UN COCUYO EN LA OSCURIDAD: LA INCUBADORA VENEZOLANA DE LA CIENCIA




Comienzo explicando el título, para los foráneos. El cocuyo (Pyrophorus noctilucus) es uno de los nombres americanos para un insecto propio de la América Tropical, por lo que es común en los llanos venezolanos, y que, al igual que la libélula, tiene hábitos nocturnos y es luminiscente (biocrioluminiscente). En realidad es un coleóptero, o sea, de la familia de los escarabajos, que es más luminoso que su afamada congénere, la libélula.

Tuve el  enorme privilegio de acercarme durante estos últimos 15 días, en tres oportunidades, al Dr. Alberto Paniz Mondolfi y a las jóvenes promesas de la Incubadora Venezolana de la Ciencia. La primera fue en ocasión de la inauguración de la unidad de cardiología de la clínica IDB, en Barquisimeto, específicamente en Cabudare (en la llamada zona metropolitana de la ciudad) el jueves 20 de septiembre. Luego, por teléfono, conversé con el Dr. Alberto Paniz para mi programa radial “Razones para la Esperanza”, el 23 de septiembre. Finalmente, en la línea de mi entrevista, que se refería al evento que estaban promocionando, estuve en el cine-foro Vida y obra del Dr. Jacinto Convit, organizado por la Incubadora Venezolana de la Ciencia, el sábado 29 de septiembre, en horas de la mañana.

Quizás, antes de seguir, deba dar algunas referencias de utilidad para los lectores de otros hemisferios, en cuanto al Dr. Jacinto Convit. Fue un destacado científico y médico venezolano, no solo apóstol en la atención al leproso, sino pionero de una vacuna contra la lepra. Acudía a diario al leprocomio de Cabo Blanco, en el litoral más cercano a Caracas donde comenzó a ejercer su actividad profesional en 1938, para prácticamente convivir con los enfermos, en un tiempo en que eran execrados de la sociedad. Nació en 1913 y murió en el 2013. En ese tiempo no existía la actual autopista Caracas-La Guaira, de 31 kilómetros que se inauguró en 1953, lo que implicaba un esfuerzo ya el ir por las sinuosas curvas de montaña de la carretera vieja de La Guaira. Buscó y consiguió humanizar el trato con los enfermos de lepra, convenciendo a las autoridades políticas que no era necesario aislarlos. Su tratamiento comenzó a ser ambulatorio, sin desligarlos de su familia, como era la práctica multisecular. Su labor fue ampliamente reconocida, no solo con premios como los del Príncipe de Asturias y el del padre Damián (el apóstol de los leprosos), entre otros muchos, sino que sus recomendaciones pasaron a formar parte del protocolo de la OMS para el tratamiento de la lepra. Además de presidió durante 10 años la  International Leprosy Association (1968 a 1978), así como la  International Journal of Leprosy.

El Dr. Alberto Paniz Mondolfi podría concentrar los reflectores de nuestra atención, puesto que, además de ser un médico brillante con un amplio recorrido por diversas universidades norteamericanas y miembro de la Academia Nacional de Medicina, fue un pupilo del Dr. Jacinto Convit. Eso hace de él un personaje singular, que se entronca no solo con la calidad académica de la Universidad venezolana sino con algo menos común quizás, que es la tradición viva en que un maestro forma a un discípulo. Permítaseme decir que nos encontramos ante la tradición medieval de los gremios, en los que un aprendiz era introducido en el taller para, estando junto a un maestro, aprendiera magistralmente su oficio.

Esta especie de desvarío no lo parecería tanto si consideramos que estaríamos estableciendo una línea de continuidad entre nuestros días y al menos 80 años de lo más exquisito de nuestra medicina. Habría que recordar que la Universidad Central de Venezuela, antigua Universidad de Caracas, en la que se formó el Dr. Jacinto Convit, estaría todavía impactada por aquella generación de Razetti, Ambrosio Perera, Acosta Ortíz, José Gregorio Hernández, entre otros, que significaron un esfuerzo del Estado venezolano por formar jóvenes promesas en París en las últimas décadas del siglo XIX. En París estaba la crema y nata de la medicina de entonces (piénsese en el peso específico que tendría todavía la figura de un Louis Pasteur). El objetivo era mantener actualizada dentro de los parámetros mundiales a la ciencia médica venezolana. Pero esa impronta proviene, en mi profana opinión, del señero esfuerzo del Dr. José María Vargas, formado en Inglaterra, pero con esa visión de futuro y excelencia. José María Vargas, además de médico y segundo presidente de Venezuela, hacia 1835, en los años anteriores se preocupó de organizar la Facultad de Medicina junto a otros estudios universitarios en el inicio del periodo republicano. Y creo que ese impulso por mantener a la ciencia médica venezolana al tanto de los últimos descubrimientos e innovaciones médicas, se ha mantenido hasta el día de hoy.

