LA VOLUNTAD DIVINA COMO CLAVE DE RESISTENCIA



            Esta ha sido una semana azarosa. Para la persona mínimamente observadora, hay toda una guerra de posiciones (término gramsciano que lo acuño extraído del léxico usado por Pablo Iglesias, en un curso de verano de la Universidad Complutense, donde se analizaba el momento del partido Podemos en España). No hay reglas sino posiciones a defender o tomar, por lo que se retuerce la Carta Magna a placer por quienes juraron hacerla respetar. No es que no lo sepan esos que deberían garantizar la pulcritud del proceso refrendario, sino que lo hacen a propósito amparados en el escudo verbal de la contumaz negación. Así que todo está armado a la manera de una emboscada ¿qué hacer si consigueien trancar el juego? Resistir.

            Porque no es que haya una duda razonable sobre la interpretación que debe aplicarse a un articulado, sino que tiene que ver a su violación. Es con los principios, no con el posicionamiento político de los distintos actores. Así que si denuncio el hartazgo no es por intromisión en el campo de juego de los partidos, sino porque se estaría violando el reglamento, como si se está jugando fuera del tablero. Les gusto o no, lo entiendan o no, es una acusación de inmoralidad, que es campo de mi competencia y que mi silencio supondría complicidad. Por eso me pronuncio. Por eso lo legal, como invención de última hora por parte de entes que se han alineado con el gobierno, no puede coartar la libertad de protesta. Porque es una afrenta contra el ciudadano. Inclusive contra el ciudadano de cualquier bando.

            La protesta es una manifestación de resistencia, aunque no sea la única. Esta debe ser ante todo cultural. Es decir, debe haber un negado a abandonar los principios constitucionales, que no están reñidos, sino que se mantienen en la dirección de la tradición democrática en Occidente. Que reflejan con toda peculiaridad los principios morales de convivencia social que recuerda la Iglesia, por no estar reñidos con la misma fe. Que la renuncia de los mismos no facilita el advenimiento de una mejor sociedad, sino todo lo contrario. Para decirlo con palabras de Unamuno: “Venceréis, pero no convenceréis”. Es decir, es resistirse al colonialismo ideológico, aspiración suprema de quienes están inescrupulosamente en el poder a cualquier precio.

            Si bien la resistencia es una máxima que debe ser leída dentro de parámetros humanos que sean adecuados para su comprensión, es conveniente hacerlo también desde la fe. Lo cual tiene sentido porque, bien o mal, somos un pueblo creyente (que a veces no sabe en qué cree o en quién creer). Así que la referencia a la Voluntad divina es una cosa concreta y cotidiana para muchas personas. Pero ¿qué es la Voluntad divina? Ese es el detalle.

            Resulta curioso que no siempre las personas estén de acuerdo a lo que se refiere la Voluntad divina ¿acaso los 15 años del periodo chavista fueron algo querido por Dios? ¿o fueron los 40 años anteriores lo que Dios ha querido? ¿o, en términos generales, que haya pobres y ricos es porque Dios quiere? ¿o las enfermedades? ¿el cambio climático? ¿o la muerte? Porque en más de una ocasión se identifica la Voluntad de Dios con lo que pasa ¿es así? ¿o estamos negando libertad y responsabilidad al ser humano, con pretexto de sometimiento a lo que Dios quiera? ¿es una idea determinista con un barniz de piedad? ¿o fatalista? ¿o Dios se ha ausentado?

            Al igual queda la pregunta si detrás de estos enfoques de la Voluntad de Dios está la Revelación judeo-cristiana u otro tipo de tradiciones religiosas, de origen indígena, negroide o las variadas modalidades modernas. Porque para los que nos mantenemos dentro de la tradición judeo-cristiana, ésta tiene la particularidad de ser la revelada por Dios. Pese al riesgo de ser acusados de integristas, tiene una obligatoriedad distinta si cuando se dice “Voluntad de Dios” es una expresión, suposición u opinión a si coincide aproximadamente con lo que en verdad Dios quiere. Y si no podemos guiarnos los cristianos de revelaciones particulares, como si alguien tuviese un contacto privilegiado con Dios y este le susurrase sus planes, pues nos harían pasto de elucubraciones de visionarios, la referencia debe ser a lo colectivamente y comunionalmente reconocido como Revelación de Dios, interpretada desde la comunidad de fe, que es la Iglesia. De tal forma que una religión natural identifica lo que pasa en la naturaleza con la fuerza de los dioses, pero no los que consideren algún tipo de revelación. Otro tanto pudiese decirse de la historia en sí misma y de manera absoluta, pues no se podría identificar necesariamente lo que pasa con lo que Dios quiere, excepto que confesemos como cierta una religión al estilo de Hegel, en que todo es devenir del Espíritu.

