La teología como reflexión sobre la fe
La teología es la reflexión sobre la fe. La fe que pretende
entender, según palabras en latín de san Anselmo. Cuestión que pudiera parecer
para peritos, pero que, al final, concierne a todos los cristianos. Obvio que
lo de “entender” no es “desbaratar” el Misterio, en sus múltiples dimensiones.
No solo porque no se consigue llegar al fondo, a las últimas causas o entender todo
con evidencia. Sino porque el Misterio, como el Amor, no se siente satisfecho
con “razones”. “Hay razones que tiene el corazón que la mente no entiende”,
diría Pascal. Cuando la “racionalidad” de la fe se recuesta del amor, estamos
diciendo que hay componentes que están más allá de lo pensado y de lo pensable.
Pero negar en absoluto la aspiración a comprender y a conocer
reduciría la fe a la simple confianza. Y esto es un absurdo. Se creía antes que
el luteranismo avalaba esta tesis. Sin embargo, sería insostenible. La
propuesta protestante es de conocimiento de la Palabra de Dios. Esto es un
primer paso. Y un conocimiento que es “traducido”, porque sino quedaría ignoto
para muchos. Y hasta “explicado”, pues mucho no sería comprendido o se
intentaría aplicar de manera anacrónica. Al final la aspiración a comprender es
legítima, aunque nunca alcance a ser exhaustiva.
Si bien pueden haber cuestiones académicas, que hacen que cierta
forma de hacer teología sea más metódica y sistemática, otros aspectos
(mayoritarios) no son así. Pueden haber asuntos más cercanos a la erudición,
que tampoco queda fuera de lugar, aunque no se le perciban aplicaciones
prácticas. Recuerdo haber visto (no leído) un estudio sobre los animales (bestiario)
que aparecían en algún libro bíblico (no sé si sería Ezequiel): una especie de
elenco con sus descripciones. Puede que no diese ni para una mínima prédica,
pero no por ello dejaba de ser interesante. A lo mejor, además de servir como
tesis para obtener algún título en estudios bíblicos, podía servir como aporte para
insertarse dentro de los estudios literarios (en el sentido más general). Quizás
pudiera servir para tener una idea sobre qué animales eran conocidos y poblaban
los alrededores de donde vivió el profeta, y compararlo con tiempos
posteriores. No lo sé. Pero, aparte de este tipo de estudio, tanto la teología
académica como el intento ceñudo del cristiano comprometido por entender su fe,
son válidos.
Si bien no es fácil ubicar el inicio de la teología
cristiana, si se considera sucesiva al mensaje bíblico o evangélico, no me
parece desatinado considerar a san Pablo un precursor. Puede que se haya entendido
que la teología se diferencia como acto posterior al mensaje bíblico (acto
segundo). Pero, al interno del mensaje neotestamentario, parte del esfuerzo de
san Pablo es de hacer comprensible y vivible el cristianismo en otros
contextos. Así que esas distinciones tienden a hacer aguas. Porque los mismos relatos
evangélicos, como narraciones de la comunidad, no solo son recuerdos, sino
actualizaciones para la propia comunidad. E, inclusive, si quisiéramos se
podría preguntar por la teología de Jesús, en relación con Dios como su Padre o
con el Reino. Cuestión ésta transmitida por las comunidades y que, por lo
tanto, pueden reflejar sus intentos de actualización.
Por supuesto que el término “teología” da para distintas
acepciones. San Tomás y los que pertenecen a su misma “camada” intelectual son
los más exigentes. Teología (si bien no usaba este término precisamente) es la
ciencia de Dios tal como Él se ve a sí mismo. Porque toda ciencia, para santo
Tomás de Aquino, debía remontarse hasta las causas primeras, que deben ser evidentes
y no admiten una explicación anterior. Poco se puede decir de por qué el
círculo es redondo. Se podrá explicar su propiedad y mostrar su fórmula, pero
salta a la vista de qué es un círculo. O afirmar que un cuadrado tiene cuatro lados
iguales. En el caso de Dios es distinto, pues la evidencia de sí mismo, tal
como Él se ve, solo lo conocemos por Revelación, siguiendo a santo Tomás.
