DEL FÚTBOL TOTAL A LA ESTRATEGIA GLOBAL




Quien ronda los cincuenta años, tiene idea de lo que fue la leyenda de la llamada “Naranja Mecánica”, escuadra de la selección holandesa capitaneada por la leyenda Johan Cruyff: el llamado “fútbol total”. No pudo batir a la contundente selección alemana del “kaiser” Franz Beckenbauer, más de juego de fuerza, en el mundial de Múnich 1974, pero su sistema se ha inmortalizado a través de las hazañas del “Barça”, donde técnicos y jugadores neerlandeses hicieron carrera. El “Barça” sí es conocido para las nuevas generaciones.

A lo que voy: el fútbol (y el deporte en general) ofrece un magnífico escenario como para tomar prestadas enseñanzas y visualizar metáforas. Como lo es también “El arte de la guerra” de Sun Tzu que, aunque habla de lo militar, hasta las empresas han extraído enseñanzas. Y, aunque no sea mi campo, pero cuyo silencio ya ensordece, quisiera proponer unas pistas “amateur” para los escenarios políticos en Venezuela. Pido perdón por el atrevimiento, pero, como no he visto que nadie lo haya hecho, me atrevo a escribir algo sin la precisión técnica que ameritaría, ni con la concreción que el momento requeriría, cuestión de quienes vayan a conducir a la sociedad. Y confieso que detesto el oficio de “opiniólogo”. Prefiero leer lo que otros más sesudos escriben… y opinan.

El “fútbol total” es una técnica del deporte rey en el que el equipo que lo promueve busca hacer trizas a cualquier estrategia que venga del bando contrario. Una de las cosas que hace es, además de exhibir unas condiciones físicas envidiables para estar en constante movimiento, rotar todas las posiciones de forma constante (menos al portero, aunque para Cruyff pueda ser el primer delantero). Eso incluye, por tanto, que todos deben saber jugar las posiciones de todos… Es eso lo que hace jirones cualquier técnica defensiva por zona de parte del adversario. Porque además el “fútbol total” es altamente ofensivo.

Pero no solo existe el “fútbol total”. Este asunto de totalidad tiene que ver con una forma de contemplar y analizar la realidad. Hay un sentido de totalidad en otros campos, que inclusive del saber humano. Porque se tiene en cuenta, hasta en la ciencia, que hay cuestiones que son multicasuales, donde se conjugan diversos factores o ameritan varias explicaciones exploratorias. De ahí a que se sea más permeable a otros constructos teóricos. No todo se puede reducir, en la realidad, a las condiciones de laboratorio, donde se controla todo excepto dos variables, buscando ver cómo se comportan y afectan mutuamente. Reproducir las condiciones meteorológicas en asuntos tales como los huracanes, es de un riesgo inmenso por las simplificaciones que se tendrían que hacer. En el caso del campo social, por ejemplo, los equipos multidisciplinarios destacan los variados enfoques que pueden hacerse de una misma situación, creando un espacio de discusión donde confluyen distintas visiones que puedan enriquecerse unas a otras o, en caso tal, depurarse también mutuamente. Piénsese en lo sensible que se puede ser en cuanto al tema de la mujer, donde confluye discriminación pero también visiones culturales, antropológicas, sociológicas y religiosas diversas: no es fácil ni la ponderación ni la intervención, cuanto menos la solución, si no se quiere caer también en colonialismos culturales e institucionalización a la manera occidental.

Para aterrizar en el campo de la política y su estrategia, queriendo superar eso de “ir a elecciones regionales sí” o “ir a elecciones regionales no”, lo que en realidad brilla por su ausencia es una “estrategia total o global”. Y la propuesta no es para poner de moda un neologismo que abulte aún más la sarta de términos grandilocuentes sin contenido preciso, de contenido ambiguo o con algún contenido escaso, cuyo único mérito sea la sonoridad timpánica y el impacto acústico. Lo que pretendo afirmar es que, ante la falta de una “estrategia total”, resulta mucho más complicado ganar a la gente para una u otra posición, porque luce incongruente, incomprensible e incompatible. Y, llegado a este punto, se nota un resquebrajamiento en aquello que se decía en otros tiempos: “ellos saben lo que están haciendo”. Me lo dijo un amigo en el 2002, justo acerca del 11 de abril: al final pareció que no sabían lo que hacían.

Por supuesto que la carencia no es de las últimas semanas. Lo grave es que los síntomas han mostrado una oquedad discursiva y estratégica que se arrastra casi que de manera congénita. Se sabe que “el rey está desnudo”. Por lo que le pudiera dar la impresión a la gente que los líderes políticos no han entendido dónde estamos parados. Que es un problema de diagnóstico y de examen de conciencia, o que estos tienen otros intereses y otra agenda, muy diversa de la de la gente de a pie. Claro que esto puede resultar fácil de decirlo a un lego en la materia, como es mi caso. Pero es la impresión que se nos ha transmitido. Lo cual hace absurda su obcecación, en los líderes de la alternativa, para oír… alternativas. Lo que no quita que puedan desecharlas luego de haberlas considerado o, por lo menos, simulada la escucha.



