¿POR QUÉ UN CRISTIANO NO PUEDE SER COMUNISTA?
Normalmente uno no se puede estar pasando el día contestando
todo lo que ve por ahí. Pero hay temas relevantes, que merecen ser aclarados,
dentro de lo posible: ¿por qué un cristiano, más un católico, no puede ser
comunista? Esa pregunta tan básica, debe ser abordada con un mínimo de
seriedad.
Esta inquietud parte de los improperios que ha recibido Mons.
Antonio López Castillo luego de su valiente y acertada homilía el día de la
salida de la Divina Pastora, el 14 de enero pasado. En coherencia con el
mensaje de la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal, dijo que la
Iglesia, como totalidad institucional, en su aspecto de misterio salvífico y no
principalmente como institución según las categorías sociológicas, está con el
pueblo sufriente. Y no puede apoyar un sistema fracasado, lo que Monseñor llamó
“socialismo comunista fracasado”. La exhortación de la Conferencia Episcopal no
lo menciona, aunque el régimen sí ha señalado cuál el horizonte hacia donde
quiere dirigir al país. Y, por supuesto, vende su producto como si se tratase
de productos embellecedores o de limpieza que se ofrecen puerta por puerta. La
exhortación señala que “sólo en regímenes totalitarios se desconoce la
autonomía de los poderes públicos y se impide la libre manifestación de la
ciudadanía” (n 3). Lo cual alude a algo extremadamente serio, y no solo propio
de regímenes comunistas.
Supongo que, regresando al tema del comunismo, la respuesta
puede importar a gente realmente católica, que no encuentra inconvenientes en
llamarse también “comunistas” y apoyar tal opción política, y lo hace con
honestidad y convencimiento. O sea, a aquellas personas que no están pendientes
de la viabilidad de un modelo político y económico, cuestionado por los
peritos, pero que tampoco conocen razones para entender la incompatibilidad
entre esta opción y la fe.
O sea, no busco contestar a quien no siente tener raíces
cristianas para su comportamiento diario, o a aquel que es tarifado para manifestar
su apoyo al gobierno y al comunismo o para participar en protestas a todo lo
que sea contrario a este, descalificándolo. Puede que el renglón más delicado
sea los que, por múltiples variantes, son manipulados en su buena fe. A ellos
me gustaría también llegar, que los que participan por prebendas no.
No pretendo cuestionar afectos, pues cada quien es libre de
querer a quien quiera, sino señalar un análisis de fondo, que importa a quien
se interese por la objetividad moral (¿es válido o no apoyar? ¿es bueno o no el
comunismo?). Por querer a alguien, no significa que tenga la razón. O porque
alguien me haya favorecido, no significa que lo que hace esté bien. Con esto
quiero pintar, por metodología, un panorama en los que no se incluya los
intríngulis de cuando una persona dice una cosa y hace otra: dice ser comunista
y es narcotraficante, o tiene cuantiosas inversiones a través de testaferros, o
se pasea por el imperio, o disfruta las mieles de la sociedad de consumo. Es
decir, aun cuando ocurre, voy a obviar a los farsantes y fraudulentos que se
esconde tras las ilusiones, las consignas y banderas de los que creen en una
opción política con toda honestidad y compromiso.
Esto no implica una exculpación del capitalismo histórico,
además de la reflexión y crítica que puedan hacerse a sus presupuestos. Esto es
importante. No pretendo apoyar a nadie, fuera de las consecuencias de la fe en
Jesús, en coherencia y comunión con la Iglesia. Para la generación de
alternativas y satisfacción de necesidades, el capitalismo ha sido único. Basta
ver cualquier personero del gobierno cómo utiliza los productos que vende el
mercado. Pero no es un absoluto, pues existe una enorme desigualdad: Davos está
enfrentando el dilema que las 8 personas más ricas del mundo tienen más que la
mitad más pobre del planeta. Estamos hablando de más de 3 mil millones de
personas. Y no estoy afirmando que se lo hayan robado, pues muchos de estos
ricos lo son por la comercialización de bienes intangibles, como los softwares
tipo Microsoft, plataformas digitales o redes sociales, como Facebook. O sea,
ni antes existían ni los tenía nadie y ellos se lo quitaron. Pudiese ser que se
cuestione ingresos por publicidad, pero se requiere dar y fundamentar otros
pasos. Por supuesto que hay una revolución tecnológica que, al menos de
momento, está haciendo que se necesiten menos trabajadores en campos y
fábricas. Pero lo que resulta seguro es que el mundo, independientemente si los
índices de pobreza hayan estado disminuyendo a lo largo de la historia, no
puede caminar con estas disparidades. Hay una desigualdad evidente y hay que
enfrentarlo con decisión moral. O sea, no por la proveniencia de la
desigualdad, si es debida a actividades legítimas o por sustracción, sino
porque interpela la natural solidaridad que debería existir en el ser humano:
racionalmente debemos preguntarnos qué está pasando y qué debemos hacer para
que esto deje de pasar. No solo repartir culpas y responsabilidades, sino
identificar cuestiones tales como apuntalar el sistema educativo, respeto por
las idiosincrasias culturales, promoción de las energías limpias, etc.
