LA DANZA DE LAS CALAVERAS
Clemente Orozco, El hombre en llamas |
Se acerca el día de todos los fieles difuntos. Mientras en el
norte se celebraba Halloween y el día siguiente la celebración de Todos los
Santos, en este país la muerte ha acampado como si fuera su sucursal, siniestra
franquicia, con una extraña mezcla de decadencia y sincretismo.
Las estadísticas de fallecidos, así como su causa, no
se reporta. Es como si también se hubieran ido del país, por otra frontera. Los
periodistas velan las morgues para hacer estimaciones de las muertes violentas.
Levantar la data, años atrás, de enfermos de zika o chikungunya (virus
transmitidos por zancudos), por no decir los decesos, era una labor propia de
una ONG especializada.
Cuando Venezuela disimulaba su enorme debacle ante las
organizaciones multilaterales, no se sabía con certeza de la escasez de
medicamentos. Los gremios hablaron de un 70 u 80% de fallas en
el inventario. La desfachatez hace que ni disimulen ni se inmuten. Basta decir
que es culpa de las sanciones. Como una forma de decir que no es asunto de
ellos. Por más que los medicamentos provengan de países aliados, miembros de la
Organización de Países No Alineados, como la India, al final la culpa será de
las sanciones que excluyen de golpear tanto la importación de alimentos como de
medicinas.
Las medicinas que se consigan en el mercado siempre
tienen fijado su precio en la moneda norteamericana, que se pagará en bolívares
al cambio del día. Y así ocurrirá con los servicios médicos o la compra de un
repuesto o el servicio técnico para arreglar un televisor.
Clemente Orozco, Mural en la Baker Library, Dartmouth College. |
Es cierto que hay más tráfico vehicular que hace dos
años. Pero se sigue viendo con frecuencia carros accidentados con averías de
motor o falta de un neumático de recambio. Quienes se fueron mandan algo de
dinero, como todos los emigrantes del mundo. Solo que hace un par de años,
alguien vivía a cuerpo de rey con $150. Hoy en día Venezuela puede estar entre
los países más caros del mundo, con la salvedad que no produce ni petróleo:
todo lo importa. Hasta el dinero. Según El
País de España, la mitad de la población tiene acceso a las divisas. Y los
trabajadores ganan $ 7.5 al mes. Creo que el periodista o erró los números o se
confundió de país. Ni la mitad puede manejarse en dólares y los trabajadores
ganan $7,5 desde el primero de octubre… y no se sabe por cuánto tiempo (antes
estaba por el orden de los $ 3,5; se debe recordar que el salario integral es
la suma del salario mínimo — que sirve para calcular beneficios y
prestaciones-, que es el 50%, y diversos bonos compensatorios, que es el otro
50%). El cálculo del cambio es muy inestable: con el decreto de subida del
salario, suben todos los precios y servicios, si bien no el dólar. En estos
días, por un exceso de liquidez en la calle, la tasa de cambio estaba
presionando al alza.
Esta situación de muerte hace que, por ejemplo, los
pacientes seropositivos tengan un déficit de antirretrovirales que se cuenta
por miles: 70% de escasez en todo el país. Hay indígenas que
no tienen acceso a ningún servicio. Un par de ONG en Barquisimeto, Red
Venezolana de Hombres Positivo y Conciencia por la Vida, organizan la atención
trasladando contingentes de pacientes hasta territorio colombiano. Que quien
tenga cáncer esté sentenciado en el corredor de la muerte. Que los
privilegiados busquen traer sus medicamentos de fuera del país. Un trasplante
de riñón es una aventura mortal ya antes de llegar al quirófano. Que Yoiner
Peña, el adolescente especial herido en las protestas del 2017, muriese porque
le decomisaron a su mamá el medicamento que traía de Colombia.
Una población que buscan diezmar, como la viruela
diezmó a los nativos habitantes americanos antes que la acerada hoja pudiese
blandirse sobre sus carnes. Presos que los matan de hambre y la enfermedad.
Fosas en penitenciarias por si la familia no llega a tiempo o no reclama el
cuerpo. Comunidades amenazadas de manera silenciosa. Cuerpos de represión que
resguardan no el orden, sino el status quo.
Cementerios profanados, donde la modalidad de la
cremación es una alternativa menos dolorosa al riesgo de no encontrar los
huesos de los familiares en la tumba o el panteón familiar. Ritos que se
combinan, con este gusto necrófilo, para ir disolviendo la propia identidad en
un vaho pestilente.
Me preguntaba por los derechos de los difuntos. Esos
que llamamos humanos. Como aquello de la digna sepultura, que en algunos casos
ha sido el patio de la casa. O el cadáver puesto en las puertas de alguna
alcaldía, para que ellos hagan lo que no pueden hacer los propios.
Idiosincrasia desecha, que no puede apelar a la
tradicional solidaridad de los vecinos. Urna que se debe rastrear y casi
prestar, como si fuera la bandeja reutilizable de un establecimiento de comida
rápida. Simulacro de cajón que no alcanza ni a ser de metal ni a ser de madera,
suerte de cartón que debe sujetarse bien por debajo, no vaya a enterrarse la
urna sin el difunto.
Cultura de la muerte, que se impone por resignación. No
como la del aborto o la eutanasia, sino como la que el fato griego.
Ritos cristianos que quieren ser de rebeldía, del Dios de la vida. Un Jesús de
Nazareth que es un Dios-con-nosotros y a pesar nuestro.
El mundo estalla en revueltas. Muchas razones hay.
Falla el diagnóstico. Algo fatídico hay en todo ello. Para quien quiere el
poder absoluto no le viene nada mal la decadencia.
No consigo que los muertos tengan derechos. No
me aparece que hayan reconocido sus derechos. Debe ser que he fallado en la
búsqueda.
Carretera de Nirgua, fotografía Alfonso Maldonado |
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