Conversión y redes sociales
En aquel
tiempo, se le acercó un joven a Jesús. “Maestro ¿qué debo hacer para heredar la
vida eterna?” Jesús le respondió: “Ya sabes lo escrito en la Ley: no mates, no
cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, no seas injusto,
honra a tu padre y a tu madre”.
“Todo eso lo
he cumplido”, dijo el joven. Jesús añadió: “Si quieres ser perfecto, anda y
vende lo que tienes; repártelo entre los pobres y tendrás un tesoro en el
cielo. Cierra tus redes sociales. Luego ven y sígueme”.
El joven se fue muy triste, porque tenía muchos followers…
El pasaje es una versión libre de Mt 19, 16-22. Es el único
evangelista que dice que el hombre adinerado era un joven. La alteración del
texto permite tomar en cuenta algunas consideraciones. Y he preferido no
parafrasear la respuesta de Jesús, sino dejarla a la imaginación de los amables
lectores.
Desde el punto de vista del Evangelio, lo crucial sigue
siendo, por un lado, la atadura de las riquezas (que viene presentado como
idolatría en otros pasajes) y el seguimiento de Jesús. Las versiones en español
destacan la riqueza en general. En otras ocasiones precisa al dinero. En este
texto Jesús pide vender lo que se tiene, sin especificar que se lo pide a él
por ser adinerado. Más bien, la razón por la que se aleja nos dice Jesús, es
porque tenía muchas posesiones.
Pero mi intención no es hacer una exégesis del texto
original. Es una versión libre que busca algún tipo de actualización y
reflexión. En concreto con la sobresaturación de redes sociales, textos,
imágenes y demás que se intercambian y que nos llega. Siendo lo crucial en el
texto bíblico el tema de las riquezas ( o de las posesiones), busco hacer un
giro para incorporar el fenómeno de las social media, que reportan algún
sucedáneo del prestigio que brinda el poder en metálico.
Yo tengo cuenta de Twitter, Instagram y Facebook. Además uso las aplicaciones de mensajería de textos. No sé que tan común pueda ser que la gente reciba noticias de agencias y canales informativos a través de las redes. Yo lo hago. Pero también tengo amigos, conocidos, seguidores y sigo a otras personas. Lejos estoy de los números de los influencers. En Facebook tengo un número mayor de “amigos” que, como saben los que usan esta red, es el término que se usa y que, puesto que hay esa vinculación, no solo tengo acceso a lo que publican, sino que me aparece en mi historia.
Debo aclarar que intento, quizás con suma torpeza, usar las redes sociales para
proyectar inquietudes personales, aspectos ligados a la fe o la Iglesia o
interactuar en lo que considere de utilidad, inclusive referente a DDHH. Por
eso he terminado aceptando a mucha gente, más cercana o lejana, siempre que
tenga contenidos respetuosos que eviten dar la impresión de ambigüedad de mi
parte. n Instagram más restringido.
Por las razones que sean, recibo
notificaciones de varios tipos. No tengo idea por qué. Pero son insumos que intento
analizarlos. Las redes sociales se han transformado para mí en una vitrina.
Como me he tenido la fortuna de intercambiar con psicólogos, de forma
constante, desde hace treinta años, me siento con la sensibilidad (no con la
destreza) como para detallar aspectos varios Y se añade que últimamente he
hecho algún estudio de sociología, lo que también me sirve de insumo para analizar de
forma rudimentaria. Esto me lleva a hacerme preguntas sobre el ser humano (de
tipo antropológico) y, por supuesto, hace que reflexione desde los campos más
cercanos a mi formación, que son la filosofía y la teología. Por lo que aproximarme
a las redes sociales desde este bagaje puede ser fascinante, aunque nunca
concluyente. Es decir, puedo observar y tener hipótesis de explicación en
muchos casos, pero nada conclusivo, pues no pasa por la verificación del método científico.
Añadiría que soy fotógrafo. Esto también cuenta. Puede que
uno malo, lo admito. O no tan bueno como Rodolfo Pimentel y el grupo de la
Fototeca de Barquisimeto. Pero también soy sensible a la impresión fotográfica
y su estética. Cuando veo una imagen, inclusive disruptiva, me pregunto por su
propuesta, como para ver cómo evolucionan los gustos y las búsquedas, según las
modas, momentos históricos y culturas. Así me fijo en disposición de los
objetos, contrastes de colores o texturas, expresividad… en fin. Y confieso que
ese equipamiento no lo tengo para los videos, que, cuando digo algo, sin
mostrarme obtuso, tampoco me luzco mucho. O sea, veo el fondo y la forma. Inclusive si el fondo fuese contrastante a mis valores o costumbres.
La cosa está en que, entre amigos-amigos y simples seguidores, de ambos sexos, y
notificaciones, me hago una idea de cómo están las cosas. Repito: para llegar a
conclusiones científicas hace falta, además del profesional de turno, un método
de investigación confiable, contrastable, verificable y, como se dice, falsable
(que pueda comprobarse la falsedad). Lo que quiero decir no tiene ánimo de
generalizar, pues no sé cuántas personas no son en verdad asiduas a las redes.
O tienen cuenta solo para ver la cuenta de los demás. E intento descartar
quienes se exhiben de determinada forma porque tiene algún tipo de negocio u
ocupación: desde los dedicados al exhibicionismo, prostitución o cualquiera de
sus variantes (que enmudezco o bloqueo, según el caso) hasta quienes se
promueven como influencers, tienen un tipo de marca de ropa o parecido.
