LA GUERRA FRÍGIDA


 “La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”.



No se me ocurre otro título… o se me ocurren varios. La cosa es que he querido jugar con el término “guerra fría”. Pude poner “la guerra frigia” o la “guerra friita” (diminutivo de frío) o, tomando en cuenta como nos tiene, la “guerra frita”.

El título, aunque parezca contradictorio, es un homenaje a la frase de Karl Marx, en el 18 Brumario de Luis Bonaparte: “La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”.

Estamos enfrentando un remix de la Guerra fría, como si fueran las legendarias “guerras de minitecas”, que enfrentaba a los DJ’s de los años ochenta en el Poliedro de Caracas… solo que uno de los bloques no se ha enterado. Desde que se pretendió internacionalizarse la Revolución bolivariana, sucedáneo de la Revolución cubana, con un formato de baja calidad, pero mucha elocuencia, fue un error considerar que los métodos violentos habían sido enterrados como el hacha de la guerra. En realidad, la izquierda, o más específicamente la extrema izquierda (para suponer que hay una izquierda auténticamente democrática y en busca de su identidad propia), considera que todos los métodos son válidos, pues la derecha burguesa, capitalista y apátrida debe ser barrida en nombre de la justicia… es decir, de la Revolución.

Es necesario, sin embargo, tomar en consideración que estamos ante un planteamiento religioso y hasta maniqueísta, si no fuera porque para mucho de sus militantes, que les entalla mejor la palabra “secuaces”, no es sino una forma de obtener el botín… perdón, el poder. O sea, no es ideología, porque es religión que hay que creer a pie juntillas… y no es religión porque al final es coartada para delinquir. En nombre de derrotar a los demonios cualquier método les es válido, parecen decir, tal como un delincuente puede creer que cualquier método para obtener una ganancia es válido, sin detenerse en consideraciones éticas o morales. Así como lo que detiene a un delincuente, sobre todo si no ha subido de escalafón en la criminalidad, es el temor al brazo punitivo de la Ley o a la impericia por carecer de la experiencia como para lograr cosas bien fuera del ámbito de su competencia… así parece que pudiese ocurrir con quienes se mueven a sus anchas en el mar de la impunidad.

En nombre de derrotar a los demonios cualquier método les es válido, parecen decir…

Está claro que con el ensayo que ha tenido el gobierno “bolivariano” en este último año, puede suponer que los países de la región no van a hacer otra cosa que usar la diplomacia, con declaraciones más o menos altisonantes, además de recibir migrantes. El gobierno de Estados Unidos, el más peligroso, puede apretar la tuerca de sanciones, pero no ve que vaya a usar la fuerza militar. Y las sanciones actuales tienen la marca de Trump, casi como una patente, por lo que un impeachment y las próximas elecciones las pondrían en jaque junto con el actual inquilino de la Casa Blanca.

Así que es posible avanzar a un siguiente grado de confrontación-defensa, que es desordenar el patio interior de los países de la región. Por un lado, es una manera de reaccionar a las provocaciones de grupos como el de Lima y, por otro, al deseo de expandir la Revolución por vías distintas a la elocuencia de un Hugo Rafael o un Fidel, quienes quizás vislumbraron, anhelaron y prepararon en algo este escenario.

Pero se debe hacer una distinción quirúrgica en lo que está pasando, para no cegarnos al ver el bosque y despistarnos sobre las especies de árboles. Y viceversa. No simplemente porque el sistema capitalista tenga contradicciones intrínsecas que acabarían con él, como predica el marxismo, sino por la falta de canalización y satisfacciones de necesidades transformadas en frustración y protesta. Es decir, es captando ese descontento como los partidos revoltosos de izquierda han engrosado las filas de quienes, por convencimiento o manipulación, descargan el ariete de la Revolución contra la fortaleza del status quo burgués, según su manera de clasificar la democracia liberal.

