¿QUÉ ES HUMILDAD?
Apuntes
de espiritualidad para políticos, líderes sociales y
Defensores de DDHH
Considero
que la humildad es la capacidad de ver y valorar la vida y las situaciones sin
la interferencia del yo o del ego. Apreciar las cosas lo más cercano a lo que
son en realidad y, por lo tanto, lo más próximo a cierta objetividad.
Es claro
que la “objetividad” siempre es la apreciación de un sujeto, por lo que la
verbalización o formulación lingüística siempre tiene la marca de su estructura
mental y cultural, o sea, de su subjetividad.
Cuando el “yo” es obstáculo
Pero,
cuando me refiero a “yo” o “ego”, no me refiero a ese quicio de la propia
personalidad sobre el que rota la experiencia interna y se enfrenta el mundo
exterior. Me refiero a la obnubilación que causa la vanidad y confunde las
propias proporciones de lo que soy. La presunción, la sed de poder para imponer
la propia visión y proyecto sobre el de los demás, las actitudes defensivas y
negadoras, el afán de éxito sobre el fracaso de quien sea, los privilegios que
tienen el precio de la desgracia de los otros; el deseo de acumular bienes,
logros, propiedades, cuentas bancarias y demás. Eso que hace que parta del
supuesto de que yo tengo la razón y no los demás. Está marcado por el
autocentrismo (excluye la importancia de los demás) y es autorreferencial, como
diría el papa Francisco. Siendo así, no consigue ni puede conseguir ver más
allá de las narices. Que los demás de antemano están desdibujados y
equivocados, actores de reparto en el guion de mi película, escrita por mí,
dirigida por mí y protagonizada por mí. Por lo que nada es discutible ni
revisable. Que mi proyecto y capacidades son las mejores no solo para mí…
inclusive para el bien de los demás, aunque no lo admitan.
Tales
presupuestos y prejuicios son fatales en relaciones de pareja, más habría que
añadir si se trata del rol como padres o el desenvolvimiento en el trabajo. Si
la persona tiene un puesto de liderazgo, sea como político, empresario o en
alguna institución religiosa, ni qué pensar. Todo es un caos. Puede sufrirse de
una especie de delirio de grandeza, de iluminado, narcisismo, mesianismo… que
fastidian al colectivo, sea porque este sea crédulo o porque no le quede otra
que ser secuaz de las presunciones de grandeza del “iluminado”.
En caso
de que la persona comienza a sufrir afectaciones en su conducta o percepción,
si no son afectaciones en la personalidad y megamanías, jamás va a pensar que
necesita ayuda profesional. Pues se siente inmune al error y, por supuesto, los
demás no son capaces de apreciarlo… cuando no son mis oponentes en el camino al
triunfo.
Puede que
haya procesos estrictamente patológicos, pues es bueno considerar que toda
persona corre el riesgo de enfermarse, ya que el único requisito para ello es
estar vivo. Ya por aquí se puede apreciar el valor de la humildad, que no tiene
que ver con una negación de las posibilidades y recursos de las personas y
situaciones.
Nuestra condición “situada” en la existencia
A esto se
suma, cuestión ya natural, que toda persona es un ser situado en el espacio y
la historia personal y colectiva. Nadie puede liberarse del todo de sus
experiencias, educación, familia y referencias culturales, además de la propia
formación y oficio, sea de tipo universitario o en el desempeño de otras
actividades. Solo que, si yo me dedico a alimentar mi ego con todo tipo de
adulancias (y adulantes), puedo identificar cuánto hay con la percepción que
tenga, que está influido por multitud de factores, como los enumerados antes.
Si, en cambio, me abro a otros puntos de vista, por iniciativa propia o de
otras personas, el enriquecimiento será invalorable. Tendré una percepción
diversa de una situación, distinta a la primera que tuve, influida por algún
condicionamiento concreto. Y lo podré manejar o relativizar de otra forma, depende
de la situación, sea que modifique o no mi decisión o incluye en mi mapa de
comunicación lo que otros están viendo.
No digo,
por supuesto, que todo sea relativo. Creo que hay valores, como la vida, que
son absolutos. También hay errores en otras formas de pensar o cultura, que no
puedo ignorar. Podemos pensar en la dignidad de la mujer o el respeto a la
infancia, que son también absolutos. Que es distinto a considerar que el mismo
valor se vive de otra forma.
Pero por
fuera de esos absolutos hay otra serie de cuestiones que son relativas… o sea,
se deben valorar en relación a lo que en sí es importante. Estos dependen de
cantidad de factores y puntos de vista. En esos casos, una actitud adecuada de
humildad nos puede permitir “ponernos” en los zapatos del otro. Y ello es vital
para la comunicación, para resolver un conflicto y la posibilidad de llegar a
acuerdos. Además de ser un gran aprendizaje.
En estos
días tuve la oportunidad de conseguirme y conversar con un amigo, que había
tenido la oportunidad, en su vida, de compartir con personas de distintos
estratos sociales dentro del país y, más adelante, con personas de otras
culturas y religiones. Y la experiencia de no anteponer los propios prejuicios
o arrogancia de superioridad le permitió aprender y enriquecerse de cantidad de
experiencias.
