FIDEL, LA MUERTE UN ÍCONO



Resulta en extremo complejo examinar toda la cantidad de publicaciones aparecidas en estos días sobre la figura de Fidel. Por la abundancia y variedad de puntos de vista. Sin embargo, quisiera abordar estas líneas desde la premisa de que nos encontramos ante un ícono. Por lo que vale la pena aclarar: la imagen pública que proyecta una personalidad, que puede manifestar distancias de la persona real. Pues εἰκών, “icon”, en griego, significa imagen. No lo hago en el sentido religioso, de pintura ortodoxa. Sino en la acepción de signo o símbolo en general, aparte de los usos en informática. Pero lo usamos, en este caso, en referencia a una persona. En su caso tiene algo o mucho de simbólico. Se desdobla la realidad del sentido o significado que tienen para los demás. Y este desdoblamiento, sobre todo, es manipulable por muchos interesados, como lo fue para el mismo Fidel. A partir de este dato, entender someramente su acercamiento a la religión y al cristianismo, que se transmite a través de gestos, palabras y símbolos inclusive a nivel popular.

No pretendo aludir al régimen cubano ni a sus logros y barbaries, sino centrarme en esa conciencia y manejo que hace Fidel de su persona, de sus palabras y poses, para cautivar terceros. Que pueden ser la misma prensa mundial. Desde joven cayó en cuenta de su capacidad de seducción, sus dotes de liderazgo, según cuenta a Frei Betto (Fidel y la religión, p. 147). Así que su “la historia me absolverá”, palabras pronunciadas en su defensa durante el juicio por el asalto al cuartel Moncada (no tuvo abogados que lo defendiesen, ni acceso a libros, por los que improviso el alegato), tiene tanto centimetraje periodístico como ese otro del “por ahora”. La diferencia radica en la inmediatez y la tecnología.

La barba y el uniforme verde oliva, la fascinación de su lenguaje, sus poses y vehemencias, todo ello encantaba. Y, a diferencia de un Ernesto “Che” Guevara o Raúl Castro, en la capacidad de mantener el “suspense”: por ejemplo, nunca dijo que era comunista mientras eso le producía dividendos. Y cuando lo reconoció, hizo que la culpa de su radicalismo recayera sobre los Estados Unidos, empeñados en recuperar los bienes expropiados a sus compañías por la Revolución. Siempre en ese juego de acercamiento y distancia ante los medios que lo cortejaban .


Por supuesto que se creció en Bahía de Cochinos. Lo necesitó, según deja ver Jon Lee Anderson en su biografía sobre el Che. El padre de la Revolución se ocupaba más tiempo en Sierra Maestra en atender entrevistas con los medios y otros protocolos, el comer bien con personal a servicio, que en empuñar las armas. Eso hacía que otros comandantes, como el Che, obtuvieran la admiración de la tropa, por su capacidad de riesgo. Bahía de Cochinos no solo significó eyectar de vuelta a los Estados Unidos al exilio a la disidencia, sino un quiebre moral importante, casi que letal, en la evaluación de la política de Kennedy. No fue en el campo de las imágenes donde uno se reivindicó y el otro falló, sino en el de la lógica de la supervivencia: con Nikita Serguéievich Jruschov, primer ministro de la Unión Soviética, Kennedy desmanteló el plan suicida de instalar una base soviética con armamento nuclear en la isla de Cuba. Muy a pesar de los barbudos del Caribe.

Dotado de gran inteligencia, memoria y carisma, su capacidad para seguir los acontecimientos mundiales fue prodigiosa. Suponía, por supuesto, toda una red de información que incluía desde lo más convencional, como los cables de las agencias internacionales, a las sofisticaciones de su servicio secreto. Igual la cantidad de tiempo y manera de estar en los medios de comunicación, por obsoletos que pudiese parecernos hoy en día.