Pero entre santo Tomás y nosotros ha corrido mucha agua bajo
el puente. Las mismas ciencias bíblicas tienen otra consistencia. Y, en
oportunidades, se entiende por teología todo discurso, reflexión o concepción
de Dios a partir de determinados presupuestos o conciencia. Con la
particularidad que admitiría el tratamiento ideológico. Por ejemplo, los
términos “la teología islámica” o “la teología judía” se refieren a su manera
particular de ver lo religioso, se pueda o no conectar con el cristianismo. Y
algunos han hablado de “la teología del neoliberalismo”, para referirse a su
visión particular, que puede servir para justificar un modo de producción o
cierto sistema y jerarquía de relaciones, sin que el interés sea tanto por Dios
como la justificación religiosa de cierto orden social (cabría considerar “la teología
del comunismo”, si este no negara de raíz todo lo que no fuera explicable de
manera materialista).
La teología cristiana, sea la académica, pastoral o popular
(como diferencia Clodovis Boff), además de presentar una reflexión afectiva
sobre el misterio de Dios, puesto que ese Dios es encarnado, tiene que intentar
esclarecer sus relaciones con este mundo. Por mundo no entendemos solo la
naturaleza biológica, geológica, astronómica, entre otros apartados más
especializados (física, química). Sino también el mundo como sociedad,
relaciones, acontecimientos, historia, cultura, organización social y, por lo
tanto, polys (ciudad), con su pluralismo, dinámica y conflictos. Y esas
relaciones son complicadas de determinar y hasta controversiales.
Pero esa tarea no puede eludirse. Con el riesgo que puede
ser ideologízada (pensada de manera inconsciente para favorecer a sectores o
grupos). Con la particularidad de que, desde la teología oficial, no siempre se
pueda abordar aspectos técnicos “vinculantes”. Eso no significa que, por
ejemplo, un sacerdote o religioso o religiosa no pueda aportar como psicólogo,
médico, economista, politólogo, sociólogo… pero la hará de par en par con sus
colegas creyentes y no creyentes, sin que tenga un halo de iluminación y verdad
lo que proponga. Por supuesto que la vía a contra reflujo también circula: desde
la experiencia creyente en cualquier campo, hacia la teología académica y el ministerio
ordinario de obispos y sacerdotes.
Así que, desde el principio, la teología fue impulsada por
las situaciones de vida por la que atravesaban los creyentes. Nada más pensar
en Pedro, quien ciertamente tiene una experiencia sobre la nueva situación de
la pureza de la comida, pero quien tiene que comunicarlo a sus hermanos (Hch.
10). Y durante gran parte del primer milenio la teología buscó introducir a quienes
se iniciaban como monjes en la experiencia de Dios.
Tales aclaraciones no buscan estar revolviendo el velo del
tiempo para entrar en las brumas de la historia. Son referencia importante para
aclarar y precisar lo que es y debe ser la teología hoy en día, incluso como
servicio y propuesta para cualquier creyente.
Porque cuando se dice “reflexión sobre la fe”, la primera
idea que llega a la cabeza de muchos es la comprensión de la fe de la Iglesia,
en cuanto a dogmas. Casi que el análisis del texto. Pero no es así, aunque
también se incluya. O para referirnos al Credo (o Símbolo), que ha ocupado
obras cruciales como Introducción al cristianismo, de Joseph Ratzinger
(futuro papa Benedicto XVI). El peligro de considerar a la teología como el
servicio técnico para transmitir la fe, es decir, del texto en latín a la
cabeza de los creyentes, es que puede ser muy ambiguo. Ambiguo quiere
decir que puede tener varios sentidos, inclusive contrapuestos. Por ejemplo,
puede justificar una especie de colonización de las convicciones y los pueblos.
Riesgo cercano a propuestas pedagógicas que sobrevaloran los aportes del
conductismo y de la programación neurolingüística.
De esta forma, por tanto, tendríamos los textos y los
mediadores, cual pitonisas del santuario de Delfos, que acercan lo arcano a los
iniciados. Repito, esto puede ocultar sentido de superioridad y de unción
sagrada para imponerse sobre todos aquellos que, de no acatar, corren el riesgo,
según piensan, de la condenación eterna. Dilema de tal tipo que pareciera no
dejar opción sino a pasar por encima de la conciencia personal y libertad, e
imponerse. Tal planteamiento es un error, por supuesto. De paso, desecharía
cualquier opinión contraria como herética y pecaminosa, lejana a un pluralismo
sinodal.
