LA HORA DE LA IGNORANCIA
En “La rebelión de los náufragos” se reseña una anécdota de
Gonzalo Barrios, refiriéndose a Carlos Andrés Pérez, ya como presidente en el
segundo período o, si la memoria me fallase, un poco antes de su segunda
elección. Decía Gonzalo Barrios "al compañero Carlos Andrés Pérez le hace
falta un poco de ignorancia". Puede que en estos momentos el elenco de
personas carentes haya aumentado…
La Oposición enfrenta serios problemas de credibilidad. En
gran parte buscados y autoinflingidos. Por dos razones: si querían bailar “pega’o”
con el gobierno, porque creían que les iba a resultar rentable por nobles
ideales o rastreros intereses, debieron decirle “algo” a la gente; si llegaron
(y nos hicieron llegar) hasta esta descomunal algarabía que hace que no sepamos
dónde estamos parados (algarabía es vocerío que daban los andaluces en árabe,
que santa Teresa no alcanzaba a comprender ni en Granada ni en Sevilla), igual
debieron decir “algo”, sea para disimular “la parte” o sea para evitar la “estampida
de la tropa”. Así que lo primero que se le agradece a quien tome el testigo de
relevo a la generación política vigente, es que abandonen la pose hierática de
que se las saben todas, que tienen una luz divina especial y que están elevados
a un palmo por encima del piso, para estupefacción de todo el resto de
nosotros, mortales. Que el ejercicio del poder pueda ser algo aplastante, no
bautiza como divinas todas y cada una de las decisiones que se tomen… menos en
la herencia de Atenas, la cuna del pensamiento occidental. Los católicos
aceptamos la infabilidad del Papa en cuestiones bien concretas, como para
pretender ampliar el dogma en campos seculares.
Una de las labores de los filósofos de la Antigüedad, como
por ejemplo los sofistas, era enseñar el arte de la palabra en función del
poder ¡cualquier cosa se podía decir y sostener! Un día decían una cosa, con
exposición bien lograda de argumentos, y al día siguiente decían lo contrario,
con idéntica erudición. Claro que después llegó Sócrates, que se dedicó a
desmontar las argumentaciones a punta de “dialogar”, en el sentido de la mayéutica.
Preguntaba una y otra vez, de tal manera
que se iba avanzando en la cuestión tratada, con nuevos horizontes, altura y
profundidad. Cuestión parecida se da, en el mundo judío, con las escuelas
rabínicas: sobre la Escritura y Tradición se hacen preguntas una y otra vez, en
cuestiones cuya respuesta y planteamiento pudieran ser absurdos. Sin embargo,
no en la práctica misma de preguntarse y contrapreguntarse. Está quienes vean
aquí el caldo de cultivo dónde pudo aflorar un Marx o un Sigmund Freud,
obviando sus conclusiones aunque sin restarles mérito.
Pero no solo se da el axioma de Sócrates, ese de “yo solo sé
que no sé nada”, en la Grecia antigua. Parte del camino budista consiste en
conseguir la iluminación cuando se reconoce la ignorancia. Y en la senda
cristiana, de diversas formas y con mayor o menor éxito también se da. San Juan
de la Cruz, por ejemplo, dice que es más lo que no sabemos de Dios que lo que
sabemos. Pero no es una originalidad suya. Lo decía ya la teología, pero él lo
vivenciaba. Y un místico inglés anónimo, tiempo antes, escribió una obra
llamada “La nube del no saber”. El mismo nominalismo, de manera errada desde mi
punto de vista, hacía tambalear el edificio racional de la teología escolástica,
cuando hacía que toda afirmación fuese incierta.
Yo, por supuesto, no reivindico el camino de la ignorancia
como una perpetua abdicación de la razón. Simplemente la supongo como un punto
de partida. Un presupuesto y una revisión. En ciencia, todo paradigma nace de
la falibilidad del anterior, cuando ya carece de utilidad para responder a
nuevos planteamientos. No ha sido inútil, solo que, cómo síntesis explicativa,
carece de vigencia y debe construirse otro.
Todo esto para sugerirle a quien se anote como líder
opositor, a no confundir el poder con la iluminación, a ensayar nuevas
respuestas y buscar nuevas identidades. El contexto sociopolítico es distinto,
aunque lo económico marche igual de mal. Los actores internacionales ya han
puesto sus pies sobre las tablas del palco escénico. Esto requiere el simple
ejercicio de escuchar (no solo oír) tanto las palabras como el silencio y el
contexto. Se requiere agudizar el sentido de la vista para ver lo que las
palabras no digan o escondan. Y ponerles sordina a los aduladores de turno.
Para ser líder, en estos momentos, se requiere de personas que tengan
suficiente seguridad personal (y autoestima), que no se dejen atrapar y
arrastrar por su ego, ni necesiten del poder (¡espero no pedir demasiado!) para
compensar carencias y complejos de la infancia.
Yo no sé cómo vayamos a salir de esto (me refiero a esta
situación donde las aves carroñeras apuestan por sobrevivir). Pero creo que,
quienes se apuntaron por la no violencia de Gandhi como método, se “pelaron”
(equivocaron). Porque no es un método como lo puede ser el movimiento de una
tropa: es una espiritualidad enmarcada en las tradiciones de la India. Es una
forma de concebir la vida, leída en tiempo presente (que es el que existe, para
el budismo), no conjugada con verbos en futuro ni arrinconada en la esquina del
pasado.
Pero este manejo del orgullo, el yo o el ego, como se quiera
llamar, coincide con las diversas tradiciones religiosas. En concreto, en el
cristianismo también ha sido un desafío. Tanto monasterios como órdenes
religiosas introducían a sus novicios en un camino de mortificación de sí
mismos, en el sentido señalado antes (puede que algunos hayan pervertido luego
la intención inicial de los fundadores, pero en ellos había una sabiduría para
guiar al discípulo hacia la experiencia de Dios donde el orgullo, o la “honra”,
eran un gran impedimento).
La misma conciencia de ser pecador (falible incluso para las
cosas divinas), está a la base, por ejemplo, de la primera semana de los
Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Claro que, en todas las tradiciones,
tanto cristianas como no cristianas, tal proceso es de liberación-iluminación (iluminación
no racional ni racionalista, como en el Siglo de las Luces, o como “fabricación”
de ideas). En el cristianismo, tal proceso lleva a la apertura a un Dios
infinitamente bueno (como en el budismo llevaría al Nirvana), que ha asumido la
historia (cualquier historia y toda la historia) desde el momento de su
Encarnación. Él ha hecho de esta historia una oportunidad de salvación.
Creo que puede haber varias cosas que le esté faltando a nuestros
dirigentes. Además de “un poco de ignorancia” le hace falta otro poco de “conversión”:
esto yo lo llamaría “espiritualidad política”. Prefiero no inferir sobre cuestiones
tan internas solo porque carecen de buena fachada. Que no estorbe el “ego” para
contemplar el paisaje, no es mala cosa. Menos cuando se tiene vocación de
capitán de barco.
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