Pero no quisiera caer en una  digresión. Ni siquiera centrarme en la figura del Dr. Alberto Paniz Mondolfi ni en la figura de otros insignes asesores académicos (Dra. Gabriela Maxine Blohm, Dr. William Bracamonte-Baran, Dr. Amadeo de Jesús Diaz Velásquez, Dra. Joanna Santeliz, Dra. Adriana Lodeiro). Quisiera destacar la importancia, la novedad y, al mismo tiempo, la perennidad de la Incubadora Venezolana de la Ciencia. Coloco “perennidad” porque de forma actualizada se experiencia la relación maestro-discípulo de las artes y oficios medievales, con la incidencia cercana de un pionero en el campo de la investigación y atención al enfermo, como lo fue el Dr. Jacinto Convit. La distancia académica se acorta, no para entrar en una confusión de roles, sino para que la interacción sea más fecunda aun, la de formar el genio del científico del mañana.

Quise decir que la Incubadora es un “proyecto”, puesto que tiene pocos años de vida y mira al futuro. Pero realmente es una experiencia consolidada con el premio Fundación “Dr. José Gregorio Hernández” 2017 que otorga la Conferencia Episcopal Venezolana, por sus estudios relacionados con el virus del Zyka. Algunos de los miembros estudiantes de medicina, estando en mitad de carrera y algunos con menos, ya tienen publicaciones en revistas internacionales de rango científico.

Esas son las maravillas que no siempre conseguimos apreciar o conocer. Pero ¿qué debilidad tiene la Incubadora hoy en día? La primera y principal, que todavía son escasamente conocidos. Y en ocasiones creo que esa ignorancia y aprecio por lo nuestro es un mal endémico que hay que erradicar. Porque ya ocurría antaño, sobre todo en tiempos de los caudillos militares. Lo refleja bien el novelista venezolano Manuel Díaz Rodríguez en su novela Ídolos rotos (1901). Y esa ignorancia por lo genuino ha permitido que se cuele falsificaciones de todo tipo, generalmente promovidos por políticos inescrupulosos con complejo de Adán. De la baja autoestima deriva una hiperinflación del ego, esa estafa de presunción, que crea una epopeya donde solo hay miseria, mirando de reojo al mundo, como si se tratara del pueblo mesiánico que atraviesa el desierto. Pero donde se silencia lo que debería ser reconocido, porque escapa de los controles burocráticos del poder.

De ahí parte lo demás. No solo porque en Venezuela hace falta buenas noticias para apuntalar la esperanza apoyándola en una autoestima verdadera. Sino porque cantidad de colaboraciones, para permitir sacar adelante proyecto de investigación y atención a las comunidades, necesitan no solo de recursos, esos que escasean en Venezuela (desde financiamiento hasta insumos y equipos médicos, como ocurre con todo el sistema de salud y ellos recuerdan en su website http://incubadorave.org/donaciones/ , al que habría que añadir las dificultades de transporte, considerado la crisis de repuestos automotores en Venezuela y el costo de los mismos), sino la colaboración humana que abre las puertas de las comunidades. Unas puertas que se abren, porque creen y apoyan, lo que permite documentar y sustentar con datos la situación sanitaria que permitiría investigación y posibles tratamientos. Y esas puertas se abrirán, en la medida en que la Incubadora sea también localmente conocida.

Igual, dentro de ese darse a conocer y ser una buena noticia, conectarse con el rico tejido de organizaciones dentro de la sociedad civil que tiene el estado Lara, tales como la Coordinadora de Cooperativas, mejor conocida como CECOCESOLA (con 60 años ininterrumpidos de actividad), lo que es la Iglesia Católica (que posee una red de parroquias que la hacen presente en todo el estado, además de las diversas pastorales y movimientos apostólicos) y los comités de enfermos crónicos y la red de organizaciones de defensa de los Derechos Humanos. Es que de manera curiosa la Incubadora tiene contactos internacionales de tipo académico que podrían considerarse envidiables. Faltan los apoyos materiales, en el espectro amplio de lo que implica los recursos, además de los contactos locales y regionales, motivo de estas líneas.

Efectivamente, la Incubadora trabaja en 4 redes, según su propia nomenclatura: la red Arbovirus (Zyka), red de Chagas, red Leishmania, red Zoonosis. En cada una de ellas hay trabajo con la comunidad, busca de relaciones interinstitucionales y colaboración de profesionales, diagnóstico y tratamiento, investigación, formación de la comunidad y formas de actuación de campo donde la comunidad no es receptora sino coprotagonista del levantamiento de información, etc.

Asombra considerar el repertorio de publicaciones de la Incubadora http://incubadorave.org/publicaciones-cientificas/  y https://incubadorave.wordpress.com/publicaciones/ . Lo cual significa que, cuando se habla de investigación… es investigación. O sea, aportar al conocimiento a partir de la experiencia sistemática de atención a las comunidades, con objetivos claros desde el punto de vista de la investigación científica. Desde mi ojo de lego, parece notable la intervención cuando se dio el brote de Zyka tanto en Venezuela como en los países vecinos. Si bien constituyó una alarma general, en Venezuela  los datos estaban silenciados, por lo que no se sabía ni lo que estaba pasando ni lo que se estaba haciendo. Número de contagios y fallecimientos por distintas causas, nunca se supo de manera oficial. Ni siquiera en cuanto al tratamiento (una aspirante a política del partido gobernante, llegó a recomendar medicina natural casera como paliativo para una crisis sanitaria).

