LA HORA DE LA ORACIÓN PARA LA ACCIÓN
Estamos en una de las horas más sombrías y cruciales de la
historia del país. Historia que no es devenir, sino que es el resultado de las
decisiones humanas, que han sido erráticas. Decisiones que marcarán el rumbo
que seguirá la historia.
Considero que es la hora de la oración, porque se debate el
futuro entre la autocracia y la participación ciudadana. Considero que es un
momento ignominioso, no por la centralidad del pueblo en el discurso político,
sino por el secuestro del poder de unos pocos, en nombre de muchos (el “pueblo”)
para sacar adelante un proyecto inmoral, contrario a la dignidad humana. Esto
no lo digo por haber cedido a la tentación de partidizarme. Lo digo porque este
proyecto se ha basado en la manipulación y la mentira, la extorsión y la
amenazada. No porque me lo hayan dicho. No por estar prejuiciado. Lo digo
porque lo he visto, porque esta es la mejor explicación que esclarece cantidad
de incógnitas y porque tiene el virtuosismo de poder plantearse como una
hipótesis, de cómo van a maniobrar, que se cumple literalmente, por los actores
que de antemano uno sabe que fueron designados para ello.
También porque enloda la razón humana, cuando trata con
argumentos estúpidos, que no llegan ni a coartadas, y porque coarta la
libertad. No porque esté en contra de un proyecto que favorezca a los más
pobres, sino porque a los pobres se los utiliza mientras se los condena y
hunde, como hunde la integridad humana de quienes abiertamente saben que su
forma de gobernar es un ejercicio bruto del poder como fuerza y no del Derecho.
No porque piense que los 40 años anteriores fueron ejemplares y utópicos, sino
porque los siguientes 17 años representan la culminación de aquel desastre, el
mismísimo salto al vacío.
No porque aquí falten virtudes, sino porque los vicios se retuercen
sobre su propia podredumbre, haciéndolos más envilecedores. No porque después,
si salimos de esta, no haya que luchar, sino porque la lucha será posible en
otro marco y contexto. Por eso creo que es la hora de la oración.
Una oración que pretende la mirada diáfana como para
distinguir la verdad de la mentira, la bondad de la maldad, la belleza de lo
ruin. Una oración que no confunde la lucha social con esta tragicomedia
siniestra como los ángeles caídos. Una oración que evita la propia justificación,
usar al otro de chivo expiatorio, eludir el fardo de las culpas, o considerarse
impoluto en estos momentos de emociones encontradas.
Una oración que no pretende atajos, acomodar las cosas más o
menos, o que evita la responsabilidad de echarse al hombro esta tragedia que se
llama Venezuela. Que sabe del arrojo y la prudencia, no como contrapuestos,
sino como aliados. Que sabe distinguir los momentos y las oportunidades. Que
distingue el tiempo de Dios y lo diferencia del tiempo de los hombres. Que ve
en los acontecimientos signos de los tiempos que consigue descifrar desde el
Evangelio. Que sabe maniobrar en colectivo, no por gloria o protagonismo
personal.
Una oración que sepa que el gobierno podrá cambiar, pero que
la fractura social debe todavía resarcirse. Que se echa al hombro la herida
social, con todos los traumatismos causados por este accidente de la V
República, por irresponsabilidad y arrogancia de la IV, si tales repúblicas
existieron alguna vez. Que la cosa es con los ciudadanos, más que con los
políticos. Los ciudadanos que se bajaron del país antes de tiempo, por los años
noventa, y se lo entregaron a charlatanes y aventureros. Esos que creyeron poder
vivir con visa de turismo en su propia patria, como pensionados en su propia
casa, viendo con indiferencia las goteras en el techo que les es propio. Una
oración que sabe que los políticos también tienen su campo de acción, pero cuando
los ciudadanos no han hecho mutis en la escenografía de la historia.
Una oración que sabe que, para actuar como cuerpo social,
para hacer viable cualquier tipo de convivencia que pueda estar a la altura de
lo humano, hace falta mucha reflexión, comunicación y discusión. Que la
improvisación mental, la simplificación acomodaticia no se inmutó ni ante el
vértigo del barranco, por lo que ahora el barranco hay que remontarlo. Que no
podemos dejar de pensar, porque haya “real”. Porque quizás “real” no va a
haber, y eso lo debemos pensar. Porque la determinación que no es lúcida
coquetea con el suicidio social.
Una oración que reivindique a los ciudadanos, porque el
Estado debe apoyarse en sus ciudadanos y no en el vaivén de los balancines de
los campos petroleros. Porque el primer gendarme debe ser la propia conciencia
y no un esbirro que intimide con su presencia y modos.
Es la hora de la oración que no busca manipular a Dios, ni
convencerlo para que pertenezca al propio bando en contra del otro. Es la hora
de la oración, donde Dios siempre será mayor. Es la hora del que se pone en las
manos de Dios y no en las predicciones de las cábalas, horóscopos, adivinos y
demás nigromantes. La oración que brota del compromiso con la integridad,
aunque haya fallas constantes que superar. Es la hora de la oración, porque
toda acción humana es inútil sin el fermento de la gracia divina. Es la hora de
la oración que busca convencer al equivocado. Que no renuncia a la esperanza de
que el malvado pueda dejar el mal camino. Es la hora de actuar sin separar
nuestra conciencia de Aquel que es capaz de hacer el todo de la nada, y de dar
vida a los muertos. Es la hora del Dios de Jesucristo, porque la oración que
lleva a la acción es la oración de Jesucristo, quien dona la propia vida,
haciendo todas las cosas nuevas.



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