            La voluntad de Dios aparece en la Biblia como una parcialidad universalista. Por un lado, interviene y se involucra, pero, por otro, exige al hombre fidelidad. Busca alcanzar a todos, pero se revela a Israel. Tiene un amor preferente por los pobres y desde allí pretende salvar a la humanidad. El hombre bíblico es cada vez más consciente de su omnipresencia, sin que esta sea indiferencia o ambigüedad. Dios interviene, pero el hombre colabora, por lo que debe actuar con discernimiento y moralidad. Y la moral no es neutral: no todo es bueno, aunque esté aconteciendo. La valoración moral es fundamental para el juicio moral de las situaciones, desde donde se toman decisiones. Es decir, la filosofía nos dice que el hombre es alguien arrojado a la libertad, por lo que debe constantemente tomar decisiones. Y la fe nos dice que, en esa toma de decisiones, el ser humano se afirma o niega como creyente. El ser humano debe pronunciarse ante la historia, sin sacralizar la historia, que también es historia de pecado. Que, dentro de los parámetros del tiempo y espacio, de eso que llamamos historia y que acontece en la vida, ocurra la salvación, es otra cosa. Pero la historia no viene sacralizada en sí misma. Dios la transforma en historia de salvación, que no es lo mismo.

            Por lo que resulta necesario que la persona que auténticamente quiera aceptar la Voluntad de Dios, lo que al mismo tiempo es cumplir con la Voluntad de Dios, deba hacer un discernimiento. Un proceso de decantación de las impresiones y experiencias, desde la fe y la oración. Porque no es simple aceptación o adaptación a las circunstancias. No sólo es plantearse lo que hay que vivir, sino cómo vivirlo.

            Considero que Jesús en el huerto de Getsemaní, a pocas horas de ser procesado y muerto, es la referencia paradigmática para el creyente cristiano. Lo que está por venir tiene que ver con la manera cómo vivió y practicó su fe (quiero decir, la relación con el Padre y el servicio a los seres humanos). O sea, algo que se buscó, pudiendo haberlo evitado. Pero también en ese momento él tiene que diferenciar entre sus impulsos, sus temores y hasta sus ambiciones (sea la legítima, que todos los hombres se salven, o la tentación de ambición reflejada durante las tentaciones en el desierto). En esa situación ¿cuál es la Voluntad de Dios (del Padre)? El Padre no habla. Pero Jesús discierne (no cuál es la voluntad de un Dios sádico sino de qué manera se completa el plan de vida y salvación para la humanidad por parte de un Padre amoroso). Una vez que Jesús toma posición, por última vez y de manera determinante, se abandona en el Padre para enfrentar cualquier consecuencia. No se doblega ante Caifás y Anás, no lo hace ni ante Herodes ni Poncio Pilato. Se mantiene firma, aunque tenga que pagar el precio de la cruz.

            Con lo que se puede descubrir varios aspectos, para la etapa que vivimos como sociedad. Dentro de la lucha para que prevalezcan los valores que son irrenunciables para el creyente, la actitud de resistencia es clave. Más cuando las fuerzas contrarias pueden prevalecer de manera momentánea. Pero la resistencia no se basa en la autosuficiencia humana, tan fácil de corromper. Se basa en la oración, que es personal pero no aislada. Dicha resistencia tiene la marca de Dios si renuncia a obrar el mal y se compromete a hacer el bien. El bien es profundamente regenerativo. Mientras que el mal, como lo es el odio, enferma y degrada socialmente. Prolonga y agudiza la decadencia. No es una resistencia pasiva. Al menos no siempre. Sino activa y pro-activa.

            Quizás sea la hora de la resistencia, para Venezuela, en clave cristiana.


         Por cierto, que el Jesús del huerto de los olivos resucitó: no se quedó ni en la cruz ni en el sepulcro. Y eso cambió la historia.

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