EN UN NOCHE OSCURA

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En una noche oscura
con ansias, en amores inflamada


Serían alrededor de las 8:30 pm. En la oscuridad de una solitaria carretera del estado Trujillo, rumbo hacia Lara, el carro en el que viajaba falló, se apagó y se deslizó por la cuesta del pavimento hasta llegar a la parte baja de eso que formaría una especie de chinchorro vial. Ya antes, en horas de la tarde, había ocurrido algo similar. Había supuesto que en el estado Táchira, de donde venía, me habrían sustraído gasolina del tanque. No tenía forma de medir la gasolina restante, fuera de calcular por la cantidad de kilómetros recorridos. Tiene problemas el medidor.

Sin embargo, había tomado precauciones unos 200 kilómetros antes. Me aseguré de volver a llenar el tanque y calculé que podía recorrer, al menos, 368 kilómetros, el equivalente a la distancia entre Barquisimeto y Caracas, que se recorre entre 4 y 5 horas. Pero solo habían pasado 2.

Así me vi de pronto en medio de la nada. Durante el día había recorrido estados (Táchira y Mérida) y paisajes queridos durante mi formación vocacional y mis primeros pasos como sacerdote. Habían acudido a mi memoria los recuerdos de personas y amigos entrañables, algunos todavía presentes, mas otros ausentes. Habían aparecido escenas salteadas de momentos significativos en mi formación como persona, de mi búsqueda de seguir a Jesús y como servidor dentro de la Iglesia. Así que asumí el viaje en clave de retiro espiritual, como si estuviese viajando por mi vida, pero de la mano de Dios. Creo que malamente, pues otros lo han hecho mucho mejor, he captado desde la fe ese acompañamiento providente de Dios, que va guiando todo. No en vano este año que concluye cumplí 25 años de ordenación. También para mí ha sido el año de las “misericordias del Señor” (expresión sálmica en labios de santa Teresa), un año santo. Y, en la tarde, con el volante de la vida tomado entre mis manos, me preguntaba por el momento en que tuviese que abandonar el viaje de la vida para acudir al encuentro con el Señor cruzando el velo de la muerte. La esperanza de vida eterna forma parte del ADN de la fe como cristiano. Esperanza que no exonera el momento de la verdad, que se muestra en el tribunal de Dios, donde esperaré conseguirme nuevamente con la Misericordia de Dios. Quizás todavía no me tocase, había pensado mientras el paisaje desaparecía por mi retrovisor, porque quedan cabos sueltos que me gustaría asegurar, dentro de lo posible, antes de partir al encuentro final.

Lo cierto es que en ese instante ya estaba en medio de la nada, como un náufrago. Un océano lleno de sombras y ruidos con tonalidades a naturaleza viva, esos que me encantaban tanto cuando de niño pernotaba en los campos guariqueños. Esa conjugación de elementos bajo un cielo hermosamente estrellado, con una luna casi llena que había acompañado y ayudado a las mortecinas luces que guiaban a los cuatro cauchos sobre los que andaba. Me encontraba en esa situación, especie de cola fatal, por la que tantos otros compatriotas habían pasado… sin superar la prueba. Ahí estaba yo, como ellos, orando por ellos o haciendo la oración que quizás ellos no supieron hacer antes del desenlace final. Si antes de la muerte la gente siente recorrer la vida vivida, de alguna forma ya me había estado pasando. En tal situación el primer escenario a enfrentar sería el de la impúdica delincuencia que azota al país. Son personas, me dije, así que como a tales intentaré tratarles, a ver que se consigue. Aparte de la vida, bien supremo, pueden hacerse con el carro (ni pendiente yo que éste no tenía gasolina). Igual debo apurar, decía para mí, alternativas.