Pero tal determinación necesita de los apoyos suficientes. Los proyectos de investigación e intervención necesitan de apoyos, por localizados que estén, por ejemplo, al estado Lara y estados circunvecinos. No se trata de una concesión, sino de una decisión inteligente. Sea porque se trata de jóvenes promesas, sea porque elevar la calidad y alcance de la investigación en la región y en Venezuela es una garantía, a futuro, para evitar la fuga de talentos y cerebros. Cuestión que, honro ser práctico, implica también estándares internacionales de remuneración, convertibles a cualquier moneda de otros países.

Me excuso en hacer una referencia familiar. Mi padre estudió física en España, por lo que fue uno de los que consolidó la carrera en Venezuela. Igual fue uno de los profesores fundadores de la Universidad Simón Bolívar. Estuvo trabajando tanto en el IVIC como en la Universidad Central de Venezuela. Su formación pasó por el Instituto Max Planck de Stuttgart, en Alemania, y la Universidad de Florida, en Estados Unidos. En el tiempo en que regresó a Venezuela, talentos de todo el mundo buscaban abrirse camino en este país. Las puertas de las universidades estuvieron abiertas, así como la posibilidad de la investigación (aunque estoy convencido que esa siempre ha sido una tarea pendiente en este país). Ese contingente de lumbreras tenía un inventivo adicional, además de hacer historia: en Venezuela de finales de los 60 y principios de los 70  un profesional en el área académica universitaria o en el área de investigación ganaba tanto, convertible en dólares, como un profesional en los Estados Unidos. Alguien, que padezca de cataratas en su entendimiento, podrá considerar que se trata de una estafa, de un paquete chileno, de una artimaña para engañar y hacer del conocimiento una mercantilización que permite dormirse en los laureles. Creo que, para aquel que siente pasión por el conocimiento, que se siente atrapado por el servicio al otro, una justa remuneración a estándares internacionales es un reconocimiento y agradecimiento social. Además que la investigación es algo tan apasionante que absorbe mucho más tiempo que las horas de una jornada laboral. Esa especie de ensimismamiento que sazona la conversación entre colegas debe verse liberada de las mortales angustias del cada día: preocupación por la manutención familiar o los gastos indispensables… Si bien es cierto que pueda existir muchos tipos de personas, la investigación exige tal concentración que, en oportunidades, la vida se torna austera de los placeres habituales de otros grupos familiares con otras fuentes de ingreso. Lo cual no descarta aspiraciones básicas de viajar, luego de un plan de ahorro, que no debería estar lejos de ningún venezolano que tenga una vida lo suficientemente productiva…

Es necesario abrir oportunidades, no solo por el interés de unos muchachos, sino por el beneficio de toda una sociedad. Tiene que ver, por supuesto, con ese perdido sentido de ciudadanía, que está convencido que no estoy alquilado en una sociedad, sino que soy copropietario y corresponsable de la misma. No le pertenece ni a los políticos ni al Estado, por lo que el sector privado puede y debe contribuir. Porque sector privado no puede ser sinónimo de ganancias privadas de empresas privadas, con objetivos de tipo lucrativo, como si fuera lo único privado que pudiese involucrarse (¿y la Fundación Polar? ¿y la Fundación Bigott? ¿y la Fundación La Salle?).

En esta necesidad de abrir “picas”, como se llama en Venezuela a los caminos improvisados a punta de machete por el monte (por la espesura vegetal de una selva), los proyectos vienen donde menos se espera: la UNICEF está apoyando una labor de atención e investigación de la Incubadora en el Amazonas ¡Excelente! Toca ahora al resto de la sociedad el abrirles las puertas en las inmediaciones de las ciudades y campos del estado Lara y estados circunvecinos…

En realidad este escrito surgió por el deseo de compartir con algunas personas el contacto que había tenido con la Incubadora y el Dr. Alberto Paniz Mondolfi. Quería compartir mis impresiones, la importancia que considero que tiene e interesar para que tal experiencia se consolide en el tiempo y la sabiduría. Solo a la mitad me percaté que las líneas habían tomado una vertiente distinta de la confidencia epistolar o lo que se puede compartir por mensajes directos. Y decidí revisar la forma del contenido para adaptarlo. Así que, sin que me lo hayan pedido, quiero terminar dejando a disposición del lector las formas de contactar y seguir la aventura de estos nóveles científicos venezolanos. Y, si alguna persona tiene alguna ocurrencia, de esas que se consideran Providenciales, estoy seguro que vendrá como anillo al dedo…

                redleishmania@incubadorave.org
                redvirologia@incubadorave.org
                redchagas@incubadorave.org
                redzoonosis@incubadora.org
                info@incubadorave.org
Teléfonos: +58-414-5594696



Comentarios

Entradas populares