¿DERECHO A LA REBELIÓN O AL SUICIDIO COLECTIVO?
A estas alturas del partido, nadie en su sano juicio puede
considerar seriamente el supuesto talente democrático del gobierno. Ni por
ideología, ni por comportamiento, ni por intervenciones hechas públicas. Se
acostumbraron a mandar, se autoproclamaron los héroes de la patria, se
atornillaron en el poder y hay guisos que no están dispuestos a investigar,
desde desvío de fondos, compras con sobreprecio, empresas de maletín o narco-negocios.
Cuestiones a las que se debe añadir la falta de escrúpulos. Si hay que defender
la Revolución, ellos son los primeros en salir en los medios, mientras sean otros
los defensores del Proceso que estén dispuestos a esparcir sus vísceras por el
pavimento, con el debido homenaje póstumo. Y, por supuesto, en cuanto al bando
contrario, siempre habrá un alegato para justificar la muerte de un opositor:
fueron ellos, fue banda armada, ellos buscando el caos, estaba armado, tenía
bombas… Así como Marypili Hernández,
en entrevista con Tony Bujana, dice
que se trata del mismo guion golpista del 2002, cosa que se puede analizar sin
que me resulte convincente, también haya que preguntarse si ante la falta de
creatividad del Gobierno, éste esté usando de los refritos del 2002 y 2014.
Pero uno de los problemas tiene que ver con que el chavismo
salió primero de los cuarteles e luego hizo maridaje por las calles. Tanto que
procesos interesantísimos de organización popular fueron cooptados y hasta
abortados para enarbolar las banderas de la rebelión popular. Esto y la
participación de los partidos de la izquierda nostálgica, esos que no supieron
vivir el duelo de la caída del muro de Berlín. Mezcla explosiva, que ya antaño accionaba
como guerrilla rural o guerrilla urbana, tienen una familiaridad con las armas
que no tiene el resto de la sociedad. Aunque, en honor a la verdad, quienes
fueron guerrilleros en los 60, son ahora octogenarios. Por eso deben delegar la
violencia, que desde el poder se llama represión, a los muchachotes que blanden
uniformes. Que, en caso de falla, por ahí también hay colectivos armados con
experiencia vandálica.
Esto no existe en la Oposición, por muchas ganas que tengan.
Los deseos no preñan. El entrenamiento de muchos consiste en alucinantes
sentadas frente a la proyección de Rambo,
Cobra, Terminator o a la filmología de Clint Eastwood o Bruce
Willis. Esto combinado con el Atari, Nintendo o Wii. No dudo que alguno
tenga cierta destreza adquirida en otros entrenamientos. Lo que sí dudo es que
esa sea suficiente. Cómo será la carencia, que ningún perro de la guerra se ha
acercado a Caracas o a donde sea para ofrecer suculentos negocios de armas. No
somos (como pueblo) ni la Nicaragua
de Somoza, que gestó primero a
sandinistas y luego a la Contra, ni
la del Salvador ni ninguna otra. No
somos el Medio Oriente ni África. Además, que donde ha aparecido
la guerrilla ha sido en pueblos con tradición belicista y con cierto
pensamiento de izquierda. Puede que excepciones haya en la II Guerra mundial.
Pero los movimientos anticolonialistas africanos estaban animados desde ciertos
nacionalismos de izquierda, a diferencia del siglo XIX.
La presión en la calle, por supuesto debe mantenerse. Y debe
mantenerse de manera inteligente, porque ha demostrado que hace mella. Pero el recurso
a la violencia no parece sensato, por mucho que se sufra de cierto prurito
justiciero. El siglo XIX fue un tiempo de incertidumbre, zozobras y agitaciones
de todo tipo, que no llevaron a nada, luego de 166 revueltas y 50 años de
guerra[i],
fuera de la aparición de cierre del Benemérito
Gómez. Considerado así por los aduladores de turno, pero también porque en
1903 le valió la fama de “pacificador”. Así que en 1908 ya tenía hecha la cama
para acostarse en el poder por 27 años. Porque la violencia radicaliza y
destruye el tejido social, una vez que inicia, y no se sabe cuándo parará.