Lo primero, por supuesto, era efectuar una llamada de emergencia… si conseguía señal. Saco, entonces, mi celular inteligente y el aparato debía estar en shock, pues no marcaba. Sin olvidar que tenía una lánguida reserva de energía. Un intento, dos intentos… nada. Toca reiniciar. Cuando consigo que entienda la orden, me dice “actualizando aplicación 1 de 30”. Necesitaría de emoticones para expresar gráficamente mi realidad de cariacontecido. Apelo al otro celular, ese que fue desplazado de la afectividad por la tecnología, pero que tienen fama de ser fieles. Por ahí lo llaman “pote”. Marco el “#1” y espero que se conecte… que se conecte… que se conecte…

Decido renunciar a los intentos para comenzar a hacer señas a cuanto vehículo viene en uno u otro sentido, tanto para que no tengamos un encuentro desagradable, como para que pudiesen auxiliarme. Según lo que era de esperarse, nadie se detiene. Tampoco yo lo haría, para ser sinceros, así que no me asombró. Vivimos en Venezuela y una obra de caridad, de esas que llaman de misericordia, puede costar la vida en otras circunstancias. Mientras va pasando el tiempo y la soledad, ya el inteligente se ha reiniciado. Con poca carga (el cargador que tenía en el carro es una amenaza tecnológica contra los celulares: los pone en “peligro de sobrecarga, desconéctelo”). Minutos antes, sino alguna hora, había recibido una llamada de un amigo, que quería recordarme un compromiso para el día siguiente con el Movimiento Cursillos de Cristiandad. No le había contestado: estaba manejando y ya sabía lo que quería decirme. Pero en ese momento fui yo quien lo llamé. Era probable que me contestara, que siguiera cerca de su teléfono, como así pasó.

Apenas se asomó por el auricular, le interrumpí inmediatamente: “Oye, Víctor, préstame atención: estoy en una emergencia”. A punto estuve antes de mandar un mensaje por mi lista de difusión del whatsapp. Pero era mucho pedirle a la Providencia, más amiga de que la tecnología se encargue de sí misma. “Víctor: estoy a unos 135 kilómetros de Barquisimeto, pero no sé dónde. Debo estar cerca de Carora. Primero, llama a emergencia. Luego al obispo. Y también comunícate con el capellán de la Guardia Nacional, por si puede hacer algo” (para quien no esté en Venezuela, hay que recordar que las carreteras tienen cantidad de puestos de control de la Guardia Nacional, con el único objetivo aparente de impedir la libre circulación de pasajeros y mercancías por el entramado vial del país, y perdone la ironía este respetable cuerpo de nuestra Fuerza Armada).

Era obvio que el tiempo jugaba en mi contra. Cuanto más tardase, era más probable que me consiguiera con quien yo temía, que es distinto de “adonde me esperaba/ quien yo bien me sabía, /en parte donde nadie parecía” (san Juan de la Cruz). Era imperioso comunicarse con emergencia. Y luego con el obispo. Si se le desaparecía un sacerdote, al menos que estuviese al tanto de la situación, más o menos por donde andaba y que se pudiese verificar el cuadrante y esas cosas. Pienso que era una forma de ahorrarle conjeturas y suposiciones, más si se conseguía o se debía buscar mis restos (no creo ser un candidato a secuestro) y enfrentar a la voracidad informativa de la prensa.

Entre conversaciones y señas a las estrellas fugaces de camiones, autobuses y camioneticas, se paró un buen hombre, de quien no llegué a saber ni el nombre, pero mucho me gustaría hacerle llegar mi agradecimiento. “-Padre ¿qué le pasó?” “-Me quedé sin gasolina” “-Vamos a sacarle a mi tanque”, me dijo.

Mientras desesperaba buscando un pote que cargaba, que al final no conseguí, y mientras él había malabares para saciar la sed de la máquina con una botellita vacía que había servido para saciar la sed humana, de la nada apareció una grúa con plataforma. La posibilidad era la de acercarme a la bomba más cercana, para probar suerte, o ir con ellos a su casa, y allí revisar y resolver. Supuse como más sensata la última opción. No recuerdo si pude ser lo suficientemente agradecido con el taxista. Reconozco su valentía cuando decidió apearse para auxiliarme. Así como reconozco el gesto de la familia de la grúa, que un amigo de ellos, a bordo de una de esas luces centellantes que pasaron por frente de mí, contactó. Hay formas nuevas y anónimas de ser hoy en día un buen samaritano. El paseo por la vida siguió a bordo de este vehículo auxiliar ¡Cuántas veces los otros han sido portadores de la gracia de Dios para mí, en momentos de necesidad! ¡Cuántas veces en mi vida otros me han llevado accidentado para ser canales de la bondad del Señor!

