REVOCATORIO, CNE, TSJ Y PARÁBOLA DEL JUEZ INJUSTO
Les decía una parábola
para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer.
«Había un juez en una
ciudad, que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres.
Había en aquella ciudad
una viuda que, acudiendo a él, le dijo: "¡Hazme justicia contra mi
adversario!". Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí
mismo: "Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me
causa molestias, le voy a hacer justicia para que no venga continuamente a
importunarme."»
Dijo, pues, el Señor:
«Oíd lo que dice el juez injusto; Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que
están clamando a él día y noche, y les hace esperar? Os digo que les hará
justicia pronto. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre
la tierra?»
Lucas 18,1-8
Una de las cosas más difíciles de estos tiempos, que les han
llamado “proceso”, es atinar a hacer una crítica que no se preste a la
malinterpretación. Más si se hace desde una atalaya religiosa. Por cierto, que
el término “proceso” ha asumido un aire espectral, siniestro. Porque “proceso”
puede indicar movimiento, coartada perfecta para decir, con elegancia, “¡no!
¡no! ¡esto no es la Revolución, sino que estamos en proceso de conseguirla!” Pero también “proceso” significa juicio…
¿juicio a quién? Así que cada quien es libre de sentirse en el empalado. Porque
puede ser juicio a la historia, a la IV República o a cada quien. No se está en
el corredor de la muerte, pero sí en la antesala del Tribunal.
Así que este preámbulo no debe desestimarse. No pretendo
utilizar la fe para apalancar a uno u otro sector político. Me revuelve las
vísceras cuando alguien hace una aplicación unívoca de la Fe o la Escritura
para blindar un actor o una actuación política. Puede que cada quien tenga su
motivación religiosa sincera, cosa que no siempre resulta evidente en su
conducta como político. Más bien, lo que parece claro es la utilización de lo
religioso a favor de la causa política. Y una persona de fe, eso que pudiésemos
llamar “hombre de Dios” o “mujer de Dios”, cuida dar tan confusas impresiones.
Forma parte del temor reverencial que un auténtico creyente tiene del Dios que
ama, tanto como un esposo no hace en público comentarios sobre la intimidad que
tiene con su esposa, para no mancillar la belleza de la entrega mutua.
Si en tiempos de la Edad Media la llamada “cristiandad” era
un modelo social, por razones del tiempo, donde Iglesia y Reino se implicaban
mutuamente (la teoría de las dos espadas), con la Edad Moderna la referencia
cambió. Desde Francia el Estado es laico y, por lo tanto, aconfesional. Aunque
en Francia se dio un movimiento oscilante a lo largo de todo el siglo XIX y
principios del siglo XX: los movimientos liberales y republicanos por lo
general eran racionalistas y anticlericales, por lo que la Iglesia era vista
como una amenaza; por su parte, dicha polarización y la falta de una sosegada
reflexión hizo que los creyentes se sumasen en muchos casos a los bandos reaccionarios
de corte monarquistas y absolutistas, que eran los protectores de la religión.
En Norteamérica va a ser distinto, puesto que la democracia siempre va a
suponer el cristianismo en su versión protestante, puritana, anglosajona y
teutónica (blanca), sin negar las bellas expresiones de fe y las devotas
iglesias de la población afroamericana. En el caso venezolano, que es el más
conozco de Iberoamérica, la religión fue usada por sobre todo por los
realistas: los distintos pobladores del país que estaban a favor de mantener
los lazos con la corona española. Más bien Juan Germán Roscio consiguió
fundamentar la licitud de la aspiración independentista en consonancia con la
fe cristiana. Y Bolívar, considero que por convicción más que por conveniencia,
buscó consolidar a la Iglesia en las nuevas repúblicas. Pero no significó su
uso propagandístico, como aparentemente sí ocurrió tanto en Coro entre 1810 y
1811, como en Caracas tras el terremoto de 1812.
En la Venezuela contemporánea ha ocurrido en varias
ocasiones. Y se ha manejado desde la devoción sincera hasta como técnica
propagandística, sin que se consiga identificar el límite entre ambas. No solo
por las imágenes de un devoto Hugo Rafael Chávez Frías junto con su esposa
Marisabel, arrodillados en la iglesia San Francisco (hacia el año 2000), sino
las imágenes del presidente con la cruz en la mano, en cadena nacional.
Expresiones casi como sacadas de un catecismo popular e invocaciones a Dios,
para endosarse la misión divina de conducir a Venezuela hacia una sociedad más
cristiana, libre del capitalismo. Uso este que desenmascaró el recién nombrado
Cardenal, el entonces Mons. Baltasar Porras: no se puede tomar el nombre de
Dios en vano.
