EN BUSCA DE UN SISTEMA
Escribo
una vez más en la oscuridad. Solo que la oscuridad física, esa que es producto
de la falta de inversión y mantenimiento del sistema eléctrico nacional, sirve
de símbolo y metáfora de la oscuridad en Venezuela, que pareciera querer
propagarse como mancha bituminosa de petróleo por el resto del continente.
¿La espada de Bolívar “camina” por el continente?
Si bien
los alardes del Régimen suelen rayar en bravuconadas, sería inocente no
considerar la actual situación como un plan premeditado y calculado, teniendo
en cuenta tiempos electorales y errores políticos. Condiciones objetivas y
frustración sin canales para drenar y, mucho menos, para incidir. Es cierto que
ha habido importantes manifestaciones en contra de comentarios y manejos en Puerto
Rico, que llevaron a que el gobernador y su equipo dimitiesen. Pero algo
pasó en Perú. Luego se convulsionó la sociedad ecuatoriana. Hubo
elecciones con toda la apariencia de amañadas en Bolivia (¿por qué
Evo, que no acató la decisión del referéndum que negó la modificación de la
reelección en Bolivia, iba a aceptar perder unas elecciones, cuando ha contado
con la solidaridad y asesoramiento de la experiencia venezolana, amigos
incondicionales y maestra en estas lides?). Era más que esperada la derrota de Macri
en Argentina. Y Chile está conmoviéndose en sus fundamentos… Se
salva Brasil, por lo que todavía se debe aclarar si el incidente del
derrame petrolero del tanquero griego, que provenía de Venezuela, fue un
accidente, sin negar a priori la posibilidad de intencionalidad. Las playas
brasileñas son una importante atracción turística y seguro que una sustanciosa
fuente de divisas para dicho país. Si no les importa a los de Venezuela la
salud ecológica del planeta, por lo que están arrasando el Amazonas con el llamado
Arco Minero del Orinoco ¿por qué les va a importar unos cuantos “pececitos”?
Es cierto
que no todo puede tratarse de un complot, más cuando parecía que estaba de capa
caída el Foro de São Paulo. Pero tampoco pareciera plausible creer que
los partidos radicales de izquierda y de extrema izquierda hayan olvidado sus
viejas mañas y aspiraciones. Es dogma para ellos la creencia en el fatalismo
del sistema capitalista en base a sus propias contradicciones intrínsecas y
consustanciales a dicho sistema. La misma aspiración cubana de exportar la
revolución, aun con ropajes de teología de la liberación, una forma bastante
obtusa de dejarse manipular ideológicamente (me refiero a los teólogos que,
supuestamente, sabían qué estaban escribiendo).
Pero la
máquina de dinero, que podía mover esto, era Venezuela. Se dice que Hugo
Chávez estuvo planificando el golpe militar del 4 de febrero de 1992 a lo
largo de unos cuantos años (¿15? ¿20 años?) ¿Por qué no considerar que, durante
ese tiempo y el que estuvo en la presidencia, no estuvo pensando en expandirse
por los medios que fueran? ¿Por qué no pensar que todas esas giras y dádivas
eran solo la cara visible de algo que se escondía más a fondo? ¿Acaso no era
una manera muy suya de emular la hazaña bolivariana, como sentirse otro Simón
Bolívar liberando América Latina? Porque es difícil considerar capaces de urdir
un plan de este tamaño al grupo de ineptos (con alguna excepción) que dirigen
los destinos del país. Los nexos con la guerrilla colombiana y los radicales islámicos
no tenían que ser solo por afinidad, sino por ambición… sin olvidar a Cuba.
Lo cierto
es que hay toda una orquestación, que no cede, que está más allá del
convencimiento ideológico de un tamaño plan. Pero, por supuesto, resulta
fascinante, para quienes han estado detrás del diseño, el poder manejar las
emociones y conductas con una habilidad tal que la hace digna de una mención a
la experimentación social. Razones no muy profundas sino básicas, como era la
estrategia de Guzmán Blanco de manejar las pasiones más que las razones, y que
Hugo Chávez lo supo usar a su antojo… Por lo que no dudo que estamos
asistiendo a las exequias de la distopía marxista.
