Fátima, una experiencia nunca olvidada

 




El ocho de abril entraba en la gran explanada, con carencia de puntos de referencia, que constituye el centro del Santuario de Nuestra Señora, en Fátima. Al día siguiente era domingo de Ramos. Fueron unas dieciséis horas en autobús, desde Logroño, al norte de España, hasta el Santuario. Corría el año 2017.

Había volado desde Caracas el 31 de marzo. En el aeropuerto, antes de tomar el vuelo, consumiendo el tiempo de espera con libro en la mano, oí cercano un televisor y a un par de guardias nacionales. Mientras la fiscal de la República, la Dra. Luisa Ortega Díaz, aparecía en exclusiva diciendo que las decisiones del Tribunal Supremo de Justicia, de apropiarse de las atribuciones de la Asamblea Nacional, constituían una "ruptura del orden constitucional", los funcionarios comentaban entre ellos la obviedad del asunto. Lejos estaba de suponer que, sin temor a exagerar, iba a dejar atrás un país que se incendiaría de extremo a extremo por las protestas. Aparte que en España se desconfiguró mi WhatsApp y me quedé sin información de primera mano.

         En medio del trajín de tantas cosas, fue en Logroño cuando me percaté que debía trasladarme a Fátima al mismo tiempo que muchos españoles se disponían para disfrutar de sus vacaciones de Semana Santa. Las oportunidades de billetes (pasajes) en cuanto a precios y cupos se veían torpedeadas por la saturación de vacacionistas. Ni aviones ni trenes disponibles. Algunos puestos en algún vagón aparecían disponibles, según los sistemas informáticos, que, de manera incomprensible, parece que estaban reservado solo para mujeres, quedando por fuera. Solo quedaba la opción del autobús.

A la una de la madrugada estaba saliendo de Logroño. Hacia las ocho estaba en Madrid y una hora después estaba partiendo para Portugal. La ruta pasó por los entornos de Ávila, que vi a lo lejos, y más tarde entró en Salamanca. Luego siguió su ruta hacia la frontera, con una última parada de restauración antes de cruzar la línea.

Portugal adentro


Portugal comenzó a aparecerse de manera distinta a España. Era mucho más verde. Llena de colinas y montañas, con bosques y una camino serpenteante. En cada curva aparecía un paisaje insospechado, que invitaba a la sorpresa y a sorprenderse en la siguiente vuelta.

         Ya hacia la costa, cercano a Oporto, hubo un cambio de autobús. Entonces seguimos hacia el sur, en dirección a Lisboa. Ya eran horas complicadas para la vigilia, si bien nada quería perderme. Algo de temor me daba dormirme y dejar atrás a Fátima, mi destino, y despertarme en el terminal de la capital lusitana. Pero no, pude quedarme en la pequeña y coqueta estación de autobuses cercana al Santuario.

         Había que tomar la decisión de cómo trasladarme hasta él. Hice lo posible por evitar el taxi, empeñado en rendir mis exiguos ahorros. Por lo tanto, cuando aun estaba en Logroño, estudié un plano de Fátima. Ciudad sorprendente, según vi, donde una tercera parte la ocupa el Santuario. En realidad, eran solo dos cuadras o manzanas, algo más de doscientos metros, hasta este. Por lo que me dispuse a hacer rodar mi equipaje.

         Mis cálculos resultaron acertados pero mis previsiones no. Luego de doscientos metros mis pies ya estaban en el terreno del complejo mariano. Pero, dada la magnitud de la construcción, debí recorrer otros trescientos metros más, haciendo saltar mi maleta sobre los adoquines y deambulando para conseguir la residencia “Nossa Senhora do Carmo”. Sentía que, por la inmensidad del complejo, por mucho que caminase casi nada avanzaba. Hasta que llegué.

Esa fue la primera vez que estuve en Fátima. Fueron dos semanas. La siguiente fue el año siguiente, en el 2018. Esta vez estuve un mes. Cuando terminé, me despidieron con un “hasta el año que viene”. Pero ese año aun todavía no ha llegado.


