EL EMPRESARIO: UNA PROFESIÓN DE RIESGO EN DECADENCIA
La leyenda dice que no trabajan,
porque no sudaban como los demás, porque usaban perfume, se afeitaban, tenían
buenos carros, creían hablar de manera fina y miraban sobre los hombros a los
demás. La leyenda dice que todo eso lo conseguían a costillas del obrero, ese
que llaman proletariado, de la llamada plusvalía. La leyenda dice que, cuando
todo sea de todos, cuando nada sea de nadie en particular, ese día todos
seremos ricos… o al menos iguales.
El problema con las leyendas es
cuando se creen.
No voy a defender la trayectoria
histórica y concreta de los empresarios, sean pequeños, medianos o grandes,
tanto porque no la conozco minuciosamente como porque ha habido páginas negras que
han dejado mucho que desear. No es que me dijeron de un tal empresario que
prefirió sacrificar el brazo atrapado de un obrero en una máquina, antes que
destrozar la máquina por salvarle el brazo. Lo conozco porque quien me refirió
la anécdota era un médico laboral que vivía en las inmediaciones de la fábrica
y conocía a los testigos. Pero eso no significa que se pueda generalizar. Sé que
una tentación, entre otros tantos, es la de obtener suculentos beneficios en
base a negocios amparados bajo la sombra del poder. Ese que asigna proyectos no
por concurso sino por opaca designación. Sé que la tendencia a principios de
los años noventa era la de maniobrar, ante los ministros de Carlos Andrés
Pérez, para que no se retirasen los subsidios ciertos rublos no esenciales. Sé
que un vicio, espero que de antaño, en las pequeñas empresas, era la de usar su
capital como caja chica familiar, por la que formalmente siempre se estaban
quejando y a las puertas de la quiebra (por cierto ¿cómo administrarán sus
ingresos los profesionales del volante? Porque en el pasado siempre tuvieron
problemas con los repuestos, porque siempre confundieron los ingresos de su
trabajo con sus gastos personales… sé que ahora los números y escasez de
repuestos son otros). Y se podría multiplicar los casos. Pero la
responsabilidad y habilidad del empresario no se puede sustituir. Solo un dato:
las enfermedades coronarias e infartos son más frecuentes entre quienes están
al frente de empresas, por razones simplemente de estrés, no por insania
alimentaria.
Queda, entonces, la pregunta.
¿qué causa estrés? Ciertamente no es el caviar, tan escaso en estos tiempos
fuera de las oficinas gubernamentales ¿Acaso las bebidas exquisitas? Tampoco.
Puede que el vértigo de estar maniobrando todo el tiempo, de saber que hay que
tomar las decisiones correctas, de sentir que un error significa perder
millones de bolívares o hasta de dólares. Estar pendientes de vencer todos los
obstáculos burocráticos que se atraviesen. Y así por el estilo. Que haya
ambición, no lo dudo. Solo que el problema no es de moral individual, que solo
afecta solo su conciencia: si alguien es o no ambicioso. El problema es de qué
manera una persona puede esforzarse, por las razones de todo tipo, en superarse
en base al trabajo para tener una situación económica holgada. O sea, que las
reglas que lo permitan sean cercanas a la honestidad, lo que es otra cosa.
En ocasiones somos tan ciegos
para unas cosas y tan lúcidos para otras ¿Quién duda acaso que un Cristiano
Ronaldo no quiera ser una persona exitosa como futbolista y a nivel financiero?
Habrá alguno que lo considere “ambicioso”, y puede serlo. Pero el problema para
los demás es que él juegue limpio (“fair play”): que cumpla con las reglas del
futbol, no protagonice faltas peligrosas, sea un buen oponente, sus goles se
produzcan fuera de toda duda. Por eso es que me siento tan poco identificado
con Maradona: no lo seguía en sus hazañas deportivas como para valorarlo como
deportista, pero sí me parecía petulante en sus comentarios. Y aquel gol que él
llamó “la mano de dios” fue para mí símbolo de lo que exactamente no se debe
hacer: conseguir el éxito a cualquier precio.