El deus ex-machina de la Revolución
Puede que
tardemos algunos años, a lo sumo un par de décadas, sin los disparates
continentales tuvieran éxito (que es mucho tiempo, para la vida de los
mortales, si bien no tanto para la totalidad de la historia), pero si este
experimento lo está llevando adelante radicales de izquierda, deben ser de una
raza distinta como para no sucumbir al desastre que se vive en Venezuela. O
sea, en caso de que sus planes se lleven a cabo, en un tiempo más corto que el
de Venezuela, pues no se tiene el bombeo petrolero, la nave de la utopía
socialista, me refiero a esa que se decanta con convencimiento en cualquier
tipo de totalitarismo, comenzará a hacer agua… Las sociedades desiguales pero
pujantes, al pasar a un sistema controlado, déspota y corrupto, se debilitarán
haciendo de la pobreza su denominador común para la gran masa ciudadana, sin
piso para mantener el privilegio de las élites en el poder. Y, tocando fondo,
no podrán mirar a los lados y echar con persuasión la culpa a los imperios de
todos los tiempos, de las propias calamidades que tienen el sello propio.
Para esto es necesario, como lo he expresado en más de una ocasión, liberar a la justicia del secuestro de la izquierda radical
Este
sombrío panorama debe, sin embargo, sortear una trampa. Una trampa que debe
sortear toda la sociedad, más allá de los propios intereses o las posturas
políticas que vayan a quedar en pie. No se trata del triunfo del mercado como
ideología, eso que se llama capitalismo. No en cuanto a sistema económico sino
como la regla que rige las relaciones políticas y sociales en su conjunto. O
sea, yo no dudo de la sanidad del mercado y de un mercado lo más libre posible.
Pero discrepo que se considere al Estado, por calamitoso que pueda ser, a verse
amordazado de actuar con la lucidez de análisis previos y transparentes. Creo
que un margen de oscilación debe haber en el juego político, más si vamos a
llamarlo “democracia”. Creo en los diagnósticos que anteceden a los
tratamientos, bien que toda la sociedad debe estar lo más al tanto posible de
cualquier implicación. Por lo que, una sociedad que quiera mantenerse en pie,
debe cultivar una educación crítica, no doctrinaria ni ideologizante, y una
responsabilidad solidaria aunque diferenciada, como para actuar y ser
vigilantes como ciudadanos.
Para esto
es necesario, como lo he expresado en más de una ocasión, liberar a la justicia
del secuestro de la izquierda radical. Optar por la justicia no puede transformarse en
sinónimo de enrolarse con pensamientos beligerantes, extremistas y dogmáticos
de la izquierda más radical y combativa, la que no duda en expresarse en lucha
de clases y tácticas guerrilleras con el resto de la sociedad como el enemigo a
someter. Para ello hay que entender muy bien sus cadenas ideológicas, que
sitúan a esta dentro de un escenario convenientemente elaborado. O sea, la
justicia, que viene ligada a la igualdad (no siempre a la equidad, en sus
propuestas), es la consecuencia de las fuerzas históricas de opresión entre las
clases, donde unos privilegiados han fundado sus privilegios sobre la miseria
social. Como se trata de fuerzas históricas, habría que pensar de inmediato en
Zeus y los titanes: hay que doblegarlos hasta que queden atrapados en el
Tártaro para toda la eternidad. La lucha es, por lo tanto, épica, como las
tragedias griegas.
Tal
planteamiento, en una concepción que ha eliminado la categoría de Dios para
cualquier explicación o planteamiento, es liberarse de los condicionamientos
sociales (que suena a conductismo) que permitiesen al ser humano relacionarse
entre sí y con la naturaleza sin la ambición del poder y dominio (que se
obtienen por el control de los medios de producción y el control ideológico de
la sociedad) ¡Perfecto! Para decirlo en términos míticos, puesto que dentro de
la mitología nos encontramos, es volver a la inocencia original. En términos
teológicos, volver al estado de gracia antes del primer pecado, por el que
entró la maldad en el mundo y en la historia… Cuestión que, supongo, no
convenza a ningún teólogo, pero tampoco creo que habrá algún psicólogo que
considere que las fuerzas internas que emergen de la naturaleza humana, del
inconsciente, esas que teorizó Freud como Eros y Tánatos,
vayan a perder vigencia… Un mundo sin maldad ni psicópatas, donde la
criminalística servirá para asesorar a guionistas de cine en su encomiable
tarea entretener a las aburridas masas.
Ciertamente
que raya en lo ridículo ciertas concepciones. Pero, para expresarlo
teológicamente, considerando a la teología no como una ideología sino, para el
creyente, una forma de expresar una realidad más profunda, tal cosa implica la
negación del pecado original y sus consecuencias. Estoy de acuerdo que hago
alusión a un mito, pero que Karl Rahner calificaba de histórico: no es
un símbolo, sino que, expresado en dichas categorías, quiere señalar tanto un
inicio, en algún momento, como también un presente. O sea, la inclinación al
mal es una constante posibilidad, y a veces fascinación, para el ser humano.