Entre experiencias y privilegios del cielo 

Creo que estar en Fátima, como confesor, ha sido un privilegio que me gustaría repetir. Una cinco horas de confesiones diarias, más la Eucaristía, y un día libre a la semana. También porque he podido estar en el lugar de las apariciones, contemplar la fe de los peregrinos, oír sus confesiones, ubicarme en el contexto histórico y geográfico. Alguna sencilla historia leí cuando retomaba en serio mi fe cristiana como católico, en mi adolescencia. En Fátima me leí, en portugués, las Memorias de la hermana Lucía (comprensibles, si bien me retaban para conocer algo más del idioma portugués). El año siguiente pude leer una breve pero ansiada historia de Portugal. Y, si tenía alguna duda, mi amigo Antonio de Freitas, luso venezolano en Portugal y una eminencia en lenguas antiguas, me ofrecía su orientación.

La ciudad de Fátima es, como alguno la ha calificado, un Vaticano en miniatura. Además de la cantidad de diferentes casas de todo tipo de institutos de vida consagrada, el comercio principal tiene que ver con los hoteles y hospederías para peregrinos y las tiendas de recuerdos y artículos religiosos. Hay también algunas oficinas de la Conferencia Episcopal de Portugal, como el Secretario para la Pastoral Bíblica y no sé si también la Pastoral Juvenil, Infantil y Catequesis. Con todo, no se siente una comercialización de la fe. La conexión con lo que ocurrió en 1917 sigue marcando la vida y devoción de los habitantes de Fátima.

El Santuario, que es un complejo con dos residencias, una iglesia principal que preside la explanada, una especie de capilla abierta en el lugar de las apariciones (que cobija una ermita reconstruida en los años veinte) y una basílica imponente. El complejo cuenta con otras tantas capillas más, además de las salas de confesionarios, tiene espacios variados y suficientes para actividades de formación y no solo de culto… ¡ah! También hay un museo, donde está una corona de la Virgen de Fátima con la incrustación donde está la bala del atentado contra Juan Pablo II.

 
Una geografía llena de Maternidad

En 1917 esa zona era un campo. Ajutrel, el caserío donde vivían los videntes quedaba hacia una colina cercana. Supongo que con un clima más benigno en ciertas épocas del año. Todavía se puede visitar. Por cierto, además de carro con vagones, se puede ir a pie. En Semana Santa el Vía Crucis parte del Santuario y asciende hasta Ajutrel, con la última estación un poco más arriba. Al pie de la colina está la iglesia parroquial de Fátima, que hoy en día se percibe como situada a las afueras de la ciudad. En esta se bautizó Lucía.

No sorprende que se sienta confundido el lector de lengua no portuguesa cuando lee “Cova da Iría”. Además de la similitud fonética con “cueva”, la gruta de Lourdes ayuda a la confusión. El lugar era una especie de pastizal (¿humedal?) donde bien podían llevar los tres primos las ovejas a pastar. Podía ser propiedad del papá de Lucía, la mayor de los videntes. Y “cova” significa algo así como concavidad, como la de la mano. Esa especie de depresión, que todavía se nota al contemplar a la distancia la explanada del Santuario, quizás era apropiado para contener agua o humedad. Así que me imagino que los pastizales serían tiernos, ideales para apacentar. A partir de las apariciones, y queriendo honrar el lugar, se reservó dicho espacio y alrededor ocurrió el desarrollo urbanístico de lo que ha sido, en nuestros tiempos, uno de los tres lugares predilectos como destino para los turistas extranjeros (Lisboa y Madeira son los otros dos).


Circunstancias nada relegables 

Las apariciones ocurrieron en 1917. La situación política era convulsa. Luego de siglos manteniendo la monarquía como la figura política representativa, se quiebra los intentos liberales de mantener formas de monarquía constitucional, nueve años antes ocurre un regicidio que acaba con el rey Carlos I y su heredero Luis Filipe. Para 1910 se instaurará la primera república que, sin embargo, durará buscando estabilizarse hasta el golpe militar de 1926. Las corrientes republicanas, como todas los movimientos de inspiración ilustrada y modernista, bien podían considerar a la Iglesia como un temido oponente en favor del viejo sistema. De ahí la suspicacia añadida sobre la veracidad de las apariciones, que podían considerarse maniobras para la manipulación de las masas. En el mismo 1917 resulta victoriosa la Revolución de Octubre en Rusia, dando paso al primer gobierno de inspiración comunista que crearía la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

