NECESIDAD DE ESPARTANOS
En memoria de Edmundo “Pipo”
Rada
Siempre es desagradable criticar desde fuera lo que otros hacen,
como si de antemano uno pudiese hacerlo mejor. Pero en la tarea de tejer una
reflexión no queda otra. Porque los pensamientos deben hilarse para no errar ni
en la acción ni en la actuación.
La política venezolana ha tenido un halo de presunción
desde hace bastantes años. Pienso en la política de verdad, para diferenciarlo
de quienes buscan sacar tajada para la propia cosecha. Cuestión que es
complicada de detectar, dicho sea de paso. Pero ese asunto, tan arrogante, de
sentirse con derecho a la admiración y privilegios, propio de los dioses del
Olimpo, resulta obscena. Es cierto que hay líderes tanto en el exilio como en
la cárcel u hospedados en embajadas. Nadie lo puede negar. Pero los méritos o
la suerte de algunos no necesariamente cobijan a la de todos. Si lo que se
quiere decir es que su profesión es de riesgo, hay que decirles que nadie los
obligó. La deuda del agradecimiento viene después. nunca antes de concluir una trayectoria.Que si indican que su
conciencia les indujo, su rollo es con su conciencia. Muy agradecidos y
admirados por todo lo que sacrifiquen haciendo las cosas bien, pero ello no
justifica aceptar cuando las hacen mal con propia responsabilidad. Un cirujano,
cuando encara a la familia del paciente que se quedó durante la operación, dice
“hicimos todo lo que pudimos”. Se supone que dice lo que intentó, no que estuvo
el equipo jugando cartas mientras el paciente se desangraba. Así, valga la
aclaratoria, podemos aceptar que las cosas no salgan bien si agotaron todas las
posibilidades de hacerlas bien. Si siguieron los procedimientos que debían
seguir, sea como protocolos médicos o estrategias políticas. Pero si no lo
hicieron por negligencia o por otros intereses, no le digan al resto de la
población lo arriesgada que es su profesión.
Porque aquí hay gente que muere todos los días, que se
va desconectando de las interacciones sociales, que no consiguen como sacar a
su familia adelante, que quisieran estar en otro lado para apoyar a los suyos…
con un largo etcétera, pero que sin embargo no lo pueden hacer. Gente que le
está echando el resto, un camión (como se dice), con el filo de la muerte
rozando su “pescuezo”, y que no acepta que le echen la llantina de “lo
arriesgado que es su profesión”. Aquí hay gente que no puede poner el pie en
ninguna embajada, porque sencillamente no los van a recibir. Y, si de torturas
se trata, es cierto lo inhumano que es el trato a nuestros prisioneros
políticos y de conciencia, de los muchachos que protestaron y criminalizaron…
porque a los políticos no los criminalizan con persuasión, pero a los muchachos
sí y algunos con esa fama quedan… y hasta mueren.
Las torturas en los calabozos del régimen son
inhumanas. El hacinamiento también. Pero ustedes no son los únicos torturados
en esta hora patria. Es más, los que lean estas líneas es muy probable que lo
hagan desde la libertad, no desde una mazmorra (que no sé si habrán pisado).
Pero si de torturas se trata, hay un sistema de terror que va comiendo a toda
la población, extrayéndole el alma y chupándole los huesos. Hay torturas a
domicilio y a la carta. La muerte visita los barrios con pasamontañas y
uniformes. Y las comunidades viven con el terror de qué van a comer, dónde van
a trabajar, qué van a hacer si alguno de los suyos se enferma o si la FAES va a
aparecerse por el barrio porque a los vecinos se les ocurrió protestar por el gas.
Sin saber dónde están parados, porque no hay medios de información y, cuando
aparece un político de oposición, no se sabe qué tipo de “verdad” le está
ofreciendo.
Así que, cuando me dicen qué de malo hay en que unos
diputados y afines vayan a un juego de béisbol de las grandes ligas, es que no
saben dónde están parados, ni de qué se trata la hora que vive el país. Si para
poder airearse un poco de la contaminada atmósfera política venezolana deben
incurrir en gastos suntuosos, en costosos deslices de las pasiones, o en
recostarse de los amigos y contactos que solo goza un político, creo que su
lugar es otro. La gente que tarda un mes para ganar dos dólares tiene todo el
derecho de sentirse insultada por quienes dicen estar resteados y embarrados
con el lodo que sufre la gente. Se puede respirar otros aires con algo más de
sobriedad y no con impulsos de adolescentes. Si el sistema venezolano fuera
aristocrático, pues la gente aceptaría que sus líderes pudiesen permitirse
lujos en el campo de “batalla”. Pero no lo es. Y en la sociedad de la imagen,
estas se deben cuidar del “enemigo”. Porque hablamos de “enemigos”, no de
“adversarios”. Buscan someter y eliminar, no convencer. Son
como un ejército de ocupación, con sus espías y delatores. Y si una fotografía ahorra
una bala, van a usar la fotografía, no por la vida, sino para cuidar la bala.