Esto último es constatable sin necesidad de mayores pruebas. Lo que pretendo
decir es que la teología y, por lo tanto, cualquier creyente coherente con su
Fe, no va a tragarse el exabrupto que el mal puede superarse definitivamente en
esta vida, sin otra razón que porque sí. Puesto que ningún sistema va a ser,
por sí mismo, inmaculado. No se predica de la Iglesia el que sea inmaculada (sí
se dice que santa, pero por la presencia del Espíritu Santo, especialmente en
sus sacramentos), menos en relación con cualquier sistema político.
…está la suplantación que el Estado hace del lugar exclusivo de Dios…
Pero,
dentro de este florilegio de ingenuidades, está la suplantación que el Estado
hace del lugar exclusivo de Dios. O sea, el que un no creyente niegue la
existencia de Dios es algo comprensible, por más que en mi caso sea creyente y
sostenga lo contrario. Es que Dios rehúye cualquier constatación empírica o
positivista como medida para probar su existencia. Así que, para alguien que
solo considere como verdadero lo que puede probarse por este medio, la
existencia de Dios es más que discutible. Y la del amor, la libertad y tantas
otras, pues el método experimental es riguroso y no concede facilidades… pero
la gente prefiere sorber el café sin dudar que sea café antes de probarlo, o
añadirle azúcar sin hacer pasar a cada grano por un protocolo exhaustivo, para
asegurarse que no contiene cianuro, antes de disolverlo. Así que la vida está
repleta de pequeños actos fe, por más que algunos no consigan llegar al
definitivo.
Lo
curioso y contradictorio no es que se niegue la existencia de Dios, sino que,
en vez de sucumbir a un lógico escepticismo, el Estado es propuesto como su
reemplazo. Él sí va a conseguir lo que el Dios predicado por los cristianos no
ha conseguido. O la razón racionalista de la Ilustración y la Revolución
francesa. Puede que el futuro auspiciado sea el de una especie de fraternidad…
que muere y nace, sin eternidad. Pero el Estado es el que, en la actualidad,
según la propuesta marxista, se ocupa de ordenar y corregir los desmanes de la
ambición capitalista y cualquier otra distorsión humana. De hecho, por ejemplo,
la propiedad común desplaza a la propiedad privada. Ya todo es de todos. Pero
¿quién lo va a administrar en nombre de todos y, por lo tanto, con la máxima
justicia? El Estado.
Como si
fuera un artilugio medieval, el Estado es movido por siniestros enanillos que
maniobran entre las escondidas estructuras para el asombro de los visitantes de
la feria. Se alude a él como si se tratase de un ser dotado de autonomía, ajeno
a la condición humana, e infalible, por supuesto. Alguien ante quien todos
somos iguales, y de esa forma va a fallar con justicia y sin inclinación. El
sueño de justicia una vez por todas realizado. Por lo menos hasta que se
inventó la inteligencia artificial y la fantasía de la ciencia ficción
considera delegar estas funciones a la máquina.
Dejar atrás el mundo mitológico
nos debe llevar a una concepción más modesta y dinámica
La falla,
por supuesto, es dejar por fuera de la ecuación el elemento humano (que también
participaría en la programación de un sustituto cibernético). El artefacto se
mueve porque hay hombres, es decir, seres humanos, que mueven las palancas para
que tal cosa camine. El divino estado descubre su auténtico rostro como el de
un ídolo de la antigüedad: “Plata y oro son sus ídolos, obra de mano de
hombre. Tienen boca y no hablan, tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen,
tienen nariz y no huelen. Tienen manos y no palpan, tienen pies y no caminan,
ni un solo susurro en su garganta. Como ellos serán los que los hacen, cuantos
en ellos ponen su confianza.” (Salmo 115, 4–8).
Dejar
atrás el mundo mitológico nos debe llevar a una concepción más modesta y
dinámica. Las etapas de la historia, excepto que nos refiramos a los avances
científico y tecnológicos, no están superados una vez para siempre. Cada
generación debe ser garante de su opción por el bien y por la convivencia. Las
instituciones no aseguran de antemano la pulcritud de la rendición de cuentas a
futuro. Nadie puede aspirar a una situación beatifica aquí en la tierra. Ni
el creyente ni el no creyente. Lo cual no niega ni el progreso ni el deseo
y esfuerzo por una vida digna.
...
Esa
especie de situación de equilibrio inestable, como postula la física
para ciertas situaciones, donde hay un juego de balanzas y contrabalanzas, está
por descubrirse. De momento intentemos liberar a la justicia de su secuestro,
como para poder desprendernos de totalitarismos decimonónicos. El resto está
por hacerse.
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