En ese paraje apacible y remoto ocurren las apariciones. Van desde el 13 de mayo hasta el 13 de octubre. Con experiencias extrañas, como la anterior aparición del Ángel de Portugal, de particular relevancia si se ha entendido el contexto. La figura de Lucía destaca sobre Jacinta y Francisco, no solo por ser la mayor y la más longeva. En una oportunidad, mientras reza se aparece el ángel. Otro niño que está con ella también lo ve y después de eso decide no volverla a acompañar. La experiencia de “ver” también le va a pasar a Jacinta y Francisco con la Virgen, aunque este último no la consigue escuchar.


Un toque de teología mística.... y espiritual

Antes de seguir, conviene hacer una aclaratoria. No es lo mismo, en el lenguaje de los místicos, una aparición que una visión. Santa Teresa indica que las visiones, sean visuales o audibles, se captan con los sentidos del alma, no con los del cuerpo.  La Santa dice que se ve mejor con los ojos del alma que los del cuerpo, cuando ocurren estas experiencias. Que, por supuesto, se deben discernir siempre, como ella hizo. En las apariciones, en vez, algo ocurre que los sentidos corporales captan.

Apariciones son las de Lourdes, Fátima, la Guadalupe o la Coromoto, con alguna más. Por lo general, se debe interpretar en el sentido de visiones espirituales, acontecidas en el alma y que no son vistas por los sentidos del cuerpo, las demás experiencias de los santos. Aunque a veces se hable de revelaciones o apariciones, excepto que el santo indique otra cosa. Esto no niega la presencia o cercanía de Dios y la Virgen. Solo nos permite tener algo más de cautela, además de no plagar la historia de los santos de una convivencia con fenómenos sobrenaturales ajena a la experiencia cotidiana. Santa Teresa (la santa que mejor conozco) pudo ver y oír al Señor sin que haya que suponer una experiencia traducible en fotográfica a cada momento. No es fácil de precisar, pero sí hace falta un mínimo de prudencia. Cómo Dios utiliza el repertorio de imágenes interiores que tenemos, de lo que hemos aprendido o intuido, no lo sabemos. Dios puede revelarse haciendo uso de las palabras, imágenes y sensaciones almacenadas por la persona, como, por ejemplo, en Lourdes la Virgen habla en francés y en Fátima portugués. Aunque se trate de apariciones, se adecúa a nuestros recursos y predisposiciones. Tampoco parece haber usado un léxico muy elaborado, aunque Bernadette no entendiera eso de la Inmaculada Concepción. Esto no niega lo sublime, la paz interna o el efecto que desea comunicar al alma o recordar a la Iglesia, que es lo que importa.

Visiones y apariciones son fenómenos espirituales distintos. Ninguno da la certeza de que algo sea de Dios, pues nuestros sentidos no son el criterio último de verificación y de verdad. Al final es la fe de la Iglesia basada en la Revelación y recordada en la Tradición. No sabemos lo que pueda imaginar una mente enferma, ni qué conciencia pueda tener o cuando se trate de un farsante. Ni siquiera, sea que se vean con los sentidos corporales o con el alma, podemos saber qué puede hacer fabular el demonio. “Por los frutos los reconocerán”, dice Jesús, y san Pablo recuerda “no extingan el Espíritu Santo”.

Es importante y curioso que, tanto en Fátima como en Lourdes, los videntes la ven físicamente, pero los demás no. Si bien Jesús y la Virgen están en cuerpo y alma en el cielo, para decirlo de manera convencional ¿cómo es su presencia cuando se ha aparecido luego de su Ascensión y Asunción? ¿Cómo un ángel, que es un ser espiritual, puede aparecerse sensiblemente con una apariencia corporal? No hay respuestas definitivas. Solo suposiciones. Que pudiésemos llamar “hipótesis”. Santo Tomás de Aquino, que entendía la diferencia, asumía que las partículas del aire se agrupaban o algo así. La explicación no vale hoy en día. Lo que importa es la diferenciación entre lo que es la experiencia y la realidad misma. Como si se nos ocurriera imaginarlo al modo de un holograma…



Durante seis meses la Virgen se estuvo apareciendo. En octubre ocurrió el célebre milagro del sol. En una sala de exposición puede recorrerse la reseña periodística de la época, con fotos incluidas. Había corresponsales de diversos periódicos que, por supuesto, se interrogaban sobre la veracidad de todo. Cuestión curiosa la “danza” del sol, porque pudo visualizarse a la distancia y, según parece, hasta por personas ajenas a la fe ¿qué fue lo que realmente pasó? No es fácil conseguir la respuesta.