Pero ¿por qué un cristiano -un católico- no puede ser
comunista?
Lo primero, porque el comunismo marxista-leninista, que ha
inspirado el sistema político del este europeo, China, Corea del Norte, Cuba y
otros, pretende ofrecer una explicación exhaustiva de toda la realidad, desde
un punto de vista materialista y, al menos eso quisieran, mecanicista. Tiene una cosmovisión, o visión del todo,
que explica y actúa en consecuencia prescindiendo de aspectos fundamentales
para el creyente. Con esto se excluye la realidad de Dios, la dimensión
espiritual del ser humano y la libertad, pues todo el comportamiento humano se expone
por determinismos socioeconómicos: la estructura social programa, diríamos
nosotros, el comportamiento humano, según el marxismo. Si se cambia la
sociedad, se cambia al ser humano, siguen diciendo. O sea, se niega la libertad
para decidir. Si no hay libertad, no hay responsabilidad. El Estado asume el
rol de dirigir la conducta de la sociedad. Esto
forma parte de la antropología marxista, de lo que piensa sobre el ser humano, que sería la segunda razón.
Pero si no hay libertad, no tiene sentido reflexionar. Pues
reflexionar es hacerme consciente de algo, que interpela mi conducta, mi praxis
y mi praxis política. No capacidad de reflexionar ni tiene sentido hacerlo,
pues lo que se debe cambiar, por la fuerza, es a la sociedad. Delincuencia,
explotación, machismo… todo se explica por condicionamientos socioeconómicos.
Claro que surge la duda sobre la importancia que se le da a
la reflexión, la crítica y autocrítica dentro del Partido y organizaciones de
inspiración marxista. Cosa que bien puede suceder en los casos más auténticos,
donde haya reflexión, aunque el planteamiento inicial sea la negación de la
libertad por creer en los determinismos sociales. Lo cual es contradictorio.
Pero explica, por otro lado, la longitud de los discursos, arengas y
perogrulladas que rebasan las horas pedagógicas que se norman para una
intervención oral, por ejemplo, en una clase: la idea no es enseñar o
reflexionar, sino superar los umbrales críticos de la mente del ser humano para
entrar en una zona de programación casi hipnótica. Lo que predicadores religiosos
inescrupulosos pueden hacer, dentro de las sectas más fanáticas, para programar
o “lavar el cerebro” de sus seguidores y obtener la sumisión acrítica de los
mismos.
Para el cristiano la realidad se explica, en principio, por
la voluntad creadora de Dios. Esta es la
cosmovisión cristiana. La misma libertad es considerada un don divino, que
se pervierte con el pecado. El ser
humano es persona: es capaz de establecer una relación consciente con Dios y
con los demás. En esto consiste la
antropología cristiana. Así como es capaz de aceptar o rechazar la oferta
de salvación que éste le ofrece. Puede reflexionar sobre sus actos, sobre la
consecuencia de sus actos y hacerse responsable sobre su relación con la
sociedad o la naturaleza. Es capaz también de arrepentirse y proponerse
enmendar. Para el cristianismo la conciencia humana es sagrada: allí habla Dios
y el hombre o la mujer deben ser fieles a la misma, sin que sea válida la
imposición externa de otro agente, llámese Iglesia o Estado. La conciencia debe
buscar actuar con rectitud, pero debe ser fiel a sí misma. Por supuesto que
puede equivocarse, por lo que supone una conciencia que esté permanentemente en
búsqueda de la verdad. Por otra parte, el pecado no es trasgresión a una norma,
aunque de manera objetiva sea lo más fácil de evidenciar. El pecado supone una
alteración del orden establecido por Dios para su Creación. Es decir, la maldad
es una contradicción al diseño con que Dios ha creado el mundo. El pecado es,
por tanto, la contradicción de la naturaleza del ser humano, creado para amar y
obrar el bien, que, obrando de manera contraria, perversa, corrompe toda la
realidad social y afecta la misma naturaleza. El pecado expresa la máxima
responsabilidad del ser humano con el mal y el caos.