Porque la experiencia internacional, esa de que tiene gala El Vaticano como mediador, es la de la violencia real, no la que
retratan las películas de acción de las ficciones de Hollywood o la de los
videojuegos, donde siempre existe otra vida y otro nivel. El objetivo de la
presión de calle es hacerle daño a la autocracia y autismo del Régimen,
representado en la prepotencia de unos pocos inflados de privilegios. La
presión de calle debe ser una lucha profundamente ética, porque eso desarma moralmente
a quienes de buena fe están siendo utilizados para defender las mieles del
poder que solo un grupito hermético consigue disfrutar.
Porque en esas consideraciones sobre la legitimidad de la
violencia en ciertos casos faltan algunos detalles. Tales como que la
violencia, y más la violencia mortal, siempre es un mal. Nunca es un bien un
muerto, aunque sea un criminal o se haya producido por legítima defensa. Nunca
es bueno matar. Puede ser un mal menor e inevitable, como cuando el equipo
especial de la policía da de baja a un secuestrador que amenaza matar a sus
rehenes. Pero nunca es un bien en sí mismo. No es un final feliz, porque a
alguien ha enlutado: una madre tiene un hijo menos, una esposa se transfigura
en viuda o unos hijos sucumben ante la incertidumbre y el karma social. Es un
final trágico, aunque pueda ser un final que consuele.
En casos tales como la muerte de un delincuente en un
enfrentamiento real (no en ajusticiamientos), se necesita el consenso vergonzoso
de la familia como para aceptar que esas son las consecuencias trágicas de ir
por la vida dando malos pasos. Cuando la muerte es injusta o evitable, puede
alimentar el resentimiento comprensible (no aparece por generación espontánea) y
los funestos deseos de venganza. Sentimientos ambos muy poderosos, que pueden
explicar el conflicto secular entre sunitas y chiitas, en el mundo musulmán,
entre tantos otros ejemplos. Cuanto más en temas que, en ocasiones, son de
fácil manipulación o en base a conceptos tan intangibles (pero reales) como la
justicia, la paz y la libertad.
La tesis tomista del tiranicio,
que mantuvieron los jesuitas durante siglos con la consecuencia de su casi
desaparición como organización en la Iglesia, tiene que ver con la legitimidad
(no con la bondad) del recurso a la violencia, sea por el abuso del poder como
de los males concretos que puedan evitarse (que los males que puedan evitarse
sean mayores que los males que puedan ocasionarse). Fiel reflejo de esta tesis
es la obra de teatro “Fuenteovejuna”,
de Lope de Vega. Análogo a este
principio, está el de la guerra “justa”, que no es una idealización de la
violencia, sino de la violencia como único recurso para defender, por ejemplo,
a las propias familias. En Centroamérica, en concreto en El Salvador, hubo de
responderse a la pregunta de si era lícito, dados los niveles de injusticia,
represión y de violencia de grupos paramilitares, denunciados por Mons. Romero, de participar en la
subversión. Ante la violencia institucionalizada por el Estado, responder desde
otra violencia, por falta de alternativas. Jon
Sobrino[ii]
responde haciendo alusión a reflexiones de los mismos obispos, en los que se
reconocer el argumento tomista, pero se advierte que, por experiencia, se
termina cayendo en una espiral de violencia in crescendo. Este mismo teólogo
advierte que el uso constante de la violencia puede terminar pervirtiendo la
moral de quienes emulan la bandera de la justicia, e enquistándose en formas de
comportamiento contrarias a la resolución de conflictos y diferencias. De tal
manera que está lejos de ser una panacea, aunque el dilema puede que toque las
puertas de la conciencia personal, única custodia de nuestro comportamiento
ante Dios. Hay que permanecer lejos de una supuesta mística de la guerra. Y la
misma violencia ejercida contra la injusticia del Estado requiere de redención
de todos los residuos que ella misma genera. La apuesta por la lucha no
violenta tiene en esto sus fundamentos, con la demostración en personalidades
como las de Nelson Mandela de que
puede ser exitoso. Claro que la banda presidencial de aquí no es la que
mantenía el Apartheid. Se encarga de otros asuntos que no requieren de mucha
concentración para entender.