Así que para airearse está el Central Park o una caminata citadina, entre la
gente, como un mortal más. Hasta una conversación amena y cordial tiene efectos
terapéuticos… Por esto digo que hace falta espartanos, definitivamente.
Porque ya en tiempos del difunto presidente, mientras
la sociedad en general (mea culpa los que así lo hicieron) y el estamento
político de oposición se iba en diciembre de vacaciones, en búsqueda de Ponce
de León y de la fuente de la eterna juventud, el régimen aprovechaba ese par de
meses para reorganizarse, si había habido un revés electoral, o planificar la
siguiente jugada, aprovechando la ausencia. En ese sentido funcionaba la
disciplina castrense, en orden de batalla. Y ni mencionar la forma meticulosa,
por ejemplo, que un Fidel Castro manejaba su imagen: se le vio paseando con
Chávez, no es conocido o difundido que lo hiciera con cualquier otro. Menos que
se dedicara a pasear por Nueva York cuando estuvo en Naciones Unidas. Y ahí
está “Pepe” Mujica: su imagen fue coherente a la sobriedad que promulgaba en el
poder.
Los antiguos espartanos fueron famosos por su
preparación para la guerra. Cuestión por la que yo prefiero y admiro más a
Atenas, no porque no tuviera buenos guerreros y una excelente flota, sino por
el cultivo de las artes, la filosofía y hasta la política. Pero el espartano,
en esa preparación, a lo largo de su infancia y adolescencia , era
entrenado para sufrir sin desmedro las inclemencias del tiempo y las
situaciones. Una forma de vencer las pasiones internas, inclusive, dentro de
esa lógica militar.
No estamos en un momento de guerra. Al menos no en una
guerra convencional (porque tratan a cualquier opositor, político o no, como
“enemigo interno”). Pero sí hace falta dirigentes que sientan el vértigo de la
historia. Y entiendan que no se puede estar de juegos, menos si son públicos y
escandalosos. Lo decía Julio César para justificar su divorcio de Pompeya, a la
que se le señalaba de infidelidad sin que dar muestras de haberse esforzado en
humillarla y probarlo: la mujer del César no solo debe ser honesta, sino debe
parecerlo.
Cuando en el siglo XVI la Armada cristiana abandonó los
puertos italianos para adentrarse por mares plagados de enemigos, buscando
sorprender a la Armada turca, en la conocida guerra de Lepanto, todos los
tripulantes se comprometieron en sobrellevar a bordo una vida austera. Lo
meritorio del asunto no fue el que se confesaran los católicos, sino que
evitaran los vicios. No nos imaginemos los vicios evitar ver pornografía o
cuestiones parecidas. Puede que incluyese los comentarios soases. Lo que pare
ellos implicó su compromiso interior con aquella hora fue su vida de piedad y
no caer en los juegos de envite y azar, con la que las horas pudiesen ser más
amenas. Era una empresa espiritual y así debía enfrentarse.
Es cierto que la cristiandad oró en aquel momento por
aquellos hombres de armas y de mar. El Papa los encomendó a la santísima Virgen
María. Pero la Providencia también se manifestó en ese compromiso, cuando en la
madrugada del 7 de octubre de 1571 destrozaron la poderosa flota otomana que
estaba por lanzarse sobre Europa.
Europa se salvó de quedar dominada no solo por un
Imperio ajeno a sus raíces, sino con una cultura totalmente opuesta. Que los
cristianos europeos quedasen sojuzgados a otro poder religioso, que los
considerase como extranjeros en su propio suelo. Que valores tales como el
conocimiento, la ciencia o la cultura, el trato menos desigual hacia la mujer
que, por sus propias luchas, culminara siglos después en la conquista de sus
derechos, la reflexión que terminó engendrando el reconocimiento de los
Derechos Humanos, la misma democracia occidental y sus instituciones o el
Estado laico, todo eso pudiese haberse perdido. Además de la pregunta de cómo
todo esto hubiese influido en América.
Los políticos hablan de sus riesgos. Es cierto que
existen casos como los del concejal Fernando Albán, hombre excepcional según
relatan personas que lo conocieron, o el de Edmundo “Pipo” Rada. También se le
recuerda a los apologistas de la política que, además de las vicisitudes de la gente,
si por ponernos a llenar una base de datos sobre perseguidos, torturados y
amenazados de muerte, en Lara hemos tenido un grupo significativo… y no vamos
usando sus nombres como chapas para presentar nuestra labor. Menciono 3 casos
actuales, porque se encuentran en el ojo del huracán y hay un interés en elevar
la denuncia, para que se tomen medidas para que sea protegida su integridad y
la de su familia: Alcides Pérez, José Romero y Omar Escalona.
Necesitamos espartanos: hombres y mujeres que sean capaces
de sentir el vértigo de la historia. Aunque lo hagan dotados de verbo y de
razón, despojados de la disuasión de cualquier otra arma que usan los
desesperados.
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