PINCELADAS SOBRE EL MIÉRCOLES DE CENIZA Y LA CUARESMA
1.
ASPECTOS
GENERALES.
El miércoles de ceniza es el
inicio del Camino Cuaresmal.
El número 40 es simbólico, pues
recuerda los 40 días y 40 noches del diluvio universal, los 40 años de
nomadismo del pueblo por el desierto, antes de entrar en la tierra prometida,
los 40 días que caminó Elías para encontrarse con Dios en el monte santo y los
40 días en que Jesús ayunó en el desierto. Para una parroquia franciscana,
habría que recordar los 39 días en los que ayunó san Francisco (no quiso
igualarse a Jesús, por razones de humildad).
Con lo que habría que resaltar el
sentido de purificación y preparación.
O sea, la conciencia del pecado no escarba en la culpa, en sentido patológico,
sino, si acaso en la expiación en el sentido bíblico: unirse al único
sacrificio al Padre, que es Jesús, para dejar que su amor, representado en su
Sangre, nos purifique. Pero también un sentido de preparación, identificando
las tentaciones que nos alejan de Jesús. Dichas tentaciones no necesariamente consisten
en apostatar, sino en ser, por ejemplo, un cristiano mediocre, a mitad de
camino, que cumpla sin mayor compromiso.
El miércoles de ceniza sirve de
inicio también, que en la antigüedad era la recta final, para el bautismo de
adultos y la reincorporación de los pecadores a la comunidad (los pecadores de
ciertos pecados notorios, como haber renegado la fe, el adulterio público, el
homicidio). En efecto, la ceniza se impartía sobre estos pecadores. Que al
final, tanto los catecúmenos como los penitentes, se reincorporaban a la
comunidad en la Vigilia Pascual.
La imposición de la ceniza, que se saca de la quema de la palma bendita del domingo de Ramos del año anterior, retoma un signo de luto y penitencia para la mentalidad judía. En la celebración se impone con la fórmula " conviértete y cree en el Evangelio", que yo prefiero a "recuerda que en polvo eres y en polvo te convertirás". La segunda pareciera extraída del Eclesiastés, bien relabante como reflexión sobre la futilidad de la vida, pero poco evangélico. La primera sirve para indicar que nuestro propósito es atender el llamado que hacía Jesús al comienzo de su misión.
Ese camino de preparación,
purificación y penitencia tiene unos elementos que aparecen en el capítulo 5 de
Mateo, pero que son comunes a la piedad judía: la oración, el ayuno y la limosna. Habría que entenderlo como tres
dimensiones y no solo como tres prácticas: la relación con Dios, la relación
con el hermano y la propia relación con nosotros mismos, como control de
nuestras inclinaciones (por el efecto de la gracia de Dios y la solidaridad con
el hermano). Estaría incluida la Creación, en cuanto que la austeridad implica
una nueva forma de relacionarse (no de negar), de respetar y de compartir los
dones de la Creación.
2.
REFLEXIÓN
CONTEXTUALIZADA
Por supuesto que todo esto se
debe vivir desde el contexto vital: no es una repetición mágica, sino con la
conciencia del momento en que se vive. En el caso de Venezuela, habría que
resaltar la crisis en la que estamos metidos (nos hemos metido) y que amenaza
con deshumanizarnos (hacernos desconocidos unos con otros).
También la Iglesia vive un par de
retos muy importantes, además de responder desde su identidad y misión a lo que
está pasando: caminar hacia una espiritualidad de comunión, donde, de manera
diferenciada, por la experiencia de Amor Trinitario, se viva desde una
dimensión comunión-comunitaria que impulsa la misión en las parroquias: dejar
el espacio de la seguridad para tomar la calle. Nos lo recuerda el papa
Francisco, pero también el Concilio Plenario de Venezuela y el Plan de
Renovación Pastoral de nuestra Arquidiócesis de Barquisimeto. Ello implica una
clara conciencia de a quien se está sirviendo (a Jesús) y tener la capacidad de
involucrarse, proponer y participar, pero dejando a un lado el orgullo o el
deseo de aparentar y figurar. Pue eso sería lo contrario a la comunión, a la
humildad evangélica expresada bellamente por san Francisco y a la cruz, que es
la puerta de toda redención y transformación.
Es desde este contexto, tomando en cuenta
también acontecimientos eclesiales importantes, como los 100 años de la
aparición de Nuestra Señora de Fátima y los 50 años del inicio de la Renovación
Carismática Católica, que podemos, cada quien desde su llamado particular, iniciar con buen pie el camino cuaresmal.
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