Pero este uso profano, por parte de los políticos, no ha sido
solo propio del icono de 15 de revolución. Ya en el año 98 Salas Römer sentía
esa distinción de ser predestinado; Orlando Medina lo dijo, tras su primer
triunfo como gobernador del Estado Lara; Capriles Rodonski daba ciertas
muestras (“el tiempo de Dios es perfecto”, además de supuestos vaticinios que
dicen le comunicó una cierta visionaria); Leopoldo López, que vive un evento de
injusticia bien particular, lo ha dicho (en su caso, la referencia a Dios
parece genuina y válida, por las condiciones en que se encuentra). Del ala
oficialista, parece que tienen que acudir a sacerdotes ligados al proceso,
porque su devoción es poco convincente. Quizás la excepción sea Luis Reyes
Reyes, digo en cuanto a la sinceridad de intención.
En el caso de la base, en este tiempo ha estado un bando, que
ha visto en todo esto un asunto endemoniado, seguramente por la identificación
con el comunismo castrista y los mensajes de la Virgen de Fátima, y el otro
grupo de personas, del chavismo, donde los axiomas se mueven con absoluta
simplicidad. El Comandante nombra a Cristo, pide amor, está contra la
injusticia, busca defender al pobre, dirige recursos a los necesitados por las
misiones… por lo tanto, esto expresa la genuinidad de la fe. Una especie de
teología de la liberación en clave alfabética, que la caricaturiza y
desprestigia, por identificaciones tan simplistas.
En este manipuleo chantajista nada tan desagradable como ciertas
emisoras evangélicas en la ciudad de Maracay, según pude personalmente escuchar
años atrás, que uno pudiese suponer como tarifadas por el gobierno. Cosas como
leer un salmo para terminar identificando al rey David con Chávez, señalar a su
entorno como con traidores que urden su caída y, por supuesto, la invocación al
Dios que protege a su escogido (Chávez). Así que lo que pretendo proponer busca
diferenciarse con claridad de cualquier mezquindad por uno u otro bando. Más
bien apostar por el pueblo que sufre AHORA, en manos de ESTE GOBIERNO. No estoy
ensalmando a los anteriores. Estoy concentrando la atención en el aquí y ahora,
cargando la responsabilidad sobre quienes la tienen y no ejercen el poder para
solucionar, sino para hundir. Esto por incapacidad o manejos siniestros. Ese
poder que pone en contra de los que están sin-poder, en el espectro mayor de la
ciudadanía que abarca a grupos políticos y no políticos de distinto tipo.
Hay una lucha con justificación ética en la situación que
vive el país (es insostenible las carencias y penurias de la población), la
arbitrariedad del poder y de sus decisiones y la contradicción y distancia de
la norma constitucional y de demás cuerpo legal. Quienes están en el poder
saben lo que están haciendo y de cómo estar torciendo a conveniencia el
derecho. Para ellos basta tener el poder, como para esperar la sujeción del
resto de la sociedad. No importa que su justificación no sea convincente. Es
una coartada para lo concreto, para lo real. Así que cuestiones como el Referéndum
Revocatorio hay que verlos como un derecho constitucional que clama la gente,
tanto de la oposición organizada en la MUD, como en grupos tales como Marea
Socialista y sectores inclusive del chavismo o de los llamados tradicionalmente
como ni-ni. Coincidencia en el reclamo que se diferencia en la propuesta
posterior que puedan manejar: mientras todos a coro claman por el Referéndum
Revocatorio, unos quieren posicionar como alternativa a algún líder de la
Oposición mientras que otros aúpan por un regreso a la auténtica senda revolucionaria
abierta por el comandante Hugo Rafael Chávez Frías. En todo caso cualquier
alternativa es legítima, aunque no todas las recetas sean convenientes. Todo
supone una identificación en cuanto a un grupo entronizado en el poder y que no
está dispuesto a abandonarlo, al que se pretende desalojar vía democrática. Una
aristocracia ésta más medieval que socialista, aunque en la Unión Soviética
también se hablaba de la Nomenklatura.
Estos que han estado macerándose en el poder por 15 largos
años les encantaría arribar a una situación sin retorno. Cuestión que deben
interpretarla como la desintegración de cualquier oposición y la genuflexión
del pueblo. Visto así, conservando las debidas apariencias para seguir
figurando a nivel internacional, neutralizar a la oposición vía persecución,
cárcel o exilio les debe venir de perlas. El problema más complicado es meter
en cintura a todo un pueblo, dada la idiosincrasia y trayectoria del
venezolano. Invocar a algo talmente absoluto que inutilice cualquier
resistencia. Las sentencias de la Sala Constitucional del Tribunal Supremo
pretenden hacer ver ese no-más, detrás de lo que ya no queda nada que hacer.
