LA IGLESIA Y EL PLEBISCITO EN COLOMBIA: ¿QUÉ PASÓ? ¿Y AHORA QUÉ?



            El “no” gana en Colombia. Ha sido sorprendente, pero cierto. Pueden sucederse los análisis, pueden proyectarse los posibles escenarios. Lo concreto es que, contra la investigación de las encuestadoras y la difusión de los medios, el “no” gana.

            ES importante encuadrar estos resultados dentro de una serie de variables: hubo una abstención superior al 60%, muy significativo para lo que estaba en juego; algunos señalan que el “no” ganó en la parte urbana, mientras que el “sí” en las partes más golpeadas por la guerrilla. Colombia es un país dividido. Todo lo cual amerita sindéresis, reflexión, aplomo y análisis.


             Por ejemplo ¿por cuál razón el “sí” gana en las zonas que han sido más golpeadas por la guerrilla? Una posibilidad es por la calidad de sus gentes, que han superado el tétrico pasado y se abren a los aires de la reconciliación ¡Perfecto! Pero ¿es la única lectura? En principio no. Porque habría que descartar, por ejemplo, que las comunidades de esas zonas sientan que deben someterse a la voluntad de las FARC, o para complacerles y evitar la retaliación, o para librarse de esa pesadilla a cualquier precio, inclusive si ello implica la impunidad.


            Si dicho análisis a posteriori es importante, no lo es menos preguntarse a cerca de la “fotografía” que toman las encuestadoras: en caso que no hayan adulterado los resultados para favorecer una tendencia ¿cuáles han sido sus muestras o grupos representativos? ¿su método? Si, como otra persona señaló, se tomó en cuenta las muestras más fáciles de tomar, que son las ciudades ¿cómo hacer para reflejar el peso del medio rural? Lo mismo que para entender la abstención ¿quiénes se abstuvieron? ¿de qué sectores? ¿cuáles fueron sus motivaciones? Es fácil descalificarlos, cuando se trata primero de comprenderlos.

            Algunos señalan que la opacidad de los acuerdos, cosa ligada a grupos de poder, y la pésima imagen de las FARC dieron al traste este primer intento de acuerdo. Porque todo apunta que las partes, y las partes ampliadas por quienes representan a los que votaron “no”, deben volver a sentarse a dialogar. Algunos hasta consideran que puede conseguirse resultados en pocas semanas, cosa que me parece prometedor en exceso.

            Pero queda otro detalle: la puesta en escena de la firma de la paz en Cartagena, el 25 de septiembre pasado ¿montaje de utilería? ¿cómo queda el despliegue de personalidades del mundo entero para algo que en una semana se iba a desinflar? ¿cómo queda las sesudas opiniones de un Mario Vargas Llosa o un Felipe González cuando todo termina en una sensata decepción (porque hay motivos suficientes como para que se votase por el “no”) ¿Estaba prevista esa posibilidad? ¿Estaba previsto que se respetaría los acuerdos de paz, pese a este resultado?

            Y quisiera dar un paso más: ¿cómo queda la Iglesia Católica? ¿cómo queda la Santa Sede? Porque el Dr. Jorge Restrepo señaló en una entrevista para “Razones para la Esperanza” que la Iglesia en Colombia había estado ausente y, con los resultados finales, este domingo la acusó vía twitter de ser responsable de estos. Pero la Santa Sede se “mojó” hasta el fondo: en Cartagena estuvo el Secretario de Estado, Mons. Parolin, quien es un avezado diplomático (fue Nuncio en Venezuela) y el Papa, según parece, condicionó su visita a Colombia para el próximo año a los resultados del plebiscito ¿cómo interpretar esto? ¿dónde ha estado la falla? ¿ha sido falla o riesgo desmedido?



            La labor diplomática del Vaticano viene siendo impecable desde tiempos de Pablo VI, al menos. La Östpolitik supuso un acercamiento certero y calculado a países del bloque soviético, sin cuestionar ni apoyar el sistema político, pretendiendo mejorar las relaciones internacionales y las condiciones internas a dichas sociedades, especialmente en lo que se refiere a lo religioso y a los católicos. Algunos ven en esto, manejado con maestría por Juan Pablo II, una de las causas del resquebrajamiento de dichas sociedades.

            Pero no solo en ese caso. Cuando las tensiones estaban a punto de estallar entre Chile y Argentina, la intervención del Vaticano permitió resolver el diferendo sobre el estrecho de Beagle (1984). Y pudiésemos extender un largo etcétera, sin mencionar la labor de iglesias locales, como la de Guatemala, donde Mons. Gerardi fuera asesinado curando heridas desde la verdad (1998) ¿qué fue lo que falló en esta oportunidad?

            Habría que decir en favor del Vaticano que, con el papa Francisco, no rehúye meterse en ciénagas por favorecer la paz y reconciliación. Pero puede que, en este momento, la manera como lo hizo le sirvió para emular a la Iglesia que él prefiere: “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrase a las propias seguridades” (Francisco, Evangelii Gaudium 49). Así que el Papa muestra que cree en lo que dice… y se arriesga.