Cuestión delicada, pues en partidos comunistas pretenden que protestas por cuestiones puntuales trasciendan en un movimiento social que revierta las estructuras. Como el británico, según dice Douglas Hyde en el libro “Compromiso y liderazgo, lo que puede aprender un católico de los comunistas”, donde detalla una protesta por la falta de carbón durante el invierno la cual pretendía ser un detonante de un movimiento insurreccional mayor, y no la reivindicación que fue, que empoderó a los vecinos de algún barrio londinense con el evidente júbilo y cohesión que significó haber conseguido lo que reclamaban… O como Mao Zedong (Mao Tze Tung) hizo con los campesinos en las montañas de Jinggang (al sudeste de China) en 1927, donde le tocó esconderse al caudillo rojo. Los campesinos, que no eran dueños de tierras sino simples labriegos y arrendatarios que huían de la cárcel al no alcanzar para pagar deudas e impuestos terminaron por formar bandas se saqueadores contra los funcionarios y la burguesía rural de la zona. Mao les dio orientación política al movimiento, de forma que engrosaran el ejército rojo, y, una vez en el poder, la esperanza de ser dueños de su propia tierra terminó se calificó como aspiraciones pequeño-burguesas, por lo que terminó convirtiéndose en humo…

Asuntos que hace que se sospeche de cierta pasividad en dichas organizaciones, pues, como advertía Julio Jiménez “Coco” Gédler, van infiltrando las estructuras… total, el tiempo no existe si los individuos tampoco. Solo existe la Revolución. Ese es el continuum… todo lo demás es pasajero.

Aquellos Derechos Humanos Económicos, Sociales y Culturales, pacifismo y otros derroteros…

En efecto, sea por afinidad ideológica, cosa obvia, o para hacerle la vida imposible a otros países, el impulso de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales es algo que fue más que cercano a los países de corte socialista y soviético. Al final estos justificaban en algo el propio sistema, pues era la razón por la que limitaban (o eliminaban) las libertades individuales inherentes a los Derechos Políticos y Civiles. Así como este grupo de países no suscribió el pacto de los Derechos Políticos y Civiles del año 1966, tampoco Estados Unidos, por ejemplo, suscribió el de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales ese mismo año.

Una curiosidad resulta del hecho que los partidos de izquierda, en la última mitad del siglo XX, promovían desde occidente el desarme del mundo occidental en nombre del pacifismo. Parece que la referencia a los países socialistas del bloque soviético fue inexistente, a la hora de exigir lo mismo. Alguno ha presentado la hipótesis de encontrarnos ante un sutil movimiento de rendición, pues si Estados Unidos y Europa se desarmara por presión ciudadana (la democracia como arma en las manos equivocadas), la desventaja la haría más vulnerable ante cualquier conflagración entre los bloques de entonces.

Claro que gran parte de esta lógica acabó en el 1991. Se cayó en el falso supuesto del fin de la historia y la capitulación ante la fuerza del mercado globalizado, con rasgos neoliberales.
Pero con la caída del muro de Berlín, la unión de las dos Alemanias y el derrumbe de la Unión Soviética, lo que pasó es que Occidente se desmovilizó. La falta de enfrentar a un temible enemigo generó un vacío de sentido de sentido. En su lugar aparecieron los deportes y experiencias extremas. El lugar del dolor y el sacrificio, por un lado, quiso expulsarse del nuevo paraíso. Por otro, hubo que introducirlos con artificio a través de experiencias iniciáticas, como toda la corriente del tatoo.
Para los únicos que pareció haberse terminado la historia (Fukuyama) fue para los grandes grupos de poder occidentales. Si bien la izquierda se quedó sin referencia ni identidad, y parte de la catástrofe actual tiene que ver con búsquedas anacrónicas, el liberalismo ¡oh, absurdo! se mutó en conservadurismo. Bien es cierto que hay valores que pueden ser tradicionales o conservadores, hasta cierto punto. Y no de antemano malo, como si en la religión de la mutación, toda referencia a lo anterior fuese herejía. Pero el tema de la libertad, inherente al liberalismo político, mermó hasta dejarlo en condición de orfandad. Pues el tema de la libertad, si no se pretende recluirlo en una celda de palabras bonitas, tiene que ver con ejercicios fundamentales y cotidianos, que occidente dice haber defendido (y esto en lugar de la versión de la historia proclamada como real y única, luego de retirarse de debatir en el campo de batalla de las ideas, que occidente no se había equivocado en su pretensión civilizatoria sobre el mundo, pues nunca había existido, sino que sus intereses siempre fueron de corte colonialista, ligados únicamente a la expoliación de los pueblos dominados).

