LOS DIEZ LEPROSOS (LC. 17,11-19)
Y sucedió
que, de camino a Jerusalén, pasaba por los confines entre Samaría y Galilea, y,
al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se
pararon a distancia y, levantando la voz, dijeron: « ¡Jesús, Maestro, ten
compasión de nosotros!».
Al verlos,
les dijo: «Id y presentaos a los sacerdotes.» Y sucedió que, mientras iban, quedaron
limpios.
Uno de ellos,
viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; y postrándose
rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un
samaritano.
Tomó la
palabra Jesús y dijo: «¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde
están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?»
Y le dijo:
«Levántate y vete; tu fe te ha salvado.»
El texto es
bellísimo. Se podría darles distintos acercamientos, según se destaque uno u
otro aspecto. A mí me gusta verlo como una hermosa catequesis en cuanto a la
oración. De por sí el evangelista Lucas le concede una relevancia especial al
tema de la oración. Inclusive presentando a Jesús como un orante.
El relato está
situado en un contexto dramático. Jesús ha decidido ir a Jerusalén. De por sí
aparece la sombra tremenda de la Pasión, que ha estado anunciando. Acercándose
a un pueblo, le salen al paso diez leprosos. A la distancia, en vez de gritar
su impureza, como prescribía la Ley, claman misericordia. Pero la palabra
usada, en griego, es φωνην (phonen=fonen), cuyo
significado básico es sonido. “Elevan sonidos” es más que una súplica: es un
grito proviene del fondo trágico de su existencia. Estar enfermo es, en ese
tiempo, estar marginado de Dios y de los hombres, pues es síntoma de pecado. A
la soledad le acompaña, por lo tanto, la culpa. Así que, si asociamos muerte
con pecado, no es ninguna consideración piadosa para su experiencia. Por tanto,
son palabras cargadas de desgarramiento interior. Y me martilla la idea de las
situaciones de sufrimiento intenso que he presenciado, cuando la estridencia de
los sonidos acompañar y catapultan el significado de las palabras.
Sin pretender exquisiteces
exegéticas, para lo cual se requeriría un adiestramiento que no poseo y que
debería compensar con un tratamiento más cuidadoso, sí puedo señalar que el
salmo 130, conocido como “De profundis” (“ Desde lo más profundos grito a ti,
Yahveh: ¡Señor, escucha mi clamor! ¡Estén atentos tus oídos a la voz de mis
súplicas!”), en su antigua versión griega, utiliza la misma palabra, φωνην (phonen=fonen), para referirse tanto a clamor como a
súplicas. Y la palabra ἐκέκραξά (ekekraxa) significa grito. Así que en tres
líneas se dice prácticamente lo mismo: es un paralelismo propio de la poesía
hebrea.
Lo cual resulta
diciente, puesto que el primer término, ἐκέκραξά (ekekraxa=gritar), tiene el
mismo sentido que κραυγῆς (kraugues), gritos, que se utiliza en Ex 3,7, en la
versión griega de los LXX, para referirse al clamor del pueblo esclavo. O sea,
se está creando una correspondencia entre el Yahvé Dios en el Éxodo y Jesús
Dios (el samaritano terminará postrándose ante él, según el relato lucano).
Ellos imploran
misericordia, con una expresión fácilmente identificable para los conocedores
de la liturgia bizantina o, inclusive, la antigua liturgia en latín: ελεησον ημας (eleison
emas=piedad/misericordia de nosotros), Kyrie eleison (Señor, ten piedad).
Jesús les ordena
hacer lo que está indicado en la Ley de Moisés, que es presentarse ante los
sacerdotes para comprobar la desaparición de la lepra y, de esta forma, poder
ser reincorporado al pueblo de Israel (a la convivencia y al culto). Ellos van
antes de quedar limpios, confiados de la palabra de Jesús. Y por el camino
quedan limpios.
Uno de ellos, que
era samaritano, cuando se da cuenta, vuelve sobre sus pasos. Si antes daba
alaridos de dolor, en este momento los da de gozo y agradecimiento,
glorificando a Dios (φωνης, phones, sonido).
Y diciente es para la comunidad cristiana, cuando recuerda este episodio,
puesto que para el samaritano el agradecimiento a Dios conduce a postrarse ante
Jesús, para quienes los cristianos tiene ya la estatura de Dios y no de un gran
profeta más.
Jesús se extraña que
sea el único que haya vuelto, que de paso es un extranjero (el menos capaz de
todos por ser ajeno al pueblo de Dios).
La postración
termina con otros tintes, cuando Jesús lo invita a levantarse e irse (αναστα, anastas, habiendo levantado; πορευου,
poreu, estés yendo en camino). Levantarse no es solo del suelo, sino de su
situación vital. Levantarse, con ese verbo tan querido para los primeros
cristianos (αναστα, anastas), alude a la resurrección.
No es solo una resurrección en el sentido escatológico según el tratado de los
novísimos, sino una participación en la resurrección de aquel que se encamina a
Jerusalén, a vivir su pasión. Es una resurrección que implica un cambio de vida
por la gracia, no por la Ley, que incorpora a la comunidad de Jesús y que
permite hacer camino. Camino que, para Lucas, sobre todo en el libro de los
Hechos, tiene que ver el ser cristiano. El pecado es muerte, que paraliza. La
participación en la resurrección moviliza, pone en camino.
Decíamos que era, o
al menos podía abordarse, como una catequesis de oración. Una oración que parte
y retoma el drama existencial para encontrarse con la misericordia de Aquel que
“oye el clamor de su pueblo”. Un grito que es reverencial, por lo que evita la
blasfemia y la apostasía. Y que requiere de la fe no en abstracto, sino en
concreto: dejándose guiar por la palabra de Jesús. Un camino en fe que se
inicia antes de la purificación, pero cuya purificación va a acontecer en la
medida en que se avanza por este, sin que sea fruto de las obras, sino de la
fe. Por ello la oración cristiana es también un dar gritos de júbilo en
agradecimiento por la bondadosa misericordia de Dios manifestada en Cristo
Jesús. Un saber postrarnos cuando la necesidad de pedir no es suficiente, sino
la adoración. Para que él, que limpia, también nos haga partícipes de su
resurrección en esta vida. De vivir como hombres nuevos. De mirar más allá de
la muerte.
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