Esta carencia de un adecuado diagnóstico, sin pretender ahondar en sus causas, pese a estar en una posición privilegiada para recibir toda clase de “insumos”, ha dilapidado un activo que todo político que se respeta debería haber intentado conservar: la credibilidad que permite la existencia de la confianza. Pecado imperdonable en política cuando la mayoría del país estaba pendiente, cada día, de la boca de los dirigentes, del sonido que iban a emitir los labios y reproducir los micrófonos, que se transformaba en directriz de acción y organización para las siguientes jornadas. Porque está claro, tanto para el más neófito en política como aquellos que tengan referencias del deporte o del mundo militar, que hay estrategias que no se pueden develar. No se puede advertir, sino al contrario, ocultar y disimular para despistar. Advertencia esta sobre la advertencia, que era de sentido común, tanto que los arcanos tiempos de Sun Tzu se presentaba como una máxima. Por lo que, en el caso que los políticos y los cuadros políticos se decidan a dejar de hacer esas estupideces a la que se nos tienen acostumbrados (pelearse, desdecirse, contradecirse, olvidarse de presos, hablar de elecciones, hablar “happy-happy”, no acompañar el duelo por muertos ni responsabilizarse por lo que salió mal, estando ellos al frente de las protestas…), cosa que hace que no se les pueda creer, deben saber qué presentar y qué callar, apoyándose en la ascendencia y credibilidad sobre sus audiencias y sin la torpeza de, una vez recuperada, volverla a lanzar al pipote de la basura. Pues para ello los seguidores deben confiar en sus líderes, no como dádiva sino con la firmeza de quien se afinca sobre una roca inamovible.

Y esa estrategia, la que se dice y la que se calla, tiene que ser total y global. Se parte de un diagnóstico (por ejemplo, estamos en dictadura) y, en consecuencia, se plantean una serie de acciones dirigidas al restablecimiento del orden constitucional. Con el pequeño detalle, que callan sin disimulo algunos miembros de la Oposición, de que esa alteración o ruptura del orden constitucional es un crimen, por lo que los políticos que están en el poder son sujetos de investigación y de castigo. A lo que hay que añadir el hecho bastante creíble que Venezuela tiene trazas importantes como para ser considerado un narco-Estado. Igual que en el caso anterior, debe darse una investigación imparcial para establecer responsabilidades. Y, por si fuera poco, hay una serie de hechos probados de corrupción (y otros sin probar) cuyos promotores deben ser identificados y castigados, por lo que hay que abrir investigaciones imparciales. Es decir, si es cierto que el modelo comunista es anacrónico e inviable, fuera de servir como materia prima para hacer mítines, discursos o cadenas de televisión; que hay una catástrofe por la incapacidad de quienes están en el poder, inclusive para hacer sus fechorías con mayor disimulo o menos costo político y social; hay que añadir la responsabilidad penal de quienes ejercen o suplantan cargos públicos. Que no van a soltarlos por las buenas.

La estrategia total, que va más allá de las elecciones pero que pudiese asumirlas siempre que formara parte de otra serie de acciones, debe tener la capacidad de plantearse todos los escenarios posibles, en el amplio abanico de campos y niveles, que incluyen desde el descifrar la estrategia psiquiátrica del gobierno hasta las situaciones que rayan con lo amoral e inmoral (esperamos que la oposición sea ética o moral, lo que no significa que el gobierno lo vaya a ser). Solo hay dos límites en los extremos del campo de posibilidades: por un lado, la vida y, por el otro, la muerte.

Esta globalidad debe resituar lo legal y lo moral de la estrategia política. No siempre la estrategia política puede ceñirse al Estado de Derecho, ya que no existe. O porque se creen instrumentos legales de dudosa proveniencia, neutralidad o sin vicios de nulidad. No va a ser en sí mismo eficaz la referencia a la Carta Magna del 99, si bien pudiese regir la conducta política de quienes se oponen a este descalabro institucional. Por lo menos, como consideración, tienen que saber qué está en juego, lo cual hace que toda regla pueda ser rota en la cabeza de algún opositor. En el caso de un alcalde perseguido por el poder judicial, con la sola intención de encarcelarlo e inhabilitarlo puesto que es un estorbo para el control del país, debe pensar muy bien qué acciones va a tomar. Esto, aunque no vayan a estar contempladas en apariencia por la ley pero sí, cuanto menos, por la moral de las acciones mismas (como escaparse o ir a la clandestinidad, para no proponer cuestiones más rebuscadas).

