La teología como reflexión sobre la fe vivida
Siempre se ha dicho que la teología es la reflexión sobre la
fe. Cuestión tan exacta como ambigua. Pues no se puede refutar, cierto es que eso
es teología.
Lo curioso es que un concepto tal la limita, en aras de la
exactitud, a lo más obvio de la fe, que es su formulación. Por fuera quedan
cantidad de otras consideraciones. Lo objetivo, que no necesariamente es lo absolutamente
real, son las fórmulas y documentos escritos, que podemos diseccionar con la
habilidad de un cirujano. Nadie puede poner en duda la existencia de dichas
fórmulas y esos textos. Existen y ya, lo cual no equivale a plegarse a lo que
quieran decir. Su existencia permite que se pueden abordar desde múltiples vértices,
con unas ansias de universalidad particulares pues, en cuanto a fórmulas o
escritos, admiten tanto la existencia como la posibilidad de intelección de su
contenido.
Más enrevesado es cuando, con la misma pretensión de
exactitud, queremos abordar los fenómenos religiosos o sus formas de
institucionalización. Una aproximación fenomenológica brinda detalles
interesantes que no encontraría quien los desmienta, fuera de las
comunicaciones entre estudiosos por asuntos de precisión. Pensemos en la
variedad de religiones que se pueden conseguir en la India, pero también en la
manera como se organiza el Islam, el Judaísmo, las diversas iglesias cristianas
o la misma Iglesia católica. Disciplinas
como la antropología o la sociología puede ofrecer abordajes apoyados en sus
propios métodos de trabajo, alcanzando valiosas comprensiones .
Finalmente está la historia, centrada en el campo particular
de la religión o de la historia de la Iglesia, de las iglesias o del
cristianismo. Si bien siendo fiel a su método ofrecerá conclusiones
interesantes, quienes conocemos como se construye la explicación histórica
sabemos de lo enrevesado de sus aportes. Un historiador suele especializarse,
si se trata de construir dicho discurso desde las fuentes y no a partir de
otros manuales, de un grupo de personas, en un lapso y en una región
determinada. En ocasiones la aspiración a conseguir una visión panorámica de la
historia es el resultado de decisiones cercanas a los presupuestos. Una visión
inextenso parte de la necesaria omisión de cantidad de aspectos que se pueden
considerar irrelevantes o sin la importancia suficiente para nombrarlos. Y un
evento, como la toma de la Bastilla, puede despacharse en dos líneas, si se
está ante la simplificación de los manuales. Cuanto más nos alejamos de lo
particular y sometemos a la totalidad a moldes parecidos, corremos el riesgo de
arrinconar a la historia e iniciar, sin percatarnos, un acercamiento sutil a
una filosofía de la historia. Y esos riesgos pueden darse también en la historia
de la Iglesia. Al final nos quedamos con una aproximación valiosísima, pero una
aproximación, a fin de cuentas. Y la historia se puede relatar desde el punto
de vista del varón, de la mujer, del indio, del africano, desde la economía o
la transformación de las instituciones políticas o evolución de las sociedades.
Si las fuentes son primarias, ordenar toda la información para comprender un
evento en un lapso concreto puede ser una tarea titánica, no exenta de
detractores.
Ahora habría que decir que todo esto también puede ayudar a
la teología ¿Pero a esto se restringe la teología? La teología debería ir más
allá. En ansias de lo objetivo, pudiera sacrificar lo real. Por escurridizo que
sea, el ansia para precisar el mensaje de los escritores sagrados a través de
un método que goce de reputación no debería acabar con las pretensiones de la
teología. Al final lo más real de la realidad (había un spot publicitario en
Italia en los autobuses sobre una marca de televisión: “Il reale della realtá”)
es la Presencia divina. Por muchas preguntas que se haga la teología, la
presunción de la existencia del Dios revelado es presupuesto y fundamento de
todo lo demás. Sino se estaría haciendo filosofía, con preguntas del todo
pertinentes.
Es cierto que la teología, dentro de su campo, puede
preguntarse lo que le venga en gana. Solo que la relevancia es diversa.
Enumerar las palabras en hebreo del texto sagrado puede ser un entretenimiento
vacuo o puede enlazarse con la meticulosidad de los transcriptores o el sentido
simbólico que contiene el texto. Así que hasta lo abstracto puede ser
sorprendente. Pero esto, más propio de cierta teología académica, puede olvidar
los orígenes de la teología. No creo que sea, por tanto, reflexión sobre la fe,
sino reflexión sobre la fe vivida, que es lo que pudiese ser “fe” a secas para san
Agustín o san Anselmo. Lo que en verdad despierta inquietudes e interrogantes
es la fe vivida, que al mismo tiempo es “fe situada”, como lo es la persona
misma. Ella es la que necesita de respuestas, aunque sean provisionales. Antes
no. Creo que la clave está en la fe vivida, lo que puede prestarse a malos
entendidos.
Comenzando por estos, no es la fe vivida en clave de
subjetivismo, sino la fe con sujeto existencial y gramatical: yo/nosotros
creemos aquí y ahora. Un yo/nosotros que habita en las coordenadas de la
historia y forma parte de grupos humanos. Pero el sujeto de la fe, que algunos
en un prístino razonamiento teológico despojarían al ser humano para ubicarlo
en Dios, es anterior (y debería ser posterior) al aprendizaje de la fórmula
dogmática. Dicha fórmula debería reservarse y entenderse como una indicación
para no errar el camino.
La fe vivida es la aquella mediada por la vida, lo que
incluye necesariamente a la comunidad. De nuevo, no es una licencia para el
subjetivismo. Es que, más en estos tiempos, pero por lo menos también en el
primer milenio, la vida de fe, con sus interrogantes, se anticipaba a las
respuestas que se ofrecían desde la reflexión de la fe.
Esto implica que se ponga énfasis en un estilo de inducción
catequística distinto al adoctrinamiento en serie para llenar las bancas de las
iglesias. Ese indicador, de si las iglesias se vacían o se llenan, además que
arroja pésimas perspectivas, está lejos de ser confiable para lo que a nosotros
resguarda. Todo proceso de fe arranca desde algún punto de partida. Puede ser
un duelo, una enfermedad, la experiencia de fraternidad o la participación en
la celebración, el servicio a los necesitados o la propia familia o cualquiera
de los que no hayan nombrado. Pero, como proceso, implica pasos y, sería lo
ideal, maduración en la fe o en la decisión de asumir la fe. Pero, una vez más,
la fe no como conjunto de creencias sino como encuentro con el Crucificado
resucitado. Como han recordado los papas, la fe no es algo, sino que la fe es
Alguien. Es una dinámica mistérica, sea que se desarrolle en las favelas de
Río, los barrios caraqueños, en un monasterio benedictino o en una parroquia
europea de clase media.
La fe está mediada por la fe vivida y vivenciada sin
pretensiones de absolutización, pero con referencias muy concretas. Y esta
plantea preguntas precisas y necesitadas de respuestas suficientes. Por lo que
cualquier tematización de la fe no consigue satisfacer las necesidades de quien
vive la fe en clave de seguimiento en la historia. En este contexto es que es
válido el planteamiento de los diversos métodos teológicos y el diálogo con las
distintas disciplinas teológicas y ciencias auxiliares. Desde aquí se puede
entender también la necesidad de la comunicación de la fe y el desafío cuando
nos conseguimos con propuestas teológicas distintas que no sean fácilmente
armonizables.
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