LA TRAMPA



Idear una especie de corredor para atrapar al rabipelado (la zarigüeya) que me comía las piñas. Esa fue mi experiencia como cultivador de ananás y cazador con cepo, durante el año que viví de novicio en las afueras de la ciudad andina de Mérida. Era un pequeño trozo de tierra, quizás demasiado grande para mí, desde donde podía contemplar las 5 águilas blancas (los picos nevados de la cordillera andina, que allí alcanzan en Venezuela su máxima altura.

Disponía la carnada, un jugoso trozo de piña sin esos asquerosos olores humanos para el olfato de este mamífero. Pero debía conseguir que el animal entrara por un único pasadizo, con puyúas (que pinchan) hojas de piñas a los lados. De esta forma tenía la seguridad que se pudiese disparar la trampa… si no quería fallar en mi propósito… propósito que no era matar a un curioso animal, con bolsa para llevar sus crías, como los canguros, sino salvar las piñas. Por cierto, que los campesinos de la zona sí harían un banquete con la carne de este espécimen.

Pero quien lee a Sun Tzu, en el Arte de la Guerra, o se asoma a la historia de las estrategias militares, sea en la batalla de Aljubarroba, puede ver realidades semejantes. En este caso un reducido contingente militar lusitano hizo trizas a la poderosa fuerza española. Habían estado marchando a paso forzado desde algún lugar de España. Se puede comprender que esto, en pleno mes de agosto y bajo un sol inclemente, hacía de los metálicos uniformes un aliado de los portugueses. El 14 de agosto de 1385 ocurrió la carnicería: caían a tal velocidad los españoles prisioneros, en número con sostenido ascenso, que el reducido grupo portugués prefería matarlos a custodiarlos. Pero cualquiera de las batallas básicamente planificadas, sabe el sentido práctico de las sentencias del sabio chino: un buen general seleccionará el campo de batalla donde considere enfrentar a su enemigo.
Si puedes averiguar los planes de tus adversarios, aprovéchate del terreno y haz maniobrar al enemigo de manera que se encuentre indefenso; en este caso, ni siquiera un gran territorio puede reunir suficientes tropas para detenerte.[1]


Sobre asuntos más “prácticos”

Pero ocupémonos de otro asunto.

Las perspectivas del futuro próximo venezolano son confusas. Tanto que vaticinar cómo pueda superarse la actual crisis parecería algo propio de nigromantes. Sea el panorama interno como el externo, es incierto. Hay una especie de parálisis, de punto muerto, si bien puede evaluarse como un equilibrio de fuerzas contrarias, que puede favorecer a quien le tema menos al tiempo, por retener el poder. Por lo que la confluencia, esa que debería existir en toda negociación “civilizada”, corresponde, a mi modo de ver, a convenientes coincidencias aprovechables por la astucia inescrupulosa que ha caracterizado a este Régimen.

Como digo, el régimen no solo no le importa esperar, sino que su espera no es pasiva. Sus tentáculos se mueven con sigilo sin que se percate la vista. Sea su intención de aupar y aprovechar las crisis de los vecinos, como realizar el sueño cubano de exportar la revolución. La diplomacia de la isla, curtida en años de Guerra fría y otras vicisitudes, va enhebrando solidaridades, como esas que permitieron a Venezuela sentarse en el Consejo de DDHH de las Naciones Unidas. O la abrumadora votación de los países miembros que condena el bloqueo norteamericano al paraíso comunista, sin el más mínimo asomo de cuanto tiene que ver la isla con la tragedia venezolana… y quien sabe si en otras partes. Venezuela distrae y una mano invisible alinea a los países No-Alineados.

En todo esto ha habido una confluencia en renovar la junta directiva del Consejo Nacional Electoral (CNE). Puede que se celebre como un logro de los diálogos entre oposición y gobierno, promovidos por Oslo. Lo que no existe claridad es si dicho órgano pueda servir para unas eventuales elecciones presidenciales o para encargar el epitafio a esta Asamblea Nacional luego de celebrarse unas elecciones parlamentarias.