Una vez llegados al cálido refugio que ofrece una casa de carretera, revisando aquí y allá, se pudo conocer la causa de mis males: tenía una importante fuga de combustible a la altura del filtro de la gasolina. Lo que se canalizó al día siguiente. Tocaba, entonces, pasar la noche. Esa familia, con la amabilidad de la gente trujillana, me ofreció hospedaje. Yo quería dormir en el carro, para no importunarles. Pero ellos habilitaron la habitación de uno de los hijos para que durmieran allí. Y cené de lujo: caraotas, queso y arepa. Recordé las noches transcurridas entre los campesinos de Potrero de las Casas, en el estado Táchira, hace más de 20 años, y también en Villanueva, en el estado Lara, un poco menos. Y lo sentí como un regalo. En medio de tanta vicisitud, Dios va guiando todo en medio de lo que parece ser malo: Dios es capaz de sacar bienes de los males (cf. Rm 8,28). Me pide solo una cosa: una fe confiada. Que no mutila los dedos de marcar números en el celular, o cercena los brazos como para impedir agitarlos a las ráfagas de luces que muy de ver en cuando rompían la tela de la oscuridad.

Henri Rousseau, La gitana dormida
¡Cómo no acercar la experiencia de oscuridad al poema de la Noche Oscura de san Juan de la Cruz! Para el santo, la noche es uno de los símbolos principales. Pero para el hombre moderno su experiencia se escapa. Captamos algo cuando la ciudad enmudece ante un apagón: el mismo silencio tiene una profundidad irreconocible. Sin embargo, lo usual es que se escabulla. Y hacer experiencia de los símbolos es vital para entender a los místicos y poetas, como es el caso del santo de Duruelo. Recuerdo, por ejemplo, haber estado caminando por un fangoso camino en bajada en plena noche cerrada por los caseríos de Villanueva. No se veía nada, pues una lejana luz encandilaba lo suficiente como para ver menos, por el reflejo en los cristales de mis lentes. U otro momento, el de estar cruzando un bosque en la misma localidad, casi que asidos unos con otros, renunciando a los sentidos para acudir a la memoria y a los baquianos, puesto que lo único que se podían ver eran las voces. Recuerdan a los mozos que guían al ciego, según comparación de san Juan de la Cruz, que es la fe. Fe no solo como actitud sino como recepción de la Revelación. Ellos, estos maquianos, sí sabían por dónde andaban. La memoria, la mía, pretendía reconocer remotamente los obstáculos vistos durante el día. En oportunidades, en la vida espiritual, Dios es permanente novedad que se salta los parámetros antiguos.

La noche, para san Juan de la Cruz, tiene que ver con la desproporción de la información que recogen los sentidos para acercarse a Dios. Los sentidos están desprovistos de capacidad para tal fin. Incluso puede hacerse un camino de renunciamiento a dejarse guiar por ellos en cuestiones propias para la fe, esperanza y el amor. Los sentidos entorpecen y confunden, pues puede que, a lo largo del camino espiritual, no hallen placer o gusto en cosa alguna. O, inclusive, que se vivencie como cosa dolorosa.

Pero la noche se presenta también como tal para el espíritu humano. Ni razonamientos ni la imaginación ni el banco de recuerdos almacenados en la memoria consiguen confortar y satisfacer al alma. Convendría añadir que ni teología ni ideología se consideran satisfactorios.

