LA URGENCIA DE RECUPERAR LO ESENCIAL
Caminamos
en todas direcciones. No sabemos bien por donde ir ni a donde ir. Solo sabemos
que cada vez es más tarde. Como el personaje conejuno de Alicia en el país de las maravillas. Hay que comenzar. Pero ¿por
dónde? Hay prisa. No hay tiempo que perder.
Mientras
unos ensayan la revolución, otros ensayan la salida. Lo urgente desplaza a lo
importante. Urge lo político y se posterga lo demás. La estrategia dilatoria
del gobierno busca erosionar cualquier fuerza que se le resista. Hasta constreñir
para que la gente vuelve a su rutina: esa propia de autómatas, que repiten día
tras día la condena que los lleva a formar parte de la cola que le mendiga a la
escasez.
"Mi esposo y yo nos acostamos sin comer,
lo que hay se los damos a los niños" (Sugey López, Ocumare del Tuy, http://prodavinci.com/especiales/el-hambre-y-los-dias/testimonio-lopez.html
).
Y
con el peso de las horas y los días, se va deshaciendo la poca humanidad que
nos queda ¿qué hacer? Hay que volver a
lo esencial ¿Y qué es lo esencial? Lo esencial es el amor, porque nacimos y
existimos para amar. Porque el amor mantenía vivos a los mismos prisioneros
de Auschwitz, según el propio testimonio de otro psiquiatra, con más escrúpulos,
Viktor Frankl.
Tan
es así que es difícil negar el amor. Hay quienes creen que es ilusión falible,
que se esfuma en el tiempo, como expresó en entrevista radiofónica Mirla Castellanos, o como plantea en sus
notas Ricardo Arjona en la canción Amor ( https://www.youtube.com/watch?v=vWtJJRTqVSI
).
Más
no todo el mundo es tan escéptico. Están los que están convencidos de que el
amor existe, aunque sea una exclusividad para la pareja. Ese que hace
estremecer la piel y contraer los músculos. Es la Química de Frank Quintero
(https://www.youtube.com/watch?v=kPoI-njlH-A
); es la apuesta del primer Arjona;
es el “te amo con toda mi piel” y la intención de horizontalidad que se entrevé
en los amantes protagonistas del bolero, según César Miguel Rondón; o las composiciones más conocidas de Manuel Alejandro (al menos las de
cierta época). También lo que dejan ver, en una lectura superficial, una parte
nada despreciable de la cinematografía mundial. Confusión que el amor erótico
se reduzca a la liberación hormonal, sin compromiso posterior, según la
fatalidad narrada por El último tango en
París, o como retrataba una imagen que alguien compartía por redes
sociales: dos perros terminando de aparearse a través de una reja, con la
leyenda de “para el amor no existen las barreras”.
Pero
si se trata de malabarismos, pocos como los del Che Guevara, que versiona con su fusil alguna de las tesis, menos
concretas, de Karl Marx: por amor a
los ricos acciono mi arma contra ellos. Si me dijera que “por amor a los pobres”
o “por oponerme a la injusticia”, como también dijo, se le compra el predicado (aunque
la receta tenga fecha de caducidad en tres días). Pero la solución eugenésica y
eutanásica de limpiar el planeta de ricos a punta de bayoneta, parece una
bestialidad, por mucho amor que quiera ponerle.
Así
que pocos niegan de plano el amor, fuera de quienes han sufrido sus lesiones.
La mayoría lo acepta, si bien me parece que prefiere versiones adulteradas. Por
lo que yo libero al amor de permanecer en el lecho de los amantes y propongo
que se le ubique dentro de la catedral de la vida. Esa que involucra a niños,
ancianos, pobres, enfermos, desvalidos. Que le pueda dar sublimidad mayor que
la que da la mercadotecnia a canciones como We
are the world. Por cierto, que para Goethe
toda la existencia estaba henchida de vida, cosa que disfrutaba de manera
especial cuando ponía el pie en suelo italiano durante la primavera. Toda la
vida se encuentra henchida (o con posibilidad de estarlo) por el amor, que no se
reduce al amor erótico, legítimo en las parejas (para mí ello implica atracción
en el noviazgo, donde se madura la oblatividad que conlleva el respeto, y que
prepara la entrega física en el matrimonio), puesto que la clave de la vida
está en el amor en cualquiera de sus formas.
