LA HORA DE LA ORACIÓN PARA LA ACCIÓN
Estamos en una de las horas más sombrías y cruciales de la
historia del país. Historia que no es devenir, sino que es el resultado de las
decisiones humanas, que han sido erráticas. Decisiones que marcarán el rumbo
que seguirá la historia.

También porque enloda la razón humana, cuando trata con
argumentos estúpidos, que no llegan ni a coartadas, y porque coarta la
libertad. No porque esté en contra de un proyecto que favorezca a los más
pobres, sino porque a los pobres se los utiliza mientras se los condena y
hunde, como hunde la integridad humana de quienes abiertamente saben que su
forma de gobernar es un ejercicio bruto del poder como fuerza y no del Derecho.
No porque piense que los 40 años anteriores fueron ejemplares y utópicos, sino
porque los siguientes 17 años representan la culminación de aquel desastre, el
mismísimo salto al vacío.
No porque aquí falten virtudes, sino porque los vicios se retuercen
sobre su propia podredumbre, haciéndolos más envilecedores. No porque después,
si salimos de esta, no haya que luchar, sino porque la lucha será posible en
otro marco y contexto. Por eso creo que es la hora de la oración.

Una oración que no pretende atajos, acomodar las cosas más o
menos, o que evita la responsabilidad de echarse al hombro esta tragedia que se
llama Venezuela. Que sabe del arrojo y la prudencia, no como contrapuestos,
sino como aliados. Que sabe distinguir los momentos y las oportunidades. Que
distingue el tiempo de Dios y lo diferencia del tiempo de los hombres. Que ve
en los acontecimientos signos de los tiempos que consigue descifrar desde el
Evangelio. Que sabe maniobrar en colectivo, no por gloria o protagonismo
personal.

Una oración que sabe que, para actuar como cuerpo social,
para hacer viable cualquier tipo de convivencia que pueda estar a la altura de
lo humano, hace falta mucha reflexión, comunicación y discusión. Que la
improvisación mental, la simplificación acomodaticia no se inmutó ni ante el
vértigo del barranco, por lo que ahora el barranco hay que remontarlo. Que no
podemos dejar de pensar, porque haya “real”. Porque quizás “real” no va a
haber, y eso lo debemos pensar. Porque la determinación que no es lúcida
coquetea con el suicidio social.
Una oración que reivindique a los ciudadanos, porque el
Estado debe apoyarse en sus ciudadanos y no en el vaivén de los balancines de
los campos petroleros. Porque el primer gendarme debe ser la propia conciencia
y no un esbirro que intimide con su presencia y modos.
Es la hora de la oración que no busca manipular a Dios, ni
convencerlo para que pertenezca al propio bando en contra del otro. Es la hora
de la oración, donde Dios siempre será mayor. Es la hora del que se pone en las
manos de Dios y no en las predicciones de las cábalas, horóscopos, adivinos y
demás nigromantes. La oración que brota del compromiso con la integridad,
aunque haya fallas constantes que superar. Es la hora de la oración, porque
toda acción humana es inútil sin el fermento de la gracia divina. Es la hora de
la oración que busca convencer al equivocado. Que no renuncia a la esperanza de
que el malvado pueda dejar el mal camino. Es la hora de actuar sin separar
nuestra conciencia de Aquel que es capaz de hacer el todo de la nada, y de dar
vida a los muertos. Es la hora del Dios de Jesucristo, porque la oración que
lleva a la acción es la oración de Jesucristo, quien dona la propia vida,
haciendo todas las cosas nuevas.
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