Y PASÓ HACIENDO EL BIEN: EL BAUTISMO DE JESÚS




"Y pasó haciendo el bien" (Hch 10,38)


Pareciera que no exista una relación entre el bautismo, la realidad del bautizado y Cristo. Quizás se deba no solo la frialdad de algunos católicos, sino también por el excelente método de memorización de respuestas que supuso el catecismo tradicional. En él, reflejando la reacción contra la Reforma luterana y permaneciendo fiel al lenguaje escolástico, se enunciaba la realidad ontológica de la celebración. Pero no estaba dotada del lenguaje propio de la Escritura ni en clave de historia de la salvación. Tal cual una radiografía, se podían ver las entrañas, los huesos de gracia que sostienen la “acción de Cristo”. Con gran ventaja para los creyentes que no se hagan muchos cuestionamientos. O que no pretendan vivir la dinámica propia de la vida espiritual.

Porque el problema para la Escolástica era determinar para la Iglesia lo que tiene que ver con la Fe creída, vivida y celebrada. O sea, dentro de la cantidad de prácticas, por ejemplo, aclarar cuáles constituían sacramentos y cuáles no. Qué hacía que en esta celebración la consagración del Pan y el Vino se transformaran en Cuerpo y Sangre de Cristo. Lo que se quiere decir con este cambio que se le llamó “transustanciación”. Qué tanto está presente allí Jesús. Por cuánto tiempo. Y así por el estilo. Todas preguntas muy importantes de cuyas respuestas ha vivido la Iglesia y ha enfrentado cantidad de situaciones, incluso creando un cuerpo normativo como lo es el Derecho Canónico. En este contexto el problema era que el creyente tuviera la suficiente información. Y bastaba con que la autoridad de la Iglesia promulgara dichas verdades.

Pero tal ambiente de relativa calma ya ha pasado. Una vida devota no es suficiente. La pregunta por lo cristiano debe referirse por lo contenido en la Palabra de Dios, pero desde la convulsión de los extremismos políticos, desde los desplazados, los olvidados, el medio ambiente y todo lo que se me pueda estar escapando. Es decir, para usar las palabras del papa Francisco, sin que provengan de él, debemos pasar de una pastoral de mantenimiento a una pastoral misionera, en salida. Hay que apropiarse del mundo, no para imponer un proyecto hegemónico de corte religioso, sino desvelando la naturaleza profunda y ese designio que tiene que ver con el plan de Dios, del cual somos colaboradores. Se produce, por tanto, un contraste entre el plan de Dios, relacionado con la dignidad y derechos de las personas, y su utilización y descarte, con toda la confusión relativista y similares ¿tiene algo el cristiano que decir o aportar? ¿actúa solo como ciudadano o eso que llamamos “bautizado” imprime una cualificación? ¿basta una soteriología (concepción de la salvación) individual y trascendente, donde el mundo es algo temporal o infame que hay que sufrir, o se puede ver de otra manera?

Tales preguntas son pertinentes en cuanto se ha perdido la referencia a Jesús. O sea, el bautismo es una acción de Jesús a través del Espíritu Santo, pero cuyo sentido se capta si lo referimos a su bautismo en el Jordán. Por lo que se da una confusión: nuestro bautismo no es como el de Juan Bautista, como gesto penitencial sin mayores consecuencias. Pero sí tiene que ver con el bautismo de Jesús que enlaza la integridad de su vida a su entrega en la Cruz y al triunfo de su Resurrección. Se oferta una propuesta de salvación que es automática y ultraterrena, como una especie de salvoconducto, que acaece con total efectividad desligado del compromiso vital. La misma lógica que hacía que en la antigüedad, cuando no se había generalizado la práctica de la confesión sacramental, algunos aguardasen hasta último minuto de su vida para bautizarse (algunos por temor a recaer en pecado, sin otro auxilio para ese caso, pero otros que se explayaban en una vida poco decidida).

La Iglesia, en su mejor tradición, siempre ha recordado la relación entre la Fe y el bautismo. Las mismas líneas del Nuevo Testamento establecen esa relación. Pero la Fe no es una simple declaratoria de creer en Dios o en Jesucristo: es reconocer en Jesucristo la respuesta del Padre a la existencia humana. Yo creo que es así y, por lo tanto, decido dirigir mi vida por el Evangelio. Pero esa decisión implica el encuentro con el Misterio: la inmersión en su muerte y resurrección. Sin esa transformación, que es un encuentro con el Resucitado, no hay vida cristiana.

La misma salvación hay que revalorarla desde la categoría de la “comunión”: para decirlo de manera accesible, ir al cielo no es llegar a un resort con la oportunidad de tener todos los gastos pagos. Eso sonaría al Edén musulmán. La salvación y el cielo significa estar una relación de amor, que llamamos comunión, con Jesús, lo que incluye a los demás (a los demás es toda la Trinidad y los seres humanos y angélicos). Así que no es ratificar la “carta magna del egoísmo”. Todo lo contrario: es un salir de sí mismo que puede iniciarse en la tierra y desembocar en el cielo.

Pero debemos resaltar que, en el bautismo de Jesús, encontramos el sentido de nuestro bautismo y nuestra vida como bautizados. Es el espejo para vernos reflejados. Toda la vida de Jesús es consecuencia de la decisión bautismal de asumir la suerte de los pecadores, para transformarla desde su entrega amorosa. Y ello implicó confrontar los poderes de este mundo: la mundanidad, el demonio y la concupiscencia, parafraseando el antiguo catecismo.


Así el cristiano tiene una identidad bien definida, dentro de una pluralidad de formas de vivirla. Pero ello no le hace un fugitivo del mundo. Al final, se trata de prolongar la presencia de Jesús. O, mejor dicho, dejar que Él se siga haciendo presente, asumiendo nosotros que somos sacramento de esa presencia, la presencia de Aquel “que pasó haciendo el bien”.

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