Por supuesto, que al no comprarle la “pólvora” la Asamblea Nacional, su poder se
ve mermado, por mucho que invoque desacato. La Asamblea debe, por su parte,
mantener los apoyos necesarios fuera del país, con la pregunta constante de lo
que representa en la práctica, a la hora de mostrar músculo político.
Pero a lado del campo institucional, está el de la gente de a
pie. Si bien pretenden los señores del gobierno hacer ver que ya no hay nada
que hacer, luego de los pronunciamientos anteriores y los que faltan por parte
de la Sala Constitucional, la pretensión es conseguir llegar a un punto del no
retorno, que pueda ser inobjetable. Lo que se imponga a la conciencia, casi de
manera metafísica. De ahí la importancia del control religioso de la situación.
Cualquier resistencia les gustaría presentarla como contraria a las fuerzas
divinas y cósmicas que rigen el universo.
El problema, por supuesto, es que lo religioso se expresa
ideológicamente, pero su naturaleza última es trascendente a las palabras.
Dominar sobre el lenguaje y las ideas religiosas no equivale a hacerlo sobre
esa Presencia última que nos envuelve. Es más, para quien se toma en serio lo
que es la Revelación cristiana, ello no constituye un código de creencias a las
que se somete la persona devota, sino las fisuras por medio de las cuales nos asomamos
a esa Realidad dinámica cuya característica principal, porque es amorosa, es
que es salvífica y liberadora. Y esa Realidad es la que es inagotable, sostiene
las conciencias, inquieta y levanta a los decaídos.
Para estas personas que se oponen al abuso del Poder, a sus
chantajes y corruptelas, les viene muy la parábola que el Señor propone acerca
de la oración: un juez con todo el poder y sin escrúpulos ( “no teme a Dios ni
respeta a los hombres”) se enfrenta a las demandas de justicia de una mujer
viuda, que asumo que Jesús se la imaginase pobre (es una mujer sin derechos,
pues esa era la situación de ellas en aquel tiempo, y sola, no tenía hombre que
la representara, que solo esgrime la insistencia, como arma para que el juez le
haga justicia). El juez termina haciéndole justicia para evitar el fastidio que
le ocasiona (fastidio que, según deja entrever el texto en griego, podía ser el
que le saltase a la cara y lo golpease, de esa manera única como lo sabe hacer
la dignidad femenina).
Jesús entresaca sus parábolas de situaciones de su tiempo, de
tal manera que todos sus relatos, aún con las exageraciones propias del gusto
oriental, tiene un sabor de veracidad. Por lo que, a su modo y en su tiempo,
hay una penetración en la psicología propia del ser humano. No en vano el
Evangelio recalca, en algunos pasajes, que Jesús “los conocía” (cf. Lc 11,17;
Jn 2,24), cosa que pudiese interpretarse como un don especial de Jesús para
saber lo que ocurría en una persona concreta, o también como el conocimiento
que tiene del ser humano, de cómo reacciona, de su grandeza y debilidad. Por lo
que la actitud del juez inicuo pudiese bien extrapolarse al ser humano,
degradado por el pecado, centrado en sí, usando la sacralidad de la justicia
para propio beneficio, en detrimento de los demás.
Ante ese hecho, sin poder acudir a otra instancia, sin
figurar como sujeto de derechos, la viuda hace lo único que está a su alcance:
presionar, presionar, presionar. Y esa presión cumple con su objetivo.
Jesús centra la atención en las palabras del juez, para luego
hacer una consideración en relación con Dios: si bien Jesús anima a estar
siempre en oración sin desanimarse (la expresión en griego insinúa “orar
delante de” o “ante de”, por lo que es un ejercicio interior de permanecer en
la presencia de Dios), la conclusión tiene que ver con la justicia: Dios, que
es amor, hará justicia a sus elegidos. O sea, Jesús enfoca el tema de la
oración con el tema de la insistencia y presión de la viuda: buscar la
justicia. No es una oración que revolotea distraídamente en cuestiones
puntuales de interés inmediato, sino que se centra en lo fundamental: la
justicia en relación con los necesitados.
Y esa fe, como la de la viuda que insiste e insiste, es la
que Jesús se pregunta si se encontrará en la tierra cuando regrese el Juez
escatológico, el llamado “el hijo del Hombre” de Daniel. Alusión ésta a lo que
se considera la segunda venida de Cristo, siempre considerada como anunciada en
un período de grandes dificultades y decaimiento en la fe.
No es que estamos en los “últimos tiempos”, como dicen
algunos grupos evangélicos. Pero sí, en estos tiempos calamitosos, hacer gala
de la fe, la oración, la insistencia y el activismo propio de aquellos
cristianos que les ha tocado vivir etapas complicadas de la historia, que se
asemejan a lo que pinta la literatura propia del género apocalíptico: por muy
difícil, orar para mantener la fe, una fe que no renuncia a obrar y resistir.
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