Una cosa interesante del marxismo, en la línea con Hegel,
maestro de Marx, aunque de manera invertida, es que introduce el dinamismo en la realidad social, al introducir el
tiempo y la historia. La historia es
una categoría propia del siglo XIX, introducida principalmente por Hegel. Por
supuesto que, desde el punto de vista cristiano, se puede ver una historia de
la salvación en la Biblia. Pero hasta la Revolución Francesa parecía que el
orden social era estático y estaba como sacralizado, como si así fuese por
voluntad divina. La Revolución marca un punto de inflexión que hace que se
asuma la historia como una realidad dinámica. Pero el mecanismo de este
movimiento, que le llama dialéctico, son las fuerzas contrarias en pugna, que
luchan entre sí y, en la contradicción, produce síntesis que permiten acceder a
un nivel superior de civilidad. Así un tipo de sociedad da paso a otro tipo de
sociedad. O sea, el movimiento se da por la lucha de clases, entre las dominantes
y las explotadas, que no pueden pactar entre sí. Tal lucha pertenece a la
naturaleza humana y de la sociedad. Está escrita, según el marxismo, en su
esencia. Y es una lucha literalmente a muerte. Esta noción de la historia corresponde a la tercera razón de por qué no puede ser comunista un cristiano.
Por supuesto, que esto contraría la visión cristiana. Si se asume
el dinamismo de la historia y la sociedad, lo que se considera que mueve la
historia y la creación es el Amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Un amor
que enfrenta el pecado, en todas sus manifestaciones, hasta sociales. Si se
habla de pecado social y de pecado estructural, es poder no es un amor ingenuo.
Es un amor comprometido. Que debe tener la concreción de los santos. O sea, no
se trata de meros propósitos o de sentimientos buenos.
Este realismo del pecado, que puede ser cainita, hace que no
se eluda el conflicto. El paradigma de lo que es ser cristiano, que es la vida
de Jesús, no lo eludió. El Reino de Dios se abre paso a través del pecado y la
contradicción. Lo expresan los mismos evangelios. Pero esa contradicción, que
tiene que ver con las fuerzas del mal y del pecado, no solo las que
corresponden al misterio de la oscuridad sino como consecuencia de las opciones
humanas. Desde allí se explica, por ejemplo, la misma violencia o explotación.
No por dialéctica, sino por contradicción al plan de Dios en la Creación y como
oposición a Jesús en el Evangelio. Por tanto, el conflicto de Jesús vivido
contra las autoridades religiosas de su tiempo no puede interpretarse solo como
conflicto sociopolítico, así como tampoco su propuesta de salvación como solo de
un cambio social. El mal no es achacable a las estructuras sociales, sino que
son responsabilidad humana. Responsabilidad que puede mejorar la sociedad, que
puede proponer nuevos modelos de convivencia, etc., siempre respetando a
dignidad del ser humano. Que no puede ni diluirse en un colectivismo, ni
aislarlo en un individualismo egocéntrico.
La advertencia de Benedicto XVI en la Caritas in Veritate,
que cualquier progreso es ambiguo, por lo que depende de cómo lo utilice el ser
humano, es del todo válida. Cada generación tiene el desafío y la oportunidad
de utilizar todos sus recursos de manera humanizante o justo lo contrario. No
hay una dialéctica que asegure pasar al siguiente estrato del progreso, sin las
posibilidades de involución. No solo un descubrimiento científico puede usarse
de manera degradante sino, por si los más avezados no lo dicen, si ocurriera
una catástrofe regional o mundial y se perdiera la memoria de cómo hacer las
cosas, los sobrevivientes estarían condenados a inventar todo desde cero o
regresar a la prehistoria.