Si debe ser un CNE que represente a todas las partes y, por eso debe tener credibilidad, es obvio que tiene que ser escogido por todas las partes. Y no porque interese tanto complacer al gobierno, si la caracterización de la naturaleza que se ha hecho de este ha sido acertada. Es porque, con todo y todo, hay una porción en el país, quizás no numerosa pero sí significativa, que considera como sus líderes a quienes la justicia norteamericana ve como “malandros” (rufianes) que deben ser procesados por la justicia. Esta ecuación supone que no hay alternativa real ni distinta para producir un cambio democrático en Venezuela.

Pero, el primer error (y no el único), ha sido la incorporación de los “diputados” oficialistas a la Asamblea Nacional. No sé cómo se haya leído fuera del país, pero según se ha afirmado, tal movimiento es contrario a Derecho. O sea, no por ser un movimiento conveniente desde el punto de vista político (si se pudiera suponer una buena intención), significa que haya sido el acertado. Porque es un movimiento al margen de la Constitución: el artículo 191 prevé que perderán su investidura aquellos diputados que acepten y ejerzan cargos públicos. Por lo que, un movimiento necesario, pero de naturaleza política, termina reduciendo, como el oficialismo, la Constitución a letra muerta ¿No se debió mantener, por coherencia, a dichas personas fuera del hemiciclo, pues habían perdido su condición de diputados, y haber optado a otras formas para convenir en algún acuerdo digno de la situación? Sin yo ser un perito, pero se podía haber conformado equipos externos de encuentro sin ninguna fuerza vinculante, con el pacto de caballeros, si es que ese iba a ser el tono, de un buen acuerdo llevarlo para su aprobación al pleno de la Asamblea.

En efecto, si bien el primer esbozo lo comencé a escribir unos 3 días atrás, ya se va generando la presión de que, si no se lleva a un acuerdo sobre los posibles nuevos rectores del CNE, la competencia pasa al Tribunal Supremo de Justicia ¿presión? ¿extorsión? ¿o era la intención original, de aparentar cumplir con las formas?

Se ha querido relacionar la trascendencia de nombre un nuevo CNE de cara a unos próximos comicios ¿en verdad se cree que Maduro va a volver a medirse en Venezuela, cuando el libreto para Evo era imponer la continuidad en Bolivia a troche y moche? En verdad, para el oficialismo, el CNE es necesario renovarlo por otras elecciones, diversas a las presidenciales. Maduro sabe que el tiempo acorrala formalmente a Guaidó contra la pared de la legitimidad y del cansancio popular. Porque la espada de Damocles de legitimidad de las formas pende sobre Guaidó, que la necesita, no sobre Maduro, que ha demostrado su profunda arbitrariedad ante cualquier manera de mantenerse de facto en el poder.

Le escuché decir a Teodoro Petkoff que la democracia estaba más en las formas que en el fondo. Al gobierno le molestan dos cosas: la Asamblea Nacional en manos de la Oposición y la presión internacional palanqueada en esa misma Asamblea. Para ello debe conducir a la Oposición a la trampa de las elecciones parlamentarias, creando disyuntivas y contradicciones, con el alegato de que el mundo occidental y democrático no puede apoyar aventureros sino instituciones.

La lógica de no respetar las formas legales ni las normas no es nueva. Es parte de esa izquierda radical que usaba, por ejemplo, de la autonomía universitaria para proteger a dirigentes encapuchados de sus agrupaciones de estudiantes, luego de acciones que afectaban el orden público, por decir lo menos. La condición al final era asimétrica, pues dichos grupos no se sentían y actuaban dentro de las normas estipuladas (todo lo contrario, querían subvertirlas) pero sí le exigían a los cuerpos de seguridad su cumplimiento. Esto no por convencimiento de la bondad de las normas, sino para amordazar un brazo al Estado mientras ellos buscaban vapulearlo con los dos (no pretendo negar tampoco las trasgresiones en torturas y asesinatos por parte de los cuerpos seguridad, cuestión condenable, por supuesto). Al final la norma no se usaba para convivencia pacífica (pacto social), sino como un recurso más de la lucha, que no tenía empacho en ser armada, esgrimida a conveniencia.

