EL PRIMER VUELO PRESIDENCIAL
En verdad no era como lo esperaba. Pudiese tener detalles,
por supuesto. Una administración difiere de la otra. La proveniencia de uno es
diversa de la del otro. Pero le parecía inadmisible. No era solo el color de
los asientos sino la falta de estilo y confort en todo el aparato. El mullido
tenía un no sé qué. El respaldar. Los brazos de los asientos ¿cómo la gente
podía viajar y trabajar así? No lo podía entender. Ni siquiera estaba bien
climatizado. Ese ruido de las turbinas, se decía, de las turbinas del avión y
del aire acondicionado ¿Cómo es posible que ninguno de los anteriores
presidentes no hubiera colapsado en pleno vuelo y caído en la tentación de
accionar el botón rojo?
Mientras tanto pretendía parecer concentrado. En verdad lo
estaba. Lo anterior solo le añadía un aspecto más a sus prioridades. Debía
concentrarse. No ayudaban mucho sus colaboradores. Tan poco profesionales. Tan
faltos de tacto. Daban cualquier información con la preocupación de un parte de
guerra: “Wall Street amaneció hoy así”, “Alibaba bajó los precios de…”, “hay
una oportunidad de ampliar el campo de golf de…”, “su hijo llamó, que en Panamá
las inversiones están arrojando pérdidas…” ¡Quién diablos puede concentrarse
así, en medio de tanto advenedizo! Va a tener que reeditar “el Aprendiz” …
¡oye! ¡qué buena idea! - se dice. Puede sacar un nuevo formato para buscar
talento para la Casa Blanca. Es más, lo saca por televisión. Puede transcurrir
en los mismísimos jardines, detrás del Despacho Oval. Eso puede generarle un
rating de… y se queda mirando al vacío y sacando números. Baja la mirada sin
oír a los que lo rodean y siguen hablando e internamente revisa sus cifras de
popularidad… Mmmm… no es mala idea. Puede ayudarlo a remontar la cuesta ¿y
luego un reality en la propia White House? ¡Jah! Imagínense, piensa, él
gritando y vociferando a todos sus colaboradores. Hasta puede rememorar al loco
de Chávez con su despido en vivo de los trabajadores petroleros, por allá por…
¿cuándo fue? ¿2002? Yo le hubiera puesto anunciantes a ese programita que tenía…
¿cómo se llamaba? ¡ah, sí! “Aló, Presidente” … pero lo suyo no sería algo así.
Muy bananero. Aquello son los Estados Unidos de América.
“Señor Presidente: Cemex puede ofertar a buen precio el
cemento del muro”. Esas palabras lo sacaron del letargo. “¡Ah, sí, ah sí! ¿en
cuánto?” Musitó un número que otro colaborador opacó con su intervención: “Señor
Presidente: fuentes de inteligencia revelan un posible plan para un nuevo golpe
de estado en Turquía. No se sabe si es otro auto-golpe”. Sus ojos azules
congelaron a esta persona, que tuvo que aguardar su turno. “Creo que tenemos
otro amigo para el tema del cemento. De hecho, fue él quien nos proveyó el
cemento del Centro de Convenciones. Yo puedo hablar con el presidente, para ver
cómo vamos a manejar todo esto. Porque México debe pagarlo y él lo sabe. Más
bien estamos haciendo un favor para que les salga más económico…”
“Turquía… Turquía… ¿me estaba hablando de Turquía? ¿qué me
decía de Turquía?” “Fuentes confiables han detectado movimientos inusuales
cerca de varios cuarteles en Ankara. Estamos por ver cómo está el resto del
país”. Emite un sonido prolongado sin abrir los labios, como un mantra. Vuelve
su mirada al colaborador, un joven bien vestido con su pelo oscuro de lado, retenido
con gelatina. Los ojos verdes entre pecas aguardan las palabras del nobel
mandatario. “¿Quién lo dice?” “Nuestros agentes de inteligencia en Turquía”. De
pronto su coloración cambia. El ojal con la bandera de los Estados Unidos se
bambolea de extremo a extremo, mientras se bate dentro de su asiento, olvidando
la descuidada atención de la administración anterior. “¿Y quiénes son nuestros
agentes? ¿americanos en suelo turco? ¡Jah!” “No”, le responde, “son turcos,
sería imposible obtener esta información con agentes occidentales infiltrados”.
La vehemente mirada creó un silencio de un segundo, que para todos duró como
cinco minutos. “¿Y cómo nosotros podemos asegurarnos que esos turcos sean
confiables?” Volvió a prolongarse el silencio “¿y si se lo están inventando? ¿y
si es un rumor? ¿si es un trabajo mal hecho? ¿si quieren confundirnos” Nadie
respondía. Sabía que ya el solo nombre de la Agencia Central de Información no
representaba ninguna seguridad, por lo menos para el actual mandatario. Así que
lo más prudente era guardar silencio. Una palabra de más iba a equivaler a un
rapapolvo que se iba a sentir como si se fuese lanzado al vacío a 14 mil pies
de altura. “Llamen a Assange. Él debe tener información segura ¿tiene alguien
su teléfono satelital?” De la primera reacción de encontrarse miradas complacientes
a otra, interrogativas. Así que se volvió a pasar al silencio. Los labios del
mandatario tomaron la típica pose hacia delante, permaneciendo juntos, mientras
la mirada se alargaba ocultando sus ojos azules. “Yo lo tengo. Ya se los doy”
Todos rieron por tener un presidente tan precavido.