Vuelvo y repito: la protesta popular firme y contundente es
necesaria. Si el gobierno está en la posición que está, tiene que ver con sus
malos manejos y a la irreverente actitud del venezolano, organizado en cierta Oposición,
aunque esta Oposición desborde a la MUD. Si Nicolás fue a pedirle “cacao” a Francisco a medianoche, no es porque estaba sobrado ni porque cree
que Francisco es “pana”. Es un mediador o facilitador muy incómodo. Francisco
es una figura con un magnetismo fuera de lo común, y este gobierno, que es
cristiano de fachada, se le puede venir abajo la escenografía. Si no, no
estaríamos sumergidos en esta tragicomedia. Así que el gobierno fue sentado,
aunque fuese a contra voluntad, para intentar perder lo menos posible o esperar
un error táctico de parte de la Oposición (como el error comunicacional),
tiempo o milagros. Cualquier cosa es de esperarse. Pero no está en su mejor
momento, como para alardear de fuerza. Por esto hay que interpretar las
bravuconadas como una manera de hablar a los propios y de empujar a la
Oposición a quebrarse o dar un paso en falso. Resistir sentados alrededor de la
mesa de diálogo es otra forma de resistencia. Que encuentren ellos una excusa
para pararse de la mesa cuando ya no sepan qué hacer, y no al revés.
En el mundo, en política se sientan no solo los contrarios,
sino los que se han enfrentado. Cuando hay rendición, no hay diálogo. Puede que
se negocien algunas condiciones en la rendición, pero siempre por razones de acortamiento
de un conflicto cuyos resultados son irreversibles. Pero en los conflictos
donde no tiene sentido hablar de un ganador o lucen “tablas”, el diálogo
debería significar la superación del conflicto en favor de la convivencia.
Porque de eso se trata y no solo de quien vaya a mandar ¿Qué es lo que pasa? Que
en oportunidades se tiene la impresión de que se está negociando con un grupo
de secuestradores. Pues bien, aun con los secuestradores se da cierta
negociación. Interesan las vidas. Excepto en casos, como en Munich, en 1972, que el Estado de
Israel no dio su brazo a torcer, con las consecuencias por todos conocidas.
Saber con quién se está negociando y saber que no todo es negociable, forman
parte del diálogo. Por supuesto que existen los crímenes de lesa humanidad.
Finalmente es importante recordar lo siguiente: ya Arturo Uslar Pietri se refería al
mestizaje como una gran riqueza que estaba en proceso de consolidación en
nuestro continente. Riqueza y desafío a la vez, donde los contrarios tienen que
encontrarse. No me refiero a los contrarios de la política actual, sino a los
contrarios de todos los días, la gente de la calle, con pensamientos distintos
pero que comparten espacios comunes. Incluso consideraba que muchos conflictos
tenían que ver con este proceso que es inédito a nivel mundial, necesita de mucho
más tiempo del que se pensaba inicialmente. Esto puede reflejarse en la
política, sin incluir en esta el latrocinio del que somos testigos.
Esta fractura en la sociedad venezolana tiene muchas causas:
la pésima lectura de la realidad venezolana en los años 80 y 90, así como las
decisiones políticas y comunicaciones que se dieron; una educación donde se le
confiere al militar el halo de héroe legendario y justiciero; la carencia de la
figura de padre en la familia venezolana; la errática e inestable economía
nacional sin un modelo de largo alcance. Pero no debe descuidarse ese proceso
de amalgamiento de las diferencias culturales, que se llama mestizaje. Un mestizaje que no puede ser uniformidad
sino la riqueza de lo diverso y complementario. Eso forma parte del diálogo, al
menos entre el que se debe dar entre los venezolanos de a pie.
[i] Francisco
Armando Castillo Linares (abril de 2005). "Los
Andes siglo XIX. Crónicas de guerra y caudillos". Tierra Firme.
Táchira: Universidad de Los Andes, en https://es.wikipedia.org/wiki/Guerras_civiles_venezolanas#cite_note-8
[ii]
Jon Sobrino, Jesucristo Liberador, Trotta, 1993, 273-280.
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