Hay también un mensaje

Paro Fátima no son solo apariciones. Es también un mensaje. Y tres secretos. Pero me ocuparé del mensaje, sin necesidad de transcribirlo.

La Virgen invita a la oración, conversión y penitencia. Al rezo del rosario. Y plantea, con todo dramatismo, la condenación masiva de personas (incluyendo a consagrados). En oportunidades se habla de la ira de Dios y que se está conteniendo. Como también dice de la conversión de Rusia, que estaba comenzando a poner en funcionamiento la poderosa máquina de expansión mundial, que fue el comunismo ¿Cómo asumir todo esto?

Una vez más, no pretendo tener la última palabra. Solo voy a pretender entenderlo desde la fe de la Iglesia y la teología que he recibido. Para ello hay que tomarse el atrevimiento de ir más allá de las palabras, sin ánimo de traicionarlas, porque el lenguaje de la Virgen y su comprensión se adecuó a la capacidad de comprensión y transmisión de los pequeños oyentes y a una época. Pretendo comprender, no diluir.

Lo primero que habría que afirmar es que la responsabilidad por la condenación, y por los males de este mundo, es del ser humano. No me refiero a los fenómenos naturales, que tampoco considero decretados por Dios, sino solo permitidos. Que ante un desastre natural el ser humano se haya preguntado antes sobre el sentido de su vida, la presencia de Dios o la necesidad de conversión, porque todo es efímero, es una cosa. Pero considero la experiencia de maldad y, unido a ella, la responsabilidad de nuestras acciones con consecuencias eternas (hoy en día podemos preguntarnos hasta por las consecuencias de la acción del ser humano en el cambio climático y la extinción de las especies). Creo que Fátima muestra la gravedad de lo que está en juego en clave de eternidad. Pero, habría que añadir, que hay que hacerlo también en la temporalidad. Una humanidad que se acerque a Dios, por lo tanto, se convierta, dejaría de aspirar al poder y dominio, en lo social y familiar, como el sentido último y absoluto de la vida. Sería más importante la solidaridad y el amor concreto, que requieren humildad y aprecio mutuo. Así que lo que tiene que ver con la conversión hacia la Buena Nueva de Jesús, leída con profundidad y evitando distorsiones, sigue teniendo total vigencia.

Para este proceso es importante la intimidad con Dios, que estaría facilitada por el rezo (adecuado) del Rosario. Es importante trascender la repetición mecánica para dar lugar a una intimidad graciosa (por gracia y no por merecimiento). La penitencia tiene doble dimensión, como práctica ascética y como intercesión. En los pastorcitos se ve la sencillez y determinación por la penitencia, sin repetir los absurdos rigorismos a los que llegaron algunas prácticas en la vida consagrada. Asumieron las contrariedades de ser testigos de la Virgen, en ocasiones postergaron sus comidas o, cuestión admirable y no siempre imitable, el rezar el rosario de rodillas. No sabemos cómo hubiera podido evolucionar la espiritualidad de Jacinta y Francisco de haber vivido más. Ignoro si la Hna. Lucía lo llegase a reportar. Pero, como gran sacrificio, Jacinta tuvo que ser trasladada a Lisboa cuando la gripe española se le transformó en neumonía. Eso supuso una gran penitencia y sufrimiento: estar lejana a los suyos en sus últimos momentos (1920).