En esta retirada ocurre otra transmutación: la izquierda, más aquella que nunca abandonó su aspiración de subvertir al mundo, se apropió de la defensa de los derechos individuales. Esa verdad de las sociedades liberales, sustentada sobre la libertad individual, ante la prepotencia del Estado y las Iglesias (cuando se consideró que su poder se imponía sobre las libertades individuales), terminó vaciándose en moldes no de reivindicación, sino de materialismo dialéctico. Por lo que la propuesta del arrepentido Gramsci (pues, por un lado, sufrió las consecuencias de la agudeza de su marxismo cultural, aunque terminó, según se dice, pidiendo confesión ante la inminencia de su muerte en prisión) ha sido atinada y letal. Cualquier reivindicación, que implica, por supuesto, una lucha, termina siendo comprendida entre una lucha entre opuestos, entre explotadores y explotados, que debe concluirse cuando la historia entre en una nueva fase una vez que los explotados se establezcan en el poder.

Si bien es imposible negar las contradicciones en cualquier sociedad (para el cristianismo el tema del pecado original hace que, como dijese san Pablo en la carta a los Romanos 3,23, “todos pecaron”), la separación en dos bloques, con una comprensión de los conflictos reducida a unos cuantos factores y donde se reedita tanto la guerra como la partera de la historia, en palabras de Marx, es de una simplificación espeluznante. O la guerra como padre de todas las cosas, según el griego Heráclito. Una visión maniquea y simplona, en la que unos son buenos y predestinados, y los otros son malos por naturaleza y sin compón, puede servir para dos cosas: uno, para enseñar a las masas a pensar en blanco y negro y no a color; dos, para usar el esquema como plantilla para analizar las situaciones, de manera simplificada, pero donde se destaca lo contradictorio (o una parte de lo contradictorio referido a lo económico e ideológico), como para diseñar estrategias demoledores sin piedad de quienes se sitúen en la acera contraria.

Esta América Latina

Las protestas y reivindicaciones sociales y hasta políticas pueden tener un sustrato propio y, por lo tanto, ser del todo válidas en sus aspiraciones y no solo legítimas en su expresión. Lo cual no significa que no puedan ser instrumentalizadas por ciertos grupos para producir el caos, como por medio de actos vandálicos, pues en este caldo se cuece lo más cercano a una subversión. El problema de fondo es que no siempre las legítimas reivindicaciones, algunas o muchas relacionadas con Derechos Humanos vulnerados, consiguen canalizarse dentro del Estado de Derecho. Si a esto se le suma cierto nivel de organización y violencia, pudiesen asemejar algunas acciones a escaramuzas que van más allá de la protesta ciudadana y se acercan a movimientos con estructuración cuasi militar, con una cadena de mando vertical, como los partidos stanlinistas, que se enfrentan a enemigos que hay que derrotar por formas no convencionales. Por lo tanto, diferenciados al menos por los posibles objetivos…

El dilema para muchos gobiernos va a estar en cómo hacer frente a estos movimientos. Porque la tentación pudiese ser la de pretender acabar con ellos. Y que las pasiones sean las que guíen las acciones. Como la frase dicha por Nicolás Maduro, “candelita que se prenda, candelita que se apaga”. Pero los gobiernos de la región no pueden ser Maduro. Ni siquiera pueden ser la versión de derechas de Nicolás Maduro. Tienen que diferenciarse con toda elocuencia y elegancia, incluso dentro de las expresiones rituales del poder.