            Pero hay algo más: en el diagnóstico se tomó en cuenta, quizás, el parecer de distintas personalidades y las encuestadoras ¿la Iglesia tomó en cuenta esa red de información indiscutiblemente valiosa y, en oportunidades, mucho más precisa que las encuestadoras, que son la red de parroquias? Porque si es cierto que el párroco no puede generalizar las opiniones de su feligresía, una proporción no siempre representativa de su entorno, al menos para ciertas cuestiones, también es cierto que el párroco vive en el lugar, sufre lo que sufren los vecinos, y no se traslada ocasionalmente para hacer un levantamiento de la información como sí hacen las encuestadoras; que el párroco puede interactuar con diversas personas, más o menos cercanas a la Iglesia, y, si es mínimamente sagaz, recoger algunos de los datos de grupos ajenos a su comunidad habitual de fieles ¿esto se tomó en cuenta, al menos, para contrastar la información que estaban emitiendo los medios? Por la razón que fuese, supongo que no.

            Pero la historia no ha acabado. Ganó el “no” más el juego no se está trancado. Aparte de cómo se relance, lo cierto es que la propuesta de acuerdo va a ser trabajada como para que satisfagan a todas las partes. En este escenario ¿cuál debe ser el papel de la Iglesia? Me aventuro a adelantar algunas ideas, que no son una hoja de ruta sino pistas para hacerle seguimiento.



            En primer lugar, la Santa Sede debe replantear su estrategia. Resulta encomiable el riesgo que toma para poder superar la guerra más antigua del continente. Pero debe tener claridad de su identidad, objetivos y procedimientos. La Santa Sede no es la Iglesia en estos casos, sino un Estado extranjero con un poder moral único y envidiable para muchos políticos del mundo. Es decir, de cara al Estado colombiano y los diversos aspectos que implican este acuerdo de paz, el Vaticano como Estado debe ejercer una prudente presencia. O sea, debe estar, pero debe saber estar. Favoreciendo, facilitando, que no siempre accionando de manera tal que se considere como interferencia de un país extranjero. Debe evitar caer en confusiones que permitan malos entendidos o en ser malinterpretada o manipulada por cualquiera de sus diligencias, por cualquiera de las partes.

            Esto no exime, en segundo lugar, que tanto los obispos como el santo Padre actúen ministerialmente para favorecer la paz. La identidad de la Iglesia no es política sino espiritual: desde lo espiritual actúa e interviene en un sin número de campos. La labor de Pedro consiste en guiar a la Iglesia, en actuar como lo hace el buen pastor. En la República Centroafricana, hace casi un año, lo veíamos arriesgarse a abrir la puerta santa del Año de la Misericordia, cuando el país está pasando por una guerra de enormes proporciones. La labor del Papa y de los Obispos es favorecer la Reconciliación, que es mucho más que la formalidad de firmar los acuerdos de paz. Es una paz con interioridad. Y esto debe ser engranado con la ayuda de sacerdotes y de las comunidades de consagrados. Pienso en los campamentos de Amatrice, donde los damnificados por el terremoto acaecido a finales de agosto sanan sus heridas con la ayuda de cantidad de socorristas y voluntarios, pero también con la presencia de sacerdotes.

            La labor de la Iglesia en estas circunstancias, de cara a un cese al fuego definitivo y a la desaparición de esta rama de las FARC, es sanar las heridas. Puede que lo hiciera con los desplazados, pero ahora debe hacerlo en este otro contexto. Cuando en un futuro próximo exguerrilleros, soldados, víctimas y desplazados se consigan caminando por las mismas calles, y no unos en la ciudad y otros en el monte. Puede hacerse recuperando historias, formando o apoyando comisiones de la verdad, como se hizo en Sudáfrica y en Guatemala. Pues sin verdad, por dolorosa que sea, no puede haber ni sanación ni reconciliación. Y el tema de la Verdad tiene que ver muchísimo con la pretensión de la Iglesia, cuando para Occidente todo es relativo.

            Otro de los aspectos que puede favorecer la Iglesia, si arriesga lo que debe arriesgar, es incentivar el voluntariado que permitan desarrollar actividades para la reincorporación de exguerrilleros a la sociedad colombiana. Es muy claro que muchos solo saben usar las armas. Y hay que entrenarlos como para que puedan incorporarse al mercado laboral. Pero no se trata solo de un adiestramiento, pues en términos económicos las actividades ilícitas ofrecen mayores incentivos sin que tengan que aprenderse nuevas habilidades. Hay que dotar de otros incentivos de carácter moral, como leía que un economista proponía: la dignidad y el reconocimiento social que da llevar una vida honrada puede ser motivación suficiente como para trabajar con honestidad y por una paga justa. El ser humano es más que un “animal oeconomicus”.

            Y finalmente, la Iglesia puede servir de facilitador, si se lo piden, para discutir los acuerdos.


            La Iglesia no puede estar ausente, pasiva o silente en esta hora de la historia del vecino país. Debe mostrarse activa y proactiva. Debe ofrecer signos y palabras que motiven a los colombianos a resolver, no de cualquier manera sino de la mejor posible, el conflicto que ha arrastrado a lo largo de diez lustros. Movilizar en razón de la esperanza, cosa que es mucho más que la espera pasiva a que el futuro nos alcance.

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