Regresando al mundo de la
industria y comercio, en concreto del empresariado, no dudo que haya formas de
organización bien atractivas, como lo es el cooperativismo. Siempre lo he
admirado. Pero no sé si esa experiencia se pueda aplicar en todos los casos de
la industria.
Cuando se devalúa al empresario,
se le denigra y criminaliza, no por hechos sino por prejuicios, la producción
comienza a afectarse. Los burócratas no pueden sustituirlo, quizás porque no se
sienten presionados, no quieren estresarse y porque, mal de males, las
ganancias caen por picardías y corruptelas, donde se invierte poco (fuera del
prestigio e integridad personal ¡triste precio!) y se obtiene mucho (¿cómo
hacen padres e hijos para mirarse a los ojos?). Porque la tarea de coordinar y
tomar decisiones oportunas, rápidas y atinadas es esencial. Es más,
insustituible. Se necesita conocer bien el campo de acción, comunicarse, estar
consciente de lo que se sabe y suponer lo que se ignora, escuchar, dejarse
asesorar, arriesgarse…
Claro que está ligado, por las razones que
sean, a la propiedad de los medios de producción. Que nunca son tan privados
como se quiere decir, porque siempre están dentro del marco jurídico que una
sociedad se ha brindado: si el marco legal es adecuado, hay producción, sino,
no lo hay. Es la sociedad la que reconoce de hecho la propiedad privada, aunque
haya justificaciones de orden filosófico o teológico (es legítima la propiedad
privada, sin negar el destino universal de los bienes de la creación y, por lo
tanto, la solidaridad implícita). Y quien habla de propiedad privada, incluye
el que una sociedad de accionistas nombre como gerente a una persona en
particular, con los beneficios económicos consabidos, como para que esté a la
cabeza de una empresa.
En mi escaso pero suficiente
acercamiento al mundo empresarial, más allá de los defectos personales que el
ambiente pueda favorecer, he caído en cuenta que se trata de un tipo de
personas con capacidades excepcionales, que pueden usar para bien o para mal. Quizás
no sepan cómo agarrar un martillo, pero es que su aporte es de otro tipo. Con
un olfato para los negocios, las transacciones, los acuerdos. Una estructura
mental que analiza las oportunidades y amenazas, que interpreta los números,
que proyecta escenarios. Que sabe darles la vuelta a las dificultades y ver
oportunidades de negocios, que se traducen en buenas ganancias, pero también en
satisfacción para los clientes. Que, en nuestro país, por historia y
circunstancias coyunturales, haga falta animar la innovación, es otra cuestión.
Que se busque siempre caer parado, pues también. Que se haya hecho con acuerdos
bajo la mesa de algunos con quienes regentan el poder, esa es otra.
De nuevo, ello no significa que
haya materias pendientes en cuanto a la llamada “justicia social” (¿y cómo, si
hoy en día casi todas las empresas están al borde de la quiebra?). Que la
relación obrero-patronal puede ser más estrecha sin ser confusa. Que la
publicidad venda productos que no necesitemos (como lo hacen los políticos). O
que las miradas miopes no les importen “cargarse” al medio ambiente con tal de
ampliar el margen de las ganancias (en venezolano, diríamos “echarse al pico”,
en vez de “cargarse”; en China y en el bloque soviético, la contaminación siempre
ha sido peor que en Occidente). Que las trasnacionales se hayan aprovechado de
estados-meretriz para expoliar los pueblos de África o América, también se ha
dado.
Como diría una suscriptora del
Brief del periódico digital Actuall, no todos los españoles pueden ser los
dueños de Zara. No solo porque alguno tendrá que trabajar, sino porque no todos
tienen esa extraña habilidad de un Bill Gates, Steve Jobs, Mark Zuckerberg,
Amancio Ortega o por el estilo (no se me olvida cómo jugó fuerte y bajo Bill
Gates pagando multas a diestra y siniestra, por violar las leyes de “antitrust”,
hasta que tuvo que dividir y vender una parte de sus empresas, que no lo
justifica). Bastante es conseguirnos con empresas solventes que den empleos
estables y bien remunerados, con estrategias sociales para enfrentar pensión y
jubilación.
De mi parte, al menos, no me
trasnocha ser millonario, aunque sí tener menos apuros económicos que los
actuales y poder hacerme solidario de quienes tengan menos.
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