EL DESAFÍO DE DOTAR DE RACIONALIDAD A LA VIDA
«El
sentido esencial de esta "realeza" y este "dominio" del
hombre sobre el mundo visible, asignado a él como cometido por el mismo
Creador, consiste en la prioridad de la ética sobre la técnica, en el primado
de la persona sobre las cosas, en la superioridad del espíritu sobre la
materia»
(Juan Pablo II, Redemptor Hominis, n. 16)
(Juan Pablo II, Redemptor Hominis, n. 16)
Si bien no es exclusividad de la Iglesia, sí resulta
paradójico que la Institución religiosa más importante del mundo esté empeñada
en tal propósito. Lo cual sirve para entender que estamos ante un reto de
envergadura global. La Iglesia en rescate de la racionalidad.
Aunque el asunto tiene antecedentes. No es una bandera que
flamea en un momento de ímpetu. No es un movimiento estratégico de corte
propagandístico. Desde el siglo II, cuando la Iglesia tiene ya una primera generación
de cristianos europeos y las raíces judías parecieran menos evidentes, la
matriz cultural obliga a una relectura del Evangelio desde las categorías
greco-romanas. Por tanto, se enfrenta con la racionalidad de las escuelas
filosóficas, incluyendo algunas versiones decadentes. Plantearse interrogantes
desde este contexto es diverso a hacerlo desde la mentalidad judía. Hay
intereses y problemáticas distintas. Con el tiempo se hará más notable la
diferencia entre la argumentación rabínica, por ejemplo, a la dialéctica
occidental.
Ya con san Justino, hacia la mitad del siglo II, la Iglesia
opta por la alternativa de entrar en cierto diálogo con las categorías
filosóficas. La opción alternativa de algunos apologetas consistía en desechar
las escuelas filosóficas como cuestiones paganas tildadas como demoníacas,
incompatibles con la fe. San Justino, cuando dice que en la filosofía se
encuentra las “semillas del Verbo” ( “Logoi spermatakoi” griego), está diciendo
que hay que indagar en lo que dicen por lo que pueden contener, diríamos, de
divino. Habría que recordar que “Logos” (Verbo) es la expresión que utiliza san
Juan para referirse a la realidad del Hijo pre-existente (existente eternamente
antes de la Encarnación) que, por otra parte, es el término en la versión
griega de la Biblia por el cual se refiere tanto a la Palabra, a lo largo de
sus páginas, como a la Sabiduría en los libros sapienciales.
Y es que el mismo término, “logos”, se utiliza en la
filosofía griega para hablar de la sabiduría o racionalidad de las cosas. La
capacidad de entender el entramado de la existencia, más allá de las
apariencias. De conseguir una explicación racional de las cosas, previa
indagación metódica. Así que la contemplación bíblica de la Creación termina
entrando en sintonía, en ocasiones distónica, con la versión filosófica griega,
que es la naturaleza.
Siguiendo este racionamiento, habría decir que el mismo Logos
divino se puede conseguir tanto en el ámbito de las realidades físicas (lo que
hoy consideraríamos como el campo propio de la ciencia) como en la Revelación.
Es el resultado de indagar racionalmente tanto uno y otro conlleva al mismo
llegadero: la fe en el Verbo divino. Fe y razón no se oponen. De hecho, con el
tiempo y, por supuesto, gracias al Medioevo, tal mixtura terminará en un
perfecto maridaje. Puesto que el Creador es el mismo Revelador y Salvador,
puede haber malinterpretaciones, pero no contradicciones.
La cuestión, por supuesto, desaparece cuando, en vez de ser
filosófica y teológicamente creativos, las mejores mentes del final del
medioevo y principios del Renacimiento se empeñan en hacer reciclajes
especulativos. El llamado nominalismo perfora el casco de la teología de corte
tomista, cuando vacía de contenido expresivo a las palabras: son sonidos que no
tienen que ver con la realidad, que siempre está más allá. Por otro lado,
algunos se contentaban con repetir tesis de antaño, forzando incluso toda nueva
problemática a adaptarse a los viejos moldes. Así que, en vez de responder a
realidades presentes, se aludían soluciones antiguas. Ocurrió con Lutero y
Galileo. Con excepciones como en el caso de la Universidad de Salamanca y todo
lo referente al “Derecho de Indias”. Pero parte de la tragedia sufrida con reformador
alemán tiene que ver con que se quebró la racionalidad medieval. Quiero decir,
la razón de los victorianos y santo Tomás quedó suplantada con exclusividad por
los argumentos de autoridad. Bastaba con que existiera una respuesta fehaciente
de algún gran maestro, para dar como superada la controversia. La referencia a
la Palabra de Dios era ocasional y para nada sistemática. Y Lutero no solo
fundamenta la fe en la “Sola Scriptura” (únicamente la Escritura), sino que va
a negar a la razón toda posibilidad de acceso a Dios. Es un comienzo de
teología dialéctica que tendrá como representante notable el primer Karl Barth,
a principios del siglo XX. La razón no solo es incapaz sino contraria y
suplantadora de la fe, en la mentalidad del teólogo calvinista. Con ello se
estaba haciendo añicos la idea de la Fe como luz que ilumina y potencia la
razón, que era como la entendía san Buenaventura.
