por supuesto que la supervivencia en cuanto a la sanidad mental en estas condiciones es complicadísima. A lo que habría que añadir, además de las enfermedades mentales que puedan incubarse, el agotamiento mental en el sentido neurológico: la capacidad de conectividad neuronal, de reverberación y plasticidad cerebral, que se pierden o comprometen facultades mentales de tipo adaptativo, que permiten la maniobra y toma de decisiones. No en balde el cerebro ha sido el órgano principal de adaptación del ser humano para cualquier condición ambiental o histórica. Mantener la cordura es apostar por un manejo inteligente de la realidad.

Si en verdad, como parece y he indicado, que el gobierno basa su estrategia en cansar y frustrar la esperanza, el eslogan del conocido opositor encarcelado, Leopoldo López, resulta clarividente: el que se cansa pierde. Si en el 2014 se entendió como la toma de distintas partes de la ciudad y la aparición de las guarimbas (también por miedo a los colectivos armados y a la complicidad de estos con los órganos de seguridad del Estado, aunque la versión oficial no le convenga reconocer) como algo que debía multiplicarse y mantenerse hasta que se produjera el colapso del gobierno (con mucho más coraje que sensatez, si se la ve como estrategia), es crucial en estos momentos mantener la capacidad de resistencia y empecinamiento en las movilizaciones pacíficas. Movilizaciones que deben seguir siendo contundentes.

¿Cuál sería su importancia? Primero, hacerle sentir al régimen que no domina el tablero de juego político. Segundo, que la cosa no es de los dirigentes de oposición, que son un grupo con variado respaldo popular, sino que lo trasciende a la población en general. Tercero, marcar el rumbo que debe transitarse con un mensaje de alto contenido moral (por eso no puede embarrarse con insultos ni violencia, por comprensible que sea el cansancio y el hastío). Cuarto, que ese mensaje moral cuestione las convicciones de quienes siguen apoyando con buenas intenciones al régimen y así seduzca a las bases populares que le quedan al gobierno, aunque no necesariamente se alineen con el ideario opositor. Quinto, que cuestione el uso indiscriminado de la fuerza pública en los propios funcionarios de a pie, que son los que hacen el trabajo sucio, al igual que de cara a la opinión internacional. Sexto, que el gobierno se mantenga en situación de desnudez ante los suyos, para que se vea el divorcio entre lo que dicen y lo que hacen, mostrando  sus reales intereses; al igual que como entre el supuesto apoyo espontáneo de la gente, cuando se debe a presiones y prebendas muy lejos de la abnegación y mística revolucionaria que predican (importa, por esto, que las gobernaciones y alcaldías opositoras se abstengan de repetir los mismos patrones de conducta que los colocaría en la misma posición).

“El que se cansa pierde” … ¿en qué puede apoyarse esta máxima? Este sí es el desafío concreto que hay que enfrentar. Para lo cual me gustaría recordar el caso de Polonia. El país de Karol Wojtyla, el Juan Pablo II de los altares, tuvo que resistir durante siglos la influencia alemana, austro-húngara o el ser gobernados por la Rusia zarina. Tras un breve respiro independentista luego de la primera guerra mundial, volvió a experimentar la invasión nazi (que quería erradicar todo vestigio de la cultura polaca) y de la experimentación social qque significó el comunismo soviético (que veía en la religión una piedra de tranca) ¿cómo hizo este pueblo para no disolver su identidad con la de sus vecinos invasores? Pues bien, la resistencia, esa que está a la base de la resiliencia, radica en el espíritu: “Sólo hay dos fuerzas en el mundo, la espada y el espíritu. A la larga, la espada siempre será conquistada por el espíritu” (Napoleón Bonaparte). En el caso polaco ¿dónde estaba ese espíritu? En la fe, el idioma y la cultura polaca. La fidelidad a esto fue indoblegable para nazis y soviéticos. Ni los campos de concentración ni los gulags lograron someterlo. Se mantuvieron fiel a los valores presentes en la identidad del pueblo polaco.

En el caso venezolano puede ocurrir una situación similar, dentro de las diferencias (mutatis mutandis). La resistencia que al final desembocará en un cambio en el rumbo del país debe fundarse en lo sublime. No puede ser en las reacciones viles o viscerales, impulsos de odio o rabia. No puede ser apoyado en los resortes de las provocaciones y temeridades. No puede hacerlo en la violencia física o verbal. Ni siquiera, aunque sea necesario e insustituible, en el liderazgo político. Debe fundarse en nuestra identidad, en lo que somos, como país. En la memoria histórica, en la capacidad de amalgamar las diferencias, en la capacidad de mestizaje y convivencia, en el crecernos en las dificultades… y un largo etcétera. Pero creo, como creyente, que hay un fundamento último, que al mismo tiempo es soporte de todo: ese fundamento es Dios. No como palabra sino como realidad presente. Como torrente de gracia que no cambia mágicamente las situaciones, pero ilumina la inteligencia, compromete con la bondad y sostiene las motivaciones. No lo propongo como justificación ideológica que le concede un halo sagrado a lo que pienso y hago, sino desde su total liberalidad e intangibilidad. Está de mi parte, si soy fiel a mi conciencia moral, pero al mismo tiempo está más allá, como oposición purificadora. Es afirmación pero también cuestionamiento constante y amoroso. Referencia y comunicación, así como fuente y brisa, que calma la sed y da reposo. Que nos lleva a remansos de paz a pesar de las borrascas. Que se empeña y resiste.

Encontrarse con Dios en las situaciones actuales de país es encontrarse con lo único absolutamente imprescindible para mantenernos y hacer que prevalezca el tesón. Lo único que, en sentido estricto, puede hacer que no nos cansemos, trascendiendo el sentido político del conocido eslogan.


"Siempre se acuerde que todo lo que por él pasare, próspero o adverso, viene de Dios,
 para que así ni en lo uno se ensoberbezc ni en lo otro desmaye" 
San Juan de la +


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