Pero los gobiernos de la región no pueden ser Maduro

Así que, unos gobiernos con estabilidad y crecimiento económico no han aprovechado para reducir la brecha social y su malestar. No han sabido o podido interpretar los objetivos comunes que como sociedad han debido trazarse (no como diseñados por unos para el cumplimiento de otros, que están en la base de la pirámide social). Por lo cual están viviendo un pase de factura. Pero se enfrentan también con el dilema de cómo calificar con lucidez lo que está pasando, pudiendo diferenciar y aislar los factores de perturbación externos a los conflictos mismos, que pretenden escalarlos y no solucionarlos. Porque una violencia institucionalizada, por fuera de cualquier regulación dentro del marco de los protocolos y estándares internacionales, solo puede llevar a una pérdida de la racionalidad para el encuentro y diálogo y a una exacerbación de las pasiones, que siempre son polarizantes en el ser humano.

Seguramente necesiten los gobiernos tener una base legal y adecuada en relación con posibles elementos perturbadores, con el desafío de generar el apoyo mayoritario de la sociedad. Esto es, no como una manera de sofocar la protesta legítima sino de evitar su manipulación. Y todo esto respetando los estándares internacionales de Derechos Humanos, que se vuelva hacia ellos como una de las trampas de la extrema izquierda, y el derecho de los pueblos de decidir su destino.
No está demás considerar, a partir de esto, y suponiendo que deba resolverse con los cuerpos de seguridad entrenados para estos menesteres, en la manera de hacerlo: los protocolos y esas otras cosas, para no actuar de extrema como si se tratase de un conflicto armado, pero sin rayar en una ingenuidad de novela.



Iniciaba recordando la frase de Marx que decía “La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”. Estamos claramente ante la segunda, la parodia, por anacrónica. Urge liberar a la justicia de sus secuestradores de izquierda. Valga para decir, hay que refundar los partidos de izquierda, pero sin Karl Marx, para que se ocupen de la justicia y las diferencias de clase, esas brechas entre unos con mucho y otros sin nada, sin el corsé del materialismo dialéctico y la épica de la Revolución cubana. Esto con la suficiente racionalidad como para crear relaciones dinámicas entre el individuo y la colectividad, entre la libertad y la igualdad, entre el éxito y las políticas de promoción de los más desfavorecidos, entre la libertad de mercado y unas mínimos y lógicos límites ante excesos por todos reconocidos…

Hace tiempo quise asomarme un poco hacia el pensamiento de Francisco, el Papa. Me preguntaba por la influencia que había podido tener en él la teología de la liberación y los supuestos marxistas de la misma (que no creo que sean muchos, si acaso alguno, a nivel bibliográfico, que la práctica, esa que se llama praxis, puede variar muchísimo). Y, además de la teología del pueblo, que tiene otras variantes distintas a la teología de la liberación por fuera de Argentina, descubría la gran influencia de Romano Guardini, el afamado teólogo alemán. De haberle dejado hacer su tesis, Mario Bergoglio la hubiera hecho sobre la dialéctica en Romano Guardini ¿a qué quería referirse? A que en la vida concreta siempre hay tensiones y oposiciones. Es decir, la vida es dinámica con situaciones de conflicto, sea personal o social, que siempre deben buscar resolverse. Esa es la vida. La desaparición de esta acarrearía la muerte.

De allí lo absurdo de la pretensión marxista de superar el conflicto en una sociedad sin clases. Como también es absurdo que una sociedad capitalista se niegue a plantearse los conflictos sociales que puedan existir en ellas, se deban o no a su propia dinámica.

La vida es dinámica con situaciones de conflicto, sea personal o social, que siempre deben buscar resolverse

La utopía ha muerto. Queda el cielo prometido y el esfuerzo por un presente no libre de tensiones, pero sí más adecuado a la dignidad humana. La utopía es adquisición paralizante, en su propuesta. Sea como se la quiera imaginar. El jardín de las delicias de El Bosco (Bosch). Pero la vida es otra cosa, se la asuma desde el vitalismo, desde el raciovitalismo o la concepción cristiana.

Solo espero que América Latina no llegue tarde a la cita con la historia.



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