LA IGLESIA Y EL PLEBISCITO EN COLOMBIA: ¿QUÉ PASÓ? ¿Y AHORA QUÉ?
El “no” gana
en Colombia. Ha sido sorprendente, pero cierto. Pueden sucederse los análisis,
pueden proyectarse los posibles escenarios. Lo concreto es que, contra la
investigación de las encuestadoras y la difusión de los medios, el “no” gana.

Por
ejemplo ¿por cuál razón el “sí” gana en las zonas que han sido más golpeadas
por la guerrilla? Una posibilidad es por la calidad de sus gentes, que han
superado el tétrico pasado y se abren a los aires de la reconciliación
¡Perfecto! Pero ¿es la única lectura? En principio no. Porque habría que descartar,
por ejemplo, que las comunidades de esas zonas sientan que deben someterse a la
voluntad de las FARC, o para complacerles y evitar la retaliación, o para
librarse de esa pesadilla a cualquier precio, inclusive si ello implica la
impunidad.
Si
dicho análisis a posteriori es importante, no lo es menos preguntarse a cerca
de la “fotografía” que toman las encuestadoras: en caso que no hayan adulterado
los resultados para favorecer una tendencia ¿cuáles han sido sus muestras o
grupos representativos? ¿su método? Si, como otra persona señaló, se tomó en
cuenta las muestras más fáciles de tomar, que son las ciudades ¿cómo hacer para
reflejar el peso del medio rural? Lo mismo que para entender la abstención
¿quiénes se abstuvieron? ¿de qué sectores? ¿cuáles fueron sus motivaciones? Es
fácil descalificarlos, cuando se trata primero de comprenderlos.
Algunos
señalan que la opacidad de los acuerdos, cosa ligada a grupos de poder, y la
pésima imagen de las FARC dieron al traste este primer intento de acuerdo.
Porque todo apunta que las partes, y las partes ampliadas por quienes
representan a los que votaron “no”, deben volver a sentarse a dialogar. Algunos
hasta consideran que puede conseguirse resultados en pocas semanas, cosa que me
parece prometedor en exceso.

Y quisiera
dar un paso más: ¿cómo queda la Iglesia Católica? ¿cómo queda la Santa Sede?
Porque el Dr. Jorge Restrepo señaló en una entrevista para “Razones para la Esperanza”
que la Iglesia en Colombia había estado ausente y, con los resultados finales, este
domingo la acusó vía twitter de ser responsable de estos. Pero la Santa Sede se
“mojó” hasta el fondo: en Cartagena estuvo el Secretario de Estado, Mons.
Parolin, quien es un avezado diplomático (fue Nuncio en Venezuela) y el Papa,
según parece, condicionó su visita a Colombia para el próximo año a los
resultados del plebiscito ¿cómo interpretar esto? ¿dónde ha estado la falla?
¿ha sido falla o riesgo desmedido?
La labor
diplomática del Vaticano viene siendo impecable desde tiempos de Pablo VI, al
menos. La Östpolitik supuso un acercamiento certero y calculado a países del
bloque soviético, sin cuestionar ni apoyar el sistema político, pretendiendo
mejorar las relaciones internacionales y las condiciones internas a dichas
sociedades, especialmente en lo que se refiere a lo religioso y a los
católicos. Algunos ven en esto, manejado con maestría por Juan Pablo II, una de
las causas del resquebrajamiento de dichas sociedades.
Pero no solo
en ese caso. Cuando las tensiones estaban a punto de estallar entre Chile y
Argentina, la intervención del Vaticano permitió resolver el diferendo sobre el
estrecho de Beagle (1984). Y pudiésemos extender un largo etcétera, sin
mencionar la labor de iglesias locales, como la de Guatemala, donde Mons. Gerardi
fuera asesinado curando heridas desde la verdad (1998) ¿qué fue lo que falló en
esta oportunidad?
Habría que
decir en favor del Vaticano que, con el papa Francisco, no rehúye meterse en
ciénagas por favorecer la paz y reconciliación. Pero puede que, en este
momento, la manera como lo hizo le sirvió para emular a la Iglesia que él
prefiere: “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la
calle, que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrase a las
propias seguridades” (Francisco, Evangelii Gaudium 49). Así que el Papa muestra
que cree en lo que dice… y se arriesga.
Pero hay
algo más: en el diagnóstico se tomó en cuenta, quizás, el parecer de distintas
personalidades y las encuestadoras ¿la Iglesia tomó en cuenta esa red de
información indiscutiblemente valiosa y, en oportunidades, mucho más precisa
que las encuestadoras, que son la red de parroquias? Porque si es cierto que el
párroco no puede generalizar las opiniones de su feligresía, una proporción no
siempre representativa de su entorno, al menos para ciertas cuestiones, también
es cierto que el párroco vive en el lugar, sufre lo que sufren los vecinos, y
no se traslada ocasionalmente para hacer un levantamiento de la información
como sí hacen las encuestadoras; que el párroco puede interactuar con diversas
personas, más o menos cercanas a la Iglesia, y, si es mínimamente sagaz,
recoger algunos de los datos de grupos ajenos a su comunidad habitual de fieles
¿esto se tomó en cuenta, al menos, para contrastar la información que estaban
emitiendo los medios? Por la razón que fuese, supongo que no.