En realidad, el recorrido histórico muestra que ha sido al
revés. No solo las distintas circunstancias forzaron la reflexión inicial de
los primeros judeocristianos. Luego, en el siglo II, se tuvo que hacer otro
tanto en el contexto imperial y con cristianos de cultura griega. Ante
opiniones distintas y divergentes, como la gnosis, se fue desarrollando las llamadas
cartas de comunión: cartas entre las iglesias, particularmente las sedes
apostólicas (Roma, Antioquía y Alejandría) que recordaban la fe, en contraste
con lo que eran filosofías gnósticas con barniz cristiano.
Hacia finales del siglo II comienza a establecerse el canon
bíblico, la lista donde aparecían los libros considerados inspirados. Estos
reflejaban la verdadera fe, que eran utilizados por las comunidades cristianas
(especialmente las sedes mencionadas). La palabra canon significa caña,
o sea, vara para medir (como una regla milimétrica, por comparar). Era el
sistema de “medición” para distinguir la norma de la fe auténtica (confesada,
vivida, testimoniada, celebrada) de lo inaceptable.
Un logro importante, en este camino, fue el llamado Símbolo
Nicenoconstantinopolitano. Que no es otra cosa que nuestro Credo. Es
el punto de llegada de un largo camino que, tomando impulso en la Escritura,
consigue formularse de forma adecuada. Sobre todo en relación con el Dios
Tri-Unitario (Santísima Trinidad).
Si bien es cierto que la teología puede tener
responsabilidades en la comprensión adecuada del Símbolo, resulta
peligroso considerar que eso es lo que hay que vivir. La experiencia
cristiana ocurre en la vida. Ni siquiera en los espacios supuestamente sagrados
de los templos. En la vida concreta Dios se va revelando, no en cuanto a
novedad, sino en cuanto a actualidad de lo Revelado entre la Escritura y
Tradición. La Revelación, como evento actual, aparece como propuesta de gracia
a cada sujeto, con total vigencia, que puede aceptar o rechazar. Y ese dinamismo
de recibir y corresponder, con preguntas de todo tipo, hace que la referencia a
la teología (como propia reflexión y como reflexión sistemática) sea
ineludible. Como la referencia a lo vivido en otros tiempos por cristianos reunidos
en comunidades, o sea, en Iglesias.
De hecho, además de teologías tales como la teología política
o de la liberación, se puede dar otras ligadas al cambio de situación de la
comunidad de creyentes (Iglesia). Por ejemplo, el paso de una sociedad rural a
una sociedad urbana implica un cambio en el horizonte de comprensión y en el
sentido de la contemplación. En la sociedad rural es más fácil la contemplación
de Dios en la Creación, con el ritmo de las estaciones y cierta vivencia de
perpetuar costumbres y tradiciones. En la ciudad se contempla a Dios que se
encuentra en algún lado entre el barullo del tráfico, el caos de los servicios
o el clamor por la justicia (no porque en el campo no se dé la injusticia). Si
la experiencia rural es multisecular, no lo es así en la de la ciudad. Se
necesita crear esa experiencia, como conciencia y expresión, más allá de qué
tan promisorio pueda ser.
La teología busca acompañar la experiencia de fe para que
sea, efectivamente, fe experienciada. No lo hace por cuenta propia, por
supuesto. Allí surge la referencia a la Escritura y Tradición, como también el
servicio que el Magisterio aporta para la comprensión y asimilación adecuada,
dentro de la dialéctica de la historia (dialéctica como flujo y reflujo).
Aunque la reflexión Teológica necesita de un lenguaje académico y riguroso, para que no se vea como simples opiniones sobre un texto bíblico, es también necesario adecuarlo a las realidades cotidianas en un lenguaje sencillo.
ResponderEliminarEsto requiere un esfuerzo por acercar la reflexión Teológica a la gente sencilla. Sino ese espacio lo suple una cantidad de "iluminados", que a cuentas de supuestas revelaciones y visiones, amenazan con desviarla sencillez y la profundidad del Evangelio.