El escenario es que la oposición camina a contra reloj por el vencimiento de su periodo. No creo que haya forma de perdurar legítimamente en el cargo fuera de plazo. Sería conservar el poder de facto, como en Estado de excepción, figura propia del poder Ejecutivo y que en raras oportunidades y por periodos cortos se podría invocar… (¿o Guaidó la puede invocar por ser presidente encargado? ¿es presidente encargado en cuanto es presidente de la Asamblea Nacional? ¿o puede deslindarse uno del otro?)

Que se conforme un CNE con el aval de la Asamblea Nacional y la Asamblea Nacional Constituyente (sigue el arroz con mango), o el TSJ, hace que se creen las condiciones de conformación del Poder Electoral para convocar a una elección prevista en la Constitución ¿Cuál elección? Por deducción es la del parlamento.


¿Qué hacer?

En ese escenario, no participar es entregarles todo el poder legislativo cumpliendo en apariencia con las formas ¿qué pueden alegar los aliados internacionales de Juan Guaidó y la oposición? Porque no es lo que digan sus presidentes, sino sus gobiernos y ciudadanías o la argumentación y controversias entre países con puntos de vista contrario. Pudiese ser alto el costo político y diplomático si se lograse cuestionar el apoyo de ciertos países a quien detuviese el cargo sin haber cubierto las formalidades debidas. La oposición dejaría de estar revestida de autoridad propia de la Asamblea Nacional.

La otra posibilidad es que acuda. Es decir, que se olvide de la convocatoria a elecciones presidenciales, que se trague sus palabras y que, con alta dosis de pragmatismo, acuda a la convocatoria. Pudiese ser una victoria parcial o temporal para el gobierno, y desconcierto para la ciudadanía.

Tal escenario requeriría contar con un CNE imparcial ¿lo permitirá el gobierno? Lo dudo. Ahí está la trampa, que busca un reconocimiento internacional de una nueva Asamblea Nacional que reconozca a Nicolás Maduro como legítimo presidente y haga fútiles las sanciones.

Por supuesto que, para que tal cosa ocurra, hace falta jugar en el tablero del gobierno. Bien la oposición podría forzar las cosas para que el gobierno tuviera que jugar en la cancha de la oposición o, por lo menos, en un escenario donde esta pudiese tener un mayor control de la trampa y los fraudes…

Para ello, luego de tantas experiencias fallidas en las que ha debido de haber un aprendizaje, la oposición ya debe saber de cómo se va tejiendo el fraude. Visibilizarlo y aprovecharlo en contra del gobierno y sus aspiraciones hegemónicas. O ir tejiendo una plataforma de formalidad como para legitimar algún tipo de permanencia. Son pasos que deben prepararse con absoluta precisión. Antes, durante y después, si se decidiera acudir a un escenario comicial para escoger el Parlamento.
Engranar con la base de los partidos y el resto de la sociedad en acciones efectivas, es un reto. Esto sin ofrecer esperanzas efímeras sino con un realismo tal que, ante todo y sobre todo, cohesione la sociedad ante cualquier escenario ¿o es que debe seguir apostando a pensar en un electorado infantil que necesite de líderes políticos protectores y paternalistas, que le coloree la realidad con colores que no existen? Suficiente trauma vive la gente. No creo que el realismo vaya a afectarles más de lo que están…

Quizás el mayor problema sea otro: el estado de embriaguez que la proximidad de cualquier elección produce en algunos destacados políticos de oposición. Es difícil la estrategia que requiere de cierta frialdad en el pensamiento, cuando se está bajo los efectos cuasi-eufóricos de ciertas emociones y sus aliados bioquímicos.


[1] Sun Tze, El arte de la guerra, p. 35 https://www.biblioteca.org.ar/libros/656228.pdf

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