Pero la estrategia política debe ir más allá de la propia supervivencia: debe conservar, en el peor de los escenarios, por lo menos el valor simbólico del actor político. Las conciencias deberían continuar despiertas por el gesto mermado del actor político. Y el poder político erosionado por ese mismo valor (creo que ha sido uno de los méritos indiscutibles de Leopoldo López que, pese a estar en la cárcel, ha seguido siendo referencia de lucha y resistencia). Pudiesen existir ejemplos más detallados e interesantes, pero no soy político de profesión. Sí puedo añadir que, en esta situación de quiebre de los parámetros legales, lo que debe prevalecer son las referencias morales (en el sentido ético): más allá de lo que pretenda la susodicha Asamblea Nacional Constituyente, o de los cauces legales que se resquebrajan (las decisiones de la sala constitucional), hay un elemento previo a toda acción humana, que es la justificación ética. La pregunta por la bondad intrínseca a determinada acción del ser humano, sea esta legal, aparentemente legal o ilegal. Ya que lo ético no solo busca cualificar la bondad intrínseca de los actos, sino su capacidad por producir y reproducir el bien, transformar el mal y sanar el tejido enfermo.

Por ejemplo ¿son morales las acciones del gobierno de Estados Unidos hacia Venezuela? Sabemos que son legales, pero la pregunta es cuánto daño pueda infligir y que tan eficaz es como para conseguir un cambio del clima político y social en Venezuela. Esto sin entrar en cuestiones ligadas al ámbito militar. Otra pregunta sería, si el gobierno es capaz de encarcelar a todos los alcaldes de Oposición ¿cuál es el juego que se debe jugar en este escenario, que no es legal? O, mejor para estar en sintonía con el objetivo, que es el restablecimiento de la democracia (a través del desalojo de la actual situación) y la recuperación del orden constitucional ¿qué es lo que hay que hacer, en los distintos escenarios, ante aquellos frentes que el gobierno vaya a presentar y los que la Oposición debe crear, que incluyan salirle al paso a la manipulación de la información, al empeño de desesperanzar, a la desmoralización? Tiene que ser tener una estrategia coherente entre la agenda política y la social, así como qué hacer con los presos políticos, de qué manera recuperar la historia de estos meses, la memoria de quienes dieron su vida por el país… Y con las necesidades económicas como proceso de recuperación y no como chistera de mago.

Esta globalidad, que se pasea por todos los escenarios (¿qué hacer si llega a haber una amenaza real de tipo militar sobre Venezuela? ¿o cómo se mueven las fichas ante la presencia cubana, rusa e iraní en el país? ¿o los colectivos armados y grupos irregulares?) y por todos los grupos sociales (¿cómo le hablo a la gente de campo? ¿cómo a la gente de las barriadas populares? ¿cómo se articula con la clase media? ¿qué mensajes deben ser enviados al mundo militar y de qué manera?). Una globalidad que debe saber poner en el congelador a gente en dudosa situación, como Manuel Rosales, cuestión que él debería comprender y, si pretende que se le crea, facilitar (puede él solito hacer un mutis, porque no hace falta ni que él ni que los demás tengan una reverberación cerebral extraordinaria como para albergar un mínimo de sospechas sobre el porqué de su condición privilegiada como “preso de conciencia”).

Se dice que es el momento de Venezuela. Lo es. No se trata solo de sacrificar ambiciones personales (legítimas en el mundo de la política). Se trata de hacerlo basados en una estrategia común que involucre a la globalidad de actores y a la globalidad de escenarios. La gente tiene que saber el precio y la razón de sus sacrificios, pues hasta los suicidios políticos son repugnantes para la razón. Que contemple no solo que las cosas pueden salir bien, como que pueden salir mal. Que, si salen mal, no se queden “pendejamente” callados: buen ejemplo dio Hugo Chávez en el 2004 cuando dio la cara tras perder el referéndum del 2007, reorganizó a los días sus cuadros y fue trabajando hacia una nueva campaña electoral, la de gobernadores (noviembre 2008). Apenas terminada esta, mientras la Oposición festejaba el logro de conservar o sumar gobernaciones emblemáticas y la alcaldía metropolitana, y se tomaban diciembre como unas “merecidas” vacaciones luego de la ardua campaña, el comandante volvía a lanzarse a otra contienda con escaso tiempo de preparación y campaña: era crucial batirse por el referéndum para la elección indefinida. Por lo que, en 79 días, desde la elección a gobernadores (28 de noviembre) hasta el 15 de febrero, con una ingenua Oposición viajera hasta los primeros días de enero, difícilmente iban a poder ponerse de acuerdo y salir a convencer al país de que votase en contra de la propuesta. Es que los militares son militares las 24 horas. Dar la cara tiene sus ventajas.

Por otra parte, no necesitamos políticos “mente positiva”. Necesitamos políticos realistas que sepan llenarse de fango en las situaciones que sean, con tal de guiar al pueblo por el camino hacia la libertad, aunque haya que atravesar el mar Rojo.


Se dice que el tiempo de Dios es perfecto. Lo cual no es excusa para sentarse a esperarlo. Si el faraón hubiese alcanzado a aquel pueblo cruzando el mar Rojo, igual más adelante lo hubieran seguido intentando. En ese hipotético escenario, de haber sobrevivido y de haber sido Moisés el mismo que sería después, en el desierto, no habría abandonado a aquel pueblo y lo hubiese vuelto a intentar. Es cuestión de una fe con estrategias aterrizadas y totales.


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