Pero
¿qué es amar? Si no es la simple atracción física, si no es solo la conexión
emocional ¿qué es? Si somos coherentes con la tradición occidental, que tiene
raíces judeo-cristianas, que tiene como gran aporte el desarrollo filosófico
iniciado por el mundo griego, habría que decir y concluir que el amor no es otra cosa que la entrega de
sí mismo. Entrega de sí mismo a la pareja, como cuando da la vida Jack Dawson (Leonardo Di Caprio) por Rose
DeWitt Bukater (Kate Winslet) en
el climax del film del Titanic; como
en Romeo y Julieta o Dante y Beatriz o don Quijote de la Mancha y su Dulcinea;
como la Madre Teresa de Calcuta y los
grandes santos; como la Cruz Roja o Médicos sin fronteras; como tantos
voluntarios; como los reporteros de guerra; como los investigadores e
inventores de tantos tipos; como quienes se han entregado por cualquier causa
noble…
Por
supuesto que, si decimos que el amor es la entrega de sí mismo, estamos
excluyendo cualquier equivalente funcionalista o utilitarista del amor. Amor no
es dar cosas ni hacer cosas, sino entregarse. No es tampoco ser útil, que malo
no es. Está enraizado en lo que somos,
en nuestra antropología. Cuestión delicada, pues la cosa pudiese variar de
acuerdo a si se considera al ser humano como un amasijo de células o algo más
(un ser en constante relación). Pero, aun así, hay un no sé qué de consciencia,
de darse cuenta, de maniobrar, de decidir, de arriesgar. El embeleso de las
artes hace que resuene en nosotros mostrando facetas inexplicables. De hecho,
pocos niegan que haya algo espiritual en el ser humano (por ejemplo, Marx): solo que algunos lo hacen
derivar, con contradicción, como propiedades físicas de la materia humana.
La
experiencia de entregarse, esa que funciona hasta para que la experiencia de un
Fe y Alegría sea exitoso, o la Sopa solidaria pueda ofrecerse todos los
días en las parroquias donde está organizado, implica no el entregar algo, sino
el entregarse. El mismo matrimonio tiene sentido desde el entregarse, y no el
dar cosas o cubrir gastos. Por lo que necesita del acto de fe de creer en uno
mismo, eso que se llama autoestima, de la seguridad de lo que se es capaz. Que
tengo algo valioso que puedo ofrecer. Que no soy un accesorio en el mundo. Puedo
ser yo mismo un regalo para el otro, como el otro puede ser un regalo para mí.
Pero
también exige una corrección: yo no solamente soy lo que soy, sino lo que puedo
ser. El desarrollo del ser en el tiempo es de crecimiento y consolidación o
todo lo contrario. Se hace o se deshace. Soy ser en el tiempo, decidiendo
permanentemente. En esas decisiones me voy haciendo, sea como vil o como noble.
Si las decisiones las tomo con todo mi ser, tomando en cuenta las consecuencias
de mis actos, pretendiendo que sean lo que mejor que pueda, ello me ennoblece
no como título, sino como realidad dinámica interna. Uno de los dramas de quien
solo intenta vivir evadiendo o con soporíferas experiencias de placer, es que
en ellas se contradice la vocación de entrega que hay en la persona. Queda
encerrada en sí misma, confundiendo la resonancia sensorial (bioquímica) de los
eventos con la plenitud propia de la vida. Quien no supere la barrera de la
epidermis, no consigue sumergirse en la experiencia oceánica del amor.
Contaba
Tony De Mello en su Oración de la Rana que un anciano
montañista arribó a un refugio de montaña. Quien lo atendía le preguntó cómo
había sido capaz de llegar hasta allí, a su edad. El anciano le respondió: “Muy
fácil. Primero llegó mi corazón y luego llegué yo”. En una frase que se repite
un par de veces en la película Talentos
Ocultos (Hidden Figures), que
inclusive casi que cierra la película, Al
Harrison (Kevin Costner) le pregunta a Katherine
Johnson (Taraji P. Henson), luego de la exitosa misión de colocar un hombre
a orbitar la tierra (1962), si algún día podrían llegar a la luna. La protagonista
le responde, como parafraseando lo que antes él había respondido en otra escena:
“yo ya me veo allá”. San Juan de la Cruz
decía que “el alma vive más de lo que ama, que en lo que mora”.
El
camino de recuperación de Venezuela es largo. La lucha política, tristemente
necesaria, es larga e incierta. Pero no queda otra alternativa que enfrentarla.
Y el único recurso que se tiene como para poder recorrer todo el camino hasta
el final es el amor. El mismo que hace que unos padres se queden sin comer para
que coman sus hijos. Ese mismo amor en clave proactiva y propositiva, no
arrinconada por el cerco del hambre y la complicidad de los políticos.
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