LAS SENDAS DEL 2017: LA NO-VIOLENCIA ACTIVA
Es fresco este mediodía caraqueño. Con silencios huidizos de
la algarabía navideña, que otros han disfrutado desde el más allá de las
fronteras. Todavía no se aleja el frío decembrino. Frío de la humanidad perdida
en algún recodo del laberinto de la historia.
Ha sido para mí un mes de recuerdos, reencuentros y
esperanza. También de rememorar a los que no están, a los que se han ido, a los
que no vendrán. Vacuidad poblada de sonidos, de fragmentos, de retazos de
imágenes, de pistas inconexas. Lo que había sido y lo que podrá ser.
El tiempo aparece aislado del engranaje de la vida. La rueda
dentada está desgastada por tantos intentos de esta sociedad. La política sufre
de parodia, enfermedad de los reality shows: son emociones ante la cámara, coquetas
ante los reflectores, que duran lo que dura la transmisión, cuya vida no
trasciende al canal vecino. Y la vida cotidiana, esa que no se detiene, como no
se detiene el hambre, las ganas de comer, dormir o amar, esa tiene rumbo propio.
Enfrentar un nuevo año siempre supone un reto. Se dejan atrás
las viejas cuentas. Se suelta el lastre del pasado viejo. Se añora poder volar
más alto. Sin embargo, luce exigente la cuesta de los meses por venir. Es
lejano el mundo exterior: los Donald Trump, los Obama, los Putin, el yihadismo,
los desplazados, la paz en Colombia, los cambios en América Latina, la nueva
presidencia de la ONU… Nos sentimos enfrentados y abrazados a nuestra propia
soledad. Con una agenda política que no avanza. Un recurso vaticano que ha
desilusionado, porque se confundió la diplomacia con la prestidigitación. Ya los
actores de oposición lucen más costuras que antes. Y los rostros de los del
gobierno tienen más cicatrices. Indolencia. No pareciera que la tragedia
movilice las entrañas humanas. Sea el hambre, la enfermedad o la muerte, es lo
mismo sea en niños, jóvenes o ancianos. La lógica en cualquier sociedad, la de
trabaja más para vivir mejor, tiene un quiebre interno en Venezuela. La
política parece un rapto, en cualquiera de sus variantes semánticas.
Reconciliarnos con la propia soledad no es optar por vivir
solos. Es renunciar a padrinazgos que infantilizan y no conducen a ningún sitio.
No podemos refugiarnos en la sombre de Trump como tampoco en la del Vaticano,
ni en la de políticos de la revolución o de aquellos acusados de
contrarrevolucionarios. El humanismo de izquierda tiene solidaridades
automáticas de tipo continental, con variaciones tales que se le puede comparar
a los mejores depredadores del mercado. Complicidades,
palabra impronunciable para el próvido léxico del poder. El poder, ese poder
que se admira como el rey absolutista contempla en su mano el elixir en copa de
cristal ¡Que cruda es su lógica!
Hay que remontar la cuesta de la historia, al ritmo de la
cuesta de los meses. Para ello la primera gran proeza es quebrar la lógica del
poder desde la solidaridad.
Y la tarea es interna.
El corazón es apasionado y hasta violento. La emoción toma
las riendas de la vida y promete escarmientos a unos y otros. Se sueña la toma
del poder, sin pensar que es un sueño fugaz. Al final puede terminar siendo no
un acto justiciero sino revanchista. Un grupo que se impone a otro. Un grupo
que necesita de las armas que otros usaron, para imponer los propios planes
como antes otros impusieron los suyos. Se olvida que no hay coincidencia en el
diagnóstico para todos los grupos y todas las personas. Que desplazar a unos
protagonistas políticos no asegura la permanencia y éxito de los nuevos. Que el
terreno de la gobernabilidad es tan movedizo como las rutinas de las películas de
Tarzán. El diálogo sigue siendo un océano necesario atravesar.
Se parte de la premisa de que quienes dialogan están
representando un grueso de la población del país. O sea, que sus decisiones
serán celebradas y acatadas por las mayorías. Pero Venezuela tiene vacíos en la
dirección. Quienes pretenden abrir el Mar Rojo no tienen un pueblo que les
siga. Así que los liderazgos son más humildes, con menos cámaras, hablan más
golpeado, son conocidos en barrios, agrupaciones, cámaras, sindicatos,
cooperativas… Dialogar al final es algo menos programático, que puede darse hasta
en las colas por conseguir detergente, si tienen como premisa un mínimo de
racionalidad. Donde la indignación no valide la obnubilación emocional.