La impresión que me llevo es la profunda soledad que reflejan las redes
La impresión que me llevo es la profunda soledad que
reflejan las redes. Supongo que haya quien tenga arte, prudencia y equilibrio.
Pero en otros casos, el “like”, el “me gusta”, el repost o retweet parecen
cubrir un vacío de amigos leales de carne y hueso. O de amores que no se vayan
o se desvanezcan en la realidad virtual. El riesgo de exhibir ambigüedades que,
entre los más osados, se darían solo en la intimidad. Todo parece válido para
captar atención.
Tal exhibición de la vida personal y la intimidad es, de por
sí, de mucho riesgo. Román Losinski entrevistaba este jueves a la comisaria
Caldera por el caraqueño Circuito Éxitos. Ella decía que hay delincuentes que se dedican a la extorsión, que lo
hacen a partir de lo que se refleja en las cuentas de las redes sociales. Y a nivel mundial,
por ejemplo, se da toda una vorágine entre los acosadores de niños, el cyber
bullying, estafadores, y un largo etcétera.
Los comportamientos que se exhiben (puede que sean distintos
a la vida real, tanto como los filtros que se usan) buscan lo inmediato, la gratificación instantánea. Como decía,
los riesgos son enormes. Pues en ocasiones se puede pagar un alto precio por
unos segundos de fama (popularidad). Supongo que se es alguien, que se sienta
contar con un “poder” (creo que esa es la mayor motivación que tiene el ser
humano, en el sentido nefasto): creer que controlo o decido lo que otros
opinan, piensan o actúan.
En esta percepción del mundo, la distancia no existe. Lo que
yo publico se puede ver con asombrosa inmediatez. Si a ver vamos, la referencia
familiar que se exhibe es poca. Quizás en casos contados. Así que hay masas de seres aislados,
todos muy vulnerables a la manipulación. Y, como la soledad es mala consejera,
al riesgo de las compañías virtuales y hasta reclutamiento en bandas de
cualquier tipo pueden darse (hasta los "lobos solitarios").
Tampoco el tiempo existe. Nadie parece actuar pensando que
algún día será viejo. O, por lo menos, entrado en años ¿Qué es lo
valioso que se está haciendo, en el momento presente, que sirva de base para el
mañana? Estoy claro que, por ejemplo, ser padre o madre, como formar un hogar y
tener una relación estable de pareja o, en términos religiosos, casarse, es una
decisión personal. Acepto que ni el matrimonio ni la paternidad ni la
maternidad pueden ser impuestos. Solo que lo ideal es que fuese elegido. Porque
si solo cultivo las áreas más superficiales de la vida ¿cómo voy a sostener en
el tiempo una relación de maratón, cuando estoy entrenando para los cien metros planos?
Creo que pocos se preparan para una vida plena. Y hay soledades que no
consiguen a alguien con quien acompañarse. A lo que añadiría que la auténtica
opción de estar sin pareja, como ejercicio de la libertad, es cuando considero
que es la mejor opción para mí. Lo demás se llama "conformarse" o "resignarse". Usar las palabras adecuadas tiene sus ventajas, por ásperas que sean.
¿Qué pasa si un día me arrepiento? ¿Qué pasa si un día Jesús comienza a ocupar el primer lugar de mi vida? ¿Qué pasa si, un día, decido seguirlo en serio y dedicarle mi vida? ¿Qué pasa si en algún momento decido cambiar de vida?
Si todo esto no amerita entrar en un “estado de conversión”,
añadiría algo más. Reconozco que lo que sigue, es lo que me motivó a escribir
estas líneas. No tanto la vanidad de las redes ¿Qué pasa si un día me
arrepiento? ¿Qué pasa si un día Jesús comienza a ocupar el primer lugar de mi vida?
¿Qué pasa si, un día, decido seguirlo en serio y dedicarle mi vida? ¿Qué pasa si en algún momento decido cambiar de vida?
Estas preguntas están a la base de otra cosa: ¿considero que podría soportar el peso abrumador de cantidad de imágenes personales, videos, post, comentarios… de los cuales a lo mejor me avergonzaría, y que seguirían estando fuera de mi control, al alcance de todos? ¿Qué luego de cinco, seis o diez años, cualquier persona se pueda conseguir con lo que pude y no manejé con suficiente discreción? Si en el evangelio Jesús dice, por ejemplo, a la pecadora: “vete, tus pecados te son perdonados” (Jn 8,11) ¿será fácil el que me reconcilie con esa carga enorme de imágenes que me estén acusando?
Creo que hay varios motivos para “ayunar” de redes sociales. Uno de ellos es, por supuesto, la libertad (o liberación). Y, si lo hacemos en cristiano, el seguir a Jesús. Otro es para que hagamos un momento de reflexión, con calma, de dónde estamos parados y lo que queremos y nos conviene hacer. No significa que se abandonen las redes. Inclusive son un canal que se utiliza para evangelizar. Pero, hasta los menos cristianos podrán estar de acuerdo, es importante pesar las consecuencias de las propias decisiones. Puede que muchos comportamientos se mantengan. Otros no. Pero la consciencia será distinta.
Termino recordando a los más cristianos que las redes
sociales no pueden servir para distraernos de seguir a Jesús. Ni como evasión
ni para dejarse manipular. Que, en los sitios donde hay suficiente libertad y
recursos, los pobres sigan siendo recordados en primer plano, como
destinatarios de las Bienaventuranzas y presencia cuestionadora de Jesús. Y que
fluya mejor nuestra relación con él y la experiencia de comunidad fraterna. Que
Jesús nos encuentre siendo mejores ciudadanos e incómodos controladores de
quienes ejercen los poderes públicos.
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