El sentido realista de la humildad
Si bien
la humildad, sea como virtud o como actitud vital, es importante en términos
religiosos y, si se quisiera diferenciar, en términos espirituales (santa
Teresa de Jesús decía que “Humildad es andar en verdad”), resulta
vital para ver y analizar situaciones no como nos gustaría que fueran, sino lo
más cercana a lo que son. No buscando que recaiga la culpa en otros ni
alimentando complejos de inferioridad o culpas patológicas, sino asumiendo la
propia responsabilidad. Y, aunque pudiese dolernos, la responsabilidad de
quienes nos son cercanos y queridos. Y si se sabe con una adecuada aproximación
intelectual y afectiva, se pueden tomar decisiones y diseñar estrategias. Nunca
un mal diagnóstico es un buen augurio para una acción acertada.
Se dice
que es importante pensar en positivo. Se utiliza inclusive el experimento de
Young para pretender probar el poder del pensamiento positivo. Este consistió
en pasar un haz de luz (que luego se fue variando a otros elementos) por una
doble rendija. Y se notaba como la luz reflejada se difuminaba al punto de que
no hubiese una línea divisoria entre luz y sombra, sino un degradado. Personas
ajenas a la física han querido afirmar que dicho comportamiento, que es
variable, se debe a cómo influye la mente en las partículas. Cuando el
experimento lo que concluye es que las partículas tienen un movimiento
ondulatorio y hasta chocan entre sí, por lo que hay desviaciones.
Como si
el sujeto que está presente, con su mente en el experimento, pudiera influir en
los cambios de trayectorias de las partículas. En realidad, es una suposición
sin bases científicas. Un experimento relaciona una causa con un efecto. O, en
sus palabras, una variable dependiente con una variable independiente. No hay
evidencia física que tal efecto de la mente ocurra ni fórmula matemática que
explique, esencial para la Física.
Lo que
prueba el experimento de Young es el movimiento oscilatorio por el que viajan
los fotones, neutrones, electrones o protones por el espacio… además de la
posibilidad de interferencia entre aquellos que están viajando a la vez. Por
eso, cuando un haz de electrones pasa por una rendija, nada prueba que el
observador afecta dicha trayectoria.
Distinto
es decir que las expectativas de éxito pueden movilizar mi atención, fuerzas,
recursos en el desempeño de una actividad. Pero cierto sentido de la realidad
es fundamental. No crearse falsas expectativas, ni falsear las condiciones externas
o las facultades internas. Y disminuir la incertidumbre. Son necesidades
concretas. Lo recordaba el psiquiatra austriáco Viktor Frankl, en relación a no
crearse falsas expectativas, como requisito para conseguir sobrevivir. Para él
fue un valioso aprendizaje obtenido en su estadía en los campos de
concentración nazi.
Hay una
historia oriental de un samurái condenado a muerte. La contaba el jesuita Tony
De Mello. Al día siguiente iba a ocurrir su ejecución, por lo que estaba muy
inquieto en su celda. De repente se acordó que el mañana no existe… y pudo
conciliar el sueño.
Siempre
hay formas de enfrentar las peores situaciones. Y, por supuesto, no estamos
condenados a muerte. Pero Jesús en el Evangelio nos recuerda:
«Porque ¿quién de vosotros, que quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, y ver si tiene para acabarla? No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo: “Este comenzó a edificar y no pudo terminar.” O ¿qué rey, que sale a enfrentarse contra otro rey, no se sienta antes y delibera si con 10.000 puede salir al paso del que viene contra él con 20.000? Y si no, cuando está todavía lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz.” (Lc 14, 28–32)
“Humildad
es andar en verdad” (CP
17,1). La humildad implica realismo. Realismo de saber quién es Dios y quiénes
somos nosotros, como diría santa Teresa. Que también dice que es menester
disponerse para cosas grandes. No en vano, siendo “mujer y ruin” como
ella decía en ese momento de la historia en que la posibilidad de liderazgo e
influencia para la mujer eran pocos (más cuando estaba desatada la crisis del
luteranismo- calvinismo y ocurrían los desmanes de los conquistadores en
América), se dispuso ella a hacer lo que podía con todas sus fuerzas. Demás
está decir el tamaño humano con que la santa ha pasado a la galería de la
historia de la humanidad.
Ahora, tornando a los que quieren ir por él y no parar hasta el fin, que es llegar a beber de esta agua de vida, cómo han de comenzar, digo que importa mucho, y el todo, una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo, como muchas veces acaece con decirnos: “hay peligros”, “fulana por aquí se perdió”, “el otro se engañó”, “el otro, que rezaba mucho, cayó”, “hacen daño a la virtud”, “no es para mujeres, que les podrán venir ilusiones”, “mejor será que hilen”, “no han menester esas delicadeces”, “basta el Paternóster y Avemaría” (CP 21,2).
Por
supuesto que para ello hace falta personas libres y liberadas, como diría el
padre Pedro Trigo… que tiene que ver con caminos de interioridad.
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