Cada quien volvió a su rutina. El presidente quería jugar con
los hielos de un whisky en las rocas. Debía reducir el estrés de tener que
trabajar con aquella manga de profesionales de pacotilla. Así que lo pidió. Su
mente igual seguía inquieta. Tanto como los hielos que anhelaba menear. Revisaba
sus inversiones en Dubai. Sacaba números con la restricción a las importaciones
de China. Y si la Corporación compra parte de la deuda china de los Estados
Unidos, se decía. Le voy a pedir al tonto de Bill que deje de estar regalando
su fortuna con fines filantrópicos, pensaba. Que hable con sus amigotes para
que le quitemos esa deuda a China y que la asumamos nosotros. Sino no vamos a
dar pie con bola con el gigante asiático. Vamos a transformarnos en una
provincia mandarín. Hay que volver a hacer grande a América. Y eso es para ya.
Distraído en sus pensamientos, le trajeron su ansiado Whisky.
Sin percatarse, se lo acercó directamente a los labios. Casi lo rocía sobre el
asiento de enfrente ¿Acaso lo querían envenenar?, se dijo. ¿Quién había subido
a bordo del Air Force One a semejante polizón? Si fuera alguno de esos países
del golfo seguro que decapitarían al responsable. Debatiéndose en su asiento,
escuchó que el asistente de vuelo le preguntó “¿todo bien, señor?” En sus
empresas ese hombre no hubiera durado más de un respiro. Pero tampoco podía en ese momento sacarlo del avión con su equipaje. Por lo menos sabía que se trataba de un error
relacionado con la falta de la mínima categoría de ese whisky corriente. Otro
capaz que le pone un insecticida de verdad. Así que debe estar contento de
seguir con vida. “No, realmente no ¿qué diablos me sirvió?”. “Un whisky en las
rocas, como me lo pidió. Es de esta marca, edición especial”. Casi hiperventilaba
el mandatario. “Y quién tuvo la ocurrencia de meter esa botella de pesticida en la bodega
presidencial?” “Señor: forma parte de la selección que se hizo para el anterior
Presidente”. Lo mira directamente a los ojos y le dice “de la anterior
administración la única que evidenció un excelente gusto fue la Sra. Michelle,
se lo digo yo, que he visto a cantidad de reinas de belleza. Haz desaparecer
esto de mi vista y tráeme una soda sola”.
Por un momento volvió a olvidarse del mundo, de las finanzas
de los Estados Unidos, del muro y los inmigrantes “¿Cómo se puede gobernar al
país más poderoso del mundo con ese paladar tan corriente, tan sin clase?” Y
agradeció a Michelle que siempre fuese ella la que decidió la decoración de la
Casa Blanca, y a su hija por atender a todos esos otros detalles. Pero eso del
Air Force One, con todas esas tuercas sonando a miles de pies sobre el
nivel del mar. Un misil con un auricular impactaría sin error posible, solo
rastreando los sonidos del desvencijado fuselaje. Esos asientos con esa
tapicería de camionero. Los resortes, que necesitan que uno se ponga chaleco
anti-balas para sentarse en ellos. Ese color. Y la música. Seguro que el
negrito pondría un “reggae”, en cada vuelo. Por eso es que hay que mantener a raya a los
latinos al sur de Río Grande ¿te imaginas si llegara un hispano a la Casa
Blanca? ¡Quién sabe qué bebidas colocaría a bordo del avión presidencial! Y
pondría bachata y esas cosas ¿cómo podría negociar con puño de hierro con
Castro, si al final los acuerdos comenzarían por ese gusto caribeño por el ron
y el son cubano. Ya el mayor peligro no es el comunismo ¡es que Estados Unidos
sucumba al mal gusto latino! ¡Por ello debemos deportar a todos esos inmigrantes
ilegales! Hay que aliarse con la mujer anglosajona para que apuntale la tasa de
nacimientos con una inclinación propia de un ascenso de rascacielos… Hay que
salvar a América.
Estaba en estos pensamientos cuando le dijeron que estaba a
punto de aterrizar en Honolulu. Por un momento se le había olvidado. Debía
atender a que su traje luciera impecable. El cabello tenía que permanecer con
los ondulados característicos. Nadie podía sospechar de si sentía o no calor.
El viento, ese viento… Hay que cambiar el protocolo: unos aeropuertos con un plató
donde se desarrollan los recibimientos no al aire libre… Las balas de salva podrían
dispararse… podrían dispararse… Bueno ¿no son balas de salva? Dentro del
estudio de grabación. Si agujerean el techo, es un atentado y ya. No puede
confiarse todo a la seguridad presidencial. Esa gente se concentra demasiado en
poner cara de perro como para estar pendiente si alguno trae un arma de verdad…
Quizás se lo propone a Putin para hacer algo especial para cuando se encuentren…
“Por cierto”, dijo a su secretario cuando se dirigía a la
salida del avión. “Necesito que estudies bien la posibilidad de que se me
otorgue algún nobel este año. Revisa las categorías, me traes los perfiles de
los miembros de la Academia y vemos con quién podemos ir hablando”.
Supongo, dijo para sí, que el nobel de literatura no se me
concederá. Ya se le dio a Bob Dylan por sus letras, aunque a mí me lo pudieran dar por mis discursos. Dirían algo así como “el mandatario que introdujo una
nueva y creativa forma de hablar de sus oponentes, durante la campaña presidencial”
… Eso estaría bien. O “por sus tweets”. Esbozó una sonrisa de satisfacción cuando
la luz solar comenzó a iluminar su cara, justo antes de traspasar la escotilla
de salida.


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