De la forma como nos ha llegado el mensaje de Fátima a través de Lucía, la imagen de Dios no queda bien parada. Es de las cosas complicadas. A partir de la Escritura, Dios siempre es misericordioso y benevolente. La imagen severa proviene del Antiguo Testamento y viene armonizada por Jesús cuando nos invita a tratarlo como Abba, Padre. Uno de los esfuerzos de la teología ha sido afirmar el sentido correctivo de la acción de Dios, como buen Padre. Hoy en día conviene afirmar, para no transformar la imagen de Dios en una suerte de alcahueta, que Dios no es indiferente ante el sufrimiento ni ante la víctima de los demás. Que toma partido por ella y que, lejos de la venganza (y condenación), prefiere la conversión del pecador (que en buen catecismo implica el dolor de corazón y la reparación de las faltas cometidas). Afirmamos junto con teólogos de renombre que Dios busca hasta el último momento la conversión del pecador. Solo la obstinación, como deliberada decisión del ser humano en mantener la ruptura con Dios, es lo que condena por decisión de él, no de Dios. El cielo no es un lugar. Es un estado. Un estado de comunión con Dios, por lo que negarse a estar en comunión con Dios, al menos como Verdad y Bondad buscada, sino optando por lo que reprueba la conciencia, eso es ya condenación que supera la temporalidad.


Algunas consecuencias y otras conclusiones, con plena vigencia

No entro dentro de las predicciones ya cumplidas del mensaje de Fátima. Estas nos invitan a la confianza en que la palabra última sobre la historia la tiene el Señor. Sí quiero compartir algo más sustancial y es la relevancia de los pobres para el Señor y, por lo tanto, para la Iglesia. Mientras el marxismo impulsaba una revolución de la clase empobrecida como superación de condiciones objetivas de desigualdad, Dios siempre ha optado por los pobres como destinatarios y como transmisores/evangelizadores privilegiados. Aunque Voltaire ya le chocase que los apóstoles hubieran sido unos pescadores ignorantes, la disposición del Padre de revelarse a los pobres y sencillos se mantiene. Esto no debe servir para idealizar la pobreza o renunciar al esfuerzo intelectual, secundario pero necesario. El padre Pedro Trigo considera que los pobres son una dimensión constitucional de la Iglesia. Estoy en total acuerdo. Lo que no significa que todos los que no son pobres deban empobrecerse, sino hacerse consciente, por ejemplo, del riesgo de prepotencia o arrogancia. Que deban buscar en su conciencia lo que se puede o no hacer en solidaridad hacia los que deben ser protagonistas de su liberación. Que cambios estructurales nos involucran a todos. O cuando algunos privilegios son insultantes o, inclusive, conseguidos sobre la opresión de los débiles. Creo que Fátima sigue afirmando la relevancia de los pobres, en línea con el Evangelio, sin que por ello haya resquicios de amenaza, pues el mundo se siente atraído hacia Fátima.

Lo segundo, de manera bien anecdótica, es referente a la familia Dos Santos, la familia de Lucía. Es cierto que en el Portugal profundo de entonces habría mucha ignorancia, pero la madre de Lucía era amiga de los libros, de leer y de enseñar a leer. De forma pionera su casa se convertía en una especie de guardería para que las demás familias (y mamás) pudiesen trabajar. Y ella era la partera del caserío, la que estaba cerca de todos los enfermos.

No solo la mamá (y la familia) de Lucía fue así de solidaria, sino que también fue bien “normal”. De una manera sana le gustaba fiestas y bailes, por lo que animaba a sus hijas a participar y divertirse. Dejó de hacerlo cuando el cura de la parroquia dijo que esos eran pasatiempos demoníacos que podían llevar a la perdición. Lucía dijo que su madre nunca estuvo de acuerdo con el cura, pero que obedeció.

No solo son apariciones y penitencias, sino la manera de vivir alegre y solidaria, lo que preparó la misión de los tres pastorcitos. No es casual que Jacinta, siempre tímida al principio, una vez que los encerraron con presos de aquel momento, terminara bailando y riendo animadamente.

Fátima, por último, es encuentro con María. Nada de lo expuesto antes tendría sentido si se relega a la Virgen como oportuna posibilidad de acercamiento al Misterio de Dios. En Fátima, como en tantos sitios donde hay una presencia especial de la Virgen de Nazaret, María es discípula y referencia al Señor. Modelo de oración, entrega y escucha. Es atracción que enamora y seduce. Es un fiat que recorre la historia y acompaña la Iglesia.

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