La Iglesia post-tridentina hace una apuesta arriesga para
enfrentar tanto al protestantismo como al racionalismo filosófico que inaugura
Descartes y que se agudizará hasta el Iluminismo y el Modernismo. Sin el
recurso de la Escritura y sin el apoyo en la Razón, su propuesta de Fe se va a
apoyar en su sola Autoridad. Este desgarre dogmático justificará una
hipertrofia institucional que, en ocasiones, se sentirá como asfixiante. Se
dará la impresión de haber dejado atrás un iluminismo herético, individualista,
para que apoyarse en una especie de iluminismo institucional y jurídico, con la
impresión de apoyarse en sí mismo. Nada permite traslucir el rol del Magisterio
al servicio de la auténtica interpretación de la Revelación (Depósito de la Fe Escritura
y Tradición). La virtud de la obediencia estaba trastocada de su puesto,
también importante dentro del edificio eclesial, para enfrentar cualquier planteamiento
que generase fallas en la adhesión. La
espiritualidad se reducirá a la devoción y, por lo visto, el Señor hará de las
suyas… para animar a los suyos, con todo lo referente a la difusión de la
devoción del Sagrado Corazón de Jesús y sus implicaciones hacia la Eucaristía.
Se irá rompiendo con timidez este cerco en el siglo XIX tanto
en Tubingen como en Roma. Pero habrá que esperar al siglo XX, con la renovación
litúrgica, la recuperación de la patrística y los estudios bíblicos, cuando se
hable de un regreso a las fuentes, que serán logros posteriores a las
decisiones de León XIII y Pío XII y que servirá de antecedentes del concilio
Vaticano II. Ciertos intentos de la Filosofía, como la fenomenología, el existencialismo
y el personalismo, permitirán nuevos apoyos, como recuperación del acceso a la
realidad, vetados por la influencia y prestigio del idealismo (Kant, Hegel) que
la había puesto en duda tal posibilidad.
El racionalismo inaugurado en el siglo XVII, que impulsó la
investigación científica y la invención tecnológica, tocó techo (o tocó fondo)
con la segunda Guerra mundial. Todos los paraísos prometidos, donde en
ocasiones parecía que la religión era un impedimento supersticioso para
alcanzarlo, resultaron fútiles. La generación siguiente a los veteranos ya
desconfiaba de los alcances del progreso humano y su cuota de sacrificios. Fue
la que se decantó por lo que llamó la contracultura, el movimiento pop y el
movimiento hippie. En este contexto contestatario la racionalidad quedó
suplantada por la política y la lucha, cuestión que permitió que se infiltrara
en Occidente el marxismo como humus social. Personalidades de talla intelectual
servían como sus mejores agentes publicitarios y, por supuesto, la torpeza de
un Vietnam y la mitificación de la Revolución cubana como epopeya. La cultura
de la contracultura se negó a sí misma y se convirtió en mercancía de consumo.
A largo plazo la política cederá al nihilismo, donde cada quien puede hacer con
lo suyo lo que le dé la gana, sin otro criterio que la guía de la sensación.
El desplazamiento de la racionalidad por la política (en
democracia ello implica el movimiento de masas) hizo que se suplantara y
confundiera la verdad con el poder. Estar en el poder implicaba poder imponer
su “verdad”. La discusión académica y en otros ámbitos se fue reduciendo a un
pugilito por desacreditar y ridiculizar las opciones contrarias. Los mass media
sirvieron para hacer de todo una especie de circo de suculentos ingresos en
base a económicos actores. El entretenimiento sofisticado por la tecnología ha
buscado satisfacer apetencias parecidas a cuando Roma era la capital de un
imperio: panis et circenses (pan y circo).
En los sistemas democráticos el recurso a las mayorías (y el
respeto a las minorías) ha sido una virtud, al menos en su proposición. Pero el
sentido de la realidad ha equivocado el sentido de la democracia, que era la
racionalidad. La posibilidad de debatir sin tener que plegarse ante la
autoridad real o eclesial. Ante el abuso de poder, está la propuesta de la
razón. De ahí que en la Grecia antigua y en la Francia del siglo XVIII
importaba esgrimir racionalmente las controversias. Por supuesto que en ambos
casos se cayeron en contradicciones vergonzosas: la ejecución de Sócrates, en
la primera, y la etapa del terror de Robespierre, en la segunda. En la Iglesia
siempre ha existido el debate teológico, por lo que intervenciones
disciplinares a destiempo han ralentizado discusiones que eran impostergables,
con graves consecuencias para su misión.
Las sociedades occidentales enfrentan un doble reto en estos
momentos. Hay una nueva configuración en base a problemáticas desdeñadas en antaño,
como un matrimonio distinto al de un hombre con una mujer. Pero se da la
inmigración y la interculturalidad. Está la pérdida de las raíces
judeocristianas y griegas, con lo que se justifican las opciones en base a la
libertad individual y al bien sentir. El mundo se integra y se desintegra,
puede fundirse en nuevas Uniones o separarse y balcanizarse. Pueden borrarse
fronteras o levantarse muros. Por otro lado, las opciones en ciencia y
tecnología no pueden justificarse sino es en base a resultados. El poder (se
puede hacer) sustituye el análisis racional (es bueno y ético el hacerlo). La
persecución de la disidencia, sea de quienes no avalan las políticas del LGTB o
que contrarían a regímenes como el venezolano, cubano, nicaragüense… hace que
se cree un cerco a la razón: prohibido pensar más allá de estos límites. O algo
así como “¡tranquilo! Nosotros pensamos por usted!”.
Esta nueva configuración incluso jurídica de las sociedades y
los estados y el potencial de la ciencia y la tecnología hace que sea necesario
recuperar el discurso propositivo y crítico de la razón, y no solo ni
principalmente el beligerante.
La Iglesia apuesta por esto, que implica un diálogo desde
riveras de pensamiento distintas. Recuperar la racionalidad debe también
significar el desterrar la violencia como instrumento de control social o
desplazamiento de los que están en el poder. Recuperar la racionalidad tiene
que ver con todos los actores sociales, y no principalmente con quienes
disfrutan las mieles del poder.
Comentarios
Publicar un comentario