En lo que me gustaría detenerme, sin realizar una operación de investigación exhaustiva, es en su relación con la religión, particularmente con el cristianismo, con referencias a las conversaciones con Frei Betto. Sus referencias cristianas de infancia parecen vagas, si bien estudió con los hermanos de la Salle y los Jesuitas. En su casa (de campo), su mamá era la más religiosa. Su papá, de origen gallego, no lo era. Y en los alrededores había ese estilo sincretista donde fiestas de tipo cristiano, como la Navidad y la Semana Santa, se combinaban con creencias supersticiosas. En su caso, quien sabe con cuanta profundidad, alguna de esas creencias tuvo más espacio, no sé si profundidad u oportunismo: el número 26. Se dice que lo usaba de manera kabalística (palabra que, dentro del judaísmo, tiene un sentido místico más serio). Por lo demás, seguro que conocía el alma del pueblo cubano y supo del maneja de creencias tales como la santería. Eso también le dio capacidad para influir en Hugo Chávez (cf. David Placer, Los brujos de Chávez). Detalles como las palomas que se posan en él cuando habla en discurso ante la multitud, una vez que la Revolución ha triunfado: la gente sabe que dicha figura está relacionada con alguna divinidad del panteón santero (¿quería impresionar también a los más cristianos aludiendo al Espíritu Santo?):


"El evento que marco el destino de Fidel Castro dentro de la Santería, se dio el día 8 de enero del año de 1959, cuando Fidel Castro entro triunfante al la ciudad de la habana cuba (sic), después de una revolución civil. Ese día cuando el comandante subió a un pódium, mientras daba un discurso al pueblo cubano, una paloma que volaba cerca de él, se le poso en el hombro izquierdo, en ese momento el pueblo cubano confirmo que Fidel Castro era el elegido, era el homo ocha, a partir de ese día, el pueblo cubano lo llamo él caballo. Dentro de la santería existe un PATAKY que explica que los grandes sacerdotes de la religión santera, serán aquellos que olofy los escoge, mandando que una paloma se les pose en el hombro izquierdo" (http://iusocha.blogspot.com/2010/04/ficel-castro-y-la-regla-de-ocha.html ).

Pero el tema del cristianismo fue importante, como estrategia, para Fidel Castro. No solo fue entrevistado por el trapense nicaragüense Ernesto Cardenal, vinculado a las correrías también legendarias de Daniel Ortega, y el dominico Frey Betto (quien sería ministro de Lula para su política social del programa “Hambre Cero”), sino que quiso vender su “sociedad sin clases” como realización del Evangelio. En este caso pretendió seducir hasta obispos, como cuando estuvo en Santiago de Chile, en 1971, que no le compraron la pólvora. Alguna mella hizo en la base, si bien es injusto vincular toda la teología de la liberación a tal proyecto. Hugo Assman sí acuñó una “teología de la Revolución” que su amigo, Juan Luis Segundo, teólogo de la liberación uruguayo, nunca lo secundó. Éste se lo advertía, hasta que cayó la “cortina de hierro” y la palpable y polvorienta realidad del sueño comunista mostró sus auténticos logros.



En este recorrido de años no faltaron, por supuesto, los llamados “Cristianos por el Socialismo”. Si en principio por socialismo no necesariamente hay que entender el marxismo-leninismo (la socialdemocracia es una forma distinta y matizada de caminar hacia algún tipo de socialismo), en aquellos años setenta sí caminaban parejo y es lo que postula esta propuesta. Por justicia habría que recordar las contradicciones intrínsecas en la fe de los pueblos latinoamericanos, contradicciones no de tipo dialéctico como concibe el marxismo el avance de la historia, sino la que indican documentos tales como los de Medellín y Puebla: el continente con mayor número de creyentes, es el continente con la mayor cantidad de injusticia y el escandaloso abismo entre pobres y ricos. En muchos casos y élites, la fe servía de excusa para que las cosas no cambiaran y, más bien, como para que se entronizaran en el poder dictadores tipo Pinochet: el anticomunismo servía para todo. Jon Lee Anderson, en sus trabajos como novel periodista (Inside the Liga -Al Interior de la Liga, 1986), descubre la penetración que hay de personeros húngaros y austríacos en América (entre otros colaboracionistas), que evaden el juicio de Nüremberg por no ser alemanes, y que participaron en cuestiones tales como “la solución final”. Sus ideas de higiene social hacia grupos subversivos y todo lo que oliese a comunismo ocasionaron desastres como los vistos en Centroamérica. El saldo de muertes produjo a mártires cristianos como Mons. Romero o Ignacio Ellacuría y compañeros. Así que “Cristianos por el Socialismo” reaccionaban ante una realidad muy distante de la ideal, pese a que su propuesta resulta resbaladiza para la fe y la realidad.