Pero la
historia no ha acabado. Ganó el “no” más el juego no se está trancado. Aparte
de cómo se relance, lo cierto es que la propuesta de acuerdo va a ser trabajada
como para que satisfagan a todas las partes. En este escenario ¿cuál debe ser
el papel de la Iglesia? Me aventuro a adelantar algunas ideas, que no son una
hoja de ruta sino pistas para hacerle seguimiento.
En primer lugar,
la Santa Sede debe replantear su estrategia. Resulta encomiable el riesgo que
toma para poder superar la guerra más antigua del continente. Pero debe tener
claridad de su identidad, objetivos y procedimientos. La Santa Sede no es la
Iglesia en estos casos, sino un Estado extranjero con un poder moral único y
envidiable para muchos políticos del mundo. Es decir, de cara al Estado
colombiano y los diversos aspectos que implican este acuerdo de paz, el
Vaticano como Estado debe ejercer una prudente presencia. O sea, debe estar,
pero debe saber estar. Favoreciendo, facilitando, que no siempre accionando de
manera tal que se considere como interferencia de un país extranjero. Debe
evitar caer en confusiones que permitan malos entendidos o en ser
malinterpretada o manipulada por cualquiera de sus diligencias, por cualquiera
de las partes.
Esto no
exime, en segundo lugar, que tanto los obispos como el santo Padre actúen
ministerialmente para favorecer la paz. La identidad de la Iglesia no es
política sino espiritual: desde lo espiritual actúa e interviene en un sin
número de campos. La labor de Pedro consiste en guiar a la Iglesia, en actuar
como lo hace el buen pastor. En la República Centroafricana, hace casi un año,
lo veíamos arriesgarse a abrir la puerta santa del Año de la Misericordia,
cuando el país está pasando por una guerra de enormes proporciones. La labor
del Papa y de los Obispos es favorecer la Reconciliación, que es mucho más que
la formalidad de firmar los acuerdos de paz. Es una paz con interioridad. Y
esto debe ser engranado con la ayuda de sacerdotes y de las comunidades de
consagrados. Pienso en los campamentos de Amatrice, donde los damnificados por
el terremoto acaecido a finales de agosto sanan sus heridas con la ayuda de
cantidad de socorristas y voluntarios, pero también con la presencia de
sacerdotes.
La labor de
la Iglesia en estas circunstancias, de cara a un cese al fuego definitivo y a
la desaparición de esta rama de las FARC, es sanar las heridas. Puede que lo
hiciera con los desplazados, pero ahora debe hacerlo en este otro contexto.
Cuando en un futuro próximo exguerrilleros, soldados, víctimas y desplazados se
consigan caminando por las mismas calles, y no unos en la ciudad y otros en el
monte. Puede hacerse recuperando historias, formando o apoyando comisiones de
la verdad, como se hizo en Sudáfrica y en Guatemala. Pues sin verdad, por
dolorosa que sea, no puede haber ni sanación ni reconciliación. Y el tema de la
Verdad tiene que ver muchísimo con la pretensión de la Iglesia, cuando para
Occidente todo es relativo.
Otro de los
aspectos que puede favorecer la Iglesia, si arriesga lo que debe arriesgar, es
incentivar el voluntariado que permitan desarrollar actividades para la
reincorporación de exguerrilleros a la sociedad colombiana. Es muy claro que
muchos solo saben usar las armas. Y hay que entrenarlos como para que puedan
incorporarse al mercado laboral. Pero no se trata solo de un adiestramiento,
pues en términos económicos las actividades ilícitas ofrecen mayores incentivos
sin que tengan que aprenderse nuevas habilidades. Hay que dotar de otros
incentivos de carácter moral, como leía que un economista proponía: la dignidad
y el reconocimiento social que da llevar una vida honrada puede ser motivación
suficiente como para trabajar con honestidad y por una paga justa. El ser
humano es más que un “animal oeconomicus”.
Y
finalmente, la Iglesia puede servir de facilitador, si se lo piden, para
discutir los acuerdos.
La Iglesia
no puede estar ausente, pasiva o silente en esta hora de la historia del vecino
país. Debe mostrarse activa y proactiva. Debe ofrecer signos y palabras que
motiven a los colombianos a resolver, no de cualquier manera sino de la mejor
posible, el conflicto que ha arrastrado a lo largo de diez lustros. Movilizar
en razón de la esperanza, cosa que es mucho más que la espera pasiva a que el
futuro nos alcance.
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