El diálogo en Venezuela, para quienes la caminan a pie, tiene
esos parámetros de humildad. Ninguno de sus protagonistas parece que
trascenderá a la gran carpa de la política. Pero ninguno debe renunciar a tener
agenda propia para asumir el diálogo.
¿Qué se consigue con este diálogo? Poner en contacto las
distintas visiones de la realidad. Los horizontes de comprensión, que llaman
algunos. Las cosmovisiones. Algunos pueden pensar que se trata de poner en común
las ideas de cada quien. Creo que eso es superficial. Creo que se trata de
compartir las experiencias, las convicciones, los principios que guian la vida
y lo que se vive, lo que se ve, lo que se oye. Del pensamiento que surge y
busca armar todo este tinglado inconexo y confuso y no simplemente del
pensamiento importado y postizo. Renuncia al deber-pensar-así por el
deber-pensar-porque-sí. Dialogar es poner en común todo ello con el riesgo de
desengañarse. De caer en cuenta que hay una explicación complementaria que me
faltaba. Que una pieza del rompecabezas estaba en otras manos. O que mi vista
estaba nublada por el dolor o los discursos. Pero se trata de reivindicar la
propia experiencia como constructora de propuestas y esperanzas, desde donde me
abro al otro. La razón como análisis no prestado, sino que tiene la lucidez de
una epifanía compartida y re-creada.
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Martin Luther King |
Al final se trata de dotar al diálogo de partida de
nacimiento. Adoptarlo en los hogares. Darle espacio en la convivencia diaria.
Permitir que esté presente hasta en cuestiones tan básicas como en el ejercicio
de la autoridad paterna hacia los hijos. Dar razón de nuestras decisiones. Oír
sin renunciar al propio criterio de padres y a la propia responsabilidad.
Escuchar sin chantajes. Tener a raya a nuestro propio ogro interior, caricatura
del dictador que hay en cada quien y que algunos consiguen materializar.
Solo el ejercicio de la tolerancia y democracia, donde es
importante el diálogo sin renunciar a las propias responsabilidades o sin
negociar los auténticos valores, nos salvará como sociedad. Y ello parte de la
propia familia. La responsabilidad correlativa a la libertad. La verdad tiene
que ver con el ejercicio de la razón. La razón sintiente, de Zubiri. Desprenderse
de la idea de democracia como simple ejercicio de la votación y el escrutinio,
de los juegos de interés, para recuperar el sentido propuesto en la
Ilustración: la libertad y la razón como guías de la conducta social y
familiar.
La no-violencia activa, que el Papa propone en su mensaje por
la Jornada Mundial de la Paz en este 2017, conlleva una sociedad que tiene
pautas de comportamiento distintas de la clásica imposición o violencia. Propone
un activismo creativo e innovador con un solo límite: no trasgredir a la
tentación del uso de la violencia. Tal activismo tiene una carga ética tan
necesaria para corregir el camino y reivindicar el orgullo de ser venezolanos.
Afirmación de dignidad que debilita la movilización de contingentes armados por
parte de quienes creen que todo se maneja como peones desde las esferas del
poder. Que su violencia no es justificable.
El 2017 no es un año para quedarse en casa. Tampoco puede
serlo para madrugar en colas para conseguir lo mínimo. Se requiere inquietante
movilización cuya fuerza sea el compromiso ético, la renuncia a la violencia,
la vergüenza de quienes son cómplices del crimen institucional y el desenmascaramiento
de los túrbidos negocios al amparo del imaginario popular. Los políticos de
profesión pueden seguir con su agenda. La base debe encontrarse y entenderse:
que la libertad económica no es sinónimo de renuncia de la justicia social. Que
otra forma de hacer política beneficiará a mediano plazo a las esferas más
humildes de la población. Que la política y los políticos en el poder también
tienen sus cuentos de ánimas errantes, de Llorona y Silbón, para que el pueblo
tema salir a las calzadas. Encontrarse para hacer camino. Que evite hacer camino
en la noche de la historia.
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