Por supuesto que aquí se da una sutil alteración del sentido: el cristiano creía justificable su opción desde Cristo, la lucha por una sociedad sin injusticias. Pero para el socialista en sentido propio, cuyo catecismo era el Manifiesto del Partido Comunista, era una utilización de la fe para expandir la Revolución. El marxismo proponía un desarrollo gradual del socialismo en diferentes facetas, todas estas sucesivas: en lo que se llamaba el “Frente Amplio” se colaboraba con otros grupos, como la burguesía, por superar un estadio medieval, que ellos identificaban con las dictaduras latinoamericanas. Luego de instalado el Estado liberal o burgués, se pasaba a la lucha dialéctica (y violenta) para acceder a la siguiente fase, la del socialismo. Así que, aunque aparentemente se hable de lo mismo, el sentido de la lucha plantea pactos provisionales y no visiones conjuntas que respeten la diversidad.

No exactamente, pero revela la lógica de la Revolución: Mao Zedong, el revolucionario chino, jugó con la aspiración de tierras de los campesinos de ciertas provincias, cosa que frustró sistemáticamente cuando estuvo en el poder, en el nombre del Socialismo. Parecido fue el caso de Fidel, que aglutinó a su alrededor a todos aquellos que luchaban contra Batista, para luego dejarlos en el camino, por decirlo de manera sutil.

Su acercamiento inicial al cristianismo, más allá de la curiosidad que pudo tener como intelectual por los escritos de Juan Pablo II o Leonardo Boff, tiene que ver con su instrumentalización. Ganar masivamente, por ejemplo, a la Iglesia católica, suponía una penetración sin precedentes de la Revolución en todos los estratos sociales latinoamericanos. Era sumar el legado del cristianismo desde una interpretación unívocamente materialista y dialéctica.


Pero en las últimas dos décadas tres Pontífices han pasado por la isla en cuatro viajes. Supongo que su primera visita a Juan Pablo II, que derivó en su periplo por Cuba, debió tener que ver por la falta de oxígeno que estaba teniendo la Revolución luego de la caída del comunismo europeo, cuando todavía no aparecía Venezuela en su geopolítica. Seguro que otros intríngulis también deben haber influido. Ese cambio de relaciones, permitió la visita de Benedicto XVI y los acontecimientos más recientes en el pontificado de Francisco quien, por cierto, comentó desde su Argentina cuando era obispo el viaje de Juan Pablo II. El Dr. Rafael Luciani lo sintetiza magistralmente en http://www.eluniversal.com/noticias/internacional/jorge-mario-bergoglio-cuba_29995
De allí el actual Papa extrae sus claves sobre el diálogo y el encuentro.

En todo caso, el clima hacia la Iglesia cambió para la isla, en alguna medida. Y los líderes también han manifestado su impacto: Raúl Castro dijo, independientemente de cuan sostenible sea su propósito, que de seguir así podía terminar recuperando su fe cristiana. Alguna libertad para la Iglesia y los creyentes de la isla: del asueto por Navidad al asueto del Viernes Santo.

Fidel, el mito legendario seductor de masas, quiso en su tiempo de usar el cristianismo en favor de la Revolución. Al final las relaciones con la Iglesia fueron cambiando. En su última publicación en el Granma, Fidel trató, de manera cosmológica, de “El destino incierto de la especie humana”. En el artículo mencionaba el aporte de la religión, cuyo tratamiento suponía de más espacio, cosa que haría en la siguiente oportunidad…

Es en este punto que las religiones adquieren un valor especial. En los últimos miles de años, tal vez hasta 8.000 o 10.000, han podido comprobar la existencia de creencias bastante elaboradas en detalles de interés. Más allá de esos límites, lo que se conoce tiene sabor de añejas tradiciones que distintos grupos humanos fueron forjando. De Cristo conozco bastante por lo que he leído y me enseñaron en escuelas regidas por jesuitas o hermanos de La Salle, a los que escuché muchas historias sobre Adán y Eva; Caín y Abel; Noé y el diluvio universal y el maná que caía del cielo cuando por sequía y otras causas había escasez de alimentos. Trataré de trasmitir en otro momento algunas ideas más de este singular problema. http://www.elmundo.es/internacional/2016/11/26/5839607c46163fe3438b45a7.html





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