¿ES EN VERDAD ESTRATÉGICO VOTAR?



Una de las cosas que los medios opositores han estado bombardeando ha sido sobre la necesidad estratégica de ir a votar el 15 de octubre. Aun si pudiese ser cierto, el recetario de motivos pasa hasta por el de la descalificación de la posición contraria sin cuido de las formas. Además que aparece como una suerte de contar los pollos antes de nacer.

Como digo, pudiese ser la opción adecuada, pero por razones menos evidentes que las que se esgrimen. Por ejemplo, no votar está enmarcado no en una acción, sino en una inacción u omisión. Nadie ha enhebrado el sentido o alcance de esta decisión, tanto que algunos solo la interpretan como manifestación de esa rabia profunda que en Venezuela tiene otros nombres. Pero, para que no votar sea una cuestión estratégica, y no simple y justificado repudio a la conducta de los políticos, tiene que estar enmarcado no solo en un diagnóstico de la situación, sino también en la definición de acciones y objetivos. Un silencio en música tiene su puesto y belleza en medio de la melodía. Sino o es señal de que no se ha comenzado o que es señal que ya ha terminado el concierto. Es más, no votar sin calle es el equivalente a ir a votar, pero sin calle: al final es lo mismo, pero con distinta emotividad (y desilusión). Así que, si a ver vamos, lo que queda como acción es votar. Esta es su única ventaja sobre su contraria, que propone algo que pareciera ejecutable.

Pero votar por sí mismo tampoco se justifica. Pues todos los cálculos de obtener el poder y conservar o ampliar espacios, goza no de un realismo mágico, sino que consigue rol protagónico dentro de la ciencia ficción. Casi que, si se presenta de esta forma, es producto de algún poderoso alucinógeno, que deforma las realidades y pinta de verde los cielos. Si es que la malicia popular no entrevé otras conchupancias menos ejemplarizantes. Porque no es una elección democrática ni de forma ni de fondo. Porque en el mejor de los casos, todo pasa por el reconocimiento implícito de la ANC, que es quien convoca. O quedan a merced de supuestas y hasta reales inhabilitaciones, que importa poco que sea darle una patada en la espinilla a la Constitución. O el gobierno nacional interviene lo que quiera, pone gobernaciones paralelas o ahoga financieramente a las regiones sin inmutarse. Todo en el equilibrio de las apariencias, para calmar a quien representa su auténtica preocupación: el orbe terráqueo.

Así que anunciar unos comicios como si fueran normales, con una fiesta electoral en medio del dolor con olor a formol, es un mísero atentado contra la dignidad humana. Elucubrar con los resultados, idear planes para las administraciones regionales, requiere de una franca ingenuidad que raya en enajenación de la realidad o en cinismo.

Se dice, con algo más de tino, que estas votaciones están alineadas con las luchas emprendidas meses atrás. Que tienen un sentido de protesta (no de plebiscito). Esto está bien, mientras de antemano se asuma que cualquier resultado adverso al gobierno no va a ser reconocido o, cuanto menos, en verdad respetado. Todo ese asunto del daño que va a representar para el gobierno son pamplinadas. No le hace ni cosquillas. Si el votar, como desafío al poder, tiene algún sentido, coincido en que es el de la protesta. El “yo no me dejo dominar” y “no me callo”.

Pero ¿solo el acto de votar es suficiente para que equivalga a una protesta? ¿puedo votar y luego retirarme a mi casa para que me carcoma la frustración? Si es esto lo que se quiere decir, en verdad raya con el analfabetismo crónico. Votar solo puede ser una protesta si se acompaña de acciones de calle, sea para refrendar el voto, sea para defenderlo, sea para advertir al gobierno sobre las consecuencias de cualquier arbitrariedad que pretenda. O sea, el voto para protestar es distinto del voto-protesta, que no sirve. Hace falta el voto para protestar, tanto en el ejercicio de las libertades políticas, como en la defensa de la materia consagrada en la Constitución. Sin este último elemento, todo termina siendo una bufonada que el gobierno celebrará con ostentosas carcajadas.

Y, puesto que la oposición no es amiga de exámenes de conciencia, dolor de corazón y propósito de enmienda, habría que recordarle que ese ha sido su pecado original en 17 años de régimen: no defender los votos en la calle, con acciones audaces, pero no temerarias. No lo hizo en el 2013, tampoco en 2016 para impulsar el referendo abrogatorio, ni en el 2017 durante el fatídico mes de julio. Para no pensar mal, además que tampoco lo creo del todo y en todos los casos, la explicación más pertinaz ha sido la del miedo ante las personas y la historia (también eso tiene nombre en Venezuela): las protestas por muy cívicas que hayan sido, siempre han sido brutalmente reprimidas y, en meses anteriores, con saldos de muertos, heridos, torturados y detenidos arbitrariamente. Pero es que justamente contra esto es que se está luchando. La monstruosidad del adversario se ve en la represión, pues exhibe sus entrañas. No en las jornadas electorales que tiene propósitos de maquillaje para exhibirse ante embajadores.

Si se pretende ir a votar para luego protestar lacónicamente los abusos, cual señoritas o caballeros ingleses, lo que se pondrá es “la cómica”. Eso no tiene nada de estratégico. La Oposición debiera mostrar (y no tiene tiempo para ello), que ellos no solo pueden arrastrar a un pueblo a votar, sino que son capaces también de conducirlo en la protesta callejera con método y objetivo, dentro del marco de lo que han sido las protestas civiles en el mundo, con riesgo y sin canales propuestos por la violencia, para que se respete no solo el voto, sino el sistema que busca demoler la ANC. No entender esto es dejar desnuda la opción electoral y, puede ser, ahondar el abismo que separa a los líderes de la gente, con las tristes consecuencias que ello conllevaría.


La estrategia del voto es distinto del voto como estrategia ¿habrá alguno mejor formado para que lo explique a los cuatro vientos?

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