El santo pasa por una experiencia singular: aunque para él la noche de alguna forma es causada por Dios, durante los primeros 8 meses de 1578 estuvo preso en una celda de 2 por 3 metros., con un ventanuco que apenas dejaba pasar la luz. Tal situación hacía que estuviese expuesto a lo que se conoce en psicología como la experiencia de deprivación sensorial. Los experimentos en tanques donde los voluntarios son sumergidos para someterse a la mínima estimulación sensorial, revelan alteraciones patológicas en la conciencia y la aparición de alucinaciones. Allí escribe, según todos los indicios, su obra maestra: el Cántico Espiritual. Toda esta llena de luz y naturaleza. Pero la Noche Oscura, de composición posterior, bien puede aludir poéticamente a esta experiencia de transformación espiritual. Pues en el santo el proceso no es de descomposición de la personalidad sino de un sufrimiento transformador (“purgación” y purificación, como purgatorio anticipado) que desemboca en una nueva experiencia de intimidad con Dios.

Para san Juan de la Cruz el alma debe caminar en desnudez a través de la noche de los sentidos y del espíritu, sin asirse a nada que no sea Dios en fe, esperanza y amor. Si bien hay una parte activa en esta noche, que compete al esfuerzo de la persona, en el fondo es acción de Dios sobre el alma que se predispone.

Y el místico carmelita compara la oscuridad de la noche con la ceguera de un búho ante la luz que lo encandila, o la molestia de quien está sufriendo de conjuntivitis ante la luz. Como no ve nada y cierra los ojos, lo que es luz se interpreta como oscuridad. Lo que es bendición como maldición. Lo que es salvación, como condena. Si la persona en la noche oscura del alma se siente abandonada por Dios, lo que en verdad ocurre es que Dios está más cerca que nunca. Es su luminosa cercanía la que hiere sanando los rastros dejados en el alma por el pecado. Es doloroso, puesto que caemos en cuenta de nuestra propia oscuridad y malicia.

Dios estuvo cerca, como ha estado cerca a lo largo de mi vida. Esto con independencia de la calidad de mi respuesta. Este día-parábola me lo vuelve a recordar. La vivencia de la metáfora de la noche así lo indica. Mientras sigo necesitando transformación interior, en la espera del “día que no conoce el ocaso” (expresión litúrgica que ese refiere a la vida eterna).

Y al mismo tiempo no puedo evitar pensar en la “noche colectiva” que nos toca vivir como venezolanos. “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: "Dame de beber", tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva”, dice Jesús a la samaritana en el Evangelio (Jn 4,10). Visto desde Dios, es un tiempo donde Él nos acompaña y busca purificar nuestras vidas, como pueblo, de falsas seguridades, como creencias supersticiosas y horóscopos, egoísmos, complejos, rivalidades, divisiones, soberbias, presunciones, violencia… Pero para ello hay que estar a la altura de los acontecimientos y enfrentarlos desde el amor, no desde la violencia y el resentimiento verbal y fáctico (el cargar con la realidad -dimensión cognoscitiva-, el cargar la realidad -dimensión ética- y el encargarse de la realidad -dimensión práxica, según Ignacio Ellacuría). Purificación también necesaria para todos los que, con rectitud de intención, pretenden ejercer el noble oficio de la política. No se puede contraponer la violencia con más violencia, porque unos resultaran vencedores y otros vencidos. La victoria de unos alimentará el reconcomio de los otros. Hay que asumir lo que de noble haya en la posición del contrario ¡y no me refiero a los grandes políticos que esconden la avidez del poder e intereses en tráficos de variados ropajes! El peligro, por supuesto, es que desoigamos a Jesús: “¡Jerusalén, Jerusalén!, la que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados. ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina su nidada bajo las alas, y no habéis querido!” (Lc 13,34).

Puede que estemos varados en el fondo de una carretera en mitad de la noche. Pero Dios está con nosotros. No podemos dejar de intentar comunicarnos, contactar a nuestro prójimo, por complicado que parezca. No podemos dejar de enviar señales a los que se crucen por nuestro camino, sea a nivel nacional o internacional. Nada de esto es contrario a la fe que se nos pide y destierra todo lo que degrade al ser humano.


Quedéme, y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo, y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.

San Juan de la Cruz




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