Algo para nada propio de la ciencia ficción: ¿no es acaso una
de las tragedias de nuestra Venezuela, esa emigración de cerebros y talentos?
Si todos son expulsados directa o indirectamente ¿quién producirá conocimiento
o tecnología? ¿Quién sabrá operar o arreglar una máquina? ¿quién sabrá enseñar
disciplinas especializadas? ¿quién enseñara y ejercerá como médico?
Es válido buscar un mundo más justo y sin desigualdades. Pero
el comunismo no es la vía. Si por socialismo se entiende cualquier variante
tradicional del marxismo, tal cosa sería igualmente de errada. No responde a la
naturaleza humana ni a la realidad social, histórica o natural. Eso no implica
que no haya que tomar en serio observaciones, críticas y advertencias que haga
quien analiza la realidad desde dicha concepción filosófica.
En sí el término socialismo para el creyente es ambiguo.
Porque puede referirse a distintos aspectos, no extrictamente marxistas, pero
tampoco extrañas a él. Su discernimiento, como en el caso de la
social-democracia, puede ser delicado y variable, por la mutabilidad propia de
los movimientos, que son afectados por las circunstancias de los tiempos:
Hoy día, los
grupos cristianos se sienten atraídos por las corrientes socialistas y sus
diversas evoluciones. Tratan de reconocer en ellas un cierto número de
aspiraciones que llevan dentro de sí mismos en nombre de su fe. Se sienten
insertos en esta corriente histórica y quieren realizar dentro de ella una
acción. Ahora bien, esta corriente histórica asume diversas formas bajo un
mismo vocablo, según los continentes y las culturas, aunque ha sido y sigue
inspirada en muchos casos por ideologías incompatibles con la fe. Se impone un
atento discernimiento. Porque con demasiada frecuencia las personas cristianas,
atraídas por el socialismo, tienden a idealizarlo, en términos, por otra parte,
muy generosos: voluntad de justicia, de solidaridad y de igualdad. Rehúsan
admitir las presiones de los movimientos históricos socialistas, que siguen
condicionados por su ideología de origen. Entre las diversas formas de
expresión del socialismo, como son la aspiración generosa y la búsqueda de una
sociedad más justa, los movimientos históricos que tienen una organización y un
fin político, una ideología que pretende dar una visión total y autónoma de la
persona humana, hay que establecer distinciones que guiarán las opciones
concretas. Sin embargo, estas distinciones no deben tender a considerar tales
formas como completamente separadas e independientes. La vinculación concreta
que, según las circunstancias, existe entre ellas, debe ser claramente
señalada, y esta perspicacia permitirá a los grupos cristianos considerar el
grado de compromiso posible en estos caminos, quedando a salvo los valores, en
particular, de la libertad, la responsabilidad y la apertura a lo espiritual,
que garantizan el desarrollo integral de hombres y mujeres (Beato Pablo VI,
Octagesima adveniens, 14 de mayo de 1971, n. 31).
Tres grandes razones, aunque no sean las únicas: la
cosmovisión (visión de la totalidad de la realidad y la vida), su antropología
(su visión sobre el ser humano) y su teoría sobre la manera cómo la historia evoluciona. Por estas tres razones un cristiano, aún cuando de manera circunstancial y por motivos de conciencia en circunstancias extremas, donde sea legítimo el uso de la violencia, como en el caso de la legítima defensa, la defensa de la patria o el tiranicio y afines, no puede ser comunista.
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ResponderEliminar"te ganarás el pan con el sudor de tu frente" cuando un comunista a trabajado? Viven del resto son como parásitos, sin ricos, sin capitalistas, sin los "malditos neoliberales" no tienen como mantener su régimen de miseria porque no tienen a quien quitarle.
ResponderEliminarEl cristianismo no tiene nada que ver con el comunismo, La única razón por la que el Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo vino a este mundo, fue para salvarnos del pecado, y sus enseñanzas nos enseñan a caminar bajo sus mandamientos con nuestros puestos en Cristo.
ResponderEliminarEl comunismo ha perseguido, asesinado, masacrado a los verdaderos cristianos aún en nuestros días.
¿Que parecido puede tener!